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gún fueron, á no dudar, los naturales de la Cantabria antigua. No volvió á abrir Augusto las puertas del templo de Jano para batir á los vascongados, sino á los cántabros, que inquietos por demás y malos vecinos, movían á toda hora litigios y guerras á sus otros vecinos y aliados de Roma: es decir, á los vácceos, de tierra de Campos; á los turmódigos, de Burgos y á los autrígones, raza vasca ó ibera primitiva que poblaba los términos de Castro Urdiales y Bilbao, juntamente con los valles de Mena, Orduña, Sedano y Trías, y los alfoces de Pancorbo y Briviesca (1).»

No fué campo de pelea el territorio vascongado ó sea el de los autrígones, caristos y várdulos, sino el de los cántabros; y en tierra cántabra ganaron los romanos las batallas de Vellica, junto á Aguilar de Campóo; de Vinnie, 6 Sierras Albas, donde

(1) El Libro de Santoña, y añade: «Guerrero por inclinación, la vida sin continua batalla era enojosa é insoportable para el cántabro, excitándole á buscar soldada en extranjera hueste. Ni halló igual la indomable fiereza cantábrica. Muchos de ellos, los cóncanos especialmente, habitadores en la Liébana y en la marina de Comillas y Santillana, conservaban la costumbre escítica de beber sangre de caballo; otros, reconociéndose hijos de los masagetas y gelonos de la Tartaria, llevaban tocados á manera de turbantes; y todos ellos comían pan de bellotas, bebían en vasos de cera, embriagábanse con el zitho ó cerveza, no usaban aceite sino la grosura y la manteca de vacas, y tenían por cama el duro suelo. Muchos no habían perdido aún las costumbres traces, militando todo varón, y dejando para mujeres la tarea de labrar y cultivar los campos. El esposo había de dotar á la doncella; pero extraños á la plata y al oro, desconocían la moneda ó jamás se prestaban á recibirla. Cambiaban frutos por frutos ó por manufacturas. Sus armas defensivas y ofensivas consistían en pequeños broqueles, envenenadas flechas, y espadas falcatas, ó á manera de hoz, de hierro por industria felicísima templado. Sus naves, horadados troncos ó pellejos henchidos de viento. Nunca la pereza fué parte á detenerlos para no salir á buscar, por la contratación y el comercio, los frutos y comodidades que les negaba la tierra.

>> Espíritu de emigración, innato en la raza, llevábalos á regiones desconocidas, aguijoneándolos para descender á la desembocadura del Ebro, entrar por la mar y establecerse en la isla de Córcega, así como el odio á naciones tiránicas y desapoderadas, fué en el cántabro una pasión invencible. Horacio le llama antiguo enemigo de los romanos, porque desde que sus águilas rapaces acosaron nuestra península se declaró contra Roma. Por ello militó en las huestes de Aníbal, y peleó en Cannas y Trasimeno; por ello no siguió la facción pompeyana, antes sí la revolucionaria de César, que brindaba con esperanzas de libertad á las naciones opresas de la ambición latina; por ello, en fin, sostuvo más de cinco años de guerra á muerte, contra el hijo artificial de César, cuando quiso éste y logró hacer una sola ciudad de todo el orbe. >>

nacen el Carrión y Pisuerga; de Aracillo, Aradillos, sobre Reinosa; de Ástura, río Ezla, cerca de Mansilla; y la del monte Medullio, sierra de Mamed, sobre el Sil. Pero tales triunfos no vencen la altivez, la constancia, el heroísmo, la ferocidad de los cántabros; irritado y enfermo se retira Augusto, y Marco Agripa, á quien encomienda aquella lucha, la prosigue por mar y tierra y la termina en las aguas de Santoña y Laredo.

Es evidente que los autrígones ó vizcaínos, no fueron vencidos en esta guerra, sino vencedores, porque era á ellos á quienes molestaban los cántabros, sus vecinos. Los vascongados gozaban de una especie de independencia garantizada por su lealtad, por sus sencillas y patriarcales costumbres; así que, lejos de inspirar temor á los señores del mundo, inspiraban tranquila confianza. La población vascongada, además, debía ser pequeña, porque sobre serlo el territorio, sus montes eran seguramente bosques casi impenetrables; pues aun muchos siglos después, se limitaba la existencia de ferrerías por la mucha leña que consumían; sin cultivo las laderas de las montañas, y escaso en los valles, no se tiene noticia de ninguna población importante; no existían las villas de Vizcaya, y es más que verosímil que ni la naturaleza del país ni sus pobladores ofrecieran incentivo alguno á dominadores tan poderosos como los romanos, acostumbrados á una civilización que no había de ser cultivada seguramente en aquella pequeña y pobre comarca.

El Sr. Velasco, en el párrafo de sus Euscaros, con el cual comenzamos este capítulo, tiene razón respecto á Álava; pero no se hallan esos vestigios de dominación romana en Guipúzcoa ni en Vizcaya; así que, aunque estuvieran sometidas voluntariamente al imperio, no se veían inmediatamente dominadas y teniendo que soportar en su suelo á los romanos; que á haber esto sucedido habrían legado multitud de documentos como en los que en otros puntos comprueban su existencia, de la cual no son testimonio el hallazgo de algunas monedas de las que usaron en su tráfico en las costas.

