Imágenes de páginas
PDF
EPUB

su segundogénito Duque de Coimbra. Y si esto puede dar idea de su natural emprendedor, su oposición á que se realizase la segunda campaña de Marruecos, que tan desgraciada fué, prueba su pru. dencia, poderoso freno de su afición á lo desconocido, y la tenacidad con que pretendió se cumpliese la palabra dada á los vencedores, sus enemigos, de entregar Ceuta, la digna energia de quien sacrifica al deber la popularidad.

En punto á cultura, D. Pedro llegó á ser uno de los hombres más ilustrados de su tiempo; dotado de privilegiada inteligencia y constante en el estudio, enriqueció notablemente el caudal de sus conocimientos, llegando á ser muy versado en las disciplinas filosóficas, pose yendo con perfección el latín y el italiano y manejando con soltura su idioma, ya en la prosa, ya en el verso. ¿Qué de extrañar era, por tanto, que su espíritu andariego y culto, condiciones imprescindibles del decidido excursionista, rebosase en afán de ver las cosas grandes y la variedad de costumbres y artes por que se gobierna el mundo?

Según Oliveira Martins, el Infante, combinando las miras políticas con las piadosas, se propuso visitar las Cortes de diversos Principes; ir á la Palestina para ver el Santo Sepulcro y servir á su hermano Enrique, que le encargaba mapas y noticias de los viajes de genoveses y venecianos por las misteriosas tierras que gobernaba el Preste Juan.

<«<Hasta qué punto realizó el proyecto -dice el Sr. Fernández Duro,-no está completamente averiguado; no hay certeza en la época en que emprendió la marcha, en la duración del viaje ni en los lugares recorridos, que algunos extienden por Europa, Asia y Africa, mientras otros... los limitan á la primera parte del mundo.>>

Y terminada la noticia biográfica de D. Pedro con la jornada de Alfarrobeira, donde recibió alevosa muerte, á que no era acreedor por sus levantadas acciones,

pasa nuestro ilustre escritor á examinar el libro del Infante.

Curioso es, y aunque asi sea, el fenómeno se repite, que nuestros más eximios escritores, unas veces por despreocupación y otras por ignorancia, nada honrosa, dejan en peor lugar á su patria que los literatos extraños. Nada de esto se crea lo digo por el Sr. Fernández Duro, de erudición y acuciosa constancia en sus trabajos, como pocos, y de patriotis mo altamente entendido y valiosamente demostrado; me refiero precisamente á dos hechos que él, con la habilidad que le carecteriza, hace resaltar sin parecerlo: uno de ellos es la atribución del libro á escritor portugués, debida à la mayor parte de nuestros biblióficos, cuando <<<Inocencio Francisco da Silva, á quien pudiera halagar la creencia anterior, no participaba de ella; consultadas las notas de Barbosa, presumia que la obra se escribió originalmente en castellano»; el otro, es el silencio que sobre tal obra guardan «<los historiadores criticos de nuestra li teratura, (1) bien que otros de más fuste en el género de viajes escaparan á su diligencia». Y si el Sr. Fernández Duro los disculpa por pertenecer el volumen á la masa de obras que son patrimonio de la literatura vulgar, de estilo prosaico y toscas é imaginarias tramas, también se puediera decir que trabajos del mismo es. tilo, con la desventaja de ser menos familiares á la generalidad y menos repeti. das sus ediciones, se incluyeron en las historias de nuestra literatura, porque los autores de éstas les eran más conocidas, cual si los intereses generales hubierande subordinarse á los especiales suyos.

á

El Sr. Fernández Duro, después de dar la razón á los que afirman la procedencia española del libro del Infante, pasa á examinar algunas de las principales ediciones que del mismo se conocen, las cuales difieren notablemente, bastando para paten

(1) No es de extrañar que Tickner, que desconocia obras castellanas más importantes, callase sobre el parti cular, pero sí lo es el silencio de Amador de los Ríos,

tizarlo la consideración de los titulos: <<demostrativa del proceso de crecimiento de la bola de nieve rodada», según expresa con gráfica frase. De las incluídas en larga lista, que declara no ser completa, elige las dos últimas, que han aparecido, una en español y otra en portugués, en las que se observan notables variantes (1) para transcribirlas al final del folleto.

