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si les cerrais como hasta aquí lo haceis, las Oficinas de Correos, excluís á corazones amantes y á generosas afecciones de la posibilidad de comunicarse con su hogar, con sus parientes, con sus amigos. >>

El Gobierno comprendió al fin y cedió, y el porte uniforme de un penique fué introducido, entrando en vigor el 10 de Enero de 1840, fecha memorable para la Institución que nos ocupa y, ¿por qué no decirlo? para la humanidad.

Las pequeñas causas suelen producir grandes efectos.

La reforma inglesa de Rowland Hill, que constituye una verdadera revolución, tuvo, según se cuenta, el siguiente punto de partida.

Siendo Secretario de la Dirección de Correos, al atravesar una miserable aldea del Norte de Escocia, notó que una muchacha, después de contemplar con marcada atención cierta carta á ella dirigida, la devolvió sin abrir por carecer de la suma necesaria para abonar el porte. Condolióse Hill de tamaña pobreza y quiso pagar por la chica el valor del pliego, pero negóse ella con insistente tenacidad á recibir semejante favor de un desconocido. Hill, con la penetración que le era propia, creyó ver un misterio en aquella repulsa, y con maña hizo declarar á la mozuela, enrojecida de vergüenza, que aquel pliego era de su novio, que se hallaba en Londres, y que siendo ambos pobres y costando muy caras las cartas para Escocia, habían ideado el medio de tener noticias todas las semanas sin gasto de correo. Trazaban en el sobre escrito unos pequeños signos convencionales que ellos entendían, y así sabían uno de otro. El paquete ó pliego no contenía más que papel blanco.

Comprendió Rowland Hill la transcendencia de este abuso y los perjuicios que podía irrogar á la Administración postal, y esto fué lo que le sugirió la idea de la unidad del porte atendiendo al peso y no á la distancia, y la de la creación del timbre adhesivo ó sello que, abonado anticipadamente, evitaba casos análogos al que la anécdota refiere.

No sabemos si el profundo y poderoso cerebro de Rowland Hill presintió el partido que el mundo entero había de sacar de esos pedacillos de papel que sirven de pasaporte á nuestras cartas, ni si se imaginó al sello convertido en papel moneda que había de cotizarse á la par y ser empleado en pago de pequeñas cuentas entre diferentes ciudades, pero fué el creador del moderno sello de Correos, digan lo

que quieran algunos detractores de su genio que pretenden rebajar su gloria diciendo que no hizo sino copiar un sistema antiguo y caído en desuso.

Durante el período de la Restauración había publicado un Attorney de Yorck, llamado John Mill, un interesante folleto en el que daba cuenta de un plan de reformas, no implantadas por haber apaleado los soldados de Cromwell á los carteros que él había establecido para el servicio de la correspondencia en Inglaterra, Escocia é Irlanda, por un sistema mucho más económico que el hasta entonces en uso y práctica; teniendo que huir á uña de caballo para librarse de una muerte cierta.

Este curioso folleto fué el que principalmente sugirió á Rowland Hill-al decir de algunos-la idea de su reforma.

Rowland Hill, en su ya citado famoso folleto, publicado en 1837, recomendaba que para el interior de Inglaterra, Escocia y los Estados Unidos, el precio de las cartas, no excediendo su peso de media onza, fuese el de un penique, pues la baratura del precio sería compensada con el aumento de circulación de la correspondencia.

El empleo del sello lo mencionó, como medio, en las siguientes palabras: «Es posible que las dificultades puedan obviarse usando un pedacito de papel en donde podría estamparse un sello, cubierto en su respaldo ó reverso con un poco de cola, para que pueda pegarse en los sobres de las cartas.»

Esta proposición, tan nueva y asombrosa, fué la que excitó la opinión pública á un punto á que nunca había llegado en un país tan práctico como lo es Inglaterra, y en realidad no podía suceder otra cosa siendo la reforma tan beneficiosa para todos.

Rowland Hill fué destinado al Tesoro con el fin de que inspeccionase la introducción de su reforma, pero se vió obligado á retirarse cuando el Gobierno liberal presentó su dimisión en 1841, apoderándose del Poder Sir Robert Peel.

Desde este instante pudo Hill saber que podían muy bien pasarse sin sus servicios, y se retiró sin recompensa alguna.

En atención á los gastos que le habían ocasionado sus trabajos, y por haber merecido sus servicios el aprecio público de la Nación inglesa, le concedió el Parlamento una gratificación de 13.360 libras esterlinas.

