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sen á tomar las armas en el término de 8 dias, y se pusieron en libertad todos los criminales, escepto los reos de lesa Magestad y de asesinato; mandando empero que los jueces al fallar sus causas, si consideraban que su corazon no se hallaba aun tan depravado que pudiesen todavia ser útiles á la patria, los indultasen. Se estableció que en cada poblacion de dos mil vecinos se crease una junta compuesta de seis vocales, bajo cuya inspeccion ejerciesen el poder las autoridades constituidas, que formasen compañías de voluntarios y contrajesen empréstitos espontáneos ó forzados. Se aumentó un real de paga á los soldados de línea, y se señalaron cuatro reales diarios para los voluntarios y racion de pan. Se convidó á los sabios y hombres de instruccion para que empleasen sus talentos en inflamar y mantener el espíritu patriótico de los pueblos. Tan acertadas medidas tuvieron un éxito cumplido, y el dia 6 de Junio la Junta de Sevilla declaró en nombre de Fernando VII y de la Nacion española la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleon I, y á la Francia mientras estuviese bajo su dominacion y yugo tiránico: protestó que no dejaria las armas de la mano hasta que Napoleon restituyese al trono español á Fernando VII con su familia, y respetase los derechos sagrados de la Nacion, su libertad, integridad é independencia, mandando á la vez que no se molestase á los súbditos del gobierno británico, con quien, poniéndose en comunicacion por medio del Gobernador de Gibraltar, habia concluido un armisti

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1808.

1808. cio, enviando Diputados á Londres para pedir dinero y ajustar una paz ventajosa á la Nacion. Al mismo tiempo bizo circular un escrito sobre el modo de organizar los ejércitos y hacer la guerra á los franceses, encargando que se evitase toda accion general, y se hiciese una guerra de partidas, de embarazos, de consumir los ejércitos enemigos por falta de víveres, de cortar puentes, hacer cortaduras en los puntos que conviniesen, aprovechando la misma configuracion de la Península, tan defendible por sus muchos montes, despoblados, arroyos y rios; cuyo método de guerrillas fue el mas funesto á los franceses.

La Junta confirió el mando de los ejércitos de Andalucía al General Don Francisco Javier

Castaños, cuyos talentos y fortuna militar justificaron tan acertada eleccion (1).

(1) Castaños, cuyo nombré no puede pronunciarse en Europa sin tributarle los elogios á que se ha hecho acreedor por su mérito y acciones heróicas, es hijo de un padre respetable, que, despues de una larga carrera en la adıninistracion de la Real Hacienda, dejó por herencia á su familia, á la par que su pobreza, una reputacion pura é inalterable. Discípulo de la escuela militar del Puerto de Santa María, se hizo notable en ella por su talento, por su aplicacion, por la suavidad de su carácter, por su exactitud en el servicio y por su denodado valor. Captóse en lo sucesivo la estimacion de todos los gefes á cuyas órdenes sirvió; y, nombrado Coronel del Regimiento de Africa, estableció en este cuerpo la mas severa disciplina, y bien pronto llegó á ser bajo sus órdenes el modelo de todo el ejército. Se distinguió en la guerra contra la República francesa en 1794, á las órdenes del General Caro, cuyo

Castaños se puso inmediatamente en comunicacion con el Gobernador de Gibraltar Sir Heuw Dalrymple, Teniente general, y abrió un empréstito de un millon de reales con el comercio de aquella plaza, á nombre de la Junta suprema de Sevilla,

aprecio se grangeó, á pesar de algunos pequeños resentimientos, que mediaban entre este y la familia de Castaños. Herido gravemente en una de las acciones de aquella guerra, en que tuvo parte su regimiento, se creyó al principio que la herida fuese mortal por haberle penetrado una bala por la parte izquierda del cuello; pero, curado por el célebre Cirujano Queraltó, no le quedó mas imperfeccion que la de conservar para siempre inclinada la cabeza hácia aquel lado. A la paz de Basilea fue nombrado Mariscal de campo, y tres años despues Teniente general.

El Príncipe de la Paz, para quien todos los verdaderos españoles eran un objeto de odio, le miró con recelo, y asi procuró alejarle de Madrid á pretesto de comisiones y piandos, , que podian mirarse como honrosos destierros.

En 1808 cuando el glorioso alzamiento de España contra Napoleon Bonaparte, Castaños se hallaba en el campo de San Roque; y, sin titubear un momento entre las pérfidas sugestiones de Murat y los nobles sentimientos de su corazon ciertamente español, ofreció sus servicios á la Junta suprema de Sevilla y entró con algunas tropas en campaña: consultando solo á sus deberes y á su honor, se apresuró á organizar casi á la vista del mismo enemigo un ejército, poniéndose á su cabeza, aunque compuesto la mayor parte de paisanos y soldados visoños.

1808.

1308.

CAPITULO XVII.

Acogida que hizo el gobierno inglés á los emisarios españoles de la Junta de Asturias. Conducta de aquel Gobierno respecto de là insurreccion española. — El Parlamento, los Ministros, el pueblo y el ejército espresan enérgicamente su entusiasmo.

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Los comisionados de la Junta de Asturias fueron los primeros que llegaron á Londres, donde pocos dias despues se supo que la península se habia alzado en masa contra el tirano del continente. Los diputados fueron perfectamente acogidos y festejados en todas partes.

La Inglaterra, aunque en guerra con la España, no aborrecia mas que á los franceses, contra quienes por espacio de 16 años mantenia una obstinada y costosa lucha. Aislada por el plan continental, perdido el Hannover y el Portugal, cerrados para ella todos los puertos, no tenia un palmo de terreno en el continente donde emplear sus fuerzas; y reducida á hacer la guerra maríti-. ma, no compensaban las victorias los enormes gastos que hacia, y la paralizacion de su comercio. La ocupacion de la península amenazaba á la Irlanda de una invasion, para la que se dirigian los grandes aprestos militares de Boloña; y la Inglaterra, cansada de derramar su oro para escitar á los gobiernos débiles de Europa contra la Francia, acogió con entusiasmo por su propio

interés la alianza de la España insurreccionada 1808. en el momento mismo en que se trataba en el Parlamento de entrar en negociaciones con Napoleon, por estar reducido el pais à la miseria.

La España presentaba á la Inglaterra un punto para dar salida á sus mercancías estancadas, y un terreno inmenso con recursos abundantes pa ra hacer la guerra, sin tener que sufrir los destrozos y devastaciones de ella (1).

Los ingleses, mas bien que socorrer á la España en la guerra de 1808 contra Napoleon, trataron de continuar sobre un suelo nuevo, y aliados al valor español, la guerra que desde 1793 es taban haciendo á la Francia. El interés y la política estaban de acuerdo. El partido de la oposicion votó con el Ministerio: el elocuente Sheridam defendió la causa de España en el Parlamento: «Nunca, dijo, se ha presentado á la Gran Bretaña ocasion mas feliz que la actual para dar un golpe sangriento, que ponga al mundo en libertad. Bonaparte ha corrido hasta aquí una gloriosa carrera, porque solo ha lidiado con Reyes indignos, Ministros ignorantes y naciones indiferentes á los acaecimientos; mas nunca los hubo con un

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(1) Sufrió como obra de los ingleses los horribles desastres de Ciudad-Rodrigo y de Badajoz, la demolición de los fuertes de la línea de Gibraltar, obra que habia costado tantos hombres y millones, el incendio de varios pueblos de Galicia, la destruccion de la magnífica fábrica de la china del Retiro de Madrid, y el derribo de muchas de las torres de la costa del Mediterráneo.

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