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cio de la monarquia, puede decirse que se destruyó el antiguo, y sobre sus ruinas se levantó otro nuevo que fué la constitucion de 1812. Por desgracia, esta constitucion era imperfecta (1), porque

siguientes. En esta parte el favorito se lo encontró todo hecho por otros que sin ser designados en la historia con semejante titulo, administraron con la misma arbitrariedad que los favoritos. Se ha hecho mencion de este por haber sido el mas celebre de los tiempos modernos, el mas inmediato á nuestra epoca, y el que por más largo espacio conservó el favor esclusivo de sus reyes, mas no por haber sido el mas perjudicial á los intereses bien entendidos de su patria.

(1) Los defectos de la constitucion de Cadiz son de tanto bulto, que el indicarlos solo exigiria un capitulo tan largo como esta obrilla. Pero nuestro animo no es hacer el examen, ni mucho menos la critica de esta produccion de la necesidad. Baste saber que aun cuando se la quiera suponer la mas perfecta de todas, la sola circunstancia de ser casi una copia literal de la constitucion francesa de 1791, á pesar de lo que falsamente se asegura en el discurso preliminar, la quitaba el caracter nacional de que en vano quisieron revestirla sus autores. No, la constitucion de Cadiz no era una resureccion de las antiguas libertades de las monarquias Castellana y Aragonesa, sino un ensayo nuevo y peligroso de la mejor de las republicas, segun el verdadero sentido de la expresion de Lafayette. Aun en las mas demagogicas de entre estas ultimas, inclusa la francesa, se consideró siempre indispensable un poder conservador, que se interpusiese entre las exigencias del partido popular, y las tendencias al despotismo de que suele adolecer el poder ejecutivo. Pero en la constitucion de Cadiz, que se denominabá esencialmente monarquica, no se pensó siquiera en poner la menor traba al despotismo popular, pues aun el mismo consejo de estado tenia que tomar origen en la propuesta de las cortes.

no dejaba á la autoridad real la latitud que es necesaria para que sea reprimida la anarquia, y la representacion nacional no estaba en ella combinada de tal modo, que se pudiese sostener el equilibrio de los poderes respectivos.

por

El rey no quiso reconocer la constitucion, y declaró nulo lo obrado las cortes. Los pueblos aplaudieron esta medida, porque todo lo esperaban del rey, que era entonces su idolo, y al cual hacian interesante no solamente sus persecuciones, sus trabajos y su cautiverio, sino tambien el que sus infortunios tenian por autores á los mismos que habian causado las desgracias de la nacion. Pero no dejó de producir disgusto la prision de los diputados que mas se habian distinguido en las discusiones de la constitucion. Quizá aquellos hombres habian manifestado principios poco monarquicos, y quizá sus intenciones no eran buenas, mas esto no estaba claro, y en lo que no podia caber la menor duda era en que habian sido los mas firmes defensores de la independencia, y los que habian establecido por base de todas sus operaciones el principio de que Fernando VII era el rey de España (1).

(1) Si este escrito se hubiera publicado cuando se quiso dar á la prensa y no se permitió, que era en fines de 1825, nada añadirìamos respecto de los liberales de Cadiz, porque entonces se hallaban injustamente perseguidos. Pero en el dia no militan las mismas razones para dejar de decir que

Por otra parte habiendo quedado la nacion abandonada á si misma, y no pudiendo resistir á la opresion sino por medio de esfuerzos y de medidas extraordinarias, eran disculpables hasta cierto punto las opiniones que se habian manifestado, porque aun las mas exagerados, dando

pocos poquisimos de entre ellos contribuyeron eficazmente al buen exito de la guerra de la independencia, como ha querido persuadirse. Muchos acudieron á Cadiz en aquellos aciagos dias, pero rarisimó el que no fué conducido allí en busca de algun empleo futuro que le eximiese de servir activamente á la patria. Cadiz no fué durante los años de 1810, 11 y 12 sino una vasta antesala ministerial, donde se solicitaban y concedian todos los empleos de la monarquia, regada entonces con lo sangre de millones de Españoles, que ni estaban en Cadiz, ni se apellidaban liberales, ni pretendian una gratitud y una recompensa esclusiva. Estos sufrian, peleaban, y morian en silencio; aquellos gritaban, pretendian, sitiaban á los ministros, y conseguian al fin todas las plazas vacantes.

