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mar e llevar contra voluntad de los dichos concejos del dicho puerto con todos sus aparejos, segund e por la via e forma que ge se les llevaredes e tomaredes, et ficierades tomar e llevar, pues que avian dado fianças los dichos concejos en la d.cha n.tra corte de quatrocientos mil inrs.» (1).

Nos hemos dejado ir con la corriente, en la franca extensión de la palabra, y no es éste el camino que lleva el tren. El tren va luchando con la pendiente, tomando altura, franqueando las huertas de Vioño, pasando bajo el célebre santuario de Nuestra Señora de Valencia y tomando los floridos campos de Zurita. Desde su altura se domina la fresca vega de Renedo, Carandia y la entrada de Toranzo, donde principia a levantarse la niebla.

Esparcidas en esa vega, unas al aire abierto en los prados otras en las encrucijadas de los caminos, a la sombra de las cercas o de los árboles, están las cruces de un calvario.'

Un día de estío, atravesando la vega, hallé los crucifijos vestidos de plantas y flores silvestres. La pobre humanidad aplica humanos consuelos al dolor divino y corona las sienes de Cristo expirante con espadañas, símbolo del agua que restaña la sangre y refresca la herida y viste su martirizado cuerpo de amapolas adormecedoras del padecer y que embotan sus espinas. La pobre y sencilla fe de los aldeanos montañeses acaso quería además endulzar otros dolores y adormecer otras penas en la efigie del Crucificado, porque en aquellos días se había alzado en la capital española la voz blasfema de los incrédulos, a quienes no satisface el propio descreimiento si no va a herir y estremecer las creencias de otros más afortunados.

Es la impiedad fanática, y, como todo fanatismo, es ciega. No perdona a la conciencia ajena la libertad con que se busca otro juez excelso para sus actos, desengañada de la miseria y flaquezas de los jueces de la tierra; otro consuelo y amparo a sus dolores, persuadida de la ineficacia y tibieza de los con

(1) Papeles citados en poder de Cruzada Villaamil.

suelos mundanos. El impio desconoce la caridad, virtud por excelencia humana, piedra angular del concierto social, de la paz entre hermanos, del recíproco amor y la armonía; fáltanle generosidad, que es la caridad del instinto, y paciencia, que es la caridad de la reflexión, y habla a los creyentes como el desalmado que en presencia de niños y doncellas suelta de propósito su lengua disoluta, sin lástima de su candor y su inocencia.

Tal vez no está muy cierto de su impiedad si no ve sus efectos en las lágrimas y el horror de sus semejantes.

La sangre le espanta, pero le sonríe el lodo, y usa de él a manos llenas; no hiere en la carne, pero befa el espíritu; va a buscar en lo más hondo de un alma el ídolo de su fe, el símbolo augusto de sus creencias, y allí le escupe y le abofetea; no lleva a su prójimo al Calvario, pero le encierra en el Pretorio, y agota con él escarnios e ignominias.

Blasona de fuerte y no compadece ni perdona; presume de ánimo sereno y se ofende de la devoción que se postra en el templo, e invoca a Dios. Seduce a un flaco, gana a un cobarde, tornadizos que arrancará de su gremio, oculta u ostensiblemente la hora del supremo bien o de la suprema desgracia, y levanta un eco potente, universal, profundo de dolor y penitencia en el pueblo que rodea contrito y lloroso las aras de su culto.

¿No comprenderá nunca la grandeza del inocente que se castiga por el culpado, del justo que ora por quien le lastima, del mártir que se ofrece por quien ataraza su generoso pecho? ¿No verá nunca ese Dios patente en la tierra sublime de los montes y las aguas, claro y manifiesto al hombre de cuya frente pensativa cae cotidianamente sobre el surco el santo sudor del trabajo, y que para descansar de sus pensamientos y esperar en la fecundidad de sus sudores, ciñe de espadañas y amapolas el domingo las sienes de Cristo?

Ya el camino se engarganta y cierra a todo horizonte y lejana perspectiva. Y va corriendo por una sierra fragosa, descubriendo simas y frondosos bosques, hasta que saliendo a la

cima de Tanos, hace alto en la estación y descubre a sus pies la soberbia llanura de Torrelavega.

II

EL SOLAR DE LA VEGA

De este llano que nuestros ojos descubren, brota la vida en su expresión más lata, opulenta y magnífica; vida rica, juvenil, que late en el sano ambiente de las faenas campesinas, en el hervir inquieto de los establecimientos fabriles, en el fresco rumor de dos ríos que se juntan en medio de una apacible vega, en el tráfago de cuatro carreteras que se cruzan y se apartan, en el rumor de las arboledas, en el vaho de la mies, en el murmullo sordo, continuo, penetrante de la población campestre esparcida por honduras y laderas que, como el zumbido de las abejas desparramadas a libar en las flores de la espesura, indica la inmediación de una colmena, del centro activo en que se funde y junta el trabajo y caudal común para multiplicarse, y repartirse, y circular de nuevo alimentando necesidades, deseos, gustos, y aun caprichos de un dilatado pueblo.

