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cidos, como bien entendidos. También verás los modelos de las fuentes que hizo para el adorno de esta corte, que hoy están ejecutadas en mármoles y bronce, ennobleciendo esta villa, dando envidia à las más conocidas ciudades. Y aquel estudiado caballo conducido de sus manos à la perfección, á donde ni el Pegaso llegó con el ingenio, ni en la forma, perfección y alma, aquel tan celebrado Bucéfalo de Alejandro; ni sé que llegase á éste el que pintó Apeles, ni los que esculpieron Fidias y Praxiteles, ni el que ennoblece hoy á Capidollo; bien cierto, que á éste se alteraran las yeguas más de veras que no á los otros. Vese en éste juntos el Arte con las propiedades del castizo bruto, semejanza de los que cría escogidamente Córdoba. No menos se ve encima el airoso y fuerte caballero que le rige, armado, y en los grabados tan caprichosos y bizarros pensamientos que pudieran poner pasmo á la ad

miración.

En el camarín del gran duque de Toscana vi un caballo y una mula de plata vaciados de sus modelos, cosa excelente y muy estimada de aquellos señores, entre sus cosas preciosas. »

Pacheco sólo se ocupa de Gaci concretándose á su famoso caballo, y dice: Del caballo (último animal de los cuatro que prometi) han hecho grandes demostraciones valientes pintores, y entre ellos Juan Estradano y Antonio Tempesta; pero quien sobre todos ha estudiado el español con más puntualidad y puesto en modelos de todo relieve en proporción y graciosas partes es Rutilio Gaci, caballero italiano, Azor hoy de S. M., pero más estimado por famoso escultor...»

Aunque parezca bastante exagerada la comparación que Carducho hace del caballo de Gaci con los más famosos, es indudable, sin embargo, que hizo un buen estudio del animal cordobés, y esto puede probarse con la cuadriga que presenta en el reverso de la tercera medalla.

Está inspirada en labor idéntica que hizo Jacobo Trezzo el año 1555 con motivo del viaje de Felipe II á Inglaterra para su casamiento con D. María y de su proclamación como rey de España.

Las dos las reproducimos, ampliada la segunda, para que puedan compararse mejor los detalles, no con el objeto de mermar los relevantes honores que ahora y siempre se han tributado al gran maestro Jacobo Trezzo, y sí únicamente como motivo para sacar del olvido á Rutilio Gaci, á quien ni los historiadores de Madrid, ni los numismáticos jamás nombraron, á pesar de su constante y buena labor.

Y perdone carta tan larga, amigo D. Pablo, á su más atento servidor, q. b. s. m.,

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Una excursión á la sierra del Piélago

(PROVINCIA DE toledo)

Todo en este mundo fenece y se acaba, y así acabó el invierno, que parecía inacabable; colósenos de rondón la primavera, y hétenos de cara hacia el buen tiempo, que es el tiempo de las flores, y de los pájaros, y de las verdes praderías, y de las mieses sazonadas, y de los grandes atractivos de la Naturaleza, y, en fin, el tiempo de los viajes. Pronto (más pronto de lo que quisiéramos) llegará el verano, y se presentará en escena Julio, acalorado y sudoso, y la necesidad, la costumbre ó la rutina ahuyentarán de la villa y corte á todo bicho viviente. Entonces muchos se irán al Norte, ó al Noroeste, ó al Oeste; no pocos á Francia; quién no parará hasta Suiza, quién hasta más luengas tierras. Muy bien me parece todo eso. Yo pienso (y no sé si lo habrá señalado antes algún psicólogo) que una de las diferencias más notables que existen entre el racional y el bruto estriba en la afición viajera, más ó menos desarrollada en el primero, nula en el segundo. Lo que no me parece tan bien es que el español que conoce á Escocia no conozca á Galicia, y que el madrileño que conoce à Galicia no conozca la sierra de Guadarrama. El hombre es cosmopolita, pero antes se debe á su solar que al del vecino. Nuestro solar es España, y si concretamos más, Castilla. Castilla es un pequeño continente donde, tocante á climas, á perspectivas y á producciones, hay para todos los gustos; donde en poco trecho parece recorrerse la enorme distancia que separa las regiones tropicales de las hiperbóreas. ¿Será paradójico afirmar que esta Castilla en que habitamos hállase aún por descubrir para la inmensa mayoría de los castellanos?

