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de ellos; y si á los hoy conocidos pudiera señalárseles tal fecha, su descubrimiento no data de la época del ilustre geógrafo, sino de nuestros días.

En los pocos monumentos que se conocen de los vascongados, parece que han tenido presente aquello de que los pueblos no viven ni deben vivir de sus glorias; bastábales sin duda tenerlas, no necesitaban evocarlas ó perpetuarlas, por creerse siempre capaces ó dispuestos á repetirlas, y estar habituados ó tener afición á los goces tranquilos del hogar y de la familia. · Más nos inclinamos á esta creencia, que á comparar á los vascos con esos degenerados individuos de la nobleza, que debiendo sus títulos á las heróicas proezas y caballerosos hechos de sus antepasados, olvidan su origen profanándole, y venden ó manchan sus ejecutorias, para ellos inútiles, por sustituir con actos vergonzosos y feos los muy elevados que merecieron las debidas recompensas, honrando á los que los ejecutaron, que á la vez que se enaltecían á sí mismos enaltecían á la patria.

Aislado siempre el vascongado, hallábase sin duda bien avenido en su aislamiento, sin cuidarse de consignar sus hechos. No conozco país más desprovisto de antiguos documentos, si excep tuamos algunos llamados poemas ó versos, conocidos sólo por copias, en los que se cantan antiguas hazañas, y aunque su antigüe dad no neguemos, no está comprobada de una manera evidente.

Y no es porque asintiendo á agena opinión, admitamos que la historia sea una fría cronología, en la cual deban marchar todos los sucesos derechamente para adquirir en todas partes á la vez igual importancia; porque alcánzasenos también que, sometida la humanidad á las mismas perturbaciones que el cuer po humano, la fiebre y la calma, la agitación y el reposo, obran alternativamente sobre cada parte del organismo, y no falta algún miembro ó algún órgano, que atrae hacia sí la vida de la historia y la atención pública. Esto habremos de conseguir á costa de exquisitas investigaciones, supliendo el afanoso celo y la constancia, el vacío del monumento y del libro.

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Aun cuando en algunos puntos, después de lo mucho que de ellos se ha escrito, sábese que nada se sabe, como ya se ha dicho acertadamente al tratarse del idioma éuscaro, no por eso hemos de desanimarnos y dejar de consultar hasta las piedras, con la esperanza de que no sea completamente infructuoso nuestro trabajo; pues ya que no profundicemos ninguno de los asuntos que afectan á la historia del país vasco, en todas sus manifestaciones, de todos hemos de ocuparnos, y quizá con algún provecho, aun dada la escasez de nuestras fuerzas, que no corre el tiempo en vano para el esclarecimiento de algunos ignorados ó desfigurados hechos.

II

Un distinguido bilbaíno (1), pretendiendo encerrar en la hoja de un álbum toda una historia, ha dicho:

Vemos en todas épocas al pueblo vascongado, ni independiente ni sujeto, con tales condiciones de sujeción é independen cia, que le pongan por completo en el caso de meras provincias ó señoríos subalternos, ni le coloquen tampoco en el más alto predicamento de las monarquías influyentes. Envuelve sus principios la oscuridad de los tiempos como la niebla sus montañas, y bien así como los rayos del sol la disuelven poco á poco mos. trando al cabo entre las flotantes nubes que se alejan las cumbres y los valles antes ocultados, de la misma manera va disi pando el tiempo la confusión y duda de nuestra historia para enseñar, sino soberbios alcázares y torres primorosas, sencillas viviendas y amenísimos lugares, donde se invoca á Dios con nombre no aprendido de pueblos conquistadores».

(1) D. Fidel de Sagarminaga.

Indudablemente que sólo el tiempo puede ir disipando la confusión y la duda de la historia del país vascongado, cuando hasta el mismo suelo era desconocido de los primeros historia. dores, y aun geógrafos. Ya fuera por aversión al pueblo éuscaro, como lo declaran los mismos escritores romanos, por la dificultad de la pronunciación de sus nombres y de los de las poblaciones, los cuales les latinizaban, ó por no tener un completo y exacto conocimiento del país y de los hechos de sus pobladores, la confusión, en efecto, no puede ser más grande.

III

Contemporáneos de la creación, testigos y compañeros de todos los cataclismos, son los eternos Pirineos, que cruzan el país vasco, y nosotros los cruzamos para visitarle.

