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de la iglesia como entraba antes de probarlas y conocerlas, alegre, desembarazada, señora de un horizonte breve pero sereno, tan limpio de penas, que para dar alimento a la sed de padecer, sello misterioso de nuestra raza, necesitaba afligirse con el padecer ajeno. No temáis; al umbral y a la salida hallaréis de nuevo, y no menguado en peso, vuestro fardaje.

En esta iglesia y en su capilla de San Luis, dice Jorge Brawn se verificaban las elecciones anuales de los magistrados de la villa. Los mejores linajes de ella, abusando de su poder, intervenían y violentaban la voluntad popular, o la menospreciaban y se sobreponían a ella cuando no iba conforme con la suya propia. Modos había de preparar el sufragio, concertando su aparente espontaneidad con el provecho de los ambiciosos e intrigantes; pero no siempre alcanzaban o se torcían antes de dar el prometido resultado, y entonces los desesperados no vacilaban en acudir a la violencia, violencia que alguna vez ensangrentó el atrio del templo y acaso los ámbitos sagrados.

Eran los antiguos bandos que, reducidos al recinto de poblado y ya despedidos de sus antiguas cabalgadas y rebatos, perpetuaban su división y odios, buscando la satisfacción de su vanidad en la humillación y derrota de sus contrarios.

Parece que un rey, Juan II quizás, quiso remediar el escándalo, y dió ciertas ordenanzas a la villa para la provisión de los cargos de su magistratura. Eran un modo de transacción y avenencia entre los linajes enemigos, para que de mutuo convenio alternasen en el regimiento y administración municipal. Mas sucedió que algunos de los linajes, bien avenido con la posesión de la autoridad, cuando fué cumplido su tiempo y llegó el de cederla al linaje rival, desentendióse de las ordenanzas y rehusó cumplirlas. Constituyóse entonces un estado de permanente discordia, más grave aún y más escandaloso que aquel al cual habían puesto término las ordenanzas de don Juan II.

Y los Reyes Católicos se vieron en el caso de proveer a su remedio, expidiendo en Madrid, a 30 de enero de 1498, una carta real en que ordenaron, hasta en sus menores detalles, el

modo de hacer las elecciones (i). ¿Fueron mejor obedecidos que su negligente padre? Es dudoso. En un proceso de mediados del siglo XVI hallo que en el primer tercio del siglo era cabeza del bando de los Giles Juan Ruiz de Escalante, el viejo, «el cual vivía en la Rúa mayor, e proveía la vara de la Hermandat, cuando cabía a su linaje en quien quería» (2). Prueba de que caída en desuso la provisión última, se había vuelto a las ordenanzas anteriores. Y a dos de mayo de 1560, el rey Felipe II, en Toledo, aprobó y confirmó, para que se restituyera a su ejercicio, la carta de los Reyes Católicos, sus bisabuelos.

Otro solar antiguo tuvo la orden francisca en la villa. Diósele en 1323 doña María de Guitarte, viuda de Gonzalo García de Santander, valeroso capitán de las naves de Alfonso X y Sancho IV (3). Huérfana de hijos y de esposo, y ricamente heredada, la piadosa hembra gastó su hacienda en labrar convento para las hijas del seráfico padre, dentro de los muros, arrimado a su ángulo nordeste entre las puertas de la Sierra y la que de su vecindad se llamó de Santa Clara (4).

Todavía cerca la clausura el ancho paredón, sobre cuyos altos adarves arraigan laureles e hinojos; todavía subsiste el ábside del siglo XIV, con su rasgado ventanaje, tapiado en días de guerras civiles, sus rudos estribos y toscas gárgolas, y queda parte del cenobio construída en menos remoto tiempo: en el siglo XVII, a juzgar por su arquitectura.

¡Pero cuál se asombraran sus pacíficas y antiguas morado(1) Véase el Apéndice núm. 4.

(2) Murió en la isla de Wight, volviendo de una expedición a Flandes con mando de una escuadra de catorce naos, mixta de mercancía y guerra. Uno de los testigos del proceso, Gonzalo Gutiérrez de Costarrío, dice que asistió a la exhumación de sus huesos, y los trajo en su nao a Santander, y las barbas en un pañizuelo.

(3) Gonzaga.-Obra citada.

(4) En algún papel viejo recuerdo haber leído de una puerta que se llamaba del Cubo, por uno que flanqueaba su entrada: acaso era ésta en tiempo anterior a la fundación del convento, o la de la Sierra. El convento de Santa Clara es apellidado real en varias provisiones reales de los últimos monarcas austriacos y de los primeros Borbones, disponiendo que en su iglesia reciban el hábito y sean armados caballeros los que entraban en las Ordenes militares.

ras si, restauradas por un momento en su retiro, oyeran el constante y bullicioso estrépito que hace retumbar sus ámbitos! ¡Y qué famosa ocasión para ejercitar su natural travieso y provocativo tendrían los estudiantes que dentro de ellos corren y vocean, si vieran parecer un día a las venerables madres, y asomar las graves tocas y luengos mantos, poniendo coto a sus juegos y atajo a sus diálogos y palabrería, pocas veces casta y ortodoxa!

