Imágenes de páginas
PDF
EPUB

calma y de indulgencia; porque, ¿has reparado, lector amigo, con qué gusto nos desquitamos en estos hospedajes breves y transitorios, de ciertas contradicciones que toleramos de buen grado y callandito en el hospedaje sedentario o en el domicilio propio? ¿No has advertido qué desahogadamente nos desembarazamos de la buena educación, aun los más presumidos de ella, y a pretexto de cosa pasajera y de poco momento, usamos con aquellos criados y gente menuda modos y lenguaje nunca usados con los nuestros?

Si la educación consiste en la constante vigilancia sobre sí mismo, para no hacer o decir cosa que hiera, moleste o perjudique al prójimo puesto en relaciones de trato con nosotros, se comprende que ese estado de perpetua centinela canse a veces y empezca, y que hombres de educación aprovechen todo punto de darse una tregua, un respiro, como se lo dan a su virtud ciertos virtuosos mal casados con ella, cuando, según familiarmente decimos, echan una cana al aire. En tales desahogos, unos y otros dan quince y raya al más pintado rufián, y sus extravíos de la pauta honrada parecen a las sandeces de los hombres de ingenio que se dejan atrás las más sonadas del sandio más acreditado.

Sea en casa de Fausta, excelente repostera, amén de lo dicho, sea en otra parte donde se albergue el bañista, si su dolencia le permite siquiera tanto paseo como al dogo su cadena, pronto repara en un cueto cónico, erguido a la derecha del camino, erizado de árgomas, que entre sus verdes abrojos dejan asomar los azulados muñones de la caliza. Aquel monte está hueco; abierta en el flanco, mirando al Norte, tiene una espaciosa brecha por donde se puede penetrar hasta sus entrañas y estas entrañas son una inmensa caverna partida en estancias de ámbito diferente, donde se oye sin descanso gotear el agua artífice de aquella arquitectura que en unas partes cava y en otras edifica. La vida compleja, múltiple de la corteza terrestre cesa allí, donde sólo permanece activa esa otra vida lenta, imperfecta, perezosa, inmensa en duración y en tiempo, que fué la vida de nuestro planeta en sus primeras edades. Dentro de

la insondable sombra de aquellas bóvedas labradas en un bloque, se ven destellar las cristalizaciones como astros de un cielo subterráneo, o surgir las amenazadoras agujas de la estalactita como cabezas de serpiente, cuyo cuerpo se arrolla en profundidades desconocidas, o sale al paso la efigie fantástica, monstruosa o mística de la estalagmita que crece y se transforma por siglos.

Como el tourismo no ha extendido hasta estos parajes su aparato teatral y su lucrativa farsa, se carece, para visitar la cueva, de guías declamadores y patéticos, armados, vestidos y calzados al intento, provistos de cordiales, escalas, sogas y románticas teas. Hay que procurarse para compañero algún muchacho, que nunca falta, más pagado de la honra de acompañar al señor que de la propina que le espera, y cargarle con un paquete de prosaicas velas de sebo, cerillas y ovillos de bramante. Este sabe el camino, ha entrado alguna vez al antro, y acaso afirma de buena fe que la pila de agua recogida en la piedra por la filtración constante, dentro de cuyo cristal sereno se ven con toda limpieza los guijarros caídos de la bóveda o arrojados por el curioso, no tiene fondo. Pero desconoce toda precaución pavorosa, inútil, de estas inventadas para deleite y emoción de audaces ladies y misses. Nunca le ocurrió, ni le aconsejaron, tomar actitudes cómicas, hacer gestos y dirigir al peñasco miradas singulares; elegir determinados sitios para descanso, y lugar donde arrimar el palo, donde encender fuego, hacer señales, consultar indicios, referir casos trágicos o cómicos; ni asomar la antorcha encendida a ciertas cavidades, para prevenir influencias deletéreas de los gases esparcidos dentro, o disparar pistoletazos a boca de las estancias para precipitar el desprendimiento de fragmentos inseguros que pudieran amagar la cabeza de los que entrasen luego; ni ofrecer su brazo o su hombro en ciertos pasos ponderados de peligrosos y resbaladizos, y que la imaginación del viajero encuentra efectivamente resbaladizos y difíciles, cuando todo es imputación calumniosa.

Pero a trueque de estos dramáticos primores tan gratos de

de Favila, una imagen de la Virgen se apareció en estos sitios a Ovechio u Oveco, capitán de los cántabros, el cual, en memoria del suceso, fundó un hospital en los mismos lugares.

En el siglo XVI, la orden dominica, tomando por su cuenta el abandonado territorio de la montaña, intentó varias fundaciones, y una de ellas en este ya santificado sitio, según refiere su historiador Fray Juan López, obispo de Monópoli (1); mas no llegó por entonces realizarse el pensamiento. Luego se establecieron los franciscos con devoción general de la comarca, que aun acude a celebrar en la iglesia y su espacioso atrio el célebre jubileo anual de la Porciúncula.

Iruz y Corvera se miran de una a otra ribera, aquél inmediato al monasterio, éste atravesado por la carretera que más allá de su recinto serpea en cuesta a dominar las mieses.-El libro de las Behetrías dice que en Corvera estaba el cillero del rey, esto es, la casa o aposento en que se recogía y guardaba la cilla, tributo diezmal que pagaban en grano los pueblos.— Cillero del Rey se llamaba San Andrés de Prases, y uno y otro nombre prevalecen en dos barriadas, Cillero y Prases, señaladas por dos santuarios. Blanquea el uno dentro de una sierra verde; el otro, a la vera del camino, da refugio bajo el techo de su pórtico al trajinero sorprendido por la lluvia o agobiado por el calor.