No podemos comprender encerrados en un coche, y con vertiginosa velocidad conducidos, la imponente grandeza del trayecto que se recorre desde poco más allá de Salvatierrra hasta Irún, sin que prescindamos de la alegre llanada de Álava. La estrecha garganta de la Borunda por la que pasamos para ir á Alsasua; el circular paso de la divisoria de Otzaurte; los bellísimos panoramas que se extienden á nuestra vista cada vez que salimos de uno de los 26 túneles que horadan los Pirineos, sucediéndose estos túneles casi sin interrupción y habiéndolos como el de Oazurza, de cerca de 3 kilómetros; el viaducto de Ormaiztegui, verdadera obra de titanes, y serpenteando siempre el tren por entre elevados montes, cubiertos de verdor pe renne, y por encantadores valles sembrados de blancos caseríos, siguiendo las carreteras el tortuoso curso de los ríos, aparece todo á nuestra vista como un sueño fantástico, y se suceden, como en una linterna mágica, los más bellos cuadros. Y si á

la izquierda de Miranda tomamos el camino de Vizcaya, al ascender á la Peña de Orduña, rodeándola, para bajar á la ciudad vizcaína, hallándose el viajero casi al nivel del elevado Gorbea, á su frente domina los pintorescos valles que se van sucediendo sin interrupción hasta Bilbao, valles surcados por ríos, cercados de montañas y adornados con cascadas.

Por todas partes los Pirineos ó sus derivaciones; esas altas montañas que han tenido y no pueden menos de tener siempre grande importancia, no sólo en los límites de los Estados y de las provincias sino en las condiciones especiales de sus habitantes, por la naturaleza del suelo, por el clima, por la vegetación, por el gran papel que representan en las revoluciones políticas antiguas y modernas, aun cuando ellas no fueran hasta cierto punto las bases de la geografía física.

Esa elevada cadena que desde el cabo de Creus en Cataluña se extiende hasta el cabo de Finisterre en Galicia, en su parte oriental separa á Francia de España, y domina á Cataluña, Aragón y Navarra, formando los Pirineos propiamente dichos, atra. viesa la parte occidental las provincias vascas, y la septentrional Castilla la Vieja, Asturias y Galicia, teniendo como punto dominante el Monte de la Maladetta, que se eleva 3403 metros sobre el nivel del mar, poseyendo también su historia ó su tradición mitológica, que no carece de belleza. Así la refiere Moncaut (1):

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Hércules, ese titán humano, que parece servir de lazo de unión alegórico entre el trabajo de la Naturaleza primitiva y el primer esfuerzo civilizador del hombre, siguiendo sus peregrinaciones en el límite de España y de las Galias, encontró á la ninfa Pirene de la que estaba perdidamente apasionado. Observemos que esta ninfa acuática contiene como raíz de su nombre la palabra griega pur, puros, fuego... una ninfa de fuego; lo cual parecería extraño, si no hubiésemos hablado del foco cen

(1) Histoire des Pyrenées.

tral, trabajando bajo los mares para romper la corteza supe

rior.

Debía ser un espantoso y gigantesco amor el de este semidiós que recorría la tierra para exterminar los monstruos. En los mayores esplendores de su pasión, el objeto que la inspiraba desaparece por un suceso trágico... Al aspecto del ensangrentado cuerpo de su amante, Hércules prorrumpe en clamores y amenazas dignas del héroe cuya maza es como el rayo de Júpiter. La enterró llorando, y para erigirle un mausoleo que no le pudiesen destruir los hombres ni el tiempo, pone roca sobre roca, montaña sobre montaña y forma esas inmensas pirámides que denomina los Pirineos.-La ninfa del fuego, durmiendo bajo la cadena de montañas que le sirve de tumba, ¿no es la traducción poética, reducida á las proporciones de la mitología griega, del gran cataclismo del cual la geología nos ha revelado la razón y las leyes?»

Esa inmensa línea de 90 kilómetros que se eleva desde el Mediterráneo al Océano, no es solamente una solución providencial del sistema hidráulico para regar extensas comarcas de España y Francia, sino un santuario de independencia abierto á las razas oprimidas.

Y en efecto, como la historia enseña, casi todas las montañas han llenado á su vez esta misión: los Alpes á la voz de Guillermo Tell; el Olimpo y el Oeta amparando á los últimos griegos perseguidos por los turcomanos, y en nuestros días los Krapachs, el Cáucaso y el Atlas ofreciendo el mismo refugio á los polacos, á los georgianos y á los berberíes, débiles todos para resistir á los enemigos que les arrebatan ó turban su nacionalidad; pero este carácter protector de las montañas, en nin guna parte se presenta más permanente, más grandioso y rodeado de más heroísmo que en los Pirineos.

Es muy competente nuestra generación para dar testimonio de tales afirmaciones: si Francia y España, campo de batalla de tantos pueblos conquistadores, han visto en estas montañas

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