Imágenes de páginas
PDF
EPUB

servicio inmediato de los reyes desde los principios de la monarquía castellana. Mas no de reales donaciones, sino de inmemorial herencia o adquiridos por mano propia, poseía en Toranzo vastos solares y tierras. Suyos eran la torre y palacio del Coterón, en Villasevil; las casas de Castil-Pedroso, encaramadas en la sierra que separa a Buelna y Toranzo, en las que persevera el apellido, y la fortaleza de Acereda, que papeles de la casa pintan rodeada de muros, fosos y barbacanas (1).

En Acereda mantenían soldados y monteros, con grande aparato de perros y halcones, que eran los Villegas, a ley de altos señores, aficionados a volar una garza en el llano, a acosar un jabalí en los vecinos acebales y lastreras de Rugómez; y regaba sus parques un arroyo, de nombre rico en sonoridad y colorido, Platarollera, del cual apenas queda un eco lejano en el de Mataruyera, con que hoy corren sus aguas tan limpias, tan melodiosas, tan plateadas como en tiempos de mayor poesía.

Y tan duros contrarios eran, que, para vencerlos, otro Garci Fernández, nieto del primer conde de Castañeda, heredero de sus estados y casa engrandecidos con el marquesado de Aguilar, hubo de meter por sus tierras una hueste ordenada de cinco mil hombres de a pie y de a caballo. No dicen las memorias coetáneas si fué breve o larga la campaña, mas de cierto fué rigorosa; los pueblos inmediatos vieron arder la torre de-Acereda, arruinarse hasta el cimiento, y quedar exterminado para no recobrarse nunca aquel temible nido de gavilanes (2).

Esto pasaba, años más o menos, hacia 1480: reinaban poco había los Reyes Católicos, y ocupados en asegurar su solio y prevenirse a empresas exteriores, toleraban a sus grandes

(1) El foso y contrafoso distinguían entre las casas solariegas las infanzonas, o sea aquellas cuyos fundadores se suponían oriundos de estirpe regia.— Cossío y Celis.- Historia de Cantabria.

(2) Declaraciones de testigos en el Pleito de los Valles.

ciertas justicias expeditivas y de mano propia. Todavía la fuerza mayor era decisiva autoridad en las contiendas; no habían tenido espacio ni reposo para fundar aquel ideal de equidad austera, según la cual, al decir del ingenuo cura Bernáldez, «los pobrecillos se ponían en justicia con los caballeros, e la alcanzaban».

Si haces a pie la caminata, y eres, lector, de los que gustan trabar conversación con quien pueda ponerte en cuentos de los lugares que recorres, de algún torancés aprenderás cónio trocada la índole de los tiempos, cambian también el uso de las cosas y su valor y aprecio; cómo se mudan en ocasión de escarnio, de zumba y remoquetes las que lo fueron de temor o de respeto. De la fortaleza natural de Acereda, de su asiento roquero, se burlan los pueblos de uno a otro extremo del valle, con decir que los piamonteses ambulantes no suben a restañar las calderas, faltos de suelo blando en que hincar la bigornia.

En Borleña las lustrosas paseras brindaban en otro tiempo a cruzar el río y descansar a la sombra de un fresco alisal, que el Pas ha devorado; manadas de patos ocupan el paso, ya meciéndose en las anchas ondulaciones del remanso, ya dormidos sobre la grama, o atusándose su plumaje.

Villegar, en cambio, como un atezado hijo del Mediodía, se recuesta al sol, despojado de árboles, rico de praderas y maíces, que extiende y encumbra hasta el monte, como un mercader oriental que hace muestra ostentosa de sus matizadas alfombras y perfumadas telas.

Son las praderas de la montaña, verdadera bendición de Dios, patente siempre a los ojos del aldeano, como una alegría inmortal del cielo, esparciendo en los aires su inagotable fragancia, riendo a los ojos con los infinitos matices de sus flores, rojas amapolas de mayo, amarillos ranúnculos de junio, azules borrajas de agosto; blancas margaritas, cuyas estrellas de espuma no se apagan cuando el inquieto mar del heno crecido ahoga y sume sus rastreros tallos, ni cuando el hielo invernizo que parece cuajar toda savia, suspender la vida en

troncos y tallos, es impotente contra los vivaces retoños de la pradera.

Esos henares, poblados de murmullos, zumbidos y aleteos vivero de mariposas, nido de alondras, en cuya blanda espalda se pintan las ráfagas de viento abatiéndola a su paso, se despliegan en la inmensa onda del valle de una a otra ladera, desde el cueto pronunciado de Castillo-Pedroso, hasta las fronteras cumbres de Posadorio encima de Bejorís.

En tiempo de siega, la aldea entera se traslada a trabajar en ellos. A sombra de los avellanos se establece el hogar: alli duerme el niño en pañales, guardado por el perro, mecido por el agudo pío del fraile gris, esquivo morador del cerrado arbusto, mientras la familia entera participa de la faena: los varones adultos, armados de guadañas lucientes, colodra al cinto, derriban con mano segura la yerba; mujeres y chicos con horquillas y palos la vuelcan y la esponjan para que sea curada por el sol y el aire.

