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La malaventura del secretario de Carbajal

DE CÓMO MELCHOR VÁSQUEZ CAMPUSANO
FUE POR LANA Y RESULTÓ TRASQUILADO

Era una tarde veraniega del año de gracia 1560 y la hora crepuscular.

En casa de Francisco Palomino, macero del Cabildo de esta tres veces coronada ciudad de los Reyes, hallábanse congregados en torno á una mesa con tapete verde, el antedicho Palomino, Juan de Ventosilla y Diego de Alcañices, soldados de arcabuceros reales, grandísimos devotos de Santa Picardía, y Pedro Carrocela, un pillete de lo más alquitarado de la truhanería de Lima.

Cubilete en mano, no daban reposo á las muelas de Santa Apolonia sino para, de rato

en rato, aplicar un beso á la botella del tinto riojano.

Un mozo, con capote de lamparilla, entró en el cuarto, y dirigiéndose al dueño de casa, dijo:

-Don Francisco, ahí lo busca un caballero emperifollado, y dice que salga, que hablarle quiere.

-¡Por los clavos de Cristo! Pase adelante quien fuere. que, en pisar mi casa, el mismo rey recibe honra.

Salió el mozo, y á poco entró un embozado de gallarda presencia. Levantóse Palomino, y, extendiendo la mano, que el desconocido no estrechó, dijo:

-¿En qué puedo servir á vuesa merced? -Vengo, mi señor don Francisco, á entregarle una carta que me recomendó pusiese en manos propias un su amigo del

Cuzco.

Y al dar la carta la dejó, como por torpeza, caer al suelo.

Agachóse á recogerla Palomino, á la vez que el visitante sacaba á lucir un garrote, y en menos tiempo del que gasta una vieja en persignarse, le arrimó dos estacazos bárbaros al macero de la ciudad, dejándolo sin sentido.

Se armó un zipizape del infierno. Figúrenselo ustedes.

Los tres jugadores desenvainaron las ti

zonas y se vinieron sobre el alevoso apaleador, que también, charrasca en mano, pues

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la cosa no se presentaba de chiribitas, se puso en actitud de defensa, gritando:

-¡No va nada con vuesas mercedes, caballeros! Yo vine solo á castigar á Palomino, que tuvo ayer la cobardía de poner la mano

sobre el rostro de un mi deudo, hombre viejo y lisiado, y por ello incapaz para cobrar desagravio por su propio brazo.

Pero los camaradas del macero, sin atender á palabras, lo acometieron con brío; y aunque el atacado se defendía con coraje y destreza al cabo eran tres contra uno y, á la larga, habían de vencerlo.

Todos los picotizos
van á la cresta...

Quiera Dios que mi gallo
salga bien de ésta!

Lo calculó Melchor Vásquez, que así se llamaba el hombre del garrote, y logró, batiéndose en retirada, ganar la calle.

Sus adversarios no lo persiguieron fuera de la casa, y regresaron á socorrer al maltrecho don Francisco.

En la calle lo esperaba el deudo, y don Melchor, al enfrentarse con él, le dijo:

-Regocíjate, Antonio, que ya está bien castigado ese pícaro por la ofensa que te infirió.

-¿Castigado dices?-contestó el otro, acercándosele, y añadió con espanto: ¿Y las narices, hombre de Dios?

-¿Qué narices?

-Las tuyas, cristiano.

Levantó Vásquez la mano y pasósela por

la ensangrentada cara sin tropezar con la nariz. Esta había emigrado.

-¡ Ca...rráspista!—exclamó.—Me fundieron ! Y como un huracán entróse de nuevo en casa de Palomino en busca de su nariz. Halló ésta tirada en el santísimo suelo, y cerca de la puerta.

Cogióla ligeramente con la punta de los dedos, y volvió á salir sin dar tiempo á los compinches de Palomino para nueva embestida.

-¡Me las rebanaron, Antonio! ¡Me las rebanaron!-exclamaba el infeliz desnarizado. -Y lo peor es que ya están frías y no podrá pegármelas el físico!

Y Vásquez y su deudo se fueron á toda prisa donde don Carlos Ballesteros, que era en su época la filigrana de oro entre los médicos y cirujanos de Lima.

Este declaró que las narices eran difuntas; que para ellas no había resurrección, y que lo único acertado que podía hacer su exdueño, en obsequio de ellas, era mandarlas enterrar en sagrado.

La rinoplastia estaba todavía en el limbo. Edmundo About no había escrito aún su ingeniosa novela La nariz de un notario.

Aunque el macrobio ó centenario don Juan. Rodríguez Fresle, en su famoso libro el Carnero, cronicón divertidísimo, dice que Vásquez se mandó fabricar unas narices de barro

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