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ra mostrar el alborozo y la inquietud que la agitaban: don Carlos parecia triste y concentrado ent sus pensamientos. Presentóse el conde de la Alcudia y puso el decreto del rey en manos del infante, que se negó en breves palabras á tomar parte en el gobierno: el conde, que participaba de las ideas de don Carlos, cumplia su encargo como caballero leal, pero no mostraba aquel ardor que era necesario para el convencimiento. En vista de la negativa Calomarde aconsejó que se nombrase á don Negociaciones Carlos regente en compañía de la reina, con tal que antes empeñase solemnemente su palabra de sostener los derechos de la infanta Isabel. Asi se acordó, y el conde de la Alcudia partió segunda vez á participar el nuevo decreto al aspirante al solio: el príncipe, como dice en su manifiesto (*), "contestó atenta y respetuosamente que su conciencia y honor no le permitian dejar de sostener unos derechos tan legítimos que Dios le concedió cuando fue su santa voluntad que naciese, y cerró la puerta á toda clase de transacciones.

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con don Carles.

(* Ap. lib. 13. núm. 13.)

Setiembre de

Entre tantas tribulaciones y amarguras pasó el dia 17; y su angustiada noche, consumida la mitad en vanas deliberaciones, fue mortal para Cris- 1832. tina, que á cada ataque pensó era el último aliento de Fernando. Combatida por afectos encontrados aguardaba con ansia la luz del dia 18, que vino por fin á alumbrar sus lágrimas: veíase sola, casi abandonada, sin confianza en la guardia ni en los gefes de las tropas que guarnecian el Sitio, y llamó otra vez á los consejeros de la víspera. El cuerpo diplomático, escepto los embajadores de Francia y de Inglaterra, favorecian la tendencia de los carlistas: el enviado de Nápoles, Antonini, que en clase de embajador de familia debia gozar la confianza de la reina, abusó de ella, y vendió á la desgraciada princesa estraviándola con el terror de sus pala

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bras. La corte de Nápoles, que habia protestado, como dijimos en su lugar, cuando se publicó la pragmática sancion de 1830, habia dado á su representante instrucciones en el sentido del papel que desempeñó; y Cristina, que creía deber descansar en los consejos de un amigo, apretaba contra su seno una sierpe cuyo veneno no conocia. Calomarde, el conde de la Alcudia y el obispo de Leon pintaron á los reyes con palabras de antemano calculadas los peligros que corrian la reina y sus inocentes hijas sino se derogaba la pragmática sancion de 29 de Marzo de 1830, y los horrores de una guerra civil en que á torrentes inundaria el suelo la sangre española. "¡Que España sea feliz y que disfrute tranquila de los beneficios de la paz y del orden!" esclamó Cristina; é inclinó el ánimo del rey á la revocacion de la pragmática. Fernando esforzó su casi estinguida voz para aprobar las palabras de su esposa, porque la enfermedad comenzaba á atacar la cabeza, y entreveíase una especie de declinacion mental. "La Tribulaciones. turbacion y congoja de aquel estado en que por instantes se iba acabando la vida, y el anuncio de la desolacion universal hecho en las circunstancias en que es mas debida la verdad, consternó el fatigado espíritu del rey, y absorvió lo que le restaba de inteligencia para no pensar en otra cosa que ('Ap. lib. 13. en la paz y conservacion de los pueblos." (*) Asi núm. 14.) las intrigas de Antonini, alma en aquel trance de la mayoría del cuerpo diplomático, la vileza de Calomarde y la astucia del obispo de Leon y demas secuaces de la tiranía, unido todo al instinto de culebra del confesor del rey, destinaron por un momento la corona castellana á las sienes del mas fanático de los infantes. Convocados en aquella noche los secretarios del despacho, menos el de la Guerra que habia permanecido en Madrid, y varios.

Codicilo.

consejeros de Castilla, de los que algunos se negaron á asistir, leyóse de orden del monarca por Calomarde una especie de codicilo en forma de decreto en el que decia, "que haciendo en cuanto pendia del rey este gran sacrificio á la tranquilidad de la nacion española, derogaba la pragmática sancion de 29 de Marzo de 1830, decretada por su augusto padre á peticion de las Cortes de 1789, para restablecer la sucesion regular en la corona de España, y revocaba sus disposiciones testamentarias en la parte que hablaban de la regencia y gobierno de la monarquía. " Mandábase en el mismo decreto, y el rey lo exigió tambien de palabra á los que se hallaron presentes, que se guardase inviolable secreto sobre lo actuado hasta el fallecimiento de Fernando. Mas habiendo caido este en un mortal letargo y creyéndole muerto sus consejeros, "quebrantaron alevosamente el sigilo estendiendo en el mismo dia certificaciones de lo actuado con insercion del decreto," "y enviáronlas al Consejo y al secretario de la Guerra, marqués de Zainbrano, para que las publicasen con las ceremonias de estilo. Ni el decano del Consejo real, el honrado don José María Puig, ni Zambrano quisieron dar cumplimiento al mencionado decreto hasta que les constase la muerte del rey, y solo aparecieron algunas copias manuscritas fijadas en distintos puntos de la corte por el bando carlista, que difundió rápidamente la no- Creida muerticia de que habia espirado el monarca.

