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>>>No hay transaccion decente ni posible.

>>Cumpla cada uno con su deber; en nombre de la patria se lo pedimos, se lo exigimos.

>> Baje Isabel espontáneamente de un trono deshonrado, ó sufra su suerte resignada, inclinando la cabeza ante el veredicto del tribunal del pueblo.>>

Catorce años necesitaron los hombres à quienes dirigíamos las páginas que preceden, para comprender que estábamos en lo cierto y arrojar á los Borbones por la ventana, ya que ellos no habian querido salir por la puerta, cometiendo en 1854, con su conducta, una injusticia y una torpeza.

La injusticia fué mandarnos á los calabozos del Saladero, confundidos con malhechores, por decir verdades tan palmarias, por darles consejos tan saludables. La torpeza consistió en dejar á Isabel Il en su trono, para que la historia pueda con razon acusarlos de todas las desgracias y calamidades políticas y sociales que la han asolado durante los últimos catorce años, y que preveíamos y anunciamos entonces tan claramente.

VII.

Las revoluciones vivifican y las reacciones matan; por eso es mayor la responsabilidad de los que, con su tibieza ó con sus medidas á medias, facilitan á los vencidos reaccionarios la vuelta al poder.

La revolucion de 1834 abrió nuevo campo de accion à la actividad intelectual, material y moral de los españoles: derribando abusos, acabando de derrumbar las viejas instituciones que servian de dique á la corriente del progreso, este empezó á manifestarse en todas las esferas de la actividad nacional, pero como dejaron en pié, con sus prerogativas, el altar y el trono, estos sirvieron de bandera y de punto de apoyo á la reorganizacion de las fuerzas reaccionarias que volvieron á enseñorearse del mando, explotando la division de los patriotas vencedores.

¡Cuán ajenos estaban O'donell y sus hombres de la union liberal, cuando ametrallaban las Cortes constituyentes y desarmaban á la Milicia nacional, de que trabajaban por cuenta y en provecho de los neo-católicos, que no debian tardar en venir á recoger la herencia de los unionistas, continuando su obra de reaccion con la supre

Томо 1.

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sion del Acta adicional, la suspension de la venta de los bienes nacionales, las nuevas leyes de imprenta y de ayuntamiento y la reforma constitucional nocedalina!

¿Y qué diremos de la reaccion, que desde 1866 volvió á entronizarse por las mismas causas, gracias á las medidas á medias de la union liberal, que queria tener à un tiempo un pié en la plaza pública y otro en el convento de San Pascual; dar una mano á la democracia y otra á Sor Patrocinio, y que, como en 1856 cayó por haber servido de instrumento á la reaccion neo-católica, siendo en realidad responsable de todas las calamidades que desde entonces han afligido á España?

Horror causa pensar en los estragos producidos por la reaccion monárquico-religiosa en los últimos tres años, no solo en la esfera política, sino en todas las esferas de la vida social. El clero levantó la cabeza, altanero, intolerante y opresor como nunca se habia visto en España desde los calamitosos tiempos de Fernando VII. No se hablaba mas que de procesiones, de colectas para mandar dinero á Roma, de reconstruir palacios de obispos, de levantar nuevos conventos y de aumentar los privilegios y la intervencion del clero en todas las ramas de la instruccion. España parecia infeudada al papa, una sucursal de Roma, una dependencia del cardenal Antonelli, y en la misma proporcion en que el clero medraba é imperaba, enseñoreándose de la nacion, se veia el comercio languidecer, paralizarse la industria, arruinarse la agricultura, estancarse en fin todas las fuentes de la riqueza pública y privada, disminuyendo rápidamente el precio del jornal del obrero, la renta del propietario y el beneficio del industrial, hasta el punto de entreverse la dislocacion completa y la ruina de la sociedad, si tal estado de cosas hubiera continuado. Esta ruina y esta dislocacion fueron siempre en España, y en todas las naciones, la consecuencia del dominio de la teocracia, que fué además, por doquiera, acompañado del triunfo de la inmoralidad, del escándalo y de la corrupcion en los palacios reales. Pero la imparcialidad nos obliga á no poder condenar á Isabel de Borbon su conducta de reina, sin acusar de todos sus crímenes á sus sostenedores, á los que, durante tantos años, han perseguido encarnizadamente á cuantos alzaban la voz ó el brazo contra una dinastía impura, de esas que ni se arrepienten ni se enmiendan, y que, juzgada por sus actos, no era humanamente defendible.

¿Cómo, sin el apoyo material y moral de los hombres de la union

liberal y del progresismo, hubiera podido Isabel II prolongar su reinado desde 1854 á 1868? Baste decir que no se ha necesitado mas que la alianza de esos hombres con una fraccion de la democracia, con el propósito de derribarla, para aislarla en el vacío y arrojarla de España, como un mueble inútil, el dia en que se lo han propuesto.

Con cuánta razon no podria decir la ex-reina á los unionistas, que hoy proclaman la libertal de cultos, expulsan á los jesuitas y derriban los conventos:

"¿No sois vosotros, falsos amigos, quienes hicísteis ese concordato, que firmó Rios Rosas, y que aprobaron los O'donells y Vega de Armijo? ¿No alentabais vosotros mi fanatismo, llevando cirios en las procesiones de san Pascual, y autorizándome, como gobierno, á fundar conventos en las posesiones de la corona y fuera de ellas? Yo al menos he sido lógica hasta el fin; vosotros mentíais entonces ó ahora, ó ahora y entonces. Os arrastrabais á los piés de la monja y de su protectora, por un dia de mando, como ahora adulais á la democracia, satisfaciendo sus aspiraciones anticatólicas, por satisfacer vuestra ambicion de poder. Tal como soy, y aun como me pintan, hay en mi conducta política mas honradez que en la vuestra. Vosotros no me arrojasteis de España, sino cuando os convencisteis de que yo no os llamaria nunca para daros el mando. Os conozco tan á fondo, que estoy segura de que me vengareis de la revolucion que me ha arrebatado la corona de España, á cuyo frente os encontrais, porque no podreis menos de conduciros con ella tan deslealmente como conmigo.»>

Esto y mas podria con razon decir la ex-reina á los hombres de la union liberal, cuya responsabilidad ante la conciencia pública, no puede olvidarse ni aun por los últimos actos de su vida política.

