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CARTA DÉCIMAQUINTA.

COPIA DE UNA CARTA DE ANDRÉS DE MENDOZA AL DUQUE DE BÉJAR, MARQUÉS DE GIBRALEON, CONDE DE BELALCÁZAR,

CABALLERO DEL INSIGNE

TUSON DE ORO.

I la hermosura de la naturaleza consiste en la variedad, no dejará de ser

Siste

agradable á vuestra excelencia esta carta, pues tan varias circunstancias la hermosean; y verá qué desigualdades descubren las operaciones de los hijos de los hombres, qué sin consistencia sus discursos, cuantos anhelan por la pretension, pensando terminar sus deseos, y lo que habia de ser límite dello, es causa de mayores incentivos, pues la voracidad del fuego, con aplicarle materia, levanta mayores llamas. ¡Cuántos han muerto á manos de pretensiones sin desengañarse!

¡Dichosos los que se saben desengañar! Buenos ejemplares se verán, si bien el hechizo de la Córte nos tiene en mortal letargo.

Su criado, Andrés de Mendoza.

A

PÉNAS habia cerrado la de diez y ocho de Noviembre (que el curioso

impresor, ó poco recatado secretario dió á la estampa), cuando ví en la calle Mayor al excelentísimo conde de Olivares, que, como Caballerizo mayor, salia en público á pasearla, y, por ser la primera vez, le acompañaron todos los oficiales mayores y menores; el primero Caballerizo y los demás pajes en cuerpo, en los caballos saltadores, y tan gran concurso de señores y pueblo como granjea su agrado.

Súpose de Italia, el haber nuestro señor dado á monseñor Barbarino, su nepote, Capelo, por cuya asumpcion, su Majestad mandó hacer luminarias y fiestas de noche, y fuéronlo grandes y de gusto. Y que murió en Sicilia, General de sus galeras, D. Octavio de Aragon, de la Real sangre de sus Reyes, hijo de la casa de Terranova; y en Madrid, los licenciados Gaspar de Vallejo y Márcos de Torres, de los Consejos Real y de las Indias; varones, si grandes en la inteligencia del derecho, mayores profesores de la virtud, merecedores de mayores puestos, de más dilata

das alabanzas, si á la envidia de los tiempos no les parecieran superticiosas, con que á los muertos ni lisonjear, ni tener podemos, pasiones con que se minoran ó crecen los méritos en los vivos. Y murieron, el obispo de Leon D. Juan de Molina, (en ochenta años, habia merecido su virtud y sciencia aún mayores dignades;) y en Sevilla, D. Pedro de Castro y Quiñones, su Arzobispo, de ciento y dos años, vírgen, segun fama universal y confesion suya, que siendo de virtud es más dificultosa que nuestra creencia, mas la virtud ha de ser pública cuando la intencion es oculta. Eterno estudiante, y más eterno velador de su grey; cuyas letras, calidad y caridad, no inclusa en límites de Oidor de Valladolid, Presidente de Granada y Valladolid, Arzobispo de Granada, donde le favoreció Dios descubiertamente, y electo de Santiago, que no quiso aceptar, subió al de Sevilla, que aceptó por obediencia al Pontífice con Breve particular. Fué Prelado treinta y siete años, ejemplo á los demas; envió diez y seis dias antes á hacer dejacion de su dignidad, y, aunque por culpa de sus criados se detuvo, llegó á tiempo. Gentil contera de tan buena espada.

Dióse á D. Juan de Hoces el Arzobispa

do de Tarragona, Prelado de los que deseó San Gregorio Magno en el pastoral, pues los buenos no solicitan ni admiten las dignidades, ántes las rehusan, y él, si grande en la aceptacion desta por la obediencia, mayor en la desestimacion de tantas; y, aunque la fortuna suele repartirse ciegamente, se corriera de no ver premiadas su virtud, letras y entereza. Y D. Fray Iñigo de Brizuela, considerando que no hermanaba su conciencia, Obispo y ausente de su esposa, como lo deben entender los buenos Obispos, renunció su Obispado de Segovia, porque demás del capítulo Per litteras de supplenda negligentia Prælatorum, de la Santidad de Honorio III, hay tantos textos y autoridades de los Padres, que el no ajustarse á ellas, si ya no impiedad es no creerlas, mala inteligencia es no seguirlas. Hízole su Majestad merced de tres mil ducados de pension en el Obispado, y seis mil en el Patriarcado de Indias, y quedó en la Córte para cosas de su servicio.

Súpose de Italia que D. Felipe de Eril, con las galeras de Sicilia, entró en el puerto de Biserta y quemó cuatro bajeles grandes redondos, y tomó cinco á vista de sus vecinos y defensores; en que mostró que el valor español tiene calidad de

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