Imágenes de páginas
PDF
EPUB

altura y se colgaban del paño de los altares o subían por las labores del retablo.

Los templos henchidos de gente inspiran tierna devoción acaso, sacan las lágrimas a los ojos; en el templo desierto, es la devoción más austera, más honda; y si la cla del llanto se agita dentro de sus manantiales, no es para desbordar y salir fuera, mas para caer sobre el corazón.

El Dios misericordioso que venís a buscar está allí, sobre el ara, pero teméis despertar y traer con el ruido de vuestros pasos al Dios justiciero, de quien os receláis; lo mismo sentís fijos en vuestras entrañas los ojos de los bienaventurados, que pueblan nichos y altares, y os sondean el alma, que los de la yerta estatua sepulcral, a la cual la muerte ha dado algo de la adivinación suprema, y de la cual, como semejante vuestro, no esperáis compasión ni indulgencia. ¿Quién puede con ánimo sereno, y sin que su rostro palidezca o se ruborice, franquear a humanos ojos todos, sin excepción, los íntimos rincones de su cráneo y su pecho? La grave y temerosa impresión de la soledad en el templo, prevalece sobre la intensa y limpia luz meridiana, y la luz inundaba los ámbitos de Santa María de Laredo...

Cuentan que el emperador le dió los facistoles en que se cantan el Evangelio y la Epístola de la misa mayor. ¡Quién sabe si más de un joven levita ve surgir la augusta figura del donador entre las cláusulas del santo libro!

No la hay más completa acaso en la vasta galería de la historia entre los dominadores y caudillos de pueblos, y para los españoles supone una época de grandeza tal, que su contem plación abisma y su estudio dilata el corazón y lo conmueve con la agitación de las causas presentes y vivas.

[ocr errors]

Ya le encontraremos más adelante cuando pise tierra de España, con todas las esperanzas nacientes de los pocos años; ahora fuera ocasión de tristeza recordar la juventud pasada, los bríos perdidos, la vida que huyó; porque el emperador viene quebrantado, viejo, presa de la gota la mano de la lanza, presos de la gota los duros jarretes con que se agarraba a los

lomos del más vicioso bruto y le rendía, marchito y seco el noble rostro, turbia la mirada, doblado el enhiesto cuello, enferma y empobrecida la naturaleza; pero entera y cabal el alma, abrigando todavía dentro de ella el mundo que ha regido, no extraño a ninguno de los grandes cuidados, de los altos pensamientos del imperio, y conservando harto calor en la sangre para no negarse absolutamente, llegada una ocasión de guerra, y tratado de reunir un ejército en el Pirineo de Navarra, a volver a saludar de nuevo, a inflamar con su presencia a sus veteranos del Elba y del Danubio.

La nave que le traía, Espíritu Santo (1), mandada por Antonio de Bertendona, apellido de marineros, notorio y repetido en nuestras crónicas navales, fondeó en Laredo el 28 de Septiembre: en una nave flamenca, Faucon, venían sus hermanas doña Leonor, reina de Francia, y doña María, reina de Hungría, las cuales no desembarcaron hasta el siguiente día.

Salíanle al encuentro memorias de su desventurada madre. embarcada en Laredo para ser esposa del borgoñón Felipe, Hasta la lengua del agua vino la gloriosa Reina católica (2) y despidió a su hija, a quien no había de tornar a ver sino llagada el alma, oscurecida la razón, inhábil ya para estimar y convertir en consuelo propio la antigua ternura de familia, y aquellos halagos dulcísimos a cuyo calor se había formado su condición amorosa y leal, causa de su desventura. Criada doña Juana en la corte de sus padres, crisol de virtudes domésticas, escuela de honestidad y de hidalga cortesía, sentía florecer dentro de su pecho risueñas y puras ilusiones, destinadas a morir marchitas por la experiencia inexorable de la vida. Creía en la constancia y duración del afecto, en su perfecto desin

(1) Era un buque de 565 toneladas, elegido por el emperador mismo; en él había ido su hijo Felipe a Inglaterra en 1554.-Véase la correspondencia publicada por M. Gachard, con el título de Retraite et mort de Charles Quint au monastere de Yuste, tomada de los originales de Simancas.

...

(2) la Reina nuestra señora se fué a Burgos y a Laredo a enviar la señora archiduquesa para Flandes.-Galindez de Carvajal: Historia y anales de los Reyes Católicos.

terés, acostumbrada a ver cómo los caballeros castellanos, entre las belicosas fatigas de la campaña y los rendidos obsequios de palacio, practicaban el culto de las damas, poética tradición de los días de Juan II, purificada y ennoblecida por la autoridad y alto espíritu de su generosa soberana.

Para su imaginación apasionada y viva, la razón de estado no excluía del techo conyugal la paz, la armonía y la ventura originadas de recíproco. y sincero cariño, ni era el sacramento obstáculo a la vehemencia entrañable de un sentimiento arraigado y absoluto.

El príncipe, su dueño, traía harto diversa educación y principios; la casa de Borgoña, que ofrecía notables testimonios de valor, de ambición y de cultura, no se realzaba por su devoción ni por su austeridad de costumbres; dentro del mismo siglo (año de 1430) su jefe, Felipe el Bueno, erigía y perpetuaba, en símbolo de honor y de gloria (1), el recuerdo de uno de sus carnales extravíos, caballería singular cuya insignia apetecen y buscan altezas y majestades, y que puesta en ciertos hombros acaso no se aparta de la dorada vergüenza de su origen.