No es esto decir que algunas docenas de ellos no acudiesen á Cadiz con el mas puro y desinteresado deseo de substraerse á la dominacion enemiga y servir á la patria con sus consejos y ejemplo. Pero repetimos que estos fueron muy contados y que á su sombra se formó en seguida un tropel de benemeritos bastardos, tan insaciables en sus exigencias. como injustos en la parte que solicitaban de la gratitud real y nacional. Este tropel de vampiros fué quien mas contribuyó con su insolente lenguage á enagenar los animos de los Españoles contra este partido y á privar de protectores á los que inocentemente le habian dado el nombre. El gobierno hizo tan mal en mostrarse severo contra los que habian sobresalido en las cortes, como en recompensar á los que no probaron otro servicio que el de haber residido en Cadiz.

cierto impulso á los animos, contribuyeron tambien á que se desplegase mas energia contra los Franceses. Los que aconsejaron ál Rey que hiciese prender a varios diputados á cortes, y otras personas, debieron enterarle del verdadero estado de las cosas, y manifestarle que era muy conveniente dar muestras de que en todos los Españoles no veia el monarca mas que subditos fieles, que habian hecho los mayores sacrificios para restituirle al trono. Asi cumplia el Rey con lo que debia aun á los mismos constitucionales, por la parte que habian tenido en la derrota de los Franceses, y en su rescate, y no aparecia al frente de un partido que se formó en las cortes, y que se aprovechó del regreso de S. M. para perseguir encarnizadamente á los del bando opuesto.

Los pueblos, que para resistir á los Franceses, crearon ellos mismos autoridades, que no pocas veces se vieron en oposición las unas con las otras, y que en medio de la confusion y del desorden que agitaban la peninsula, se acostumbraron en gran parte á no obeceder sino al mas fuerte, habian quedado despues de la guerra en una especie de anarquia (1). Los partidos formados en las

(1) Cada provincia nombró una junta compuesta de individuos elegidos entre las diferentes clases del estado, á saber, la nobleza, el clero secular y regular, el comercio,

los propietarios. De modo que cada junta representaba una imagen en miniatura de las antiguas cortes por esta

cortes y sostenidos y propagados por los periodicos, y las doctrinas que esparcieron los Franceses en los pueblos que dominaron, habian sembrado no poca division en los animos. La España de 1814 no era la España de 1808, como se hizó créer al Rey, y el gobierno necesitaba tener mucha energia, y marchar con firmeza, siempre à un mismo obgeto, para reunir tantos elementos, y restablecer el orden. Mas las riendas del gobierno pasaron por tantas manos, que aun cuando hubiéran sido diestras, era imposible que los negocios dejasen de resentirse de tan repetidas mudanzas ; distaban tambien mucho de ser hombres de estado los que fueron llamados succesivamente al ministerio. Si se examina la larga lista de los que gobernaron la España desde mayo de 1814 hasta marzo de 1820, apenas se encontrarán en ella tres ó cuatro sujetos á proposito, para desempañar tan dificil encargo. El mismo ministro que firmó el decreto de 4 de mayo de 1814, en el que se declaraba nulo todo lo hecho por las cortes, fué arrojado poco despues de su puesto con ignomi

y

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mentos como que no se conservaba en España ninguna otra idea tradicional de representacion. Que de males se hubiéran evitado á la peninsula, si en lugar de adoptar las bases de la constitucion francesa de 1791, hubiéran los diputados de Cadiz formado sus cortes por el metodo conocido y reclamado por tantos hombres ilustrados! Inde mali labes.

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