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A mitad del siglo XIII figura entre las cuentas de los Reyes de Inglaterra la de pago á mensajeros reales llamados cokinus, nuncius ó garcios, dirigidos por un Jefe ó empleado superior.

Existen letras de particulares del siglo XV, y tal vez alguna del siglo XIV, que llevan endosos que prueban fueron conducidas por hombres y caballos mantenidos por el Gobierno (1).

Hacia 1650, en tiempo de Cromwell, se intentó por el Common Council, ó sea el Ayuntamiento de Londres, de organizar un nuevo sistema de Correos dos veces por semana. Este plan se llevó á efecto en Escocia; pero el Attorney General consiguió prontamente que el Consejo de Estado interviniese en el asunto y pusiese freno al Ayuntamiento que se inmiscuía así en los asuntos del Parlamento, y éste resolvió por un Acto que los cargos de Postmasters ó Administradores de Correos no pudieran dejar de estar bajo el poder y á la disposición del Parlamento, mandando dar traslado de esta disposición al Consejo de Estado para que no alegara ignorancia.

En su consecuencia, Cromwell confió, por acuerdo del Parlamento, el cargo de Postmaster-General ó Director de Correos á John Turloe, que hubo de prestar una fianza de diez mil libras.

La Restauración adoptó el sistema de arrendamiento por grandes sumas. El Obispo Henry fué el primero que contrató con el Rey Carlos II el arrendamiento del servicio postal en 21.500 libras, equivalentes á 537.500 pesetas.

Cúmplenos hacer referencia aquí de otro lejano país, del americano. Descubierto el Nuevo Mundo por el inmortal genovés en 1492; conquistado poco después el Perú por Pizarro y Méjico por Hernán Cortés, el Correo debía aparecer y organizarse allí, aunque en la forma limitada y deprimida impuesta por las ideas económicas de la colonización, que por otro lado sólo piensa en los primeros momentos en asegurar el dominio de la tierra descubierta, llenando las exigencias inmediatas de una lucha avasalladora y esforzada.

Natural fué que la guerra constante contra los indios y las discordias sangrientas entre los españoles mantuvieran durante largos años á la administración interior de las colonias sin participar de los adelantos propios de su tiempo. Se invade, se asedia, se destruye, pero no se administra ni se enseña y civiliza sino más tarde, por los

(1) Edward Edwards and W. B. Cooley. Post-Office. Encycloepedia Britan nica. Vol. XIX.

roces del dominio, la mezcla de las razas y la asimilación de la cultura.

El servicio de Correos se fundó en América bajo la regla invariable y despótica del monopolio que constituyó un privilegio particular y perjudicial, pues que abandonado á la voluntad y al esfuerzo del exclusivismo personal, no reúne las condiciones de una comunicación regular y ordenada.

En un principio, y una vez desaparecida la administración indígena, la correspondencia, que era escasa, pues se escribía poco y tan sólo en casos excepcionales, se conducía por enviados expresos, ó se confiaba á la buena voluntad de los viajeros, no faltando casos en que se hicieron esfuerzos para acabar con los correos, impidiéndoles realizar un servicio sistemático y normal.

Cuenta el Padre Guevara que Gonzalo de Abreu favoreció la destrucción de la ciudad de Jujuy porque esta población facilitaba la comunicación con el Perú, y adoptó las mayores precauciones para embarazar los caminos y evitar todo servicio epistolar, por temor de que se transmitieran informes al Virrey y á la Real Audiencia respecto del pésimo y criminal Gobierno que había inaugurado y ejercía en Tucumán (1).

Cuando Alonso de Alvarado tuvo noticias-dice Antonio Herrera de la supuesta sublevación de Martín de Robles, restableció entre el Callao y Cuzco el antiguo sistema de Postas por medio de chasquis para conocer rápidamente los movimientos de las fuerzas rebeldes.

La supresión de los Correos indígenas á Chile dejó en completo aislamiento tan codiciada región, célebre por sus riquezas minerales. El viaje de Valparaíso al Callao era de veinticinco á treinta días, á veces más largo, por los vientos reinantes.

El Padre Acosta dice: «Después que entraron los españoles en América se volvieron á emplear los chasquis en tiempo de alteraciones y con gran necesidad. El Virrey D. Martín Enríquez los puso ordinarios, á cuatro leguas, para llevar y traer despachos, que es cosa de grandísima importancia en aquel reino, aunque no corren con la velocidad de los antiguos, ni son tantos, y son bien pagados, y sirven como los ordinarios de España, dando los pliegos que llevan á cada cuatro ó cinco leguas. >>

(1) P. GUEVARA, Historia de la conquista del Río de la Plata.

En cuanto a las provincias de Tucumán y Río de la Plata, el servicio postal de Correos fijos no fué conocido hasta el siglo XVIII.