«¿Existió en el curso del siglo XV relación manuscrita, en la que Gómez de San Esteban ó cualquiera de los coetáneos del Infante, narrara las principales ocurrencias de sus viajes, ó fue la tradición aumentada y embellecida por la poesia, como de ordinario sucede, la que nos ha transmitido lo que andaba en lenguas de gente longeva?» Para dilucidar este punto, examina el autor numerosísimos monumentos de la literatura española y la portuguesa, entre ellos los importantes de Juan de Mena, con el cual sostuvo correspondencia D. Pedro, y de Luis de Acebedo, cortesano portugués, que defendió con energía la memoria del ilustre viajero, infamemente manchada por los demás palaciegos de la corte del Rey Alfonso de Portugal. Todos testifican los viajes y su considerable amplitud, lo cual hace pensar que viva se conservaba la tradición de los mismos cien años después de cuando fueron, en parte, realizados y no hacía falta otra cosa á cual quiera de los que tomaban por empeño y ocupación el solaz popular, que es lc que emprendió el seudo Gómez sin tener que aflojar mucho la rienda á la inventiva, á fin de vestir y engalanar lo real ó verda dero, porque en punto á viajes, modelos

tenía á su alcance».

(1) La española se intitula:

Historia del Infante D. Pedro de Portugal, en la que se refiere lo que le sucedió en el viaje que hizo alrededor del mundo, escrita por Gómez de Santisteban, uno de los que llevó en su compañía.

La portuguesa:

Livro do Infante D. Pedro de Portugal ỏ qual andou as sete partidas do mundo, feito por Gomes de Santo Estevao, um dos doze que foram na sua companhia.

Como se ve, difieren bastante ambos encabezamientos.

Con su habitual maestría, llega el Sr. Fernández Duro á determinar, examinando la que pudiéramos llamar literatura excursionista, anterior á la obra de San Esteban, qué es lo original y lo copiado en la misma, y analiza luego en sabrosa critica, estudiando lo dicho por Oliveira Martins á este propósito, los disparatados sucesos que á los expedicio. narios acaecieron; la manoseada descrip. ción del país de las Amazonas, en que basó su célebre comedia Las mujeres sin bombres, Lope de Vega; los relatos de la tierra que poblaban gigantes de trece codos de estatura, y la pintura de la extraña región y famosas ceremonias observadas en los dominios del Preste Juan.

Verdad es que basta leer unas cuantas lineas de los viajes para observar exageraciones y falsedades sin cuento; la fantasía anda muy sobrada en las líneas que dedica á Ninive y á la populosa Albes, ciudad que tenia, según él, más de doce leguas de circunferencia; resulta así mismo tamaña contradicción que, mientras en Grecia pasasen por un desierto <<tan áspero, yermo y solitario, que en catorce jornadas que hicimos no descu brimos el menor indicio de población alguna», tardasen desde allí á Noruega tan solo ocho dias, y que éste fuese su itine. rario para dirigirse á Babilonia. Muchas más cosas pudieran notarse, pero en aras de no dar una extensión excesiva al articulo, conviene aquí hacer punto por lo que al libro del Infante se refiere.

Y ocupémonos en la religiosa española. El escritor italiano Sr. Gamurrini descubrió en Arezzo, y publicó en 1884, una interesante relación de cierto viaje hecho á Tierra Santa á mediados del siglo IV. Incompleto el original, no se pudo averi. guar el nombre de la mujer que lo llevó á cabo, consignado probablemente en las hojas primeras ó en las finales, que son precisamente las que faltan. Del texto se infiere que, partiendo la peregrina de provincia situada en el extremo occidental del Imperio romano, y bañada por el

mar, se encaminó al Oriente, anhelante de conocer los lugares sagrados.

«Empleo la viajera unos cuatro años en recorrer á Palestina, Siria y Asia menor; hizo mención de visitas à Capadocia, Galacia, Bitinia, Antioquía y Calcedonia, sin que aparezca el primer trayecto desde Europa, que quizá contuvieron también los folios primeros.» La comparación que, al atravesar el Eufrates le ocurrió con la impetuosa corriente del Ródano, pone dentro de lo probable, hace notar el señor Fernández Duro, que en su viaje de ida atravesase la Galia y el Norte de Italia.

Pretendiendo Gamurrini descubrir quién era la incógnita excursionista, se inclinó á creer que lo fuera la bienaventurada Silvia, hermana de Rufino, persona de influencia en Constantinopla, toda vez que las acogidas afectuosas que la hicieron en su camino clérigos y Obis pos y los homenajes dispensados por los gobernadores de fortalezas hacen presu. mir que debía ser persona de importancia; agregándose á ello que en las Memorias relativas à Galia y á España, de donde es más factible que procediese la religiosa, por lo que anotado queda, nadie más que Silvia figura en tales condiciones.

Aceptada como cierta la opinión del li. terato italiano, con la que se conformaban todas las circunstancias del escrito en cuestión, pronto fué objeto de la solicitud de los doctos y se hicieron numerosas tiradas del documento en Rusia, Inglaterra, Austria y con más abundancia de crítica en Alemania. Poco tiempo después se reconoció que en otra exposición lite. raria de Pedro, diácono del siglo XII, publicada por la Real Academia de Viena, se hacían referencias claras á la peregri nación aludida y se ampliaba su itinera rio nombrando parajes que en el primer escrito no se mencionaban.

