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DE ESPAÑA

DESDE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS HASTA LA MUERTE DE FERNANDO VII

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ES PROPIEDAD DE LOS EDITORES

DP 66

L3 1883

v. I

UNIVERSITY OF CALIFORNIA SANTA BARBARA COLLEGE LIBRARY

DISCURSO PRELIMINAR

H

La humanidad vive, la sociedad marcha, los pueblos sufren, cambios y vicisitudes, los individuos obran. ¿Quién los impulsa? ¿Es la fatalidad? ¿Hemos de suponer la sociedad humana abandonada al acaso, ó regida solo por leyes físicas y necesarias, por las fuerzas ciegas de la naturaleza, sin guia, sin objeto, sin un fin notable y digno de tan gran creacion? Esto, sobre arrancar al hombre toda idea consoladora, sobre secar la fuente de toda noble aspiracion, sobre esterilizar hasta la virtud mas fundamental de nuestra existencia, la esperanza, equivaldria á suprimir todo principio de moralidad y de justicia, de bien y de mal, de premio y de castigo; seria hacer de la sociedad una máquina movida por resortes materiales y ocultos. Referiríamos impasibles los hechos, y nos dispensaríamos del sentimiento y de la reflexion. Veríamos morir sin amor y sin lágrimas al inocente, y contaríamos sin indignacion los crímenes del malvado; mejor dicho, no habria ni criminales ni inocentes; unos y otros habrian sido arrastrados por las leyes inexorables de su respectivo destino; no habrian tenido libertad. Desechemos el sombrío sistema del fatalismo; concedamos mas dignidad al hombre, y mas altos fines al gran pensamiento de la creacion.

Por fortuna hay otro principio mas alto, mas noble, mas consolador, á que recurrir para explicar la marcha general de las sociedades: la Providencia, que algunos, no pudiendo comprenderla, han confundido con el fatalismo. Aun suponiendo que los libros santos no nos hubiesen revelado esa Providencia que guia al universo en su majestuosa marcha por las inmensidades del tiempo y del espacio, nada mejor que la historia pudiera hacerla adivinar, enseñándonos á reconocerla por ese encadenamiento de sucesos con que el género humano va marchando hacia el fin á que ha sido destinado por el que le dió el primer impulso y le conduce en su carrera. Dado que el órden providencial fuera tan inexplicable como el fatalismo, le preferiríamos, siquiera fuese solamente por los consuelos que derrama en el corazon del hombre la santidad de sus fines. El que trazó sus órbitas á los planetas, no podia haber dejado á la humanidad entregada á un impulso ciego.

Creemos, pues, con Vico en la direccion y el órden providencial, y admitimos además con Bossuet la progresiva tendencia de la humanidad hácia su perfeccionamiento; y que este compuesto admirable de pueblos y de naciones diferentes, de familias y de individuos, va haciendo su carrera por el espacio inmenso de los siglos, aunque á las veces parezca hacer alto, á las veces parezca retroceder, hasta cumplir el término de la vida: es una pirámide cuya base toca en la tierra, y cuya cúspide se remonta á los cielos.

Hé aquí los dos grandes y luminosos fanales que nos han guiado en nuestra historia. De esta escala de Jacob procuramos servirnos para subir de los hechos á la explicacion del principio, y para descender alternativamente á la comprobacion del principio por la aplicacion de los sucesos.

En esta marcha majestuosa, los individuos mueren y se renuevan como las plantas; las familias desaparecen para renovarse tambien; las sociedades se trasforman, y de las ruinas de una sociedad que ha perecido nace y se levanta otra socieTOMO I

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dad nueva. Pasan esos eslabones de la cadena del tiempo que llamamos siglos: y al través de estas desapariciones, de estas muertes, y de estas mudanzas, una sola cosa permanece en pié, que marchando por encima de todas las generaciones y de todas las edades, camina constantemente hácia su perfeccion. Esta es la gran familia humana. «Todos los hombres, dijo ya Pascal, durante el curso de tantos siglos pueden ser considerados como un mismo hombre que subsiste siempre, y que siempre está aprendiendo.» Gigante inmortal, que camina dejando tras sí las huellas de lo pasado, con un pié en lo presente, y levantando el otro hácia lo futuro. Esta es la humanidad, y la vida de la humanidad es su historia.

