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en el encargo de dirigir las negociaciones desde Madrid: ademas fué nombrado Fiscal del Consejo.

El Memorial de Macanaz había sido trasmitido al Consejo de Castilla, con la reserva debida á tan delicado negocio. A pesar de eso, D. Luis Curiel tuvo la debilidad de darle publicidad, haciendo que llegase á manos de la Inquisicion. Este acto de infidelidad es muy feo é indisculpable, por más que se encubra bajo la capa de un celo religioso: ningun empleado es dueño de los secretos de su oficina, y el revelarlos es una traicion, pues si no quiere gravar su conciencia con actos inmorales, puede hacer dimision de su destino. El dia 3 de Setiembre, á la una de la noche, mandósele salir desterrado á tierra de Segura, junto á Sierra Morena, con privacion de sueldo, plaza y de todos sus honores, incapacitándole para volver á pretender.

El Consejo supremo de la Inquisicion hizo á varios teólogos calificar el papel: dividiéronse en sus pareceres, pues al paso que unos con el P. Polanco, religioso minimo y despues Obispo de Jaca y escritor de Teología, opinaron que no hallaban doctrina digna de censura, el P. Blanco, dominicano (1), lo calificó con las más graves censuras.

§. 6.

Expulsion del Cardenal Giudici, Inquisidor general.

Desempeñaba á la sazon el cargo de Inquisidor general un Cardenal napolitano llamado D. Francisco Giudice, que lo ejercía desde el año anterior: era el segundo extranjero que ocupaba aquel puésto tan delicado como eminente. Anhelaba el Cardenal la mitra de Toledo (2), y eso que tenía el obispado de Montreal, que era el más rico de Sicilia. Consultado

(1) El P. Blanco fué uno de los que dieron su dictámen á Felipe V de que podía expulsar al Nuncio de Su Santidad y cerrar el tribunal de la Nunciatura cuando lo tuviese por conveniente. Es muy extraño que quien suscribió aquel dictámen se ensangrentara con el de Macanaz.

(2) El Cardenal Portocarrero había fallecido en 1709, no sin que se le hubiera mirado durante los últimos años de su vida con malos ojos por la conducta que observó durante la estancia de los imperiales en Toledo. El Papa se negó á confirmar al Arzobispo de Zaragoza D. Antonio TOMO VI.

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Macanaz por la Reina, le presentó registradas en la Nuer a Recopilacion las leyes que prohibían dar prelacías en España á ningun extranjero.

El Cardenal napolitano llevó muy á mal aquella contradiccion, como igualmente que las gestiones para la avenencia se hicieran sin contar con él. Felipe V, disgustado del Cardenal por este motivo y por algunos otros asuntos diplomáticos, le envió á París de embajador, pero sin mision especial. Hallá– base allí cuando tuvo noticia del Memorial de Macanaz y de los proyectos del Consejo, y en vista del dictámen de los teólogos y de las excitaciones que recibió por otros conductos, pasó á condenar el Memorial de Macanaz, juntamente con las obras de Juan y Jerónimo Varclay, y otra de Mr. Tolon, Presidente que era entónces del Parlamento de París.

El escrito se condenó en Marly, á 30 de Julio de 1714, y no quedó censura del Indice que no se le pusiera, pues se le calificó de sedicioso, temerario, injurioso, herético, cismático, ofensivo á los oidos piadosos, etc. Luis XIV se mostró muy ofendido cuando supo que en su propio palacio condenaba un extranjero las obras escritas en defensa de sus regalías, y despidió al Cardenal con palabras afrentosas. Cortáronse las negociaciones entabladas para el Concordato, y se mandó al . Cardenal Giudici salir de Francia. Felipe V no le permitió volver á España, y le mandó que renunciase el cargo de Inquisidor, que dió á su confesor, el P. Robinet; mas éste no le quiso aceptar. Mandóse al Santo Oficio revocar el auto dado contra Macanaz; pero los teólogos convocados para ello manifestaron que no se podía condescender, y habiendo el P. Urbano hablado con alguna mayor acrimonia, se le desterró de la Corte.

El papel de Macanaz adquirió con estas demostraciones una celebridad desmerecida. Imprimióse en Francia, y en España se sacaron tantas copias, que áun ántes de imprimirse en estos últimos años, andaba manuscrito en manos de todos. Mientras Alberoni estuvo en el poder, Macanaz no se atrevió á voìver á España; pero Felipe V le protegió secretamente y le empleó en negociaciones diplomáticas.

Ibañez, presentado para la Iglesia primada, por dudarse á cuál de las partes beligerantes correspondería la presentacion.

§. 7.

Concordato de Giudice y Alberoni.

Pasó el Rey á segundas nupcias con Isabel de Farnesio, Princesa de Parma. Había dirigido las negociaciones de este casamiento un abate italiano, llamado Julio Alberoni, hijo de un jardinero de Plasencia. La naturaleza había escaseado sus dotes fisicos al abate italiano para prodigarle las intelectuales: no siendo apropósito para los trabajos rurales, entró de sacristan en una parroquia de Plasencia, y en breve los Jesuitas, cultivando aquel talento privilegiado, hicieron de un mal jardinero un excelente aprendiz de diplomático. Las prendas morales no corrían parejas con las intelectuales; pero es bien sabido que las virtudes no suelen ser patrimonio de los diplomáticos. Despues de varias aventuras y no poca paciencia, Alberoni vino á Madrid con el Duque de Vendôme, su protector: á la muerte de éste logró hacerse lado con la Princesa de los Ursinos, y fué el que sugirió á ésta, como al descuido, el casamiento del Rey con la hija de su Soberano, halagando á la favorita con la idea de que la futura esposa era una pobre jóven, sencilla y enemiga de política, y que se dejaría manejar por ella. El pronóstico salió tan al revés, que la primera accion de la jóven Reina fué desterrar á la Princesa de los Ursinos á las primeras palabras que le dirigió en Jadraque. No le faltaba razon para ello.