Transcurrido el tiempo, el estudio de un códice de El Escorial ha puesto de

manifiesto el error en que se había caido, viniéndose á averiguar que la viajera era una abadesa ó simple religiosa nacida en Galicia. Débese el descubrimiento al Padre Ferotin, que al leer en dicho manuscrito las producciones de Valerio, monje anacoreta del Vierzo, halló una epistola en honor de la Beata Etérea, evidente mente la célebre peregrina de nuestro asombro.

El objeto de la laudatoria epistola «<era presentar y ofrecer á la consideración delos monjes leoneses el ejemplo elocuente de una débil doncella cuyo tesoro, rico de fe, de caridad, de esperanza y de temor á Dios, no menguó en los mares tempestuosos ó en los arenales desiertos, ni en modo alguno le afectaran la corriente de los ríos, la aspereza de las montañas, el implacable furor de tribus impías, la fatiga, la intemperie, la privación de toda comodidad, debiendo causar rubor á los hombres el recuerdo de esta verdadera hija de Abrahán adquiriendo para su cuerpo delicado la resistencia del hierro con sólo el pensamiento de recompensa».

Menciona Valerio los países recorridos por Etérea con detenimiento, y tal amplitud da á la peregrinación, que bien puede decirse que para él conoció Totius mundi itinera. «Expresión-dice el Sr. Fernández Duro-que en su tiempo pudo trazar con harta más razón que el Sr. Oliveira Martins, la de Vira, pode diserse ó mundo enteiro, aplicada á su objetivo, el Infante D. Pedro de Portugal.»

El nuevo libro del ilustre académico es, como fácilmente se infiere de lo dicho, una investigación erudita y curiosa de las muchas que se le deben, hábilmente rea. lizada y expresada con ese lenguaje de rigurosa precisión que le distingue, y en la que pone arte desde un principio en el título, altamente sugestivo, como decía, terminando en igual texitura.

Paisajes -Antonio de Zayas. 1903.

Temor debiera dar acometer la empresa de hacer crítica en materia que, como la poética, se encuentra al presente en un periodo revolucionario, resistiendo casi resignada (si es posible tener resignación para ello) los embates de clásicos y mo dernistas. Si á esto agregamos lo que piensan nuestros literatos del estado de la critica española, y vemos el inconcebible tránsito que en aras de nuestro carácter extremoso se ha operado en el asunto, el temor habrá de aumentarse y la pluma consentirá en trabajar siempre que el autor esté dispuesto á confesarse arrepentido en todo momento.

Ayer todos podíamos ser críticos; el gacetillero que enjareta deshilvanadas ideas en poco tiempo y á pésima hora, dejaba satisfechas las exigencias del dificil arte; hoy la reacción nos lleva por contrarios derroteros y no nos cansamos de predicar que en España no se hace critica, que hace falta un crítico, que ni Valera, Balart ni otros por el estilo lo son, etc., etc. ¡Cuán de menos se echa en nuestra Patria una poderosa agrupación de eclécticos! De esas gentes que, miradas como plaga terrible en otros paises, serían aquí, encargadas de buscar á todo su término medio, admirable ele. mento curativo de morbosas exagera. ciones.

Y si tal vemos en la crítica, otro tanto observamos en la poesia, por más que lo acaecido en este campo no sea exclusi vamente español como lo anterior. Hasta hace poco tiempo no podía llamarse verso, existir expresión de belleza ni hallar cadencia en otros moldes que los proclamados clásicos; al presente las cosas están vueltas del revés y es denigrante escribir quintillas, versificar en sonetos ó hacer versos de catorce silabas que respondan á las exigencias de los alejandrinos. ¿Era justo aquel exclusivismo? ¿Es razonable este modo de pensar? No hay

sólidas razones para defender al primero ni al segundo tampoco si no es con ciertas condiciones, que han olvidado los que le representan con el nombre de modernistas, las cuales condiciones y las causas de su olvido conviene á su vez no olvidar.

La sonoridad puede hallarse en cualquiera combinación métrica que se ajuste á ciertas é ineludibles leyes acústicas; pero ahí está el quid, porque pueden tenerse por leyes reglas que no lo son y que esclavizan en vez de realzar ó puede, reconociéndose como tales á las verdaderas, romperse con moldes que á ellas se conforman y no tener el suficiente genio para crear otros que estén en las mismas condiciones.

Que se reduzca el número de preceptos poéticos que los antiguos creian inviolables, es muy justo; que dentro de ellos se construya una métrica nueva, factible, lo que yo no creo dable es la existencia de un sistema de versificación que infrinja las verdaderas reglas, sea cual fuere su número, ó que saliéndose del clasicismo nada cree de antemano, yendo á la buena de Dios, como vulgarmente se dice. No hablemos de los que por tema no quieren seguir molde alguno preconcebido, sin comprender que si sus composiciones han de tener ritmo y por tanto ser poéticas, necesitan sujetarse á un principio fijo ó á varios, mas siempre á alguno.