Como en todo compuesto, así en este gigantesco conjunto cada parte que le compone tiene una funcion propia que desempeñar. Cada individuo, cada familia, cada pueblo, cada nacion, cada sociedad ha recibido su especial mision, como cada edad, cada siglo, cada generacion tiene su índole, su carácter, su fisonomía, todo en relacion á la vida universal de la humanidad. ¿Cómo concurre cada una de estas partes á la vida y perfeccion de la gran sociedad humana? No es fácil ciertamente penetrar todas las armonías del Universo. Entre muchas relaciones que se comprenden, escápanse otras infinitas á la sagacidad del entendimiento humano. A veces un acontecimiento grande, ruidoso, universal, revela á las naciones que á él han cooperado el objeto y fin de su marcha anterior, hasta entonces de ellas mismas desconocido. No extrañamos que esto fuese ignorado de los antiguos, porque faltaban las lecciones prácticas de los grandes ejemplos; pero hoy la humanidad ha vivido ya mucho, ha salido de su menor edad, ha visto y sufrido muchas trasformaciones, y ha podido apercibirse de su destino, y aprender en lo conocido las conexiones secretas de lo que le resta por conocer. Pongamos un ejemplo.

Una generacion antigua, dividida en grupos de naciones, avanzaba hacia un fin que conocia solo el que guiaba secretamente el movimiento, al modo que las legiones de un gran ejército concurren á un punto dado por caminos y direcciones diferentes para encontrarse reunidas en un mismo dia, sin que nadie penetre el objeto sino el general en jefe que ha dispuesto aquella combinacion de evoluciones. Ocurrió la proclamacion del cristianismo en las naciones del mundo y la gran catástrofe de la caida del imperio romano. Y entonces pudieron conocer los pueblos de la antigüedad que todos habian contribuido sin saberlo á aquella grande obra de la regeneracion humana. Entonces pudo penetrar el filósofo que no en vano la Providencia habia colocado la cabeza de aquel imperio en el centro del Mediterráneo, que no en vano habia dotado al pueblo-rey de aquel espíritu incansable de conquista: porque era necesario un poder, que poniendo en comunicacion todos los territorios, todas las naciones mediterráneas, conquistador primero y civilizador despues, difundiera por todas aquellas regiones un mismo lenguaje, una misma religion, un mismo derecho. Necesario era que se desplomara aquel grande imperio al soplo del cristianismo; necesario era que la Italia, las Galias, la España, el Africa, la Grecia, el Asia menor, la

I

Siria, el Egipto, la Judea, que despues de estar sometidos el judaismo y el politeismo á una sola voluntad, presenciaran aquella general trasformacion, para que el mundo antiguo se convenciera de que llevaba en sí el secreto defecto de un principio insuficiente para sostener la vida, y de que si el género humano habia de seguir marchando hácia su perfeccion necesitaba ya de otra religion, de otra civilizacion, de otra vida. Tenemos, pues, fe en el dogma de la vida universal del mundo, que se alimenta de la vida de todos los pueblos, de todas las regiones, de todas las castas, y de todas las edades. Que cuando la vida humana ha gastado su alimento en unos climas, pasa á rejuvenecerse en otros donde halla savia abundante. Que cada edad que pasa, cada trasformacion social que sucede, va dejando algo con que enriquecer la humanidad, que marcha adornada con los presentes de todas. Levántase á veces un genio exterminador, y el mundo presencia el espectáculo de un pueblo que sucumbe á sus golpes destructores; pero de esta catástrofe viene á resultar, ó la libertad de otros pueblos, ó el descubrimiento de una verdad fecundante, ó la conquista de una idea que aprovecha á la masa comun del género humano. A veces una creencia que parece contar con escaso número de seguidores, triunfa de grandes masas y de poderes formidables. Y es que cuando suena la hora de la oportunidad, la Providencia pone la fuerza á la órden del derecho, y dispone los hechos para el triunfo de las ideas. A veces pueblos, sociedades, formas, suelen desaparecer á los sentidos externos, y es que la vida social i nuevas formas y en nuevas alianzas el siguiente período de su desarrollo, y nuevas generaciones van á funcionar con mas robusta vida en el mismo teatro en que otras perecieron.