Vacío el monasterio por la revolución, destinóse a colegio de segunda enseñanza con el nombre de Instituto Cántabro, Tenía entonces Santander varones de ánimo robusto, que pudieron con justicia aplicarse a sí propios la frase de un héroe de Lope de Vega:

En las guerras soy soldado

y en las paces regidor.

Metidos en los azares de una guerra civil y desastrosa; dudosos los destinos de la patria; sombrío el horizonte y preñado el cielo de siniestros presagios, pusiéronse en mientes llevar a cabo una fundación esencialmente pacífica, cimiento de más tranquilo vivir, centro de luminosa enseñanza, fuente de clara doctrina que, ahorrando a las madres el dolor, a los padres el dispendio de alejar en tierna edad a sus hijos, les dejaba el dulce peso de educarles el corazón, atendiendo a la vez al indispensable cultivo de su inteligencia.

Salían aquellos honrados ciudadanos de guardar la improvisada aspillera y entraban en el salón municipal. Dejaban el marcial entretenimiento de la táctica y su ejercicio para discutir la administración popular, y sin descalzar la militar espuela al regreso de aventuradas expediciones, preparaban y escogían los medios de realizar su intento, dando a su obra sólida trabazón y duradera vida.

Por uno y otro camino llegaron al término donde se compensan el desinterés y la perseverancia: la abnegación y el esfuerzo en el campo, la prudencia y la integridad en la gestión de los intereses comunes, se vieron premiadas con igual felicisi

mo éxito, y un mismo día celebraron los santanderinos la paz de Vergara y la inauguración de su Instituto.

¡Hermosa coincidencia!; soltar las armas y abrir las aulas; envainar la bayoneta, retirar el cañón amenazador de la angosta tronera y erigir la cátedra del magisterio; apagar la tea y encender la antorcha; tender la mano al enemigo y llevar juntos sus hijos a los bancos del estudio, donde no han de oir predicaciones de odios que enciendan la sangre y armen el brazo, sino principios benéficos y creadores; donde han de aprender las máximas de la moral para amarse, las leyes de la filosofía para conocerse, los misterios de la ciencia para penetrar la admirable máquina del mundo y comprender sus portentos, los ejemplos de la historia para honrar la patria, los encantos de las letras y las artes para estimar la grandeza del ingenio humano, respetarle como a centella de divino origen, como a consolación suprema de ruinas y dolores, como a prenda exclusiva de duración de los pueblos, pues la misericordia del cielo conserva y perpetúa sus obras cuando pasaron y se extinguieron sus leyes, sus armas, su poder, su gloria, y ya no pisa la tierra hombre que hable su lengua y en ella rece, discurra, blasfeme o gima.

Desde 1839, año de su inauguración, ha sido el instituto plantel donde las inteligencias cántabras, preparadas por una labor primera y rudimentaria, han sido nutridas de sustancia y modeladas para sus destinos ulteriores; allí se han iniciado y presentido las vocaciones de todos nuestros conterráneos de la generación actual; allí los que ahora ciñen espada sintieron el primer hervor del militar entusiasmo exaltados por las glorias de la falange, del tercio, de la guerrilla; allí los que guían naves por remotos y tempestuosos mares, vieron la primera luz de los rumbos del cielo en sus fijos luminares; allí los que velan con provechosa constancia en persecución de la fortuna, tuvieron la noción elemental de la economía y del cálculo; allí los que predican al pueblo desde la sagrada cátedra, los que amparan la justicia en el foro, sintieron el misterioso atractivo de la palabra; allí los que manejan pluma com

prendieron la áspera grandeza de esta obra excelente y viril, la cual exige de consuno idea, valor, inspiración y trabajo, según frase del más elegante de los modernos críticos franceses (1).

Allí, en fin, ha sentido, o siente, o sentirá las primeras e inefables caricias de la musa patria, el ingenio, que ha de hacer olvidar este libro mío (si alguna vez mi libro logra fama, siquiera en los estrechos horizontes de la tierra nativa), trazando en fiel y vigoroso retrato su imagen, inspirado por la voz íntima y constante que oye el buen hijo brotar doliente de las ruinas, de los recuerdos, del sepulcro sagrado de su madre olvidada u ofendida:

Exoriare aliquis nostris ex ossibus ultor (2).

V

LOS MUELLES.-LA BAHÍA.—ESCUADRAS Y FESTEJOS

No abusemos de tu paciencia, lector, que andará ya muy al cabo, así como tu aliento aridecido del seco polvo, o hastiado del vapor de moho que tantas piedras viejas despiden.

Vamos a lo que no envejece ni se muda, a lo que permanece y dura, aunque movible y fugitivo, según la expresión de nuestro Quevedo. Vamos al mar, azul y profundo, sonoro y undivago hoy, como lo era en los tiempos en que arrullaba aqui vastas soledades; al mar que vieron en el siglo v los Erulos o Normandos de que nos habla el viejo Idacio (3), igual que lo

(1) Jules Janin.

(2) Virgilio-Eneida-IV. v. 625.

(3) De Erulorum gente septem navibus in Lucensi litore aliquanti advecti... ad sedes propias redeuntes Cantabriarum, & Varduliarum loca maritima crudelissime deprædati sunt.-Idatii Chronicon.-A. C. 456.

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