La fundación de Bermeo y de Fuenterrabía, por algunos atribuída á romanos, no está probada: sólo puede exponerse el paso de la gran vía militar de Astorga á Burdeos, para cuyo sostenimiento y seguridad solía haber de trecho en trecho, castros con poca gente guarnecidos; y ni aun de estas pequeñas fortalezas hay restos.

de

Para estos limitados presidios dejaría Augusto las cohortes que habla Estrabón y se repartieron desde Asturias al Pirineo, añadiendo Josefo que una legión sola bastaba para el presidio; sin que deba deducirse de esto que estuviesen destinadas tales fuerzas á sujetar á los vascongados, porque no creemos que jamás necesitaron estarlo; y aun necesitándolo, no bastara seguramente una legión sola.

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No pretendemos por esto, sostener, ni creemos que permanecieran siempre tranquilos; pues parece evidente que en las guerras de Julio César, al pedir Petreyo socorro á los lusitanos, pidióle Afranio á los cántabros, y á todos los demás bárbaros que pertenecían al Océano. No quiere decir esto que se refiriera concretamente á los habitantes desde Laredo á Fuente. rrabía; y aun cuando no pocas veces á todos se denominaba cántabros, y muchas bárbaros, es muy frecuente en los antiguos escritores dar una misma denominación á pobladores de comarcas de distinto nombre, y omitirlos con frecuencia.

De todas maneras no puede ya asegurarse de un modo terminante que los autrígones, caristos y várdulos, continuaran tan aislados y sin tomar parte en los grandes acontecimientos exteriores; esto, admitiendo que fuera completo su aislamiento, pues no podemos hacer afirmaciones seguras, porque es general la creencia de la gran confusión que reinó entre los antiguos historiadores y geógrafos al deslindar el país cántabro desde sus orígenes.

Si cántabros y vascongados tomaron parte en las guerras de César peleando en la Aquitania, también la tomaron bajo las enseñas cartaginesas, y después de las batallas de Cannas y

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de Trasimena que hicieron temblar á Roma sobre sus cimientos, y en las cuales los cántabros participaron no poco de la gloria y del peligro, los romanos arrepentidos de haber dejado sucumbir á Sagunto, sin socorrerla, resolvieron atacar á los cartagineses en España (1). »

Refiriéndose á la parte que los vascos tomaron en la guerra de Italia en las legiones de Aníbal, cita Chaho una composición vascongada, de desconocido bardo, en la cual un joven guerrero se dirige á un pájaro, suponiéndole su amada ausente y dice: «Hace mucho tiempo que no oigo tu voz melodiosa. No hay hora, ni momento que tu imagen no se presente á mi triste recuerdo. Á este apóstrofe, el bardo en escena, responde á la joven, sin otra transición.-Una tarde pasaba al pié de nuestras montañas el extranjero que venía de África con soldados extranjeros. Dice á nuestros ancianos y á nuestros padres, que sus hijos son valientes, es verdad; y dice además que él no nos buscaba, sino nuestros enemigos, los romanos.-Entonces gritó la juventud: Aníbal, si no mientes, si tales son tus proyectos, nosotros no nos mezclaremos con tus soldados extranjeros; pero sí marcharemos delante de ellos y delante de ti. En vano es que los romanos hayan querido sublevar las Galias contra nosotros; te seguiremos hasta el fin del mundo. Y partimos á la hora que las mujeres dormían tranquilamente, sin despertarse los niños echados sobre el seno de sus madres. Y los perros fieles, pensando que, como de costumbre, volveríamos con la aurora, no ladraron. Muchos días, desde entonces, muchas noches han pasado y no hemos vuelto, valientes éuscaros, con pierna suelta y pié ligero. Hemos peleado por el africano: hemos atravesado el Rhône, más furioso que el Ebro; hemos franqueado los Alpes, más empinados que los Pirineos.-Vencedores en todas partes, hemos descendido como un torrente en la bella Italia, donde se encuentran campiñas fértiles, ciudades doradas, muje

(1) MONCAUT.

res encantadoras; mas todo esto no vale más que nuestras mon· tañas, nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras novias. -Dicen que antes de un mes entraremos en la ciudad de los romanos, y adquiriremos oro á casco lleno. Mas yo respondo: Yo no quiero. Ya basta: prefiero volver á las montañas y volver á ver á la que amo. Mi país está lejos, el tiempo es largo.›

Al fin de esta campaña, de la que dice Polibio que la bravura de los españoles, auxiliares de los cartagineses, tuvo la mejor parte en las victorias de Aníbal, los vascos cambiaron y se aliaron con los romanos. La federación cantábrica llama sus milicias que combatían al otro lado de los Alpes. Trescientos de los principales montañeses fueron encargados de conducir á sus compatriotas á España y de llevarlos á Scipión (1). Los éuscaros y los celtiberos exigieron de los romanos el mismo sueldo que de los cartagineses, y fueron, dice el mismo Tito Livio, el primer pueblo extranjero que Roma admitía á este título, para tener el honor de combatir bajo sus águilas. La defección de la liga cantábrica produjo la caída de los cartagineses en Italia. Los vasco cántabros contribuyeron poderosamente á su expul sión de España (2).

VI

Los vándalos que en el siglo v invadieron el mediodía de las Galias y destruyeron la Nuevapopulania, impacientes por penetrar en España, intentaron franquear los Pirineos occidentales, por sitios menos difíciles que los del narbonés; pero por aquella parte, los cántabros ó más bien los vascongados, no

(1) TITO LIVIO.

(2) CHAHO.

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