Creemos, pues, tambien en la progresiva perfectibilidad de la sociedad humana, y en el enlace y sucesion hereditaria de las edades y de las formas que engendran los acontecimientos, todos coherentes, ninguno aislado, aun en las ocasiones que parece ocultarse su conexion. Para nosotros es una gran verdad el célebre dicho de Leibnitz: «Lo presente, producto de lo pasado, engendra á su vez lo futuro.>>

Librenos Dios de acoger la desconsoladora idea del contínuo deterioro de nuestra especie, que formuló Horacio, diciendo: «La edad de nuestros padres, peor que la de nuestros abuelos, nos produjo á nosotros, peores que nuestros padres, y que daremos pronto el sér á una raza mas depravada que nos

otros.»>

Etas parentum, pejor avis, tullit Nos nequiores, mox daturos Progeniem vitiosiorem.

Idea que descubre la imperfeccion de la filosofía pagana. Nosotros repetimos con un filósofo cristiano: «Es la mision de los siglos modernos adelantar y luchar, y si la palabra de Dios no es engañosa, irá desarrollándose y realizándose cada vez mas la ley del amor y de la justicia; y como en ella consiste asimismo el perfeccionamiento del órden moral, será infalible el progreso, porque habrá venido á ser la ley natural de la humanidad.>>

Tan léjos estamos de creer en el empeoramiento sucesivo de la raza humana, que no veríamos con complacencia volver los tiempos del mismo Horacio. Con todos los males que sentimos, con todas las miserias que lamentamos, no cambiaría mos la edad presente por las que la precedieron, salvos cortos y parciales períodos de pasajera felicidad, que habrán sido el estado excepcional de un pueblo, no la condicion normal del mundo. Aunque una historia universal lo probaria mejor, la de España lo acreditará cumplidamente.

Si no temiéramos hacer de este discurso una disertacion filosófico-moral, expondriamos cómo entendemos nosotros la conciliacion del libre albedrío con la presciencia, y cómo se conserva la libertad moral del hombre en medio de las leyes generales é inmutables que rigen el universo bajo la oculta accion de la Providencia. Pero no es ocasion de probar; nos contentamos con exponer nuestros principios, nuestro dogma histórico. Y anticipadas estas ideas, que hemos creido oportuno indicar para que se conozca el punto de vista bajo el

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cual consideramos la historia, creemos llegado el caso de circunscribirnos á la particular de España, objeto de nuestros trabajos, y de echar una ojeada general sobre cada una de sus épocas, para ver cómo se fué formando en lo material y en lo político esto que hoy constituye la monarquía española.

