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salieron vástagos distintos a poblar la aldea que se llamó Vijueces, de los famosos que rigieron a Burgos (Lain Calvo y Nuño Rasura), y las villas de Medina y de Briviesca, donde debía empezar su elevación, singularizándose más por artes políticas que militares, ciñéndose la corona condal de Haro, rival de regias diademas, esmaltada de feudos y señoríos, vinculando en sí la más alta dignidad palatina, la Condestablía de Castilla.

No degeneraba de tan soberbio espíritu la semilla que dejaron en la humilde orilla del río cántabro. Allí nació y dominaba aquella descendiente suya, Doña Velasquita, que rodeaba su escudo con franca y ostentosa divisa: Cuanto ves de río a rio, todo es mío.

Así el misterio de los orígenes ha sido siempre incentivo y acicate de la insaciable curiosidad del hombre. Hoy se emplea en investigar el suyo propio; hablarle de orígenes de apellidos, fabulosos o históricos, es suscitar su impaciencia, provocar su desdén, despertar su sarcasmo. ¿Quién sabe si años andando no aguarda la misma acogida de parte de los espíritus investigadores de entonces, a los sistemas e hipótesis en que apura su ingenio para explicar su progreso y aparición primera sobre el globo?

IV

UNA ENTRADA DE ENEMIGOS

Lejana de sus épicos orígenes, quebrantada en su poder, y harto menguada en glorias y en fortuna, andaba la nación española, cuando con más certidumbre suena en su historia el nombre de la bahía de Santoña.

A su boca amanecía el día 13 de Agosto de 1639 una escuadra de setenta velas, en cuyos topes flameaba el pabellón blanco y las lises de oro de la Casa Real de Francia, trayendo por general al célebre arzobispo de Burdeos Henry d'Escoubleau de

Sourdis (1). Venía esta fuerza contra dos galeones fondeados en la ría de Colindres, al amparo de algunos cañones asestados en tierra, y cuya presa no podía estorbar la plaza de Laredo, a pesar de sus baterías altas y bajas y su guarnición de 2.000 hombres.

Seis mil puso en tierra al siguiente día el francés, y los hizo marchar al asalto de la villa. La defensa fué floja; retiráronse los españoles a las alturas vecinas, más aterrados, sin duda, del aparato y fuerza del enemigo, que lastimados por sus armas. Don Juan Rejón de Silva que los gobernaba, se prometía al decir de los prisioneros, haber hecho más firme y honrada resistencia; prevenido a menos desigual batalla, o distante de temer tan grueso golpe de enemigos. Pero a bordo de las naves francesas navegaban ayudando al valor y al ansia de combate, órdenes precisas del omnipotente Richelieu, para intentar un golpe sobre la armada o las costas españolas; nadie de cuantos le servían acostumbraba soñar en torcer o resistir su voluntad, y el prelado encargado de ejecutarla tenía, además, para ser ciego y ejecutivo instrumento, el deseo de recobrar un favor que le desamparaba, restableciendo su nombre militar comprometido por esquiveces de la fortuna.

El año anterior habían salido con escasa gloria del asedio de Fuenterrabía, los franceses, obligados por un socorro de españoles a levantarle y descercar la plaza; mas durante aquella facción famosa, el arzobispo encargado del bloqueo marítimo de la embocadura del Bidasoa, había tenido ocasión de acorralar sobre la costa de Guetaria una división española, y abrasarla con brulotes sin recibir daño alguno.

En esta carnicería perecieron, según los partes del vencedor, tres mil soldados de los tercios viejos de Flandes, sin dejarle más trofeo que los tizones del incendio de sus buques apagándose en las olas, pues los más valerosos de aquella milicia sin par, «perecían», dice el padre Fournier, capellán de la

(1) Véanse su correspondencia y despachos. ---Documents inédits sur l'histoire de France.

armada y testigo de vista, «envolviéndose a guisa de mortaja en sus banderas». (A 22 de Agosto de 1638) (1).

Ni este triunfo ni el recuerdo de otros anteriores estorbaron que surgiesen causas de tibieza entre el cardenal y el arzobispo, quejoso aquél de la condición dificultosa de éste, y respondió a sus exigencias con instrucciones terminantes sobre su proceder ulterior.

Así puesta a punto la armada, corrió a retar los buques refugiados en la Coruña, que no salieron a la mar (2); pasó frente a Santander, sin amagarla, teineroso de inútiles sacrificios o de un descalabro, y vino despechado a caer con todo el poder de sus navíos sobre Laredo.

Saqueada la villa, desmantelada su fortificación, y embarcada la artillería, organizó una división ligera de fragatas, brulotes y embarcaciones menores que, auxiliada de la marea, embistió a rendir los galeones; defendiéronse éstos, matando dos capitanes de brulotes enemigos, hiriendo de un mosquetazo en la mandíbula al valeroso Duquesne, mozo entonces, mas ya señalado y destinado a gloriosa nombradía; mas acosadas de cerca sus tripulaciones, los desampararon después de darles fuego: lograron los franceses apagarle en el más cercano; el otro fué consumido por las llamas.