Las exigencias de aquel tiempo no reclamaron mayor progreso, que éste está en razón directa de las necesidades humanas; los difíciles y pesados medios de transporte bastaban á satisfacer las aspiraciones de una sociedad naciente. Además, los caminos destruídos por el abandono é interceptados con frecuencia, no ofrecían seguridad, y nadie osaba aventurarse en ellos sin disponer de recursos bastantes para garantizar la propia defensa. Así, de Buenos Aires á Santiago se tardaban veinte días, y á Lima cincuenta, por jornadas de ocho leguas. La correspondencia era generalmente confiada á la bondad de los viajeros, y cuando más á enviados ó mensajeros expresamente costeados por el común de vecinos.

Reuníanse varios comerciantes, resolvían el envío, abonaban los gastos de viaje de un correo ó conductor especial, y la persona á quien iba dirigido se encargaba de distribuir la correspondencia.

Los Correos así establecidos por la iniciativa particular, hacían el viaje á caballo, llevando generalmente consigo cuatro de muda para no exponerse á quedarse desmontados en el camino. El correo cabalgaba en uno, y los otros los hacía correr delante, atados juntos para que no se escapasen, é iba cabalgando ya en uno ya en otro para darles descanso. Cuando disponía de recursos ó de recomendaciones poderosas, cambiaba en las casas del tránsito los caballos cansados por otros de refresco. Dormía en la llanura ó en la montaña; se hospedaba, cuando podía, en alguna de las escasas poblaciones del trayecto, y de este modo atravesaba el correo las distancias, solo y desamparado, con bastante rapidez, pues de Buenos Aires á Córdoba-dice el P. Gervasoni-no empleaba más que cinco días.

Luego se organizó un servicio ordinario de correos por medio de carretas y arrias de mulas, cruzando paso á paso enormes extensiones y parándose en innumerables estaciones del tránsito.

He aquí cómo describe D. Ramón J. Cárcamo en su interesantisimo y ya citado libro Historia de los medios de comunicación y transporte en la República Argentina, estas carretas:

«Un tablado rectangular de amplias dimensiones, base de cuatro gruesas paredes de tejido de simbol ó tortora, cerradas en bóveda, formaba el cuerpo principal de la carreta colonial, equilibrada sobre un eje sostenido por dos grandes ruedas de madera. A los costados existían pequeñas ventanas de ventilación, y la superficie exterior

del techo hallábase revestida de cueros de buey. En la parte posterior se encontraba provista de llave la puerta de entrada, á que se ascendía por medio de una escalera portátil. En el extremo anterior estaba fijado el pértigo, que terminaba en yugo colocado transversalmente, donde los bueyes se uncían por medio de coyundas envueltas en las astas. El interior, donde desahogadamente podía estarse de pie, era destinado á los viajeros, el equipaje ó la carga. Un entarimado bajo, ancho y largo, servía de cama para una persona, y sentadas cómodamente podían caber seis, una frente á otra. Un nicho cóncavo, abierto únicamente delante y apenas suficiente para recibir á un hombre, constituía el pescante de este pesado y perezoso vehículo. El picador que lo dirigía iba encerrado allí, ó al aire libre, sentado en la extremidad del pértigo, en medio del yugo que sujetaba la cabeza de los bueyes tronqueros. Una caña tacuara, terminada en aguja, asegurada y suspendida en balanza, bajo el techo de la carreta, empleábase para dirigir los bueyes delanteros, unidos al pértigo por largas cuerdas y colocados de dos en fondo, en el número necesario, según el estado del camino, y á bastante distancia unos de otros, de manera que al atravesar algún río, bañado ó pantano, los delanteros ó los del tronco pisasen tierra firme, mientras los otros se hallaban empeñados en el mal paso. Una picanilla ó caña más corta y liviana, servía al carretero para guiar á los bueyes pertigueros. Debajo de la puerta de entrada y en la parte opuesta, un barrote de madera llamado muchacho, adherido á cada uno de los extremos del pértigo por medio de cuerdas, caía verticalmente, y cuando desprendían los bueyes, mantenía la carreta en equilibrio horizontal, asegurado por dos columnas de apoyo.

>> Este vehículo de transporte lo introdujeron en América los españoles, sufriendo las modificaciones impuestas por el objeto á que se aplicaba y los elementos de construcción de que disponía cada localidad. >>

Estas carretas, que empezaron á circular en el siglo XVI, ofrecían, por su construcción especial y su tamaño, relativa comodidad, y constituían el modo mejor y más seguro de transporte en aquel tiempo, sirviendo de amparo del sol y de la lluvia, de abrigo y defensa, de lugar de reposo, vagón de carga y fuerte de defensa.

En casos muy especiales se usaban sólo para transporte de personas, formando entonces una verdadera caravana, cuyos gastos sufragaban los comerciantes que la organizaban. En ese caso, los

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