El marido de la princesa española, mancebo sensual y veleidoso, estimaba y tenía por su mejor blasón una extremada belleza corporal, que particularizando su nombre en la jerarquía monárquica, había de ser fácil alimento del vicio, y presa temprana de la muerte.

Mientras vivió pudo doña Juana sentir, como intervalos de su fiebre abrasadora, cierta esperanza de alivio a su pena, alguna vaga vislumbre de mejores horas traídas por el remordimiento o el desengaño; mas ya extinguida la luz en las pupilas, cuya mirada sola pudiera hacerla olvidar su anterior desvío, apagada la voz en la garganta de donde debieran brotar las amantes frases tan largo tiempo soñadas, y nunca antes oídas, todo albor desapareció de aquella alma entenebrecida, cerrándose a toda claridad su mente. Los ayes secos, lúgubres de la insensata, penetraron las regias paredes, y salieron a la

(1) Orden del Toisón de Oro.

calle donde fueron oídos por el pueblo; la realidad lamentable subió por encima de las cautelas cortesanas, y desvanecidas dudas y respetos, pudieron aragoneses y castellanos con justicia apellidar a su reina «la Loca».

Triste destino, que recordado a vista del suntuoso mausoleo de Granada, hace pensar que en ninguna parte tendría expresiva significación como sobre el cuerpo de la heredera de los reyes católicos la sencilla fórmula sepulcral de los primeros cristianos: IN PACE.

Desde 1496 y su mes de Agosto, a 22, en que dió la vela de esta bahía para Flandes, infanta, doncella, fiada en el porvenir, anhelosa de domésticas venturas, hasta la primavera de 1504, en que de la misma playa partió de nuevo ya madre, sin que las maternas alegrías endulzasen su amargura, apellidada princesa heredera sin que el brillo cercano de la primera corona del orbe distrajera su doliente y constante pensamiento, habían corrido los años más bellos, los únicos felices, harto breves jay! de su edad.

II

UN AMIGO.-EL LUTO DE LAS ARMAS. EL PUERTO
DE REFUGIO.--SANTOÑA

Sobre la melancolía causada por padecimientos y memorias, pesaba en el ánimo imperial la melancolía del cielo opaco y lluvioso, pues al siguiente día de la llegada, cambió el tiempo y alborotóse la mar, tanto, que de las setenta velas que, según Sandoval, componían la escuadra, no pocas hubieron de refugiarse al puerto de Santander, imposibilitadas de tomar el de Laredo (1).

Pero sabido es que el cielo aprieta y no ahoga, y luego trajo

(1) Carta del contador Julián de Oreytia al Consejo de Guerra.-Correspondencia citada.

remedio a la pesadumbre que el emperador sentía, a la inquietud que le apuraba por no haber hallado, al saltar en tierra, prontas a recibirle, las gentes que debieran estar oportunamente prevenidas.

Luis Quixada vino a encontrar a su amo y señor a Laredo; Luis Quixada, el amigo del alma, ese amigo único que tienen todos los buenos y nadie más que los buenos; el amigo de todos los momentos, de todas las ocasiones, de ánimo igual, de serena conciencia, de corazón ancho, capaz de toda indulgencia como de todo sacrificio; el amigo que compadece y no lisonjea, que censura y no lastima, que oye sin impaciencia, ruega sin halagos, aconseja sin hiel y sirve sin altanería. Pocas veces los poderosos logran esa merced insigne, esa lealtad ciega de un pecho noble, esa adhesión invariable de un carácter entero, dueño de su albedrío, dotado de luz e independencia suficientes para ver y juzgar; porque el ejercicio del poder, ¡miseria grande de la humanidad! o bien enflaquece y mata en el corazón humano la sinceridad y la confianza, o bien hace nacer en él la suspicacia y el desvío. Carlos V merecía favor de tanto precio, puesto que la Providencia se lo había concedido.

Quixada era ese amigo suyo, lengua franca, pensamientos honrados, mano leal, reserva impenetrable. En él había depositado el mayor secreto, el único de su vida, el nacimiento de Don Juan de Austria; en él había fiado la educación del glorioso bastardo, cuyo origen había de bendecir y legitimar el cielo haciendo un día del príncipe el campeón victorioso de la religión y de la patria (1).

(1) Quixada, soldado antiguo y duro, le enseñó a regir el caballo y correr la lanza, y no sin cierto orgullo de maestro complacido, escribía a Felipe II ponderándole la mayor disposición y gusto que para las armas mostraba su pupilo, sobre las letras, de que se cuidaba poco. Cuando fué hora de practicar en e campo de batalla las lecciones aprendidas en la tela, no abandonó el preceptor al alumno; y viéndole hacer muestra de valeroso y experto, de soldado y de caudillo, y crecer en gloria, y en la voluntad y en el ánimo de los soldados, siguiendo su bandera novel, moría el leal Quixada en 1570, malherido en el asalto de Serón contra los moriscos. ¡Oh si el cielo le hubiera dado vivir hasta el año siguiente y la victoria de Don Juan en Lepanto!

« AnteriorContinuar »