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CAPITULO IX.

TRIBULACIONES DE LA IGLESIA DE ESPAÑA DURANTE LA MENOR EDAD DE DOÑA ISABEL II.

§. 75.

Nueva lucha entre el Clero y el Gobierno constitucional.

Fernando VII bajó al sepulcro prematuramente, despues de un año de enfermedad, ó por mejor decir de lenta agonía (29 de Setiembre de 1833). Encargóse de la gobernacion del reino su viuda Doña María Cristina de Borbon, durante la menor edad de su hija. Al frente del Consejo de Gobierno nombrado en su testamento figuraba el Cardenal D. Juan Francisco Marco Catalan, que se hallaba en Roma, el cual no creyó oportuno venir á España.

Durante el último año de la vida del Rey, algunos relámpagos de revolucion habian indicado ya la próxima tempestad. El Obispo de Leon, á quien se había mandado salir de la corte, se había fugado de aquella ciudad, despues del levantamiento de los voluntarios realistas. Los Prelados convocados á la jura de la Princesa concurrieron á ella (1).

La Reina Cristina en el manifiesto dado á la nacion, pocos dias despues de la muerte del Rey, decía (4 de Octubre) entre otras cosas:-<< La Religion y la Monarquía, primeros elementos de vida para la España, serán respetados, protegidos, mantenidos por mí en todo su vigor y pureza. El pueblo español tiene en su innato celo por la fe y el culto de sus padres la más completa seguridad de que nadie osará mandarle sin respetar los objetos sacrosantos de su creencia y adoracion: mi

(1) La cuestion de legitimidad no es propia de una historia eclesiástica, como tampoco el hablar de los sucesos de la Granja en 1832.

HISTORIA ECLESIÁSTICA DE ESPAÑA.

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corazon se complace en cooperar y presidir á este celo de una nacion eminentemente católica, en asegurarla de que la religion inmaculada, que profesamos, sus doctrinas, sus templos, y sus ministros, serán el primero y más grato cuidado de mi Gobierno... Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la Monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. » A pesar de estas ofertas todos conocieron la imposibilidad en que la Reina viuda se vería bien pronto para cumplirlas. Pocos fueron los clé-, rigos que tomaron parte en los primeros levantamientos: solamente Merino y algun otro avezado á la vida aventurera de las guerrillas, trocó el ministerio de paz por el sangriento ejercicio de las armas: entre ellos el canónigo Echevarria, capturado cerca de Medina de Pomar, fué fusilado. El Gobierno por su parte maltrataba al Clero de hecho y de palabra, y los términos en que se redactaban las Reales órdenes relativas á él, más bien parecían arranques de oradores de café, que de Ministros de la Corona. La desconfianza era mútua, y las disposiciones del Gobierno, desde principios de 1834, comenzaban á revelarla. Prohibióse (9 de Marzo) la provision de prebendas y beneficios eclesiásticos, exceptuando los que lievaban cura de almas, las prebendas de oficio y las dignidades con presencia en los cabildos. Los frutos de las vacantes se debían aplicar exclusivamente á extinguir la deuda del Estado. Dos meses despues el Gobierno principiaba á manifestar desconfianza de las autoridades eclesiásticas (8 de Junio); y exigía que los Provisores fueran nombrados á gusto suyo, no contentándose ya con la mera aprobacion auxiliatoria. Algunos decretos dados contra los conventos, de donde se marchaban frailes á la faccion, y la tibieza en las relaciones con la Nunciatura, indicaban ya la próxima explosion. Con todo, Gregorio XVI no retiró su Nuncio hasta que los graves desaciertos de la Regencia y los excesos de la revolucion le obligaron á ello. Léjos de eso, las bulas del Sr. Romo, Obispo de Canarias nombrado por Fernando VII, vinieron á nombre y presentacion de la Reina Isabel (1).

(1) Consignó este hecho (que habla muy alto en pro de la Santa Se

§. 76.

Degüello de frailes y supresion de conventos.

No estaba la Reina Cristina dispuesta á entrar por las sendas del parlamentarismo liberal. Placiale más lo que se llamaba el absolutismo ilustrado, que se iniciaba ya en los últimos años del reinado de Fernando VII. El Ministro Zea Bermudez había cantado tambien las glorias de aquel sistema, que ni gustaba á los realistas ni satisfacía á los liberales. Aquellos aclamaron á D. Cárlos, tomando por bandera la cuestion de legitimidad. Los que se habían sublevado en 1824, 1825 y 1827 en favor de D. Cárlos, probablemente no hubieran dejado de hacerlo en 1833, aunque Fernando VII hubiese dejado sucesion masculina: la guerra era de principios más que de personas. La revolucion ha despreciado siempre la cuestion de legitimidad, pues hace consistir esta en la soberanía nacional, más que en la tradicion y la ley preestablecida, que para ella significa poco ó nada. Así que hablaba de legitimidad, pero sin tomarla por bandera, pues al nombre de la Reina unía los de la Constitucion y libertad.

El partido liberal al ver que la Reina Cristina no otorgaba todo lo que se le pedía, se propuso arrancárselo, y esto, no por amor á la libertad verdadera, ¡ habrá algun iluso que tal crea! sino por el afan de mandar y hacer dinero, que eso significa generalmente la libertad para los políticos que la gritan.

