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su Yugurta y su Guillermo Tell, su Abd-el-Kader y su Chamil,... y últimamente un Zumalacarregui, han sido además el asilo natural donde los vencidos de todas las naciones, griegos é iberos, romanos, vándalos, cántabros y visigodos se refugiaron en ellas para protestar contra el sistema de exterminio practicado por los devastadores.

Así los Pirineos fueron el asilo bienhechor donde los restos de aquellas naciones conservaron sus penates y sus creencias; y en aquellos valles ha encontrado el historiador al ibero, al galo, al cántabro, al autrígon, al caristo y al várdulo, con sus costumbres y libertades primitivas; pues aunque dos mil años de lucha las modificaran, no las destruyeron ni aun con todo el poder y la saña de una especie de feudalismo grosero y feroz, que en pocas partes de España ha tenido más dominio que en el país vascongado, merced á la docilidad de sus sencillos pobladores.

Y es notable y triste verdad; estos pueblos de una misma familia, esta región de una naturaleza tan particular, no posee historia propia: se necesita para hallar sus anales, examinar una multitud de crónicas, de monografías parciales, después de cuyo estudio habrá pocos lectores que no retrocedan asustados. Se comprende desde luego cómo estas obras son impotentes para enseñar el conjunto de los hechos, á pesar de la importancia de sus indagaciones bajo el punto de vista local.

› Las poblaciones pirenáicas no son mejor tratadas por los historiadores de Francia y de España, que muy preocupados con las fronteras políticas que separan las dos naciones, no han tenido bastante en cuenta la homogeneidad política y social que ha reinado especialmente en las mesetas pirenáicas en los siglos pasados: han considerado á sus habitantes como separados por la cresta de las dos vertientes, y han confundido con Cataluña, Aragón y Navarra, el país vasco, el bearnés, el bigorrés, el Cominges y el Rosellón; y esta nacionalidad compacta, hablando la misma lengua, compartiendo las mismas vicisitudes, se en

cuentra destruída por una violenta separación en dos partes que nada puede justificar (1). »

Hemos reproducido las anteriores líneas, como una demos. tración de cuál es también nuestro trabajo, no para hacer la historia de un país mal conocido y peor juzgado, que no es nuestro propósito, bastándonos sólo presentar sus vicisitudes y hechos más salientes; pero aun para esto, no sólo se carece de monumentos escritos, sino artísticos, y los que de estos existen en algunas comarcas, unos no se han explicado bien y otros se desconocen. Se ha carecido siempre de una base segura, se cuestiona hasta la raza á que pertenecían los primeros pobladores de las provincias vascas, y todo son dudas y suposiciones, que han revestido cierto carácter por el apasionamiento con que algunos puntos se han tratado; apasionamiento que aún existe.

Han consignado algunos que los vascos-cántabros fueron los primeros habitantes de los Pirineos Occidentales; que se establecieron incendiando los bosques que cubrían las montañas, perpetuando la memoria de este incendio los nombres de diversos sitios y de pueblos como Zibero, Zuhara, Suhaste, Zugarramurdi, Germendi, etc., etc. Diodoro de Sicilia, hablando con la exageración familiar á los autores griegos, cuenta que el excesivo calor del incendio hizo correr un río de oro y plata que los Pirineos contenían abundantemente en su seno. Y añade Chaho: Un hecho digno de notarse es que aun en tiempo de Estrabón, los éuscaros y los celtíberos, que no poseían monedas, y sólo comerciaban cambiando, pagaban frecuentemente en granos, láminas ó lingotes de oro y de plata, las mercancías que compraban. »

Estos metales preciosos se han convertido sin duda en hierro; porque ni memoria existe de que los Pirineos contuvieran oro ni plata, y menos para que corrieran ríos ni arroyos de tan preciosos metales.

(1) Histoire des Pyrenées, por M. CENAC MONCAUT.

IV

La cuestión iniciada en el siglo xvi por el sabio historiador Jerónimo Zurita en su descripción de los verdaderos límites de la Cantabria, ha sido desde entonces tratada por muchos y muy ilustrados escritores, y parécenos que si no está ya dilucidada, nos ha puesto en camino de serlo el Sr. D. Aureliano Fernán dez Guerra, cuya opinión siguen otros, rindiendo el debido tributo á lo que considera verdad histórica, á la cual todo debe sacrificarse.