Al volver los liberales al Gobierno en el año 1846, fué nombrado Secretario del Director general de Correos, y en 1854 primer Secre

tario ó Jefe de la Secretaría (Chief Secretary). En estos puestos hizo gala de gran talento y habilidad, siendo además un dechado de moralidad como administrador de la renta, y consiguiendo perfeccionar su plan completo de reformas de Correos que hoy han adoptado todas las Naciones, armonizando la baratura con el mejor servicio.

En 1860 fué recompensado por la Corona con el título de Sir (ca

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ballero); el Gobierno le nombró Comendador de la Orden del Baño, señalándole una pensión de 2.000 libras esterlinas anuales, y el Parlamento, para no ser menos, le votó un donativo de 20.000 libras (500.000 pesetas). La Sociedad de Artes le adjudicó la medalla de oro del príncipe Alberto. Con 5.000 duros de donativos hechos en sellos de Correos se le costeó en Birminghan una magnífica estatua de mármol de Carrara. Los miembros del Municipio de Londres le enviaron el preciado diploma de ciudadano de dicha capital, que es la distinción más grande y honorífica que se puede obtener en Inglaterra, que le fué remitida en una caja de oro en la cual compiten el valor del metal y de las piedras preciosas con los prodigios de arte que representan y simbolizan las cifras, blasones y

emblemas que la adornan. Por último, sus restos recibieron honrosa sepultura en la capilla de San Pablo de la Abadía de Westminster, al lado de los más preclaros varones, nobles caballeros y valientes capitanes de la libre y soberbia Inglaterra.

Rowland Hill, hijo de un pobre maestro de escuela, nació en Kidderminster el 3 de Diciembre de 1795, y falleció en su casa de Hampstead el 27 de Agosto de 1879.

En su más tierna infancia experimentó los rigores de la pobreza. Su juventud vino á deslizarse durante aquella época en que el terror que esparciera la Revolución francesa había hecho alejar en Inglaterra la causa de la libertad y detenido el progreso en su curso cual un torrente súbitamente sorprendido por repentina helada. Sin embargo, aun en los peores días del reinado de Jorge III y de Lord Eldon hubo hombres, pocos en verdad, pero entusiastas, que supieron contribuir, con el apoyo de la razón y la difusión de las luces, al porvenir de dicha y prosperidad en que confiaban.

Entre ellos figuraba Thomas Wright Hill y sus seis hijos varones, quienes tenían fe en el porvenir de regeneración, al que contribuían con todas sus fuerzas.

Rowland, siendo niño, leía repetidamente y sin cesar las historias de Miss Edgeworth dedicadas á la juventud, y su lectura dejaba en él profunda impresión. Así es-dice él mismo-que desde aquella época había decidido resueltamente dedicarse á alcanzar algo útil para sus semejantes.

Ya sabemos cómo realizó su intento.

No es posible dar una idea completa de los resultados de la obra de este hombre eminente. Baste recordar que todos los países civilizados del globo han adoptado su sistema y que las comunicaciones se han convertido en tan seguras, rápidas y económicas, que bien puede decirse que han desaparecido las distancias, convirtiéndose las Naciones y el género humano, gracias al grandioso invento de Rowland Hill, en una sola y única familia.

Esta gran reforma comenzó á aclimatarse en España en tiempos del Conde de San Luis, empezando por el sello de Correos voluntario, que luego se hizo forzoso para las cartas dobles en 1854, y se adoptó en absoluto para toda clase de correspondencia en 1856, dejando al propio tiempo la costumbre ó sistema antiguo de pagar el destinatario su correspondencia con un pequeño aumento sobre los precios marcados para el franqueo previo.

La Dirección General de Correos perdió entonces su derecho absoluto de administración, porque no teniendo en cuenta los productos considerables que el Correo rendía, ingresaban éstos en un Ministerio que ninguna relación directa tenía con el servicio de Correos, convertido en una renta de las más pingües para el Erario, y sin dedicar siquiera á su fomento y á su prosperidad algo, al menos, de lo mucho con que contribuía á las cargas del Estado.

Cuando el árbol de Correos empezaba á ser un poco frondoso —dijo no sé quién en uno de los Congresos postales, - vino el Ministro de Hacienda á aprovecharse de sus frutos, dejando al árbol seco.

La exagerada centralización administrativa fué causa de que las acertadas reformas de que dejamos hecho mérito no fueran tan efectiva y prácticamente provechosas para la Institución de Correos como debieron serlo.

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