Entonces por todas partes se oye el seco crujir del acero que hiere las fibras vegetales, el martilleo con que el aldeano iguala las quiebras del dalle, el estridor de la pizarra con que acicala su filo, y el agreste cantar de las carretas, stridentia plaustra, de Virgilio, de voz tan áspera y construcción tan tosca en sus ruedas y macizos ejes, como en los días del geórgico poeta (1).

Y, sin embargo, ese rechinar del carro tan desapacible para oídos urbanos, tiene expresión y melodía para los campesinos. Lo reconoce el viejo reducido por la edad a guardar la casa; y se adelanta perezosamente a abrir las dos hojas del portón,

(1) Plaustium, ab eo quod nom ut in his quæ supra dixi vehiculum, sed ex omni parte palam est quæ in eo vehuntur, quod perlucent, ut lapides, asseres, tignun.-Varrón: De lingua latina, V, 140.

Ergo aegre rastris terram rimantur, et ipsis Unguibus infodiunt fruges, montisque per altos Contenta cervice trahunt stridentia plaustra.-Virgilio: Georgicon, L, III, V. 534-536.

Ruris opes parvæ, pecus, et stridentia plaustra.-- Ovidio: Tristes, 3, 10, 59. Ecce ego stridebo subter vos, sicut stridet plaustrum onustum fœno.Amós, II, 13.

para que entre en el corral la triunfadora carga coronada de un fresco gajo de juguetones chicuelos. Lo reconoce la zagala, y siente parársele los brazos, y que se le van los ojos temerosa y ufana hacia el paraje adonde los llama el sonido, y procura por los claros de los setos o las casas descubrir al mozo que guía la pareja.

De Villegar se baja a San Vicente, lugar más considerable, dominado por la torre polígona de su iglesia, alegrado por blancas quintas con ventanaje verde, verjas y jardines. Donde se levanta una de las más aparentes, a la derecha y algo desviada del camino, se levantó la torre de lɔs Manriques, la enemiga victoriosa de la torre de Acereda. Yo me acuerdo de ella: era cuadrada y maciza, con angostas troneras, y tenía guarnición de soldados; fortificaciones de campaña la rodeaban con foso y parapeto; ciudadela erigida durante la guerra civil contra partidas y merodeadores, convertida en amparo del valle después de haber sido su yugo y su espanto, a semejanza de los grandes pecadores, vueltos a Dios, a la caridad, cuando se les acerca la muerte. De ella no queda otro recuerdo que el grabado en alguna imaginación infantil por su aspecto vetusto y sombrío, por el aparato bélico que la cercaba y el pintoresco contraste de su traza y fortaleza antigua con los fusiles y bayonetas empleados ahora en su custodia y defensa.

Un marqués de Aguilar, descendiente de los Garci-Fernández nombrados, llegaba a las puertas de esa torre cierto día del mes de agosto de 1697. Acompañábanle criados de su casa, hidalgos y labradores; y como sin duda la hora convidaba a gozar del fresco de la tarde, apeado del caballo, sentóse en el banco a umbrales de su solar.

En su cortejo parecían sus gentileshombres y servidumbre irritados y recelosos, los toranceses cabizbajos y pensativos, mientras al rostro del marqués salían indicios del mal reprimido despecho. Venía el cortejo de las juntas habidas en el acostumbrado sitio, Santiurde, en las que, engañando esperanzas del marqués, los procuradores del valle habían resistido a sus actos de prepotencia, condenando ciertas prisiones y ma

los tratamientos ejecutados por oficiales suyos en defensores de las inmunidades y derechos de la tierra, rehusando perseguir a los naturales acusados de haber aliviado los padecimientos de los presos y contribuído a libertarlos.

Eran las eternas diferencias entre el valle y su pretendido señor; impaciente aquél y esquivo a autoridad que no había reconocido, perseverante éste en el propósito tradicional de su casa, de poseer, además de las rentas, jurisdicción civil y criminal, alta y baja, y mero mixto imperio, como entonces se escribía en autos.

Mas no eran ya los tiempos de los impetuosos fundadores de su señorío; habíanse amansado las costumbres; mas por desgracia, a la vez los bríos de raza desmayaban en todas las esferas sociales. Carlos II era rey, Oropesa o Valenzuela privados, Iglesia y milicia servían a intrigas de poco momento; y en querellas de favor, en unirse sin calor, en odiarse sin energía, gastaban su vida próceres y cortesanos. De éstos era el de Aguilar.

Un Garci Fernández de sus antecesores, reputando insolencia la firmeza de ánimo de los concejos, no los trajera en su cortejo, sino aherrojados, ni se apartara de la junta rodeado como estaba de parciales sin soltar el freno a su franca ira y tentar, acero en puño, desquite de sangre o de fuego; el menguado descendiente, sentado, recogido en sí, dejó hablar su cólera fría en un discurso preñado de amenazas hipócritas y huecas.

<<-Haced liga contra mí, señores, concertaos en menosprecio de mi justicia, que no tardaréis en tocar los frutos de semejante descuello. Hay cabezas en Toranzo que se sobreponen y dominan como plantas viciosas; mas cuenta que hay también jardineros cuidadosos del jardín que sabrán cercenar ambiciones e impedir que flores inútiles y soberbias crezcan a expensas de otras humildes robándolas sus jugos.>>

«Término doy a los que me ofendieron para ponerse en salvo; hagan cuantos hoy asistieron a la junta por poner la mar en medio; plegue a Dios que se hallen en Indias cuando mi

« AnteriorContinuar »