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Santillana, y en las historias de los hidalgos sus moradores, como lugar de no interrumpida pelea entre familias y poderes rivales, el merino del señor contra el del abad, y ambos contra el corregidor del rey. Allí, después de la batalla, reconocía el vencido la ley del más afortunado, y allí venían los procuradores de las villas y los valles a jurar en manos del regio enviado una obediencia, levantada algunas veces por la violencia feudal, lealmente conservada más a menudo a precio de lágrimas y sacrificios. Hoy cubren el campo copudos árboles de anchos troncos, y la fuente cristalina que mana copiosa en medio de ellos, parece hecha brotar por Dios para limpiar el sitio de la sangre vertida en estériles discordias domésticas.

Sombra y frescura, grato rumor de aguas y de hojas acogen al viajero en este pintoresco atrio de la villa, y con paz y reposo le convidan; luego el camino se torna calle para penetrar por medio del caserío, cuyo ingreso le abren una ermita a la izquierda, un monasterio a la derecha. Forma peristilo a la ermita su ancho tejado, baja ndo hasta apoyarse en toscas columnas de asperón jalde, cuyos fustes parecen sostenerlo apenas, carcomidos por la lluvia, gastados por los aldeanos que acicalan sobre ellos sus cuchillos durante las horas de ocio, en días de domingo o de mercadɔ.

El convento presenta su fachada pobre, mohosa y húmeda, teñida de ese color sombrio con que bañan la piedra en estos climas los vientos inclementes del Norte. Otro más soleado y risueño se alza a sus espaldas: son los de Regina-cœli y San Ildefonso, de la Orden dominica.

El camino antes de llegar a Revolgo viene costeando la huerta de Regina-cœli; descuellan en ella dos cipreses, en la de San Ildefonso un pino: los árboles perdurables, de inmarcesible hoja, tardos en crecer, lentos en morir, parcos de sonrisas y halagos, constantes y firmes. Arboles que planta quien piensa en los que han de sucederle, quien no tanto quiere árbol para sí como árbol para sus hijos, monje o caballero, fundador de solar o de cenobio; árboles que hallarás siempre en la clausura, habitada o desierta, junto a la fuente corriente o

enjuta, y arrinados a la torre montañesa, mirando al blasón acompañando a la capilla.

Tiempo ha, en medio de esa huerta, había una casilla aislada de construcción ligera. Vivíala una pobre reclusa, demente. Después de consagrada a Dios en la flor de sus años, cuando parecía enajenada por la claridad espléndida de una vocación cumplida, las tinieblas habían invadido su cerebro. Una idea sola había sobrevido en el naufragio de sus ideas, una idea singular, permanente, de explicación dudosa, confianza of desesperación, plegaria o lamento, gemido al cielo o súplica a la tierra.

Llegábase apenas podía cautelosamente a la cuerda de la campana, y la tañía convulsa y desesperadamente. La campana es la voz de la clausura, voz con que habla al cielo y a la tierra, a Dios y a los hombres; es su comunicación con el mundo externo, infinito o limitado.

¿A quién llamaba la reclusa? ¿Parecíale poca y débil la voz de su corazón para rogar a Dios, que oye y comprende la oración en deseo, antes de ser formulada en frase, antes de ser traducida en letra? ¿O era que ese ¡ay! de su corazón pretendía herir oídos no divinos? ¿Solicitaba la reden ción del alma o la libertad del cuerpo? ¿Pedía la muerte o el desencarcelamiento?

¡Quién sabe las alegrías del cenobita, del extático, del penitente absorbido en el amor de Dios, en la contemplación de su gloria infinita, de las recompensas sublimes de su justicia! ¡Y quién sabe tampoco sus tristezas, cuando en la hora del último dolor, de la agonía, sobrepuesta la humana flaqueza al religioso imperio, siente su soledad, la tibia atmósfera del amor místico, y echa menos la atmósfera cálida del hogar y la familia, y pide y no encuentra los cuidados tiernos inspirados por el corazón y no por la regla, aquellos consuelos inefables de la hora suprema, que enjugan el sudor y templan el padecer, y sostienen el alma y suavizan el rigoroso tránsito, aquella presencia de los amados, aquel adiós postrero de los seres queridos, que aun el hombre-Dios quiso tener en su agonía llevando a su madre al pie de su patíbulo!

Fué fundación el monasterio del caballero Alonso Velarde, y su tiempo los últimos años del siglo XVI (1). El blasón del fundador, esculpido profusamente en la nave dórica de su iglesia, manifiesta la antigüedad de su linaje; es de aquellos que parecen nacidos de la confusa tiniebla de los siglos medios, en que la imaginación heroica del pueblo daba fabulosa forma a hazañas oscuras y mal conocidas; representa la batalla de un caballero armado contra un endriago cerca de un castillo en presencia de una mujer, explicado el suceso en esta leyenda: VELARDE, EL QUE LA SIERPE MATÓ, CON LA INFANTA SE CASÓ.