Desde allí, cruzando los ojos el río, descubren en terreno quebrado y espeso la iglesia de Villasevil, puesta sobre alto terraplén vestido de sillería.

Cierto episodio útil al novelador y de fácil empleo entre los que su imaginación le brinde, recordaban el terraplén, el pretil y la calleja a sus pies hundida, a un viejo que gustaba de referirle.-Una noche tempestuosa y cruda de principios del siglo, un jinete llevado en alas de amorosa impaciencia, y en lomos de un bravo potro, cegados los ojos del jinete por el viento, la lluvia y las tinieblas, ocupado su espíritu de más

(1) Historia general de la Orden de Santo Domingo, 4.a parte, lib. III, capí tulo 55.

vivos cuidados que el cuidado de conservar su vida, embotado el instinto del bruto por las eléctricas emanaciones de la tormenta, ganan descaminados el borde del precipicio y saltan, o mejor caen en su fondo a impulso del desesperado galope; el cadáver del potro queda allí embazando la trocha, y el mancebo herido, roto, deslumbrado, convulso, sangriento, vivo por milagro de la Providencia guardadora de los intrépidos, llega tarde, pero llega a la cita.

Los sollozos y lágrimas, las explosiones de dolor y de alegría, las ternezas y delirios que pagaron aquella noche temerosa, los riesgos corridos y la leal constancia del caballero, los hallará el novelador en su memoria si no está olvidado de sus veinte años.

En las arboledas de Villasevil (1) acampaba y en los lugares de sus contornos se hospedaban la escolta y acompañamiento de dos comitivas reales que se habían encontrado aquí al mediar el mes de marzo de 1497. En la una, venía aquel príncipe don Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, despojado por temprana muerte de la gloria y del poder de heredarlos; en la otra, la princesa de Austria Margarita, hermana de don Felipe el Hermoso, destinada a esposa del príncipe don Juan. Había desembarcado la princesa en Santander, venía de la culta y fastuosa corte de Borgoña, y traía consigo los primeros carruajes de lujo y de paseo que se vieron en España, según afirma Gonzalo Fernández de Oviedo (2).

<<Fizose el desposorio en Villasevil, cabe Santander-dice el doctor Toledo, médico de la Reina Católica (3) —, por mano

(1) Villa de Fuente-sevir en el siglo xi, según una donación que cita Flórez. Esp. Sagr., tomo XXVI.

(2) <... a causa de la comunicacion con Flandes, ay muchas literas, e ovo un tiempo carros de quatro cavallos e quatro ruedas cada uno, que truxo a Castilla la princesa Madama Margarita, mi señora, en que algunas vezes, con algunas de sus damas, salia al campo; pero como esos no los podian sostener sino personas de estado e en tierra llana, e su alteza despues que enbiudó se volvió a Flandes, zesaron tales carros.>-Libro de la Cámara real del Príncipe don Juan: segunda parte, capítulo del Caballerizo de las andas.

(3) Cronicón de Valladolid.-1497.-Marzo-Publicado en los documentos inéditos para la Historia de España, tomo XII.

del Patriarca de Alejandría y Arzobispo de Sevilla don Diego Hurtado de Mendoza.» Y fué poco venturoso, porque en octubre del mismo año fallecía el desposado; su hijo póstumo don Miguel pasaba de la infancia a la huesa, y extinguida la línea masculina de las dinastías españolas, entraba la austriaca en cabeza del marido de doña Juana la Loca a regir el vasto imperio de ambos mundos.

De la agitación, ruido y fausto que aquí desenvolvía el acto y la grande aglomeración de gentes, da corta idea la feria que se celebra en 28 de agosto, día de San Agustín, donde acude lo mejor del valle y sus comarcanos en riqueza, alcuña, gusto y hermosura.

III

LOS VILLEGAS.-CAMPIÑA.-ONTANEDA

Junto a Villasevil, Santiurde: de su antiguo nombre San Jorge (1), conserva rastro en la advocación de su parroquial. Al amparo del bienaventurado caballero, propio patrón de hidalgos belicosos, al cual el cristiano Don Quijote reputaba <uno de los mejores de la milicia divina», tenían en Santiurde sus concejos y asamblea los procuradores del valle. Centro de vida política del cual salían acuerdos de servicios al rey, demandas en querella de sus merinos y corregidores, mensajes de paz o provocaciones altivas a los valles y señores vecinos.

No está lejos Acereda, solar antiguo de los Villegas, enemigos perpetuos de los Manriques, y émulos de su dominación en el valle. Raza de audaces que ya en el siglo XIV daba adelantados a Castilla (2), y mantuvo siempre vástagos suyos en

(1) Era monasterio con este título.-Flórez, tomo XXVI.-Obispos de Burgos.

(2) Pedro Ruiz de Villegas, adelantado mayor de Castilla, figura en la crónica de don Alfonso onceno, con otros de su apellido, caballeros de la Banda.— Figuran asimismo con encomiendas y hábitos en las crónicas de las Órdenes militares.

« AnteriorContinuar »