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Alfonso e los sus ricos omes quando esto vieron con todo el poder la hueste començaron recurrir en derredor de la villa por embargar los muros-e fazerlos arancar por aver logar las naves de se salir en salvo-e asi lo fizieron.-Los moros se tovieron de todo en todo por quebrantados tanto que vieron la puente perdida.>>

Y el escritor que años después de acontecido, con tan sobria y mesurada pluma, refería el hecho, describía su teatro y sus menores accidentes, la fortaleza de trabes y cadenas que cerraba el río, las armas y cruda defensa de los moros, el pecho alentado y animoso de marineros y soldados cántabros, la incertidumbre del viento, la religiosa piedad del rey, la solicitada intervención del cielo, el rigor del choque, la rapidez del triunfo, y la decisiva importancia de la victoria, era, tal vez, uno de los canónigos (porque era colegiata ya) que regían la comunidad asilada en esta abadía. Ha sido parecer recibido entre analistas e historiógrafos que el libro de la Crónica general fué compuesto por Jofre de Loaysa, abad de Santander por los años de 12/2 (1); y otros atribuyeron al insigne Nuño Pérez de Monroy, que ocupaba la silla abacial entre 1309 y 1322, la docta y espinosa tarea de escoger y copilar las noticias y documentos destinados a servir para la ordenación de aquella historia (2).

La divisa del señor completó el escudo de la villa. Figuraban en sus sellos el abad y capítulo de San Emeterio, dos cabezas humanas (3), símbolo indudable de la tradición inmemo

(1) Véase el apéndice núm. 1.0

(2) Según el excelentísimo señor don Antonio Benavides en sus ilustraciones a la crónica de don Fernando IV, la opinión más probable en este particular es la del célebre analista de Aragón, Zurita, que da por autor de la Crónica a Fernán Sánchez de Tovar, llamado de Valladolid.

(3) ... "et los sellos eran fhos de esta guisa: O: et estaban en el uno dellos dos figuras de cabeças y una figura de mano por de suso que las santiguaba et en derredor de todo dicia: S. Capituli Santi Anderi, et en el otro sello estaba un tabnaclo., et de iusso del tabnaclo. estavan dos caveças figuradas y so las caveças una figura de ome qe tenia los inoyos fincados e las manos iuntadas como que faz orazion i tenia por delant vna figura de rossa y el tabnaclo tenia

rial que acreditaba a su iglesia la posesión de los cráneos de sus patronos los santos hermanos mártires Celedonio y Emeterio, que puestas en jefe, conforme al uso y prescripciones heráldicas, coronan el blasón y le distinguen del de las vecinas villas de la costa, que partícipes de la empresa de Sevilla, lo fueron también de su gloriosa y desinteresada recompensa (1). A Risco no le pareció suficiente prueba de la antiquísima posesión de estas reliquias el nombre de San Emeterio, que en los siglos medios llevó la abadía de Santander; se ayuda de Moral es, que trae, sin prueba suficiente, a tiempos coetáneos el hallazgo de ellas.

Reducida y pobre la iglesia de doña Berenguela, fué aumentada por uno de sus abades, elevado a la metropolitana de Burgos. Don Manuel Francisco de Navarrete Ladrón de Gue. vara, arzobispo de Burgos en 1705, que había regido aquella colegial desde 1693 hasta 1699, comenzó el ensanche y obra de la capilla mayor. Sus obreros acomodaron las formas dórico-latinas a la gallarda montea de la nave ojiva, al área estrecha del viejo ábside, ensanchada a expensas de la vecina fortaleza; y el presbiterio, realzado sobre tres gradas de finos mármoles, quedó separado por dos recios arcos torales del resto del edificio. Para cubrir la monótona desnudez del muro plano del fondo, le aplicaron un retablo de viciosa arquitectura, pero de grandiosas proporciones y ricamente dorado.

de la una parte una figura de castiello y de la otra parte una figura de leon i en derredor del sello dizia: S. Magistri Gaufridi abbatis S.ti Emetherij..."— Diploma núm. 7 del libro de Escrituras.-Constituciones hechas por el maestro Jofre de Loaysa, abad de Santander en la era de 1323 (A. C. 1285) (a).

(a) Las dos cabezas, armas de la abadía, estuvieron en el altar mayor de la Colegial antes de su reforma.-Hacían pareja con las de la villa (nave y torre), a ambos lados de la parte superior del retablo.-Cartas particulares del Obis. pado, siglo XVIII.

(1) San Vicente, Comillas, Laredo, Santoña y aun Castro, traen con unas u otras adiciones la divisa de su capital.-Si el erudito Risco hubiese tenido noticia de estos documentos, acaso le hubieran servido para no admitir sin examen el aserto de Morales, que supone en tiempos mucho más modernos el hallazgo de las reliquias, y su piadosa significación en cosas de la abadía y de la villa.-Esp. sagr., t. 33.

Un elevado zócalo, dos cuerpos partidos por esbeltas columnas corintias, un remate aligerado por dos ventanas gemelas, un gran relieve central, un grupo encima, cuatro imágenes colaterales, constituyen su ordenación sobria y bien entendida. La reciente corrupción del gusto hizo ondear las cornisas, cortar los remates o rizarlos en cartelas y brotar ligeras vegetaciones parásitas entre el fuste y la basa de las columnas, entre los cuerpos varios del arquitrabe, decorando los entrepaños de nieles y ramajes abiertos en hueco con más gracia que majestad adecuada al sitio.