¿Qué les ha sucedido á los defensores del modernismo? Que asustados ante el infinito número de prescripciones que los retóricos hacían, han pretendido reducirlas á sus justos limites y no han averiguado cuáles eran las que debían conservar; después han querido separarse de los moldes clásicos y no han sabido sustituirlos por otros adecuados (1). Fácil es

(1) Haber llegado á pretender que el número de silabas de los versos en una estrofa guarde la relación de una

innovar, crear no es tan fácil. Por eso comprendo que algunos de los que propiamente se debieran llamar modernistas, porque no siguen las huellas de los antiguos vates, en cuanto logran dar sonoridad á sus versos y belleza á sus estrofas, sienten cierto rubor en decir que pertenecen á tan original tendencia (1).

II

Es considerado Zayas como uno de nuestros mejores poetas modernistas y yo no le tengo por tal. Zayas no tiene de modernista más que el empeño de serlo; con un estro poético poco común entre aquéllos; con un poder de observación envidiable; pero con falta de esa fuerza creadora que se necesita para romper con lo antiguo, cada vez que se ajusta á bellas formas, no dudo en decir que sus versos son modelo de elegancia, de sonoridad y lozania; siempre que las abandonal y lo hace, por desgracia, muchas, sus composiciones no son poéticas, son prosa rimada. Esto en cuanto à la forma. Por lo que al fondo respecta, en todas sus obras se dice mucho; lo por él descrito revive ante nuestros ojos con vivos colores; la imaginación del lector reproduce leyendo á Zayas, como en fotogra. fía los objetos que el autor pinta; más de una vez aquél se siente conmovido ó indignado, participando de los afectos que en ta ocasión movieron á la pluma de éste, y sólo cuando con deliberado pro.

progresión por conciente, de razón determinada, es proclamar á Pitágoras ó á Newton los grandes cantores de la humanidad.

(1) Entre estos puede contarse al malogrado poeta Paso, que en sus poemas Nieblas, escribió estrofas de siete versos, en que los cuatro primeros y el sexto eran de seis silabas, y el quinto y séptimo de nueve ó diez; de éstos, asonantaban el segundo, cuarto y último, quedando libres los demás. La combinación ro podía ser más rara ni romper más abiertamente con las formas conocidas, y, sin embargo, resultaba harmoniosísima, y es que Paso tenía naturaleza genial de poeta. Nuevos son también los metros que sigue Luis Cuenca, hasta el punto de habe los llamado alguien extravagantes, no obstante lo cual son siempre llenos y sonoros y expresan las ideas con perfecta claridad. Respecto á Cuenca digo lo mismo: es un poeta capaz de crear.

pósito fuerza su manera de ser, es cuando sus relaciones quedan en esa penumbra angustiosa y molesta á que tan aficionados se muestran los literatos al uso. Si sabe escribir sonetos á perfección, si sus cuartetas son llenas y rotundas, si la delicadeza de sus pensamientos parece hecha para embellecer letrillas, ¿por qué compone versos de catorce sílabas, de modo extraño acentuados, que es preciso leer con vertiginosa rapidez, á fin de que no falte la respiración?

Vea el lector adónde llega el numen de Zayas en la siguiente estrofa:

Cubre su senda de sencillas flores

el pueblo fiel, que contemplarlo anhela,
y le siguen obscuros pescadores,
como siguen los peces bullidores
de rauda nave la fulgente estela.

Y la linda sutileza que encierran en su poema El tren estos preciosos cuatro ver

SOS:

Lejanas alegrías recordamos

y mil castillos en el aire hicimos.

¡Y cuántas cosas al hablar callamos,
y cuántas cosas al callar dijimos!

Y compare con tan loables muestras de su inspiración el principio del Campo del Principe:

Los castaños de Indias de la vieja placeta despiden, abatiendo pensativos sus ramas, al dia agonizante, color de violeta,

que en Sierra Elvira esconde poco a poco sus llamas.

Versos que bien pudieran llamarse atropella-silabas, por lo que antes decia. Y, sin embargo, el fondo interesa, la descripción está muy bien hecha, y lástima que nos lleven con tan impetuosa carrera por un pasaje que agrada y que hubiera ganado mucho con estrofas como las de arte mayor que tiene el Domingo de Ramos.

Pasando á examinar en detalle Paisajes, no tendré mucho que agregar á lo que ya, hablando en general de su autor, llevo dicho. La nueva obra de Zayas tiene momentos de levantada inspiración y siempre realisimas descripciones, siendo las de Andalucía las preferidas. En las in

« AnteriorContinuar »