En este asunto no comprendemos el empeño de los escrito. res vascongados (1), porque á nuestro juicio ni aumenta ni disminuye la gloria del país. ¿Qué importa á los éuscaros ser ó haber sido cántabros? ¿Puede dudarse de su valor, de su constancia, de todas las virtudes que han poseído y poseen porque procedan de Tubal ó de Jafet, de los iberos ó de cualquiera de las muchas razas, naciones ó pueblos á que pertenecían los primeros invasores de nuestra Península, porque hayan estado en paz ó en guerra con cartagineses y romanos?

No intentamos, ni espacio para ello tenemos, aun cuando la aptitud no nos faltara como nos falta, contender en la debatida cuestión de si los celtas vinieron á la Iberia de la Galia ó fueron á ésta desde nuestra Península; bástenos la evidencia de que existió en este suelo aquella raza belicosa, bárbara, y como era semi-nómada, lo mismo pudo mezclarse con los iberos por

(1) Entre los que debemos exceptuar está el Sr. D. Ladislao Velasco, que dice en su libro Los Euscaros: «Difícil sino imposible es señalar con precisión los límites de la llamada Cantabria en las tres épocas citadas, moviéndose sus fronteras al compás de los sucesos, y señalados sus diversos pueblos por autores que escribían desde lejos, muchos años después, é ignorando casi siempre sus verdaderos nombres ó desfigurándolos lastimosamente.>>

la fuerza, que pacíficamente, según opina Estrabón, y según Diodoro de Sicilia, después de larga lucha. Lo cierto es que vivieron mezclados los celtas y los iberos, y que no ocuparon sólo la Celtiberia, sino toda la Península. De que así lo encontraron los romanos, dan testimonio sus escritores y los griegos; y el vacío que ellos dejan, de anteriores épocas, le llenan, en parte, los monumentos que no faltan, aunque no abundan, en las provincias vascongadas (1).

(1) «Los fragosos términos boreales de nuestra Península, ceñidos en extensión de 120 leguas por el Océano desde el cabo de Finisterre hasta la desembocadura del Bidasoa y arranque de los montes Pirineos, fueron en la más remota edad asiento de aquellas tribus jaféticas un tiempo acampadas, á orillas de los ríos, en las faldas meridionales del Cáucaso, entre la Cólquide, la Armenia y la Abania. Decíanse iberos, esto es, ribereños, en oposición á los celtas, ó siquier montañeses.

>>Parte de los iberos emigraron hacia el Norte, pasando el Wolga y subiendo hasta los estribos de los montes Urales, donde aún quedan, según parece, vestigios de su antiquísima lengua.

>>Parte vadearon el Dón, el Dniéper y el Dniéster, ya tomando rumbo hacia las fuentes del Vistula por detrás de los montes Carpacios, ya viniendo á las orillas del Danubio. Cuando lograron esguazarle, bajaron á Tracia, cuyo río principal, hoy Maritza, que nace en los Balkanes y desemboca en el Archipiélago frente á la isla de Samotracia, guardó en su antonomástica denominación de Ebro memoria de aquella gente.

>>Creciendo en pueblo numeroso é inquieto, rebosaron por los términos occidentales, poblaron la Liguria y la Aquitania, y pudo tan sólo el vasto Océano español (diez y ocho siglos antes de la era cristiana) ser dique á su espíritu aventurero.

>>Otra nación más oriental, nómada y feroz, enemiga implacable de las honradas tribus agrícolas, hecha á vivir de salteamientos y robos, y por ello á guarecerse astuta en muy cerrados bosques (de donde les vino el renombre de celtas), ocupó las intratables llanuras de la Tartaria ó Escitia. Complacíase en abandonar sus aduares y ranchos cada primavera, invadiendo los territorios vecinos, sin detenerse hasta encontrar sitio á su gusto que á viva fuerza dominaban. Unas veces superados los montes Rifeos, subían hasta los hielos del Norte; y no pocas deteniéndose largos siglos entre el Dón y las apacibles riberas del Danubio, lanzaban desde allí valientes colonias á las faldas alpinas y pirenáicas y á las tierras de los senores y keltorios.

