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Alberdi, lo siguiente: «Si Bolivar viviera hoy día, como hombre de alto espíritu, se guardaría bien de tener las ideas de 1824 respecto a Europa. Viendo que Isabel II nos ha reconocido la independencia de esa América que nos dió Isabel I hace tres siglos, lejos de temer a la España como a la enemiga de América, buscaría en ella su aliada natural, como lo es, en efecto, por otros intereses supremos que han sucedido a los de una dominación concluida por la fuerza de las cosas. Los peligros para las Repúblicas no están en Europa. Están en América: son el Brasil, de un lado, y los Estados Unidos, del otro». (1).

Algunos escritores americanos tienen a gala el denostar a España. Rechazan indignados la idea de que se les atribuyan las cualidades de nuestra raza. No quieren llevar en sus venas sangre española. El argentino Domingo F. Sarmiento, autor de la excelente obra Facundo ó Civilización y barbarie, tuvo el mal gusto de censurar con acritud las costumbres españolas en su libro Viajes por América, Europa y Africa. Contra Sarmiento escribió nuestro Martínez Villergas el folleto titulado Sarmenticidio, al cual sirve de preliminar composición poética que el inspirado vate había publicado en París el año 1853. En ella se lee lo siguiente:

Quemó Erostrato el templo de Diana,
Yusted, por vanagloria,

Maldice de su raza la memoria:

La misma animosidad contra España ha manifestado recientemente Fernando Ortiz, catedrático de la Universidad de la Habana, en su libro La Reconquista de América. Otros no les han seguido por el mismo camino en su enconada ojeriza a la madre Patria.

Por fortuna, creemos que no están en mayoría los escritores que piensan como Sarmiento y Ortiz. No pocos-aunque nosotros quisiéramos que fuese mayor el número-aprovechan cuantas ocasiones se les presentan para manifestar su cariño a España. Con singular complacencia hemos leído varias veces el siguiente párrafo del Sr. Riva Palacio, ministro de México en Madrid:

(1) Simón Bolivar, pág. 180. Madrid 1914

No se conserva memoria-dice-de otro pueblo que, como el español, sin desmembrar su territorio patrimonial y sin perder la existencia social y política, haya formado directamente diez y seis nacionalidades enteramente nuevas sobre la faz de la tierra, hoy ya emancipadas, y a la que legó sus costumbres, su idioma, su literatura, su altivez, su indomable patriotismo y el celo exagerado por su autonomía. Diez y seis nacionalidades que marchan todas por el camino del progreso, y que, reconociendo con su origen todas esas identidades, procuran estrechar cada día más sus relaciones, creando una virtud cívica hasta hoy desconocida, el patriotismo continental, que hace de cada americano como un hijo cualquiera de las otras Repúblicas; y quizá algún día la España, hija del antiguo mundo, podrá decir delante de esas diez y seis nacionalidades, como Cornelia la romana: «Tengo más orgullo en ser la madre de los Gracos, que la hija de Escipión el Africano» (1).

Entre los papeles de Manuel Araujo, electo presidente de la República de San Salvador en el año 1911, y fallecido en 1914, hallamos uno, en el cual se consigna este hermoso pensamiento:

«La obra afanosa de mi agitada vida va cumpliéndose. Bajo la égida protectora de Dios, mis flores, mis ensueños de progreso para la patria antigua y de libertad para mi pueblo amado, van siendo una hermosa realidad» (2).

Merece trasladarse también aquí lo que Alejandro Alvarado Quirós ha escrito al visitar el sepulcro de Colón en Sevilla. Dice así:

«Los pueblos de América deberían visitarlo en cruzadas como el más sagrado de sus cultos; tuvo para nosotros un resplandor celeste, una palabra profundamente religiosa, superior a las que el espíritu del gran guerrero, del artista y del santo nos dijeron al oído, y que sólo podría ser superada por la armonía inefable de nuestras creencias, evocadas ante la piedra tumular y el sepulcro abierto y luminoso de Jerusalén (3).

En La Nota, periódico de Buenos Aires, ha publicado úl

(1) Discurso leído por el general Riva Palacio en el Ateneo de Madrid el 18 de Enero de 1892, pág. 9.

(2) Véase Libro Araujo.- San Salvador, Imprenta Nacional, 1914.

(3) Bric-Brac-San José de Costa Rica.-Alsina, 1914.

timamente José Enrique Rodó un artículo donde, entre otras cosas dignas de nuestra gratitud, se lee este párrafo: «Cualesquiera que sean las modificaciones profundas que al núcleo de civilización heredado ha impuesto nuestra fuerza de asimilación y de progreso; cualesquiera que hayan de ser en el porvenir los desenvolvimientos originales de nuestra cultura, es indudable que nunca podríamos dejar de reconocer y confesar nuestra vinculación con aquel núcleo primero, sin perder la conciencia de una continuidad histórica y de un abolengo que no da solaz y linaje conocido en las tradiciones de la humanidad civilizada. »

De Blanco Fombona son las palabras que copiamos de la revista Renacimiento, de la Habana: «La holgazanería española, que es una de las frases hechas más injustas, labora minas en Bilbao, cultiva viñedos en la Mancha y Aragón, cría ganados en Andalucía y ejerce toda suerte de industrias en Cataluña y Valencia. En un momento de holgazanería española, echaron nuestros abuelos a los moros de la Península, descubrieron, conquistaron y colonizaron a América, y abriendo los brazos en Europa, con gesto heroico y magnífico, pusieron una mano sobre Flandes y sobre Nápoles la otra.»

