El arte de escribir en veinte lecciones

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El Librería Armand Colin, 1922 - 297 páginas
 

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Página 127 - Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Página 108 - Yo os quiero confesar, don Juan, primero que aquel blanco y carmín de doña Elvira no tiene de ella más, si bien se mira, que el haberle costado su dinero.
Página 55 - Cantemos al Señor, que en la llanura Venció del ancho mar al Trace fiero. Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra, Salud y gloria nuestra: Tú rompiste las fuerzas y la dura Frente de Faraón, feroz guerrero: Sus escogidos príncipes cubrieron Los abismos del mar, y descendieron Cual piedra en el profundo, y tu ira luego Los tragó como arista seca el fuego.
Página 141 - ... templo: de todo apenas quedan las señales. Del gimnasio y las termas regaladas leves vuelan cenizas desdichadas; las torres que desprecio al aire fueron a su gran pesadumbre se rindieron.
Página 62 - Daránnos con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los extendidos prados, aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas...
Página 253 - Muchas veces tomé la pluma para escribille y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla...
Página 126 - Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más astuto nacen canas. El que no las limare o las rompiere, ni el nombre de varón ha merecido, ni subir al honor que pretendiere.
Página 149 - Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad. el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto...
Página 101 - Que el vientre entonces bien disciplinado, buscó satisfacción y no hartura, y estaba la garganta sin pecado. Del mayor infanzón de aquella pura república de grandes hombres, era una vaca sustento y armadura. No había venido al gusto lisonjera la pimienta arrugada, ni del clavo la adulación fragante forastera. Carnero y vaca fué principio y cabo, y con rojos pimientos y ajos duros tan bien como el señor comió el esclavo.
Página 108 - Suspiro en la onda pura, Y lloro en la hoja seca. Yo ondulo con los átomos del humo que se eleva Y al cielo lento sube En espiral inmensa. Yo, en los dorados hilos Que los insectos cuelgan, Me mezclo entre los árboles En la ardorosa siesta.

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