Sin duda la responsabilidad de esas gentes no mengua la de Isabel; pero la de esta no disminuye tampoco la suya en lo mas mínimo.

Dejando aparte la responsabilidad de todos, es lo cierto que sin la institucion monárquica, y el por ella falseado sistema parlamentario, ni Isabel tuviera los medios de corromper y abusar de su autoridad, ni sus cortesanos, de todos los partidos medios, ocasion de exponer su frágil conciencia al contacto tentador del poder, adquirido en intrigas de alcoba y de sacristía.

Cuando el poder no emana de los comicios, y las ambiciones no

se ven obligadas á mostrarse á la luz del dia, y á pasar por el crisol de la discusion, para llegar al pretorio, las mas nobles ambiciones se envilecen, y no reparan en los medios para trepar á la cumbre del poder, si creen que la oscuridad de la intriga palaciega puede asegurarles la impunidad.

VIII.

Los hombres crean las instituciones, pero estas, á su vez, son un molde que da formas á la sociedad, y que modifica los caractéres, imprimiéndoles el sello que lo distingue. Por eso el molde monárquico-constitucional imprime á la sociedad el sello de la corrupcion, del cinismo y de la inmoralidad. Y este fenómeno esencial del monarquismo constitucional se explica fácilmente, porque no existiendo este sistema político mas que como una transaccion inmoral entre dos derechos absolutos, que se niegan recíprocamente, el rey no puede menos de mentir al hablar en nombre de la soberanía nacional, como los representantes de esta, al inclinarse ante la autoridad real. Su concordia y armonía no son mas que una careta que oculta el desprecio de unos y el rencor de otros. Todos tienen la conciencia de su inhabilidad, y solo piensan en sacar partido, en beneficio de sus ambiciones personales, procurando poner á salvo sus intereses cuando llega la hora terrible, en que, ó el golpe de estado restablece el poder absoluto, de derecho divino, ó la revolucion democrática concluye con la farsa ilusoria de una representacion nacional, sometida á un rey irresponsable, cuya bondad suprema consiste, como la de la reina de Inglaterra, por ejemplo, en comer, beber, engordar, dormir y no estorbar. Así solo se explica claramente la facilidad con que las monarquías constitucionales se hunden, sin tener quien las defienda y sin dejar quien las llore.

Y no se nos diga que no es una monarquía constitucional, sino un despotismo bien descarado lo que con Isabel II se ha. hundido, porque el despotismo de Isabel se ha visto sancionado con todas las garantías constitucionales. Las Cortes de la union liberal sancionaron en 1866 las leyes draconianas, que la misma union liberal ha derribado á tiros en 1868, y las Cortes de 1867 y 68 han sancionado todos los actos de la política de Narvaez y de Gonzalez Brabo. ¿A qué ministerio faltó jamás, en España ni fuera de ella, en las monar

quías constitucionales, una primera, ó una segunda mayoría, hija de la influencia moral, que aprobara sus actos?

Quien dispone de la mina del presupuesto, de ejércitos, de escuadras, de la policía, de la diplomacia, de miles de millones, del correo, de los telégrafos, de las colonias y de tantas otras cosas como dependen del poder ejecutivo en las monarquías constitucionales, puede, en la mayoría de los casos, obrar como amo poderoso impidiendo que la representacion nacional, convocada ante él, pueda en realidad representar digna y eficazmente los públicos derechos é intereses. Las Cortes se transforman en una rueda de la máquina administrativa, mas o menos engorrosa y fácil de manejar, no conservando de poder político mas que algunas frases huecas y fórmulas vanas.

¡Desgraciados los pueblos que confian en los parlamentos que un rey convoca, porque no son en realidad mas que engañabobos, ó servidores estériles, que si enojan al amo son disueltos! ¿Qué mejor ejemplo podríamos citar que el que este mismo año nos ha ofrecido el decantado parlamento inglés? Ese parlamento no se ha atrevi do á dar un voto de censura á un ministerio, que está siempre en minoría, por miedo á una disolucion, que privaria á los diputados de la mayoría, llamada liberal por añadidura, del gusto de sentarse en los escaños de la cámara algunos meses mas.

Hé aquí al pueblo inglés, gobernado durante mas de un año por un ministerio, que no tiene mayoría, ni en la Cámara ni en los comicios; que gobierna contra el gusto del pais, imponiéndose á este porque la Constitucion le da el derecho de disolver la cámara de los comunes; que no puede disolver al ministerio, y porque este derecho pertenece á una buena mujer que en lugar de inspirarse en las aspiraciones y tendencias del espíritu público, pasa su tiempo en conversacion con el espíritu de su difunto marido, por el conducto de una trípode, de un medium cualquiera, y á fe que no es esto lo mas malo que puede hacer.

Si dependiese de la voluntad de las Cortes el cambiar de ministerio, como sucede en las repúblicas democráticas, ¡ cuán distinta seria la conducta política de la mayoría que hoy se somete á un hombre que desprecia, pero á quien teme! ¡Cuán otro seria el gobierno de Inglaterra y cuán grandes las reformas que haria en lugar de las mezquinas que hoy realiza, y de que se vanagloria como de conquistas inmensas en las vias del progreso!

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