II

Si la estructura de este compuesto sistemático de territorios que nombramos Europa revela el grandioso plan del Criador para la gran ley de la unidad en la variedad; si esas divisiones geográficas parecen hechas y concertadas para que dentro de cada una de ellas pueda encontrar cada sociedad las condiciones necesarias para una existencia propia; si aun suponiendo la Europa ocupada por un solo pueblo habríamos de ver tendencias irresistibles á la particion de esta gran república en grupos distintos, que aspiraran á formar cada cual una nacionalidad aparte; ¿quién no descubre en la situacion geográfica de España la particular mision que está llamada á cumplir en el desarrollo del magnífico programa de la vida del mundo? Cuartel el mas occidental de Europa, encerrado por la naturaleza entre los Pirineos y los mares, divididas sus comarcas por profundos rios y montañas elevadísimas, como delineadas y colocadas por la mano misma del grande artífice, parece fabricado su territorio para encerrar en sí otras tantas sociedades, otros tantos pueblos, otras tantas pequeñas naciones, nacionalidad, que corresponde á los grandes límites que geográficamente le separan del resto de las otras grandes localidades europeas. La historia confirmará los fines de esta física organizacion.

Así, desde que los primeros pobladores se derraman por las varias zonas de su territorio, al paso que se van asentando en sus diferentes comarcas, la variedad del clima y de las producciones de cada suelo, la dificultad que el terreno presenta para mantener relaciones entre las familias que se segregan, los hace ir contrayendo hábitos y ocupaciones diferentes. Intereses locales diversos, muchas veces encontrados, aflojan los vínculos sociales entre la familia comun, al tiempo que ligan y estrechan los de los moradores de cada localidad. Grupos primero, tribus despues, pueblos y naciones mas adelante, llegan á guerrear entre sí, ó por la necesidad de ensancharse, ó por incompatibilidad de intereses, ó por rivalidades que siempre se suscitan entre vecinos pueblos, tratándose como extraños, y olvidándose al parecer de su comun orígen. Pero en medio de esta diversidad de tendencias y de genios, se conserva siempre un fondo de carácter comun, que se mantiene inalterable al través de los siglos, que no bastan á extinguir ni guerras intestinas ni dominaciones extrañas, y que anuncia habrá de ser el lazo que unirá un dia los habitantes del suelo español en una sola y gran familia, gobernada por un solo cetro, bajo una sola religion y una sola fe. Y cuando con el trascurso de los tiempos se cumple este destino providencial del pueblo español, entonces, conservando la España su fisonomía especial, se desarrolla su vida en órden inverso. Antes, al través del fraccionamiento y de la variedad, manteníase vivo un fondo de carácter que recordaba la identidad del antiguo orígen y hacia presagiar la unidad futura; despues, en medio de la unidad, conservan los pueblos sus especiales y primitivos hábitos, y con el recuerdo de lo que fueron, las tendencias al aislamiento pasado. Antes, la unidad en la variedad; despues, la variedad en la unidad. Pueblo siempre uno y múltiple, como su estructura geográfica, y cuya particular organizacion hace sobremanera complicada su historia, y no parecida á la de otra nacion alguna.

Y á pesar de tener tan en relieve designados sus naturales límites, jamás pueblo alguno sufrió tantas invasiones. El Oriente, el Norte y el Mediodía, la Europa y el Africa, todos se conjuran sucesivamente contra él. Pero tampoco ninguno ha opuesto una resistencia tan perseverante y tenaz á la conquista. A fuerza de tenacidad y de paciencia acaba por gastarlos á todos, y por vivir mas que ellos.

El valor, primera virtud de los españoles, la tendencia al aislamiento, el instinto conservador y el apego á lo pasado, la

confianza en su Dios y el amor á su religion, la constancia en los desastres y el sufrimiento en los infortunios, la bravura, la indisciplina, hija del orgullo y de la alta estima de sí mismo, esa especie de soberbia, que sin dejar de aprovechar alguna vez á la independencia colectiva, le perjudica comunmente por arrastrar demasiado á la independencia individual, gérmen fecundo de acciones heróicas y temerarias, que así produce abundancia de intrépidos guerreros, como ocasiona la escasez de hábiles y entendidos generales, la sobriedad y templanza, que conducen al desapego del trabajo, todas estas cualidades que se conservan siempre, hacen de la España un pueblo singular que no puede ser juzgado por analogía. Escritores muy ilustrados han incurrido en errores graves y hecho de ella inexactos juicios, no imaginando que pudiera haber un pueblo cuyas condiciones de existencia fuesen casi siempre diferentes, muchas veces contrarias á las del resto de Europa.