Ese centro no se ve desde la altura; déjanle adivinar ia aguja de un campanario y los tejados de algunas casas, entre las cuales se esconde la torre que dió nombre a la villa.

En la vega que la dió apellido se mezclan el Saja y el Besaya; trae aquél sus venas madres de las sierras de Isar, de las altísimas cumbres de Sejos, donde saluda misteriosas piedras célticas, rudos menhires o fantásticos dólmenes, y viene ya cansado de hacer bien, de regar los valles de Cabuérniga, Cabezón y Reocín, y más cansado de oir disputas de historiadores y críticos, y no saber todavía a punto fijo si fué frontera de astures y cántabros, y se llamó Salia en días de Plinio, o Saunium en los de Pomponio Mela. Tampoco carece el otro de pretensiones clásicas, puesto que desde su origen ve el

monte de Aradillos, donde pasó la postrera y final batalla entre cántabros y romanos, pero le aventaja en conocimiento de cosas modernas, porque ha venido a lo largo de las hoces de Bárcena, de Iguña y de Buelna, admirand› la prodigiosa construcción de un ferrocarril, que parecía imposible, despeñándose en algunos sitios para desembarazarse de obstáculos y ver mejor el movimiento de las locomotoras, deteniéndose en otros a alborotar golpeando las peñas, en competencia con la voz estridente y dura del vapor y sin poder ahogarla.

Apenas juntos ambos ríos, van a pasar por Barreda. Guardando la barca que aquí salva la corriente, está un venerable solar, alzada su torre sobre un manso cerro, tendida delante una alfombra de hierba, erizado a su espalda un bosque de castaños, de esos castaños seculares cuyo tronco rugoso, informe, roído y averdugado tiene la fisonomía basta, rudimentaria, informe, gigantesca de las primeras formaciones del mundo, fósil vivo, piedra vegetativa, ceniza con jugos que brotan en verdes hojas y espesos erizos.

En esta casa paró San Francisco cuando cruzó la comarca peregrinando a Compostela; el aposento en que tuvo lecho el glorioso peregrino mudóse en oratorio, donde las generaciones sucesivas de los poseedores del solar han agradecido constantemente al cielo su favor divino y conservado piadosamente su memoria.

Poco más abajo ya la corriente lleva el peso de los barcos. harto aún para sus libres espaldas; por eso a intervalos los deja posar en seco arrimados a los muelles de Requejada, retirándose ella a descansar en lo más hondo de su lecho. Luego se retuerce entre promontorios de roca por una parte y playas de tupido junco por otra, y, en fin, haciendo puerto del perezoso Suances, que puesto en una altura, pasa su vida mirando al mediodía, sale al mar entre dos rocas, el Torco y la de Afuera.

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Tornando a subir, los montes de Mercadal, la sierra de Gan. zo, rodean y encintan la llanura. Mercadal parece revuelto y conmovido por un sacudimiento subterráneo; su suelo no tiene

el color natural de la tierra, de la roca presentada al sol, a la lluvia y al aire en la superficie del globo; es región minera, socavada y removida, cuyas entrañas roe y explora el hombre, codicioso del metal que esconden.

Por encima de Ganzo descúbrese un monte y su atalaya caída, Bispieres, a cuyo pie se esconde la vieja Santillana. Y entre la gola que dejan una y otra sierra, Torres la harinera, Puente San Miguel, Villa Presente, Cerrazo, pueblos que se escalonan sobre la pendiente del terreno hasta subir a San Esteban de Cildad, uno de los raros sitios que en esta tierra hidalga, pacífica y generosa tenían dramática y pavorosa fama.

Tal es el solar de la Vega. Tal es la cuna de uno de los pocos apellidos cuya histórica huella conserva el pueblo, y aplaude todavía en sus romances y en sus dramas (1). De aquí salió el primero de este linaje, a quien impacientaba sin duda el estrecho límite, a quien no satisfacían las pocas ocasiones de fama que podía hallar en su tierra, y fué a buscarlas más menudas y en más vasto teatro, en la ambulante corte o en la regia tienda de los monarcas castellanos, dándose a conocer con el apellido del lugar de donde venía. Ya en días de Don Alfonso VII, el emperador (2), se señalaba Diego Gómez de la Vega (3). Su hijo o nieto sería el valiente paladín, cuyo nombre calla la historia, el cual debía ganar nuevo y propio apellido que sustituir al patronímico, y añadir al de solar. Al cabo de una batalla, maltratado y rendido de pelear, jadeante y sin alientos, se presentaba ante la hueste cuya victoria había asegurado. «Lasso vienes-le dijo el rey-, lasso seas (4); y los Lassos de la Vega fueron tanto adelante, que corto tiem

(1) Anualmente se representa en Granada, para festejar el aniversario de su restauración (2 de Enero de 1492), el famoso drama cuyo héroe es un Garcilaso de la Vega, y lleva por título El Triunfo del Ave María.

(2) 1126-1157.

(3) Sandoval.-Descendencia de la casa de Mendoza.

(4) Era usado el vocablo dentro del siglo XII: "andaban lassos e llagados de ferir en los moros"-dice cierto pasaje de la Crónica general.

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