No cabía entonces detenerse a buscar símbolos ingeniosos, ni acaso había en aquella sociedad ruda y batalladora gentes letradas, que en la paz de sus estudios compusieran heráldicas alegorías; la gracia del caudillo a quien seguía, la aclamación de los soldados que guiaba, la propia autoridad a veces, daban ocasión a una de esas páginas de historia jeroglífica, y el aventurero o el paladín la hacían escribir representando sencillamente el suceso y narrándole a la par. La cultura de siglos posteriores al reproducir estos monumentos nobles y leales de la historia, alteraba la cándida rudeza de las figuras y el lenguaje, que juzgaba tosco, de las empresas.

¡Qué admirable libro de la sociedad antigua fuera aquel que nos conservara en su forma original y primera, bárbara o culta, explícita o misteriosa, romance o latina, la serie escrita de los hechos de nuestros padres en motes o divisas!

En la piedra de sus fachadas tiene escritas Santillana algunas de las hojas de tal libro: el curioso templa el paso y va leyéndolas.

Allí encuentra el águila de los Villas, agonizando de un saetazo que le pasa el pecho, recibido en defensa de buena causa,

(1) 1598.-Trasladóse la fundación de su primer asiento inmediato a la colegial donde había sido establecida en 1592, según testimonio sacado de documentos de sus archivos por su prior y vicario, Fr. Lorenzo de Pontones, a 5 de julio de 1775. Ya vimos que en 1605, daba religiosos a la hijuela de las Caldas. Hoy le ocupan religiosas exclaustradas de los de Santader.

disparado tal vez por mano regia, o por mano amada, puesto que dice su divisa: UN BUEN MORIR HONRA TODA LA VIDA.

En otra parte las fajas de los Ceballos y su leyenda: Es ARDID DE CABALLEROS, CEBALLOS PARA VENCELLOS; linaje al cual pocos disputarán antigüedad y soberbia, si habla verdad el romance viejo (1).

Luego alrededor de un brazo armado, el anónimo testimonio de la participación de los montañeses en las empresas ilustres de la política y las armas españolas: BRAZO Fuerte, a Italia DIÓ TERROR Y A ESFORCIA MUERTE.

Más lejos estas misteriosas letras BETH, arrimadas a atributos de la Pasión, cruz, columna y azotes, letras que son acaso las de la segunda consonante hebrea, expresión de la idea de casa, hogar, domicilio, acaso iniciales de una frase ya perdida, como las célebres F. E. R. T. de la guerrera casa de Saboya.

Y, por último, el resumen y compendio del código del caballero cristiano: DA LA VIDA POR LA ONRA Y LA ONRA POR EL ALMA.

(1) Habla el poeta:

De Jerusalen vinieron
el Infante don Pelaio,

y con el un caballero
Zevallos infançonado,
que las breñas de Pereda
convirtió en lugar poblado.
Nuevas armas le da el Rey
porque venció al renegado,
peral verde y peras de oro
con un lobo atravesado.

Habla el caballero:

Cavallero soy, Señor,

de linage señalado,
armas tengo muy nobles
que me dejó mi passado,
las que me dió vuestra alteza

tomo para esse criado.

Ahora los que sabéis leer en las memorias de los tiempos antiguos, códigos, anales y sellados pergaminos; los que podéis vencer el glacial ambiente de indiferencia que los envuelve, y sustraeros al ambiente vivo de las nuevas cosas, de las nuevas ideas, de los nuevos gustos, y dominar la corriente que nos arrastra, y en tan opuesta dirección nos lleva, decidnos la generación y origen de tales inscripciones, la idea que contienen y el momento que representan. No faltará en la muchedumbre quien os escuche.

Pero los blasones nos distrajeron de las reclusas de Reginacœli, los blasones me apartaron de San Ildefonso, y de decir en lugar oportuno cómo lo fundó de sus rentas para las hijas de Santo Domingo el canónigo tesorero de la colegial de Santillana, don Alonso Gómez del Corro, ilustre apellido que hallaremos en San Vicente de la Barquera, del cual las dió posesión en junio de 1670 (1). Sigámoslos ya, que siguiéndolos, estudiándolos, pasando de uno en otro a lo largo de la sonora y desierta calle nos llevarán hasta la joya artística de Santillana, hasta su iglesia abacial, en la cual, si no te causa mayor impaciencia, lector amigo, nos vamos a detener un rato.

II

LA COLEGIATA

Sobre algunas gradas y un atrio espacioso, cuyas entradas guardan mutilados leones, descansa el venerable templo. Cinco arcos concéntricos cuya moldura ahogó el mortero de las reparaciones, cuatro columnas de purísima generación oriental, de fuste cenceño y capitel historiado de gran desarrollo, dejan hueco al arco moderno de la puerta. A la derecha el cubo románico del campanario, rodeado de impostas jaqueladas, abre sobre el atrio un ajimez en su cuerpo más alto, a cuyo

(1) Testimonio extendido por Fr. Lorenzo de Pontones, vicario, en 5 de julio de 1775.

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