Lúgubres y variadas eran las escenas que se representaban en aquellos atribulados instantes en los salones de San Ildefonso. Sumido Fernando en un letargo que se equivocaba con la muerte yacía en el lecho sin dar señales de vida, no obstante los enérgicos remedios con que los médicos, desesperados de salvarle, disputaban su presa á la muerte.

:

Quebrántase el secreto.

te del rey.

Desolada la reina y con los ojos fijos en el cadavérico rostro del moribundo ponia su mano sobre el pecho para ver si aun respiraba; y al propio tiempo al observar su abandono y los hombres que le habian vuelto la espalda, y la descortés destemplanza de los que ya la reputaban viuda, consideraba que no podria permanecer en España muchos dias despues de muerto su marido, y dictaba los tristes Preparativos preparativos de la partida. Mientras en el cuarto de viaje. de Cristina se recogian y embalaban para el viaje las alhajas y objetos de su uso, y la tristeza anublaba la frente de sus criados, en el de don Carlos brillaban muy distintos sentimientos. Los cortesanos saludaban al infante con el tratamiento de magestad: los generales de las órdenes religiosas y varios nobles que alli se hallaban le estimulaban á merecer en su reinado el título de Pio por su celo en resucitar el santo oficio y perseguir á los hereges: Alegría de la princesa de Beira abrazaba á doña Francisca, que ya se gozaba con la idea de la venganza, y el obispo de Leon, paseando con el padre Carranza, sacudia con los dedos el pectoral que llevaba al cuello, y juraba que ya no levantarian la cabeza los liberales. Solo Calomarde con el corazon combatido por las dudas no se entregaba de todo punto al alborozo de la Corte; porque si es verdad que habia contribuido á aquella revolucion de palacio y arrancado á un moribundo la revocacion de la pragmática de 1830, tambien presentía que don Carlos nunca pondria en olvido la parte que tuvo en la sancion de la misma pragmática para ganarse la voluntad de la reina.

los carlistas.

nando.

Pero Dios, que no queria la ruina de la esclaAlivio de Fer- vizada España, prolongó con asombro la vida de Fernando, y como la fama habia publicado en Ma. drid las tramas y negros manejos del bando de don Carlos, varios mancebos de la primera gran

deza llevados de su generoso aliento corrieron al Sitio y ofrecieron á la reina sus vidas. Para sostener su promesa y defender la causa de la inocencia y la justicia armaron á sus amigos y juntáronse en una sociedad que tomó el nombre de Cristina; y de este manantial límpido y purísimo al nacer, y enturbiado despues en su curso con las futuras rèvueltas, fluyeron tantas juntas y secretas reuniones, que con el lodo de las pasiones estancaron y corrompieron los hilos de la corriente. Estimulados con el ejemplo de la nobleza varios generales y magistrados se agruparon igualmente en torno de la cuna de la inocente Isabel, hermoso lucero que aun en su oriente eclipsaban ya las nubes de las pasiones. Tambien al anuncio del peligro del rey regresaron precipitadamente de Andalucía los infantes don Francisco y su esposa doña Luisa Carlota, hermana de la reina, dotada de un talento natural y perspicaz y de un carácter vivo y arrojado. Informada la infanta en Madrid de las escenas de San Ildefonso, y habiendo leido el decreto del 18, robusteció con su poderoso influjo el acuerdo de Puig y de Zambrano de sepultarlo en el secreto mientras respirase el monarca, y voló en la madrugada del 22 al Sitio. Culpó la debilidad de la reina por haberse doblado al artificio de sus enemigos, y le pintó con los mas vivos colores las resultas del decreto firmado: tras esto llamó á Calomarde, y reprendiéndole con fuego y vehemente energía los engaños de que se habia valido para dorar su perfidia y aterrar á los reyes le amenazó con el merecido castigo. Terrible fue esta escena, en que anonadado el vil ministro y casi temblando de la justa cólera de la infanta mudó de color varias veces, y el que habia visto arrodilladas en su presencia á las personas de mas elevada esfera en tantos casos, cre

Vuelta de los

infantes don Francisco y su esposa.

Setiembre de

1832.

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