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1808. pueblo decidido á resistirle. Esta es la ocasion de levantarnos esforzada y lealtamente á libertar la Europa; y si los Ministros quieren cooperar á su logro de un modo efectivo uniéndose á los españoles, pueden contar con mis esfuerzos, que serán tan ardientes y tan sinceros, como si tratara de volver la vida y el poder al hombre á quien yo mas hubiera amado. Nada mas noble ni mas generoso que la conducta actual de España, ni nunca se ha visto crisis mas importante que la en que ha puesto á la Europa su denuedo y patriotismo. Igual fue la opinion del opresor de la Irlanda, del discípulo de Pitt. «Los Ministros de S. M., di«jo Caning, Ministro de negocios estrangeros, « no se acuerdan desde ahora que haya existido la « guerra entre la España y la Gran Bretaña. To«da Nacion que se levanta contra el poder terri«ble de la Francia, es desde aquel mismo instan

te, cualquiera que hayan sido sus relaciones an«teriores con nosotros, la aliada esencial de la « Gran Bretaña.»

ro,

Aunque los comisionados españoles solo se li-: mitaron á pedir al Gobierno inglés armas y dineel Parlamento decretó que la Gran Bretaña reconocía á la España por amiga y aliada natural, ofreciendo hacer cuantos esfuerzos fuesen posibles para sostener una nacion que con tanto denuedo combatia la tiranía, y procuraba conservar intacta su integridad é independencia. Se enviaron socorros pecuniarios á las Juntas de Asturias y Galicia para sostener la insurreccion. Se reunieron los prisioneros españoles, que se hallaban

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en Inglaterra, y armados y equipados se dirigie- 1808.
ron á la península; se aprobaron enteramente los
procederes del Almirante Collingwood, y del Go-
bernador de Gibraltar Dalrimple en favor de los
españoles, y se envió al Báltico al Subalmirante
Keats para noticiar al Marques de la Romana los
acontecimientos de la península, y proteger la
evasion de las tropas españolas, y se preparó una
espedicion para la Coruña. Todas las clases del
pueblo británico participaban de igual entusias-
mo, y hasta las milicias de la Gran Bretaña, que
por Constitucion no pueden salir de su pais, so-
licitaron pasar á militar en la península. El Lord
Mayor, los Aldermanes, Asesores, Scherifes y
Consejeros comunes de la Ciudad de Londres se
presentaron el 11 de Julio al Rey, y manifestaron
á nombre de aquella Capital el júbilo que les ins-
piraba el patriotismo español, dando gracias á S. M.
por el interés que
que tomaba en la defensa de la heróica
Nacion española, declarada solemnemente amiga

y
aliada natural de la Gran Bretaña contra el co-
mun enemigo de todos los gobiernos. Ofrecieron
no omitir ningun esfuerzo, ni evitar ningun sa-
crificio por salvar doce millones de hombres de
la tiranía mas desenfrenada; manifestaron que
podia contar con la asistencia mas eficaz, activa
y patriótica de parte de los leales ciudadanos de
Londres, y concluyeron con estas memorables
palabras: «Nos sentimos identificados con los pa-
triotas de España; nuestras son sus necesidades y
deseos, y esperamos que la gloriosa lucha, en que
está empeñada la España, con el auxilio de la na-

1808. cion británica, no solo asegurará la independencia á la Monarquia española, sino que producirá la emancipacion de la Europa, y el restablecimiento de la paz general.»

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Los Diputados españoles eran considerados. desde el Monarca hasta el último súbdito de la Gran Bretaña, y de todos recibian obsequios á porfia. El Duque de Clarence, hoy Guillermo IV, les dió una suntuosa comida, á la que asistieron la primera nobleza y personages mas distinguidos. Jamas noticia de victoria alguna ha producido en Londres un entusiasmo igual al de la noticia de el heróico alzamiento de la península.

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CAPITULO XVIII.

Intentan los franceses apagar la insurreccion. Suerte de los que enviaron á Asturias con este propósito. — Exito de iguales tentativas en Zaragoza y otras provincias. - Cunde la insurreccion al Portugal, de donde desertaron muchas tropas españolas á su patria. — Junot desarma á las restantes. — Situacion y número de las tropas francesas de España. Medidas militares que' adopta Murat para reprimir la insurreccion,

Mientras que la insurreccion general se organizaba de este modo, el Gran Duque de Berg adoptó todos los medios posibles para apaciguarla. Trató de obtener por la persuasion lo que era dificil por la fuerza, y envió diversos comisionados á las provincias, que tratasen de calmar el entusiasmo patriótico y persuadiesen á los pueblos á recibir tranquilos la nueva dinastía. Jovellanos, que se hallaba en Jadraque, pueblo de la Alcarria, restableciéndose de las penosas enfermedades contraidas en el largo tiempo de su injusta prision, recibió órden de Murat para marchar á Asturias y hacer con su influencia que sus compatriotas depusieran las armas. El Emperador Napoleon, el Rey José, Azanza, Ofarril, Mazarredo y Cabarrús le rogaron escribiese al menos invitándoles á la obediencia; pero ni las ofertas, ni las amenazas del poder, ni los ruegos de la amistad pudieron conseguir nada de su alma grande y generosa; y, léjos de contri

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1808.

1808. buir á amortiguar el espíritu nacional, trató de sostener con su elocuencia y ejemplo el fuego santo de la independencia..

El Conde del Pinar, Consejero de Castilla,

Don Juan Melendez Valdés, célebre poeta esy pañol, y Fiscal que habia sido de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, pasaron á Asturias con esta odiosa comision; pero el pueblo no vió en ellos mas que los emisarios de la usurpacion, y llevados alternativamente desde la cárcel á su hospedaje y desde su hospedaje á la cárcel, cuando estaban ya para volverse á Castilla por disposicion de la Junta provincial, la muchedumbre frenética se agolpa sobre el carruage en que ya ha bian subido, lo hace pedazos, quema el equipage, y los vuelve á la cárcel; de donde á poco despues los saca con otros tres presos, violentando las puertas, y los conduce al campo para fusilarlos. En vano intentó Melendez ablandar á los asturianos recitando un romance popular y patriótico que habia compuesto antes del 2 de Mayo. Ya estaban dispuestas las bandas para la sangrienta ejecucion, cargados los fusiles y atados al árbol aquellos emisarios de funesta paz, cuando se vió venir á lo lejos al Cabildo y á las comunidades con el Santísimo Sacramento, y la famosa cruz de la Vitoria: calmó entonces el furor popular, y recogidos todos en la procesion, fueron llevados á la Catedral, y desde alli á la cárcel, siendo puestos en libertad á poco tiempo despues de haberseles formado causa á peticion del pueblo.

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