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vechos ciertos aguardaba. ¡Quién acertó nunca con la opinión y gusto de sus convecinos!

Paseaba cierta tarde el hidalgo sus cavilaciones por el camino de Burgos, cuando vió llegar dos frailes de hábito extraño para él, y facha venerable. Se encontraron, y el más enjuto y joven de los forasteros saludó al hidalgo por su nombre, deseándole el favor del cielo. Lisonjeado por la novedad, cortés a medias y a medias curioso, incorporóse a los viandantes para guiar su entrada en la villa. Caminaban despacio y entretenidos; la conversación del fraile, persuasiva y fervorosa, inflamaba lentamente el sencillo corazón del hidalgo. Nacíanle gratas sospechas de que iba hablando con un siervo de Dios predilecto y bendito, y luego las trocó en certidumbre, cuando cercanos a las puertas de la villa el varón apostólico le dijo: «Estas tierras que os turban el sueño y acucian el ánimo, tienen empleo señalado por los designios de la Providencia; Dios las quiere para mansión de los pobres hijos de Asís, y envía a su siervo Francisco a poner la primera piedra de su casa.>> Hincóse el hidalgo a besar el hábito del santo, y ufano de la elección divina, cedió las tierras para fundación de la orden.

Singular vacio ocupa en las historias franciscanas el lugar del viaje del gran patriarca a España. Todas convienen en que peregrinó a Santiago de Compostela, y el cómputo de los años de su vida y empleo de cada uno de ellos, hace caer la jornada dentro de los de 1213 y 1214. No la mencionan aquellos tres compañeros, testigos perennes y leales de los dichos y hechos del santo, León de Viterbo, Rufino de Asís y Angel de Rieti, que dejaron escrita una Memoria expresiva y breve de todos sus actos (1). Sin embargo, la tradición constante y repetida se afirma con datos y pormenores suficientes para que el grave analista Wadingo admita como positiva y auténtica probanza.

El seráfico mendigo, el bienaventurado caballero de la pobreza, como se titulaba, cuando vuelto de sus vanidades hidalgas trocó martas y brocados por la áspera jerga, y el dorado (1) "Legende de San François d'Assise", par ses trois compagnons; manuscrit du XIII siècle publié par M. l'abbé Symon de Latreiche.

cingulo por la soga penitente, goza del prestigio común a todos los héroes populares. Cada región pretende haber sido teatro de sus milagros, todas quieren haberle visto y albergado, haber sido honradas con su elección para asiento o cuna de nueva comunidad, nueva familia. Testimonio, no tanto de piadosa vanidad cuanto del concepto universalmente adquirido de la prodigiosa actividad, incansable celo y eficaz propaganda del héroe.

Como al valor y al brazo de los paladines legendarios se atribuye el vencimiento de todo monstruo, la doma de toda fiera, el remedio de toda calamidad, a la insaciable caridad de Francisco se atribuye el establecimiento de su religión en toda región extrema, tempestuosa y fría, agria y estéril, inhospitalaria y ruda. Ley eterna de la gratitud humana, que paga todo beneficio con la perpetua memoria de su bienhechor; legado que las generaciones heredan y extienden, acrecentándole siempre, renovándole a menudo, invocándole en horas supremas, en momentos de tribulación; en los apuros de la patria, si el héroe no fué más que héroe; en los aprietos del corazón, si fué santo.

Patria y corazón han de vivir expuestos a dolores y miserias, y recaer en su yugo, por largas treguas que hayan de sosiego y de fortuna; por eso el nombre y culto de sus patronos en la historia y en el cielo, si a intervalos se entibia y decae, no perece ni se extingue nunca. Nadie se lo enseña a los niños, y éstos lo aprenden, y lo defienden, y lo aman, y lo invocan apenas su tierno pecho sufre la ponzoña del dolor primero, apenas siente lastimado ese amor áspero, violento al suelo nativo, que madruga en el alma harto más que la razón y el dis

curso.

Italia es tierra feraz, opulenta y jugosa, en que la planta hombre nace y crece más vigorosa y ruda, según decía su famoso Alfieri; madre de hijos insignes en virtud y en maldad, en gloria y en infamia, que sobrepujan al tiempo y perpetúan su nombre, alzándole a la más alta gloria o enlodeciéndole en criminal bajeza; preclaros ingenios, esclarecidos capitanes,

sublimes santos y torpes criminales o hediondos réprobos. Italiano y de Asís fué Juan Bernardone, a quien su padre, por amor que a lo francés tenía, y semejanza que entre el genial de aquellos naturales y el de su hijo creyó hallar, dió en apodar Francesco, apodo destinado a altísima fortuna y perenne nombradía.

Ya mozo, tentóle la vanidad un deseo loco de emular en gastos y rumbo a los hidalgos sus convecinos. Logrólo aina; la nobleza menuda de Asís era ociosa y pobre, mientras en casa de Francisco, casa de mercader aplicado y hacendoso, había caudales horros, nunca mejor empleados que en satisfacer sus veleidades de magnífico. Esto pensaba su madre, madre al fin, y que, nacida de estirpe noble, veía de buen grado las aficiones de su hijo, y no se hacía de rogar para sustentarlas.

Guerras y placeres eran la vida en aquella edad de la juventud hidalga en Italia; en guerras y placeres participó Francisco, obedeciendo siempre a las ansias infinitas de su pecho y sin verlas sacias nunca.