¿Qué mas? Como si la Providencia hubiera querido hacer resaltar del modo mas visible el destino especial de esta Península, colocó al lado del pueblo mas vivo y mas impaciente, el mas bien hallado con sus antiguos hábitos; al lado del mas descontentadizo y dado á las novedades, el menos agitado por los cuidados del porvenir; de la nacion mas activa y mas voluble, la menos aficionada á crearse nuevas y facticias necesidades: como si estuviesen destinados los dos vecinos pueblos, Francia y España, á contrabalancear la impetuosa fogosidad del uno con la fria calma del otro, ó á alentar el instinto estacionario de este con el afan innovador de aquel. ¡Cuántas veces ha influido en bien de la vida universal de la humanidad este carácter compensador de los dos pueblos mas occidentales de Europa!

Y no obstante, cuando este país, habitualmente inactivo, rompe su natural moderacion, y rebosando vida y robustez se desborda con un arranque de impetuosidad desusada, entonces domina y sujeta otros pueblos, sin que baste nada á resistirle; descubre y conquista mundos; aterra, admira, civiliza á su vez, para volver á encerrarse en sus antiguos límites, como los rios que vuelven á su cauce despues de haber fecundado en su desbordamiento dilatadas campiñas.

Mas el apego á lo pasado no impide á la España seguir, aunque lentamente, su marcha hácia la perfectibilidad; y cumpliendo con esta ley impuesta por la Providencia, va recogiendo de cada dominacion y de cada época una herencia provechosa, aunque individualmente imperfecta, que se conserva en su idioma, en su religion, en su legislacion y en sus costumbres. Veremos á este pueblo hacerse semi-latino, semigodo, semi-árabe, templándose su rústica y genial independencia primitiva con la lengua, las leyes y las libertades comunales de los romanos, con las tradiciones monárquicas y el derecho canónico de los godos, con las escuelas y la poesía de los árabes. Verémosle entrar en la lucha de los poderes sociales que en la edad media pugnan por dominar en la organizacion de los pueblos. Veremos combatir en él las simpatías de orígen con las antipatías de localidad, las inmunidades democráticas con los derechos señoriales, la teocracia y la influencia religiosa con la feudalidad y la monarquía. Verémosle sacudir el yugo extranjero, y hacerse esclavo de un rey propio; conquistar la unidad material, y perder las libertades civiles; ondear triunfante el estandarte combatido de la fe, y dejar al fanatismo erigirse un trono. Verémosle mas adelante aprender en sus propias calamidades y dar un paso avanzado en la carrera de la perfeccion social; amalgamar y fundir elementos y poderes que se habian creido incompatibles, la intervencion popular con la monarquía, la unidad de la fe con la tolerancia religiosa, la pureza del cristianismo con las libertades políticas y civiles; darse, en fin, una organizacion en que entran á participar todas las pretensiones razonables y todos los derechos justos. Veremos refundirse en un símbolo político, así los rasgos característicos de su fisonomía nativa como las adquisiciones heredadas de cada dominacion, ó ganadas con el progreso de cada edad. Organizacion ventajosa relativamente á lo pasado, pero imperfecta todavía respecto á lo futuro, y al destino que debe estar reservado á los grandes pueblos segun las leyes infalibles del que los dirige y guia.

¿Cómo ha ido pasando la España por todas estas modificaciones? ¿Cómo ha ido llegando el pueblo español al estado en que hoy á nuestros ojos se presenta? ¿Cómo se ha ido desarrollando su vida propia y su vida relativa? Echemos una ojeada general por su historia, examinemos rápidamente cada una de sus épocas.