En el intercolumnio central campea de alto relieve la Asunción de la Virgen, misterio titular de la iglesia; siéntese esta escultura del gusto de la época, que fundaba el equilibrio de la composición en la simetría de los grupos y figuras; pero es de mano diestra, dibujada con firmeza, estofada y pintada con delicadeza y suavidad. Más que obra de imaginero, parece obra de estatuario, concebida para ser labrada en mármoles; ofrece reminiscencias de estudios clásicos, apartándose de la tradicióu nacional tan viva y gloriosa en Castilla y Andalucía; manera mórbida y ligera, oportuna al asunto, como lo era la robusta y recia de Roldán y Montañés para las trágicas escenas de la Pasión.

Igual manera produjo las estatuas que en los intercolumnios laterales representan los gloriosos mártires patronos de la ciudad y su provincia, en traje militar romano, loriga de cuero, casco empenachado, coturno y clámide derribada a la espalda, permitiendo lucir la airosa proporción del busto y el perfil general de la figura.

Conforme a la tradición católica, rematan el retablo las tres figuras del Calvario; la escena en que se consuma la redención, y en que la palabra decisiva de Cristo liga con lazo indisoluble de dolor y agradecimiento los humanos destinos al herido amor de su madre.

¡Mísero de quien allí no respira auras de paz y de misericordia, de quien en el místico ambiente del templo empapado de los aromas del incienso y de la humedad de los sepulcros, ho

menajes de los vivos y memorias de los muertos, alimentado del aire de los suspiros, del vaho de las lágrimas, no se siente movido a perdonar y arrepentirse, a sollozar y gemir dentro de sí mismo! ¡Más mísero aún quien de aquella atmósfera que desahoga el pecho, eleva el corazón e inflama el espíritu, toma para sus entrañas no sé qué invisible germen de insaciables odios y ciegos rencores!

Vosotros los que os recostáis en esos plintos y columnas, y juzgáis impacientes y cansados el recinto estrecho, el culto pobre, opaca y discorde la voz de los sagrados cánticos, porque estáis en el abril de la vida, y el batir de alas de la imaginación os ensordece y soñáis con deslumbradoras esplendideces y pompa magnífica, pensad que nunca habéis de oir música que tan blandamente os hable al corazón, y le amanse en sus desvarios y altiveces y le levante de sus desfallecimientos.

La imagen de la augusta Señora, a cuyo tránsito glorioso está la iglesia consagrada, prevalece en su recinto, titula sus capillas, realza sus retablos, santifica sus aras. Adórala allí el ánima devota del cielo y de la patria, bajo tres gloriosas advocaciones, veneración honda y constante de los españoles: la de su Concepción Purísima, que aclaman patrona de su tierra, guía de su estado, consolación perpetua de aflicciones y miserias; la del Pilar del Ebro, tutela y escudo de independencia y honra, rodeado de sus firmes y leales aragoneses, pechos de pedernal, roca y fuego; la del Rosario, festejada por el santísimo pontífice Pío V, en agradecimiento y memoria de aquella victoria de las galeras españolas sobre la armada del turco en las aguas inmortales de Lepanto.

En otra parte tiende su simbólico escapulario, vestida del pardo buriel que abrigó el inflamado corazón de Santa Teresa, en otra muestra el yerto cadáver de su Hijo, asistida de ángeles, pero lacerada por aquel dolor sin igual que ofrece como ejemplo a quien afligido la contempla: videte si est dolor sicut dolor meus.

En los demás altares adora el pueblo a sus naturales patronos, al mártir del Calvario, al Salvador glorioso del mundo, al

apóstol pescador, hijo de las olas, natural protector de la gente marinera; y adórale en la hora de lágrimas, de contrición, en que, despierta a la voz del vigilante gallo su ruda conciencia le hiere con implacable dolor, dolor de su negación, su apostasía, su miedo.

También tiene allí altar el fervoroso mártir del sigilo confesional, y el glorioso paduano, objeto de ferviente culto femenino. Ninguna de estas capillas pertenece al primitivo plan de la obra; son construcciones greco-romanas de época decadente. Del altar de San Matías, por cuya inmediación penetramos subiendo del Cristo de abajo, hay que hacer mención más detenida. Porque el culto de ese apóstol, culto oficial en Santander, trae su origen de días en que la peste había hecho asiento en la villa, y apenas desaparecía por breves intervalos y amenazaba despoblarla. Es antiguo esto de la peste en Santander, porque entre las tradiciones de su fundación, hay una que asegura que la villa vino a ser fundada donde hoy se halla, porque de su asiento primitivo, más tierra adentro, fueron arrojados por la peste los habitantes.

Pero en 1503, agotados los auxilios y medios humanos, pensaron las corporaciones eclesiásticas y populares en impetrar del cielo un intercesor especial entre los apóstoles, cuyo amparo alejase el azote que sobre el pueblo incesantemente caía. «E luego tomaron doce candelas de cera, iguales por peso y medida, y encendida cada una de ellas en igual, e doctada e nombrada cada una a cada uno de los dichos doce apóstoles, e la que postrera quedase encendida que aquel apóstol a quien se había nombrado la tal candela aquel querían tomar e tomaban por su patrono e amparador, e defensor e guardador del dicho pueblo e de sus alquerías e vecindad, para ahora e para siempre jamás, para que la guarde de todo mal y en especial de pestilencia» (1). Y oída misa mayor por las autoridades y pueblo congregado, sucedió consumirse sucesivamente las velas y quedar postrera ardiendo la dedicada

(1) Véase el apéndice núm. 5.

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