>>Mil y quinientos años antes del nacimiento de Cristo cayeron sobre España, llevando la desolación y la muerte á sus campos, y encendiendo horrible lucha entre sus pacíficos moradores. Domado el Pirineo, se corrió la mayor parte de los celto-galos hacia las fuentes del Ebro, encastillándose en los agrios montes de Galicia y Asturias, para dominar más adelante las sierras de Portugal y Andalucía; mientras los célticos embreñados en las de Aragón y Navarra, cuáles por alianza con las tribus ibéricas primitivas, cuáles uniéndose á muchas en matrimonio, se vieron señores de la extensa región que por este vínculo se hubo de

Á cinco kilómetros al sur de Vitoria se han encontrado no há mucho, dos brazaletes de oro, de tosca y sencilla manufactu ra, hachas de piedra, cuchillos de silex, puntas de flechas, de lanzas, alisadores, cuñas de silex ó piedra, y dientes de animales desconocidos, cuyos objetos parecen pertenecer á los aborí genes ú hombres de las primeras edades, á pueblos anteriores al celta; informando de todas maneras respetable antigüe dad (1).

Y no sólo en Álava, sino en Guipúzcoa y en Vizcaya, si hu

llamar Celtiberia. Todavía mediado el siglo vIII de nuestra era, y cuando con la insensata revolución que entregó la península ibérica al yugo de los alárabes, quisieron nuestros pueblos hacer ostentación de su origen y antigua libertad, díjose oficialmente Celtiberia (lindante con las provincias cartaginense y galaica) así cuánto se extiende desde el río España en Asturias hasta la desembocadura del Bidasoa, como cuánto hay desde las riberas saguntinas hasta el límite de Francia. La línea meridional de la genuina Celtiberia, cortaba, pues, las montañas de Asturias, buscando el nacimiento del Carrión; y por bajo de Lerma y Salas de los Infantes, y por cima de Soria, Teruel y Segorbe, llegaba al Mediterráneo, poco después de tocar en Ara-Christi del Puig, entre Murviedro y Valencia. ¡ Con cuánta razón Tito Livio llamó á la primitiva Celtiberia «región entre dos mares»>!

>>>El incesante flujo y reflujo de tan varias y numerosas tribus cazadoras, guerreras y mercaderes, como invadieron la península durante los diez y ocho siglos anteriores á nuestra redención, trajo á España gentes de toda la redondez de la tierra. Pasaban de treinta las naciones que sólo entre la Coruña y el Tajo se numeraban al tiempo de la división de Augusto; mientras que en la genuina Celtiberia subían á diez y nueve, ya iberas y celtas, ya celto-escitas (es decir los habitantes de las selvas armados de arco), ahora, de tracios, lacones y focenses. Bien se ha de imaginar que las más inquietas y audaces ejercieron el supremo dominio, árbitras de la paz y de la guerra. Así llegaron á prevalecer los saefes en la comarca del Sil; los kempsos en la del Duero; mientras en las antiguas montañas y costas de Burgos, reinó la prosapia de los draganes. Había esta última abandonado las nevadas selvas de la Escitia; y su primer población, Drákina, que significa la breñosa y áspera, en la provincia de Santander, aún no se sabe dónde estuvo.

>>Poseían los cántabros, ó sean los más atrevidos é inquietos de los célticosdraganes, la marina que corre de Villaviciosa á Laredo, y lo mediterráneo limitado por las guájaras de Covadonga y Liébana, fuentes del Carrión; Buenavista en las márgenes del Valdavia; confluencia del rio Fresno, ó de Amaya, con Pisuerga; y desde la antigua Móreca (hoy Castro-Morca, oriental y finítima á Villadiego) hasta el río de Agüera, occidental á Castro-Urdiales. Ese fué el territorio de la Cantabria.»-El Libro de Santoña, por el Sr. FERNÁNDEZ Guerra.

(1) Conserva estos objetos, que hemos visto, nuestro antiguo amigo D. Ladislao de Velasco.

Los dientes ó muelas parecen pertenecer, una al Hispariam Prostylimus, fósil de la época terciaria, anterior al hombre, y las otras dos al Equus fosilis de la

cuarta.

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