A José Ingenieros, crítico argentino y autor, entre otras obras, de las intituladas Simulación en la lucha por la vida y Al margen de la ciencia, le colocamos entre los defensores de España, aunque otra cosa digan críticos suspicaces. De la Revista de Filosofia, de Buenos Aires, correspondiente al año de 1916, copiamos el siguiente párrafo de largo artículo:

Mi anhelo de español sería que en los libros de los niños de hoy-los españoles de mañana-se enseñara a venerar la memoria de un Isidoro, de un Lulio, de un Vives y de un Servet, en vez de seguir mintiendo las aventuras del Cidque vivió mucho tiempo con dinero de los moros-, las glorias de Carlos «Quinto» de Alemania-que nadie conoce por Carlos Primero» de España-, ni la fastuosa magnificencia de los siguientes Hapsburgos-que por la indigencia en que vivieron no fuéronle en zaga a ningún estudiante de novela picaresca.

Constituída una nueva moral, poniendo como ejemplo la tradición de sus pensadores y de sus filósofos, a España le sobrarán fuerzas para renacer; las hay en cada provincia o re

gión; muchas de ellas pujan ya en vuestra Cataluña intensa y expansiva.

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Entre los inspirados vates que mas han amado a España, citaremos a Rubén Darío. Recordamos aquellos versos:

No es Babilonia ni Ninive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas;

o aquellos de Chocano:

Y asi América dice: ¡Oh madre España!
Toma mi vida entera;

que yo te he dado el sol de mi montaña

v tú me has dado el sol de tu bandera,

o aquellos otros de Gómez Jaime;

Y a España, madre egregia que fecundó tu historia,
le ofrecerás tu sangre, le rendirás tu gloria;
y el triunfo de la raza le ofrendarás también;

o los de Andrade Coello:

Erguido quedará siempre, porque su cumbre tremola mi altiva enseña española que tu raza no arriará;

o, en fin, otros muchos inspirados en el mismo sentimiento hacia España.

Al querer-como poco antes se dijo-la unión de los pueblos hispano-europeos con los hispano-americanos, no deseamos de ningún modo la enemiga con los de raza anglo-sajona. Pruebas habremos de dar en el curso de nuestra obra, no sólo del respeto, sino de la admiración que sentimos por la gran República de los Estados Unidos del Norte de América.

Algunas veces hemos llegado a creer-y de ello estamos arrepentidos-que, para contrarrestar el imperialismo de los Estados Unidos, debieran confederarse todos los pueblos de raza española del Nuevo Continente y con ellos el lusitano americano, bajo la suprema dirección de los más poderosos (el Brasil, la Argentina, Chile, etc.)

De un artículo de Castelar copiamos lo siguiente: «Pero cuando la raza anglo-sajona pretende negar nuestra influencia en América, hacer suyo todo aquel mundo, turbar la paz de nuestras Repúblicas, acrecentar su poderío, à costa de nuestro mismo territorio, contar entre sus estrellas a Cuba; cuando esto suceda, fuerza es que todos los que de españoles nos preciamos, unamos nuestras inteligencias y nuestras fuerzas para no consentir tamaña degradación y estar fuertes y apercibidos en el día de los grandes peligros, de las amenazadoras desventuras» (1).

Aunque llegó el día tan temido, no se unieron nuestras inteligencias ni nuestras fuerzas, o mejor dicho, nuestras inteligencias y nuestras fuerzas fueron vencidas por el inmenso poder de los Estados Unidos. Con pena habremos de confesar que lo mismo América que Europa se alegraron para sus adentros de las desgracias de España.

Trasladaremos también a este lugar lo que ha escrito el académico Sr. Beltrán y Rózpide, recordando seguramente la destrucción de nuestras escuadras en Santiago de Cuba y en Cavite. «Si hoy los historiadores, dice, encuentran las raíces de la decadencia de España en los mismos días de Carlos I y de Felipe II, en los tiempos de Mac Kinley y Roosevelt habrán de investigar los historiadores del porvenir el remoto origen o causa primera de la disolución y ruina de los Estados Unidos del Norte de América» (2).

Ni paramos mientes, ni damos valor alguno a juicios más apasionados que justos de ilustrado escritor, cuyo libro ha sido publicado en estos mismos días. El autor es el agustino P. Teodoro Rodríguez, Rector de la Universidad de El Escorial, y el libro se intitula La civilización moderna.

«No vamos a estudiar-dice-aunque bien pudiéramos hacerlo, ciertos actos de carácter internacional, y por todos conocidos, suficientes para colocar a quien los realiza, sea persona individual o colectiva, entre los profesionales del bandidaje y de la piratería; nos referimos a la usurpación de España por los Estados Unidos de sus colonias Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Tampoco queremos estudiar, la Historia dará sobre ello su veredicto, la intervención extraoficial en las cuestiones de México y en la actual gran guerra europea, que

(1) La unión de España y América.

(2) Los pueblos hispano-americanos en el siglo XX, pág. 296. Madrid, 1904.

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