Así su imaginación ardiente comenzó a volverse a las cosas del cielo, a sentir la atracción de lo invisible y eterno, de lo inmaterial y permanente; la generosa grandeza de la Redención vino a labrar en su ánimo, la voz del mendigo cobró un eco extraño a sus oídos, y la efigie del Crucificado se animó a sus ojos con la vida dolorosa de una agonía sin remedio y sin fin; el pecador comenzó a sentir el dolor de las heridas del mártir, a oir sus quejas y sollozos: sincero y ferviente, había cedido a las disipaciones mundanas; sincero y ferviente se dejaba envolver y arrastrar por la seducción inefable del misterio.

Prendas de su alma habían sido la compasión y el desprendimiento, virtudes que llevan lejos, muy lejos, a la miseria y a la santidad. Por esto su primer paso en el nuevo camino por donde entraba, ciego de fervor y de esperanza, fué despojarse de sus bienes con provecho de sus semejantes; por eso halló quien le siguiera, quien le acompañara, quien imitase su abnegación. Esas virtudes son el numen del fundador evangélico, su iniciativa, su fortaleza y su prestigio; llaman el favor del poderoso,

la limosna del opulento, la personal consagración del pobre y del entusiasta.

Menores llamó Francisco a sus compañeros, y menores se llamaron sus discípulos luego que Inocencio III desde su silla apostólica ratificó y bendijo la nueva comunidad y la nueva regla; menores, porque Jesucristo había dicho a sus apóstoles: «Lo que hiciéseis alos menores de vuestros hermanos, lo habréis hecho a mí.» Los benedictinos le dan una iglesia suya, arruinada casi, tan pequeña y pobre, que en su lengua italiana la llamaba el pueblo Santa María de la Porciúncula, porque parcela o porcioncilla escasa de tierra era la que la iglesia ocupaba y le pertenecía. Y de tan humilde principio y de seis fervorosos que le asisten y obedecen, parte la orden mendicante a ocupar el mundo.

Rico de amor como era el corazón del patriarca, encerraba íntimo germen de poesía. Educado anticipadamente su entendimiento en la música y en la poesía caballeresca de los trovadores, puesto, por su vivir errante y mendigo, en comunicación constante con la naturaleza, y necesitado acaso de hablar otra lengua que la lengua de la razón y del discurso usada en sus predicaciones, de descansar de la lengua que persuade en la que exalta y conmueve, prorrumpía en aquel himno sublime, il cántico del Sole, en que acordándose del común origen de todo lo criado, llama hermanas a todas las criaturas, convidándolas a alabar y engrandecer al Señor. A su ejemplo riman y cantan sus compañeros y discípulos, el gran Buenaventura, su futuro historiador, Jacomino de Verona, uno de los precursores de Dante, y aquel Jacopone de Todi, autor de la elegía en que la cristiandad entera llora el dolor de María al pie de la cruz (1).

Y quizás la poesía franciscana y su hondo sentimiento de la

(1) Ozanam.-Les poetes franciscainsen Italie autreiziéme siécle.--Jacopone (o Santiago, familiarmente llamado con el aumentativo de su nombre) entró en la regla después de haber visto a su mujer muerta en el desplome de un tablado durante ciertos festejos públicos.-Compuso entre otras poesías el admirable

naturaleza influyen en el arte y hacen aparecer un nuevo elemento de composición, el paisaje, en tablas y frescos del décimotercero siglo, al renacer la pintura en manos de los prerafaelistas en Sena y en Florencia.

Es San Francisco de las figuras históricas que arrastran consigo y distraen de todo camino cuando se las encuentra. Continúa ejerciendo en los dominios de la imaginación su irresistible ascendiente. No es preciso para ello entrar en un templo como éste, espacioso y pobre, en cuyo piso lees todavía los números de las antiguas sepulturas; en cuyos machones miras el blasón elocuente de la orden, la cruz soberana patíbulo del hijo de Dios, y clavados en ella el brazo redentor y el brazo penitente, la desnudez divina y el cilicio humano, el sacrificio y la oración, y rojeando a sus pies la sangre, precio, llave y fruto del sin igual misterio.

Pero acaso bajo las anchas bóvedas, prendidos a las imágenes sacras, a las figuras de los escudos heráldicos, a las labores de los sepulcros de los antiguos caballeros, viven recuerdos que prestan viva luz al ambiente y hacen fulgurar la santa diadema del patriarca, que en lo más alto del retablo mayor tiende aún los brazos abiertos al cielo.

Los soles de la vida agostan el alma; pero en su tierra abrasada duerme inextinguible un germen que retoña y reverdece al calor de un afecto, al riego de una lágrima, y como no se olvida la manera de santiguarse, porque viene de enseñanza maternal, tampoco el lugar de la primera oración, de la primera misa, porque en ella acompañó la madre al hijo. En el umbral bendito dejan su carga las aldeanas, fiándola del mendigo que tiende la mano abierta a los fieles; cóbranla cuando salen, y subiéndola sobre la cabeza tornan a su faena; en el umbral bendito deja el alma sus tristezas humanas para entrar dentro

Stabat mater dolorosa y su pareja Stabat mater speciosa, elegía del calvario aquélla, cántico de la cuna éste, en que celebra el gozo de María madre en es tancias simétricas y concordantes; mas como nunca el gozo habla tan eficazmente al alma humana como el padecer, el Stabat mater speciosa no ha corrido entre las gentes, ni la Iglesia lo ha recibido entre sus himnos.

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