En pcs del Estatuto Real se pidió la Constitucion. Las sociedades secretas principiaron á promover conflictos, motines y asonadas (1). Formóse una de liberales exaltados, que tenía por objeto destituir de la Regencia á la Reina Cristina, sustituyéndola con su hermana Carlota, afiliada entre aquellos y dispuesta á fomentar y llevar á cabo sus tenebrosos planes (2).

de, y de su imparcialidad) el mismo Sr. Obispo en su Independencia constante de la Iglesia Hispana.

(1) La sociedad llamada Isabelina ó de los Isabelinos, dirigió estas y pagó y dirigió el asesinato de los frailes. Componíase de progresistas ó exaltados: Véanse más datos en la Historia de las sociedades secretas.

(2) Aunque el Regente fuera el Infante D. Francisco este sólo hubiera servido de testaferro á los Isabelinos.

El cólera morbo asiático, despues de haber recorrido toda la Europa diezmando su poblacion, había llegado á España y cundía por Madrid y sus alrededores. La Corte se habia refugiado á la Granja con el Gobierno: quedaba al frente de Madrid el General San Martin, terror de los revolucionarios en 1822. Estos hicieron correr la voz de que los frailes habían envenenado las aguas. Patraña tan salvaje, parecida á la de los untadores de Milan en el siglo XVI, halló cabida en los ánimos de muchos y en la autoridad misma, merced al odio á los frailes profesaban los liberales de todos partidos (1).

que

Era el dia 17 Julio de 1834, cuando en medio de un calor sofocante, y despues de asesinar á un niño, á pretexto de que estaba echando veneno en una fuente, se dirigió un grupo de sicarios al Colegio Imperial, donde penetró por las tribunas de la iglesia y por la portería del Colegio, junto á cuya puerta asesinaron al virtuoso P. Sauri, Ministro de los Estudios, al P. Artigas y otros varios.

Por las tribunas entró tambien el General San Martin, poco despues, llegando á tiempo de proteger á la comunidad, refugiada en la capilla, y ya salvada del primer ímpetu por uno de los jefes que tenía interés en que no fuera asesinado el jesuita Muñoz, hermano del guardia de Corps D. Fernando, con quien se había casado morganáticamente la Reina Cristina.

Formada la Milicia y prevenidas las autoridades, parece imposible que pudieran seguir los asesinatos, y por la no muy numerosa banda de sicarios que la cometió. Cual nube tormentosa que arrasados los campos de un pueblo entra en los confines de otro, llevando á ellos la desolacion y los estragos, así aquel puñado de foragidos, á los que alentaba y secundaba el odio de todos los liberales contra los frailes, fué llevando el asesinato y el pillaje de convento en convento, desde las tres de la tarde á las doce de la noche. El Colegio Imperial fué asaltado entre tres y cuatro de la tarde; el de Santo Tomás de cinco y media á seis, al acabar los maitines; el de San Francisco el Grande á las nueve, al acabar de cenar; el de la

(1) En las ridículas recriminaciones que hizo San Martin á los Jesuitas y Dominicos, consta que estaba infatuado de aquella idea. Asi aparece de las declaraciones del P. Puyal y otros.

Merced á las once de la noche. Otra banda de harpías y de gente patibularia, de esa que aparece siempre en pos de todos los motines, seguía á los asesinos excitándolos y robando hasta las ropas y muebles que aquellos no podían llevar. Y todo esto pasaba á vista del ejército, que lo contemplaba impasible.

Pudiera explicarse como una sorpresa el asesinato de los Jesuitas; pero ¿cómo los otros? ¿Cómo los de San Francisco el Grande, donde se acuartelaba, un batallon de la Princesa? A las cuatro de la tarde habían ofrecido proteccion sus jefes al General Fr. Luis Iglesias, que con varios religiosos ancianos bajó al cuartel; y con todo, al ver asaltado su convento, y refugiarse en el cuartel, sólo hallaron desprecios é inhumanidad en los soldados y abandono por parte de los jefes. Cincuenta religiosos murieron asesinados en el convento de San Francisco el Grande; quince en el Colegio Imperial: el total de muertos ascendió á ochenta y uno, y á trece el de heridos, sin contar algunos pocos que murieron en la calle, y otros del susto en los dias siguientes. Por ese motivo se ha calculado en ciento el número de víctimas como cantidad aproximada y reducida (1).

Tantos y tan horribles asesinatos quedaron impunes. Un músico del regimiento de la Princesa fué ahorcado por robo de un cáliz; pero ¿qué castigo se dió á los jefes del regimiento que dejaron asesinar á los frailes de San Francisco á su vista y bajo su amparo, faltando á su deber, á su honor y á la ordenanza?

Martinez de la Rosa culpó á las sociedades secretas y á San Martin: éste á los jefes subalternos, y especialmente á los oficiales del regimiento de la Princesa. Imprimió su defensa, que si pudo satisfacer á los jueces que le absolvieron, no satisface por completo á los ojos de la historia.

(1) Véanse los nombres y todos los pormenores en la Historia de las sociedades secretas, tomo II. Los de San Isidro, Santo Tomás y San Francisco, estan tomados de narraciones y declaraciones de religiosos que se salvaron á duras penas. En la de la Merced hay alguna inexactitud que rectificar, al tenor de la vindicacion del mismo San Martin.

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