III

El Asia, cuna y semillero de la raza humana, surte de pobladores á Europa. Tribus viajeras, que á semejanza del sol caminan de Oriente á Occidente, vienen tambien á asentarse en este suelo que tomó despues el nombre de España. Los primeros moradores de que las imperfectas y oscuras historias de los mas apartados tiempos nos dan noticia, son los iberos. Pero otra raza de hombres viene á turbar á los iberos en la pacífica posesion de la Península. Los celtas, hombres de los bosques, no tardan en chocar con los iberos, hombres del rio. Mas, ó demasiado iguales en fuerzas para poderse arrojar los unos á los otros, ó conocedores en medio de su estado incivil de sus intereses, acaban por aliarse y formar un solo pueblo bajo el nombre de celtíberos. Acaso prevalezca el carácter ibérico sobre el celta, y le imprima su civilizacion relativa. Y aunque las dos primitivas razas conserven algunos rasgos distintivos de su carácter, sus cualidades comunes, tales como nos las pinta Estrabon en el monumento que arroja mas luz sobre aquellos tiempos ante-históricos, son el valor y la agilidad, el rudo desprecio de la vida, la sobriedad, el amor á la independencia, el odio al extranjero, la repugnancia á la unidad, el desden por las alianzas, la tendencia al aislamiento y al individualismo, y á no confiar sino en sus propias fuerzas.

Los iberos y los celtas son los creadores del fondo del carácter español. ¿Quién no ve revelarse este mismo genio en todas épocas, desde Sagunto hasta Zaragoza, desde Aníbal hasta Napoleon? ¡Pueblo singular! En cualquier tiempo que el historiador le estudie, encuentra en él el carácter primitivo, creado allá en los tiempos que se escapan á su cronología histórica.

Menester era, no obstante, que la civilizacion de otros pueblos mas adelantados viniera á suavizar algun tanto la ruda energía de aquellos primeros pobladores. La Biblia habia elogiado el oro de Tharsis, y creíase que los Campos Elíseos de Homero eran las riberas del Bétis. Alicientes eran estos que no podian dejar de excitar la codicia de los especuladores fenicios, los mas acreditados navegantes de su tiempo, y pronto se vió á los bajeles tirios aportar á las playas meridionales de España. El litoral de la Bética se abre sin dificultad á aquellos mercaderes inofensivos, que parece no vienen á hostilizar el país, sino á erigir un templo á Hércules, y á cambiar artefactos desconocidos por un oro cuyo precio tampoco conocen los naturales. Ellos avanzan, establecen factorías de comercio, explotan minas, trasportan las riquezas á Tiro, y dejan á los iberos algunas mercancías y las primeras semillas de una civilizacion.

Resonaba ya en Grecia la fama de las riquezas de nuestra Península, y á su vez los griegos de Rodas, los de Zante y los focenses, acuden á este suelo afortunado; fundan á Rosas, Sagunto, Denia y Ampurias, y enseñan á los españoles el culto de Diana y el alfabeto de Cadmo, aprendido de los fenicios y modificado por ellos. Tampoco oponen los naturales. gran resistencia á los nuevos colonizadores, porque hasta ahora solo han experimentado los dos mas suaves sistemas de civilizacion, el del comercio y el de las letras.

Pero no tardan los fenicios en inspirar recelos á los indígenas, que apercibidos de su credulidad, y viendo de mal ojo la arrogancia de aquellos, y el ascendiente que les permite tomar su excesiva opulencia, comienzan á dar las primeras muestras de su humor independiente y altivo, y no dejan gozar de reposo á los colonos de Cádiz, guerreándolos y hostigándolos sin piedad. Los gaditanos en su apuro acuden en demanda de auxilio á sus hermanos de Cartago, colonia tambien de Tiro é hija suya emancipada, que habiendo asesinado á su madre por heredarla, no es extraño que se propusiera matar tambien á su hermana de Cádiz fingiéndose su protectora.

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