Grande fué desde entónces la influencia de Alberoni, y puede asegurarse que se colocó exactamente en el puesto de la destituida Princesa. Comenzó por hacer que se revocasen varias medidas adoptadas por Orry en materias rentísticas, con relacion á los bienes de las iglesias, restableció el Santo Oficio en todo su prestigio y poder; hizo que volviera el Cardenal Giudice á servir su empleo, y que se nombrara por confesor de la Reina al P. Guerra en lugar del P. Daubenton, cuyo talento no le convenía. Inmediatamente se dió un decreto, emplazando á Macanaz para que en el término de noventa dias se presentase á responder a los cargos de herejía, apostasía y fuga, que se le formulaban por el Santo Oficio.

Alberoni trató en seguida de entablar las negociaciones para terminar las desavenencias con la Santa Sede, á cuyo efecto gestionó para que el Nuncio Aldobrandi pasase de París á Madrid (1). Mas entónces surgió un obstáculo de donde ménos se podía esperar. El Cardenal Giudice no podía llevar en paciencia que este arreglo se hiciera por un abate italiano, mediando él, que al fin era un Cardenal; así es que tuvo la avilantez de proponer al Rey, que en vez de negociar con el Papa enviase contra él la escuadra que se estaba preparando contra el Turco, y que arrancase por la fuerza lo que difícilmente allanaría por medio de las gestiones diplomáticas (2). No pecaba el Cardenal Giudice de afecto al Papa Clemente XI, pues le había abandonado saliéndose de Roma al declararse Su Santidad por el Archiduque, á pesar de que nadie ignoraba que el Papa cedía á la violencia, y que la ocupacion de sus Estados por los austriacos le obligaba á lo que él no quisiera hacer. Mas este alarde de fidelidad napolitana le valió el favor de Felipe V, el cual premió su salida de Roma con los altos honores, cargos y pensiones que le prodigó en España. Ahora Alberoni le despojaba nuevamente de aquel favor, pues viendo á su paisano oponerse á sus planes, no paró hasta que logró su caida y que se retirase á Roma, haciendo renuncia de su cargo de Inquisidor general. Giudice nada tenía que esperar ya del Papa, y Alberoni ansiaba el capelo. Aunque éste no tenía carácter ninguno oficial, con todo, era el verdadero Ministro y favorito del Rey, ó por mejor decir, de la Reina, que á la vez mandaba en su esposo. Decidió, pues, Alberoni al Rey à que enviase contra los turcos la escuadra

(1) El Sr. Cantillo sostiene que el Concordato del Marqués de la Compuesta se llegó á firmar por Aldobrandi y por el Marqués. Pidiósele á éste que lo exhibiera para las negociaciones en 1736. Pero ni en las oficinas de Estado ni entre sus papeles se encontró, y hubo de exhibir una copia simple de él, que da dicho Cantillo (pág. 299). En verdad que fué torpeza del Gobierno y del Marqués, si es cierto que éste perdió el original ya firmado, cosa que parece increible. Por la copia se ve que las condiciones impuestas á la Santa Sede eran más duras que las de los otros Concordatos en aquel siglo.

(2) Este hecho lo consignó Alberoni en su Apología, y ha sido admitido como cierto por los historiadores.

prevenida de antemano con ocho mil hombres de desembarco. Esta escuadra llegó á tiempo de salvar á Corfú de manos de los infieles: el Papa agradecido concedió al Rey los subsidios eclesiásticos que se le habían retirado. Entre tanto Alberoni concluyó un convenio con la Santa Sede, que tuvo por principal objeto abrir el tribunal de la Nunciatura. Ninguna cuestion se resolvió en él, á ningun Prelado de España se consultó para ello, ni se reformó ningun punto de disciplina. En tan delicado asunto procedió Alberoni de la misma manera que si se tratara de un arreglo mercantil con Inglaterra (1).

§. 8.

Indignos manejos de Alberoni: 1717.

Otro conflicto inesperado vino á retardar la reconciliacion con la Santa Sede. En reemplazo del Cardenal Giudice había sido nombrado Inquisidor general D. José Molines, embajador de España en Roma. Al atravesar por Milan con un salvoconducto del Emperador, se le detuvo por el gobernador austriaco, poniéndole preso en la ciudadela y ocupándole todos los papeles, los cuales se enviaron á Viena. Esta violacion del derecho de gentes produjo una nueva guerra, de cuyas resultas Felipe V se preparó, aprestando una escuadra en Barcelona. Oponíase Alberoni á la guerra, temeroso de sus resultados y de perder su anhelado capelo; pero los cortesanos y el P. Daubenton, que otra vez tomaba parte en los negocios á título de confesor, estaban por ella (2). Alberoni, viendo esta inevitable, dió órden para que no se permitiera entrar en España al Nuncio de Su Santidad, que se hallaba ya en Perpiñan: al mismo tiempo escribía á Roma para manifestar que la escuadra se equipaba contra los turcos, y apurando para la concesion del capelo, como condicion sine qua non, para que la expedicion marchara á su destino y la reconcilia

(1) Véase este llamado Concordato en la Obra del Sr. Cantillo, página 300. No se inserta en el Apéndice por la escasa importancia que ha merecido en nuestra historia.

(2) William Coxe, t. I, pág. 203.

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