En tanto la infantería desembarcada se hacía dueña de la península de Santoña, cuya población y fortaleza sufrían suerte igual que las de Laredo.

De pingüe califican autores franceses el botín ganado en aquella empresa. Su trofeo militar fueron la bandera del galeón preso y ciento cincuenta cañones de calibres diversos: haciendo alarde de humildad, el arzobispo pidió al rey uno de ellos, maltratado y roto, para emplearle en refundir y robustecer una de las campanas de su metropolitana, y tan exigua merced otor

(1) Pereció en el combate don Juan Bravo de Hoyos, general de la Escuadra de las Cuatro Villas.-Memorial Histórico. T. 15, pág. 57.

(2) Véase el apéndice núm. 7 sobre el desafío de ambos generales, francés y español.

gada única y sin dilación, parece sangriento epigrama de las hazañas que premiaba (1).

En poco estuvo que el prelado hallase en nuestras costas enemigo de su mismo estado y jerarquía. Algunos años antes había gobernado en ellas las armas de Castilla, entendiendo en aprestos y otras funciones militares, el arzobispo de Burgos, don Fernando de Acevedo (2). Hay cartas del arzobispo español que atestiguan su celo en servicio del rey y de la patria; mas no consta que tomase parte en ocasiones de sangre, como lo hizo el impetuoso francés. Amansada la fiereza de los siglos medios, ya cada iglesia reclamaba y absorbía la presencia y cuidados de su pastor; usurpábaselos a menudo todavía la corte, mas no ya el campamento; y cuando el rey de Francia, Luis XIII, o más bien su poderoso e incontrastable ministro, solicitaban de Urbano VIII licencias para otra cosa en favor del general-arzobispo, concediósela el ilustrado y piadoso pontífice para ausentarse de su metrópoli; mas se excusaba de extender la dispensa à sævis, de que tan forzosamente había de necesitar en el ejercicio sangriento de su nueva profesión (3).

Más adelante, la ciudad de Burdeos tuvo licencia de recibir con pompa y conducir a su catedral las banderas enemigas que le regalaba el arzobispo, quien vió consumarse su desgracia en Julio de 1641, batido por los españoles delante de Tarragona, cuyo puerto bloqueaba; después de cuyo desastre, y a pesar de la muerte de Richelieu, ocurrida en 1642, ya no tuvo mando militar alguno. Vivió hasta 1645 este pertinaz lidiador, que había constantemente empleado su marcial vocación desde temprano en hacer daño a los españoles, como si previese que de los españoles había de resultar la ruina de sus ambiciones belicosas.

(1) Véase en el apéndice núm. 8 la Memoria sobre la toma y saco de Laredo, por los franceses, en 1639.

(2) Hijo de Oznayo, cuya iglesia fundó y dotó, y en la que tuvo sepultura.Gil González Dávila: Teatro Eclesiástico.

(3) Véanse las Memorias de Richelieu.

V

EL CHACOLÍ.—LA BIEN-APARECIDA.-GILES Y NEGRETES

Si ahora subiéramos río arriba, o por el río o por la carretera, desde el frente de este barrio de la Angustina, donde está el primer solar de los Velascos, llegaríamos a Limpias, famosa un tiempo por sus vinos, que, a semejanza de los de Sicilia y Chipre, nacen a inmediación del agua salada, pero que, faltos al germinar del ardoroso sol cipriota que dora y sazona la uva, del suelo volcánico de Trinacria, que inflama y purifica la savia vital de los sarmientos, no se parecen a los vinos meridionales, ni en calificado sabor, ni en áureo matiz, ni en balsámico aroma. Aún, sin embargo, contienen el germen jovial y bullicioso propio del fruto de la vid; aún sirven para ahuyentar cuidados y olvidar penas. No hace muchos años que en toda la comarca montañesa daban su nombre chacolí, no sólo a la tienda y lugar donde se vendía, sino a todo paraje de huelga, baile y bureo. Ir al chacoli valía tanto como ir de fiesta y banquete rústico, aunque el chacolí no existiera ni hiciese acto de presencia, destronado por licor menos castizo, pero más suculento. La peste yermó los viñedos de Limpias, y es fama que no se han recobrado de su ruina.

A la otra parte del río yergue su cumbre el monte Candiano, a sus pies Marrón sobre un recodo violento del cauce. Las anclas que Marrón fundía para los gloriosos y soberbios navíos de Trafalgar, se enmohecen hoy en el pasivo y obscuro empleo de bolisar la costa.

Luego se engarganta el paso, sobreviene la hoz y sus fraguras, entre las cuales tiene su santuario Nuestra Señora de la Bien-Aparecida.

Aquí reside la fe de toda Trasmiera y no poca parte de los territorios encartados: no con mayor devoción invocan a su Madre del Pilar los fuertes aragoneses, ni con más vivo afecto del ánimo la ofrecen culto y preces. Y cuando llega su fiesta

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