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HISTORIA ECLESIÁSTICA DE ESPAÑA.

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§. 58.

Supresion de algunos Institutos religiosos y creacion de otros

nuevos.

No fué el Instituto de los Jesuitas el único suprimido en España durante el siglo XVIII. Igual suerte cupo á los frailes de San Anton, aunque por distintos motivos. La lepra, ó fuego sacro, había desaparecido, y los hospitalarios convertidos en canónigos regulares, tenían desiertos sus hospitales, y ellos, en escaso número y con grandes rentas, habian abandonado casi por entero la vida activa. Faltando la enfermedad objeto de su asistencia en otro tiempo, pudieron dedicarse á la asistencia de los tísicos, á quienes apénas se admitia en los hospitales, y de quienes se huia, hasta hace poco tiempo, como de los antiguos leprosos. Obtúvose una bula de Su Santidad (1787), extinguiendo aquel Instituto en España. Contaba entonces veinte y tres casas en Castilla y Leon, catorce en Aragon y Navarra, y una en Méjico. Los bienes se anejaron á otros hospitales y hospicios bajo el patronato Real (1). Ejecutóse la bula en 1791.

En cambio de estos hospitalarios, cuya hospitalidad ya no existía, principiaron otros institutos de mujeres verdaderamente hospitalarias á fines de aquel siglo. Los Lazaristas ó clérigos de San Vicente de Paul no habían logrado salir de Barcelona y Mallorca, donde habían fundado á principios de aquel siglo (1704-1736). Hácia el año 1781 pasaron á París seis jóvenes españolas para ser educadas en aquel noviciado: cuatro de ellas eran catalanas y dos aragonesas. Al cabo de nueve años regresaron á España (1790), y se les confió el hospital de Barcelona. Pero dos años despues la Junta administradora pretendió introducir tales reformas, y con tan anómalas exigen

(1) Esta fué una de las muchas tropelías de aquel tiempo. Los bienes eran eclesiásticos: el Rey nada dió de su bolsillo. ¿Por qué pues imponía el Patronato? En Salamanca apenas llegó á 6.000 reales la renta de los Antonianos dada al hospital. Las de este pasaban de 30.000, y con todo se impuso el anticanónico patronato, que le costó la vida á Tavira, como verémos luégo.

cias hasta en su vida interior, que hubieron de abandonar el hospital, marchándose al de Lérida y á un colegio de Barbastro, donde perpetuaron su Instituto. De allí vinieron á Madrid al colegio de la Paz (1800) y plantearon su noviciado (1802). Dos años despues fundaron en Pamplona. El horror que inspiraban las cosas de Francia entónces, y aún más en la época de la guerra de la Independencia, hizo que se las obligase á recortar sus alígeras cornetas y usar mantilla. Esta cuestion de recorte ha dado despues casi tanto que hacer como la cuestion del verdadero color y hechura del hábito de San Agustin, que tanto ocupó en el siglo XVII á los que dan importancia á estas cuestiones de sastrería arqueológico-monástica.

Por lo que hace á los PP. Misioneros no lograron fundar en Madrid hasta el año 1828.

El piadoso sacerdote D. Francisco Ferrer, natural de Monesma en Aragon, dió principio á una congregacion de cléri gos misioneros en la iglesia de Nuestra Señora de la Bella, el año 1712. Aprobóla Clemente XII por bula dada en 6 de Noviembre de 1731. Trajo la congregacion á Madrid el Arzobispo D. Diego de Astorga en 1729, estableciéndola en el oratorio del Salvador, de donde vino el que algunos confundieran estos misioneros con los PP. del Oratorio en Francia. Participaban del Instituto de San Felipe en depender del Ordinario y ser las casas independientes unas de otras, y se asemejaban á los misioneros de San Vicente de Paul, en cuanto á que daban misiones en los pueblos y ejercicios espirituales al clero y á los legos. Llegaron á tener nueve casas en España, donde progresaron despues de la expulsion de la Compañía. En Madrid se les dió (1769) el edificio del Noviciado, que había sido de aquella, donde hoy está la Universidad Central.

Las religiosas de la Visitacion ó Salesas, solamente tenían en España su grandioso monasterio llamado de las Salesas Reales, que les construyó la Reina Doña Bárbara, en 1758. Medio siglo despues (1798) les dió otro en la calle Ancha de San Bernardo la Sra. Doña María Teresa de Centurion. Concluida la guerra de la Independencia pasaron á fundar tercer monasterio en Calatayud, yendo con las españolas algunas religiosas procedentes de la emigracion francesa. En 1827 les construyó un convento de planta el Sr. Castellon y Salas,

Obispo de Tarazona, y el Infante D. Cárlos les dió por el mismo tiempo otro en Orihuela (1826).

Introdújose tambien á fines del siglo el Instituto de la Trapa, á despecho del Consejo de Castilla y por via de observacion. Los Trapenses, ignorando la situacion de Francia, fueron sorprendidos por la revolucion sin saber ellos apénas lo que pasaba. Vendido su monasterio fueron arrojados de él violentamente, y maltratados por los pueblos donde se presentaban con sus pobres hábitos. Algunos de los más robustos pudieron pasar á otro monasterio recien fundado en Friburgo; mas no pudiendo mantenerse todos allí, á pesar de su rudo trabajo, por la esterilidad del terreno, vinieron dos de ellos á España, siendo el uno el P. D. Gerásimo de Alcántara, hijo de un caballero español, exento de guardias de Corps. Concedióseles fundar (1797) en el priorato de Santa Susana, diócesis de Zaragoza, que había sido del monasterio cisterciense de Escarpe. Siete monjes eran los que vinieron de Friburgo, y á pesar de su austerísima regla, eran ya sesenta á principios de este siglo.