Perdona, lector mío, si es que existes, lo largo y acaso lo enojoso del preámbulo; que más enojoso y más largo fuera á pretender dar solución á problemas que naturalmente saltan al tapete, verbi gratia: si ciertas regiones españolas son poco conocidas por no brindar comodidades al viajero, ó si dichas regiones se están bien sin las tales comodidades, por cuanto con ellas y sin ellas ningún español habría de tomarse la molestia de ir á visitarlas. Basta, pues, de filosofias, y voyme por derecho á donde quizá debi ir desde el principio: á trasladar al papel algunos recuerdos de una de las excursiones que realicé no ha mucho en la más central de las provincias de Castilla la Nueva.

Era ello en Junio del pasado año 1904. Después de recorrer las vastas planicies de la antigua y dilatada tierra de Talavera, entraba en turno la región montañosa que se extiende al N. y al NE. de la noble ciudad cuyas plantas, manso y amoroso, besa el patrio Tajo. Una hermosa mañana partí en carruaje, siguiendo en derechura la carretera que se dirige hacia el N. en busca de la cuenca del Tiétar y de la provincia de Avila. Subida la larga y tortuosa pendiente que trepa por aquel cabo del valle del Tajo, detúveme algún espacio en la pequeña villa de Cervera, graciosamente reclinada en ameno valle; dejé á la izquierda la más humilde de Marrupe, y gozando de panoramas

cada vez más risueños y pintorescos, llegué al caer de la tarde á la importante villa de Navamorcuende, situada en elevado terreno al pie de la sierra del Piélago, que me proponía visitar.

Navamorcuende, pueblo de unos seiscientos vecinos, tuvo tiempo atrás cierta importancia, como cabeza que fué del marquesado de su nombre; y aun hoy viene á ser á modo de capital en aquel quebrado territorio con los siete ú ocho pueblecillos que le rodean. No tengo tiempo ahora para encarecer como debiera lo despejado de su asiento, lo dilatado de sus horizontes, lo benigno de sus temples estivales, lo excelentísimo de sus aguas, el agrado y el carácter hospitalario de sus habitantes. Ni siquiera me detendré, como suelo en ocasiones análogas, en describir sus construcciones monumentales, y cuenta que estimulan á hacerlo, si no el solidísimo y hoy casi arruinado palacio que fué de los marqueses, el elegante rollo, patente recuerdo de la jurisdicción de la villa, y más especialmente la espléndida iglesia parroquial, construcción herreriana del siglo XVI, rey de los templos de la comarca en muchas leguas á la redonda.

Las nueve serían de una mañana en que el sol de los postreros días de Junio no extremaba sus rigores, cuando salimos á caballo de Navamorcuende, camino de la región del fresco perpetuo. Tres personas no más, montadas en sendas cabalgaduras, componiamos el pequeño cuerpo expedicionario; y eran mis acompañantes el ilustrado joven D. Bonifacio Blázquez Oliva, hijo político de D. Pedro Lázaro, rico hacendado de Navamorcuende, entre cuya simpática familia había hallado yo franca é hidalga hospitalidad, y un guía del país práctico en el terreno que íbamos á recorrer.

La ascensión á la sierra nada en verdad tiene de penosa. Súbese por un buen camino de herradura, que hacen grato y corto lo riente de la Naturaleza y lo bello y vario de las perspectivas. Navamorcuende, con su nutrido caserío, parece hundirse allá abajo, no obstante la enorme masa de su iglesia y su elevada torre, que decoran pilastras dóricas y arcos de medio punto. Cubre el monte por aquellos sitios extensa mata de rebollos, cuyo verde color, algo tristón y monótono, compensa la forma de su hoja, en que dijérase se inspiraron los alarbes para trazar sus arcos lobulados. Corrientes cristalinas, arroyos de puras y frescas aguas bajan triscando como corderos. Cerrados huertecillos, que veo cultivan solicitos los montañeses, alternan con praderas de esmeralda en que halla jugoso sustento el ganado vacuno. A trechos alegran aún más la vista bosquetes que semejan verde esmalte salpicado de rubies. Son lozanos y rozagantes cerezos cuajados à la sazón del rojo y sabroso fruto.

Más lejos, á derecha é izquierda del espectador, el cerro Molino, el de Majandulencia, los Labajos y el cerro de las Cruces, muestran sus cumbres y perfiles que el horizonte recorta. Avistanse los cercados de Bellido y no lejos el barranco de Mingorria, denominación que trae á la memoria el pueblo de la provincia de Avila, también así llamado. Subiendo, subiendo, llegamos al barranco de Valdejudíos, significativo nombre que hundiría en meditaciones á mi ilustre compañero de Academia el P. Fita. Cuatro escalonados molinos se ven allí, en situación harto pintoresca, movidos por una abundante reguera. Bastante más á la derecha escapa monte abajo el arroyo Zarzalejo, que trueca más tarde su nombre por el de Guadiervas y es origen del río así llamado, que después de juntar á su modesto caudal el de algunos

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