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nes á estar conmigo? Yo estuve malconsiderado, que, cuando le vi comenzar con el tono tan alto, habia de volverle las espaldas y dejarlo con su razón y á la mosca, que es verano. Embacéme sin saber qué responder; más como á otra cosa no iba, le dije: sí, señor.-Pues entra conmigo, que si haces el deber, me dijo, no perderás en ello.-Bien seguro estoy, le respondi, que asentando con vuesa merced tendré cierta la ganancia, pues no tengo de qué me resulte pérdida. Preguntóme: ¿y sabes lo que has de hacer? Volvíle á decir: lo que me mandaren y supiere hacer ó pudiere trabajar. Que quien se pone á servir ninguna cosa debe rehusar en la necesidad y á todas las de su obligación tiene alegremente de satisfacer, y para lo uno y otro se ha de disponer. El se contentó de mi plática y entendimiento. Asenté á mercedes como gavilán.

que

Anduve á los principios con gran puntualidad y él me regalaba cuanto podía. Más no sólo á mis amos, que era casado, procuré agradar, sirviendo de toda broza en monte y villa, dentro y fuera de mozo y moza, sólo faltó ponerme saya y cubrir manto para acompañar á mi ama, porque las más caserías, barrer, fregar, poner una olla, guisarla, hacer las camas, aliñar el estrado y otros menesteres, de ordinario lo hacía, que por ser solo estaba puesto á mi cargo; pero á todos los criados del amo procuraba contentar. Asi acudía en un vuelo al recaudo del paje, como del mozo de caballos. Uno me daba le comprase lo necesario, otro que le limpiase la ropa, aqueste que le enjabonase un cuello, aquel que le llevase la ración á su mujer y esotro á su manceba. Todo lo hacía sin rezongar ni haronear. Nunca fui chismoso ni descubri secreto, aunque no me lo encargaran: que bien se me alcanzaba lo que había licencia de hablar y que era necesario callar. El que sirve se debe guardar destas cosas ó se perderá presto, siendo malquisto y odiado de todos. No respondía, cuando me reñian, ni daba ocasión

aunque

todo me

para ello. A los mandados era un pensamiento. Donde había de asistir nunca faltaba. Y costaba trabajo, nada se perdía. Bastábame por paga la loa que tenía y lo bien que por ello me trataban de palabra, no faltando las obras á su tiempo.

Gran alivio es á quien sirve un buen tratamiento: son espuelas, que pican á la voluntad para ir adelante, señuelo que llama los deseos y carro en que las fuerzas caminan sin cansarse. A unos es bien y merecen servirse de gracia y á otros no por ningún dinero. Y sobre todo reniego de amo que ni paga ni trata.

Entonces pude afirmar que, dejada la picardia, como reina de quien no se ha de hablar y con quien otra vida politica no se puede comparar, pues á ella se rinden todas las lozanías del curioso método de bienpasar que el mundo soleniza, aquella era, aunque de algún cuidado, por extremo buena. Quiero decir, para quien como yo se hubiese criado con regalo. Parecióme en cierto modo volver á mi natural, en cuanto á la bucólica. Porque los bocados eran de otra calidad y gusto que los del bodegón, diferentemente guisados y sazonados. En esto me perdonen los de San Gil, Santo Domingo, Puerta del Sol, Plaza Mayor y calle de Toledo; aunque sus tajadas de higado y torreznos fritos malos eran de olvidar.

Por cualquiera niñería, que hiciera, todos me regalaban: uno me daba una tarja, otro un real, otro un juboncillo, ropilla ó sayo viejo, con que cubría mis carnes. Y no andaba tan mal tratado; la comida segura y cierta, que aunque de otra cosa no me sustentara, bastara de andar espumando las ollas y probando guisados; la ración siempre entera, que á ella no tocaba. Esto me hizo mucho daño y el haberme enseñado á jugar en la vida pasada. Porque lo que ahora me sobraba, como no tenía casas que reparar ni censos que comprar, todo lo vendía para el juego. De tal manera puedo de

cir que el bien me hizo mal. Que cuanto á los buenos les es de aumento, porque lo saben aprovechar, á los malos es dañoso, porque dejándolo perder se pierden más con él. Así les acontece como á los animales ponzoñosos, que sacan veneno de lo que las abejas labran miel. Es, el bien como el agua olorosa, que en la vasija limpia se sustenta, siendo siempre mejor, y en la mala luego se corrompe y pierde. Yo quedé doctor consumado en el oficio y en breves dias me refiné de jugador y aun de manos, que fué lo peor. Terrible vicio es el juego. Y como todas las corrientes de las aguas van á parar á la mar, así no hay vicio que en el jugador no se halle. Nunca hace bien y siempre piensa mal; nunca trata verdad y siempre traza mentiras; no tiene amigos ni guarda ley á deudos; no estima su honra y pierde la de su casa; pasa triste vida y á sus padres no se la desea; jura sin necesidad y blasfema por poco interese; no teme á Dios ni estima su alma. Si el dinero pierde, pierde la vergüenza para tenerlo, aunque sea con infamia. Vive jugando y muere jugando, en lugar de cirio bendito, la baraja de naipes en la mano, como el que todo lo acaba de perder, alma, vida y caudal en un punto.