§. 59.

Varones notables por su santidad. - Prelados distinguidos.

Muchos de los Prelados y personas de virtud citadas anteriormente alcanzaron todavía á la segunda mitad del siglo XVIII. Tampoco faltaron otros á fines del mismo siglo, aunque, por desgracia, en menor número.

En Sevilla falleció el año 1785 el venerable P. Presentado Fr. José Ortiz de Santa Bárbara, carmelita de ejemplarísima vida, que falleció á la edad de ochenta y siete años con grande opinion de santidad. Otro carmelita descalzo, el hermano Jerónimo de San Eliseo, fundaba en Madrid por aquellos años la Real Congregacion del Alumbrado y Vela, y obtenía dé Cárlos IV su extension por todos los dominios de España: falleció poco despues en la misma córte (1795).

El P. Fr. Diego de Cádiz mereció volver á llevar el dictado de Apóstol de Andalucía, que se dió en el siglo XVI al maestro de Avila, cuyas virtudes imitó. Eran sus padres unos ad

ministradores del Conde de Benavente en Ubrique: accidentalmente nació en Cadiz. Manifestaba en su juventud tan pocos alcances, que, al pedir el hábito de capuchino, fué reprobado en el exámen: admitiósele por orden del General. Tan luego como tomó el hábito se le vió hacer grandes progresos en los estudios. Sus sermones estaban llenos de uncion, y los acompañaban el don de lenguas y otros prodigios, pues los entendían en Sevilla y otros puntos algunos extranjeros, que nada sabían de español. Componía en verso con gracia y soltura, y sus saetillas y composiciones religiosas eran populares en Andalucía. Predicó tambien en Madrid con mucho fruto. Murió en Ronda á principios de este siglo, del vómito negro.

A fines tambien del mismo siglo murió en Sevilla (1794) con grande opinion de virtud y penitencia Fr. Santiago Fernandez y Melgar, agustino descalzo. Tambien falleció en Valencia (1789) sor María de los Angeles, franciscana, presidenta del convento de Rusafa, que á pesar de su profunda humildad y retiro se hizo célebre entre las personas religiosas por su gran mortificacion y singular candor y virtud.

Entre las personas notables por su virtud, á quienes alcanzó la funesta y tiránica expulsion de la Compañía de Jesús, se encontraba el P. José Pignatelli, de una de las familias más nobles de Aragon, hermano del conde de Fuentes, embajador á la sazon en Roma. Trátase de su beatificacion.

En sus cartas al agente Azara se quejaba Roda de que los Jesuitas aragoneses eran los más fanáticos de todos, es decir, los más rígidos, constantes, sufridos y fervorosos, que así calificaban aquellos señores las virtudes de los regulares (1).

Prelados eminentes hubieran sido los Sres. Palafox, de Cuenca; Tavira, de Salamanca, y Abad y La Sierra, de Barbastro, si á su gran saber, generosidad y virtudes hubieran unido su adhesion á la Santa Sede y ménos apego á las malas doctrinas, que eran de moda á fines del siglo pasado. El más

(1) En cambio sus paisanos Aranda, Roda, y Azara eran los que les dispensaban su ilustrada proteccion, y él mismo hizo cuanto pudo para seducir á los jesuitas americanos deportados, y hacer cundir el descontento y la desconfianza entre ellos; como describe el P. Carayon en su moderna historia. Cretineau-Joly: Clemente XIV y los Jesuitas, segunda edicion de Madrid, 1848, pág. 168 y 175.

piadoso de todos era el Sr. Palafox. Cuenca le debió muchas mejoras, fundacion de escuelas públicas, que aún subsisten, y otros muchos beneficios. Su nombre es allí muy popular y grato. Con ménos aficion á las elucubraciones del Febronio, fuera un Prelado eminente.

Tambien era de mucha virtud y generosidad el Sr. Tavira. Al morir solamente se le hallaron 360 rs., y eso que la mitra valía entónces más de 20.000 duros. Empeñóse en llevar el hospital general de la Trinidad al grandioso edificio del Colegio Mayor del Arzobispo, á fin de montar un hospital en grande. Dió un reglamento disparatado, creando multitud de empleados y destinos, con lo que logró ahuyentar de allí la caridad y á la piadosa Diputacion que económicamente lo dirigia, teniendo que sostener de su bolsillo la balumba que había creado. Este retraimiento de las personas piadosas, por efecto de esto y de sus ideas modernas, y el triste aspecto de la nacion y de los asuntos políticos, le sumieron en la melancolía, que acibaró y abrevió los últimos dias de su vida.

y

§. 60.

Carácter religioso de los españoles durante aquel siglo.

El contagio de la inmoralidad é impiedad de los cortesanos de la grandeza, durante el siglo XVIII, no trascendió á la generalidad del pueblo español. Este permaneció devoto, religioso y ferviente católico hasta principios de este siglo. Las leyes recopiladas estaban llenas de disposiciones religiosas, y ántes de enseñar el acatamiento debido al Trono, prescribían los actos de respeto y veneracion debidos á Dios. Todos los españoles debían acompañar al Santísimo, cuando le hallasen en la calle, conducido para los enfermos; los militares debían abatir hasta el suelo sus armas y banderas, y los magistrados y tribunales debían apearse de sus carrozas, áun cuando fueran en corporacion, y dar ejemplo al pueblo acompañándole. Los Reyes mismos debían apearse de su carruaje y acompañarle hasta el lecho del enfermo, cediendo el coche al sacerdote que llevara al Santísimo Sacramento (1).

(1) Introdujo esta práctica Cárlos II en ocasion de encontrar el Viá

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