Mucho esperimenté de otros. No hablo lo que me dijeron; sino lo que mis ojos vieron. Cuando las raciones no bastaban, porque para jugar no faltase, traía por la casa los ojos como hachas encendidas, buscando de dónde mejor pudiera valerme. A las cosas de la cocina con facilidad ponía cobro, aprovechandome siempre de la comodidad, como de mi no pudiese haber sospecha. Muchas cosas que hurtaba las escondia en la misma pieza donde las hallaba, con intención, que si en mi sospechasen, sacarlas públicamente, ganando crédito para adelante; y si la sospecha cargaba en otro, alli me lo tenía cierto y luego lo trasponía. Una vez me aconteció un donoso lance, que, como mi amo trajese á casa otros amigos cofrades de Baco, pilotos de Guadalcanal y Coca, y

quisiese darles una merienda, todos tocaban bien la tecla; pero mi amo señaladamente era estremadamente músico de un jarro. Sacóles entre algunas fiambreras, que siempre tenía proveidas, unas hebritas de tocino como sangre de un cordero. Ya de los envites hechos estaban todos á treinta con rey, alegres, ricos y contentos, y con la nueva ofrenda volvieron á brindarse, quedándose y mi ama con ellos, que también lo menudeaba como el mejor danzante, que los pudieran desnudar en cueros: tales estaban ellos. La polvareda había sido mucha. Levantáronse los humos á lo alto de la chimenea. Los unos cayendo, los otros tropezando, dando cada uno traspiés, se fué como pudo, según me lo contó un vecino, y mis amos á la cama, dejándose abierta la casa, la mesa puesta y el vasillo de plata, en que brindaron, rodando por el suelo y todo á beneficio de inventario. Yo acaso había quedado en la cocina del amo aderezando sartenes y asadores, juntando leña y haciendo otras cosas del oficio.

Luego como acabé la tarea, fuime á la posada. Halléla desaliñada, de par en par abierta y el vasillo por estropiezo, casi pidiéndome que siquiera por cortesía lo alzase. Bajeme por él, miré á todas partes si alguno me pudiera haber visto y, como no sintiese persona, volvime á salir pasico. No había dado cuatro pasos, cuando me tocó el corazón una arma falsa. Puseme á pensar si había ruido hechizo, que era bien asegurarme mejor y no ponerme en ocasión, que por interese poco se eventurase mucho y algunos azotes á las vueltas. Volví á entrar, llamé dos ó tres veces. Nadie me respondió. Fuime al aposento de mis amos. Hallélos tales, que parecia estar difuntos y era poco menos, pues estaban sepultados en vino. El resuello que daban me dejó de manera, como si hubiera entrado en alguna famosa

bodega.

Quisiera con algunos cordeles atarlos por los pies á los de

la cama y hacerles alguna burla; pero parecióme más á cuento y mejor la del vaso de plata. Púselo á buen cobro. Habiendo asegurado el hurto, volvime á la cocina, donde no faltó en qué ocuparme hasta la noche, que vino mi amo con un terrible dolor de costado en las sienes, y estando en el hogar sólo un tizón, me quiso aporrear: que para qué gastaba tanta leña, que se quemaría la casa. No estuvo aquella noche de provecho. Como pude supli, cubriendo su falta. Puse á punto la cena, dimosla y, habiendo cumplido á todo, nos fuimos á dormir. Hallé á mi ama de mal semblante: muy triste, los ojos bajos y llorosos, ansiada y pesarosa, sin hablar palabra, hasta que mi amo fué acostado. Preguntéle qué tenía, que tan mohina estaba. Respondióme: "¡ay Guzmanico, hijo de mi alma! gran mal, gran desventura, amarga fui yo, desdichada la hora en que nací, en triste sino me parió mi madre.,,

Ya yo sabia dónde le dolia. Su botica fuera mi faltriquera y mi voluntad su médico; pero no, que todas aquellas compasiones no me la ponían, porque había oido decir que, cuando más la mujer llorare, se le ha de tener la lástima como á un ganso que anda en el agua descalzo por enero. No me movió un cabello; mas fingiendo pesarme de su pena, la consolaba, que no dijese tales palabras, rogándole me contase qué tenía, dándome parte dello, que en lo que pudiese haría por ella como por mi madre. "¡Ay hijo, me respondió, que trujo tu señor en amarga hora unos amigos á merendar y entre todos me falta el vaso de plata. ¿Qué hará tu amo cuando lo sepa? Mataráme por lo menos, hijo de mis entrañas.,,- "¿Qué hará por lo más?,, le quise preguntar. Hiceme del pesante, abominando la bellaqueria y que no hallaba otro medio más de que se levantase por la mañana y fuésemos á comprar á los plateros otro como él y dijese á su marido que, porque estaba viejo y abollado, lo había hecho limpiar y aderezar: que con esto escusaría el enojo. Tam

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