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era necesario obrar de manera que no se menoscabase el respeto debido al pontífice. Habia Felipe enviado á Roma á Garcilaso de la Vega en calidad de embajador extraordinario para que intercediese en favor de los Colonas, á quienes Paulo perseguia: pero le fué respondido que el papa hacia con sus súbditos lo que Felipe con los suyos, á saber, juzgarlos y castigarlos en su caso. Y cuando Paulo hubo tenido noticia de las treguas de Cambray, al momento envió á París al cardenal Carraffa para hacerlas infructuosas. Fué á la sazon interceptada una carta en cifras, que Garcilaso escribia al duque de Alba; indignado Paulo, sabiendo que se trataba de cogerle desprevenido, hace poner preso á Garcilaso, y reunido el congreso de cardenales declara á Felipe desposeido del reino de Nápoles por hacer armas contra los estados pontificios. Paulo, á pesar de sus ochenta años, tenia mas resolucion y entereza que Felipe terquedad, y que el duque de Alba energía. Puesta la cuestion en tan extremado punto, era inevitable decidirla por las armas. Alióse Francia con el papa y con Ferrara. Venecia, aunque vivamente instada, declinó todo compromiso. Octavio Farnesio, duque de Parma; se declaró por Felipe, siéndole restituida Plasencia y sus dependencias, por lo que Paulo le dió tambien por decaido de su ducado. El embajador ordinario de España en Roma, marqués de Sarria, se sale por una de las puertas de Roma con el pretexto de ir á caza, y se aleja. El duque de Alba reclama del papa la libertad de Garcilaso, y Paulo responde que le tiene arrestado por violador del derecho de gentes. Insiste Alba, y aun promete para los sobrinos de Paulo la investidura de Sena; pero el pontífice se niega á todo trato; por lo que las tropas de Nápoles se adelantan contra los estados pontificios en nú

mero de doce mil infantes, ochocientos caballos y doce cañones, á dia primero de setiembre. Pontecorvo cae en poder de los invasores, Frosalon tambien y otros pueblos, diciendo el duque de Alba que los ocupaba en nombre del sacro Romano colegio. Veruli, Bauco, Piperno, Terracina y todos los pueblos de sus cercanías cayeron en poder de los españoles. Agnania fué combatida por espacio de tres dias, y luego, abandonándola de noche la guarnicion, fué entrada á saqueo. Los habitantes de Roma temieron ver llegar á sus puertas un nuevo Borbon, y aterrados pedian á gritos la paz; mas el anciano pontífice no se mostró descorazonado, hizo reconocer y aumentar las fortificaciones de su capital, y llamó de todas partes tropas para su.defensa ; llegarónle de la Umbria mil quinientos hombres; y recibió muy luego ocho mil trescientos mas de distintas partes. Alarmados sin embargo los cardenales á vista del peligro de un nuevo saqueo que á Roma amenazaba, pidieron al papa que tratase de un ajuste. Convínose en que el duque de Alba y el cardenal Carraffa se viesen en el monasterio de Grutaferrata; pero el de Alba fué allá con una escolta de cuatrocientos caballos; y, pareciéndole al cardenal que semejante escolta mas que intenciones pacíficas revelaba designios belicosos, se abstuvo de presentarse. Vicovaro cayó en tanto en poder de los invasores, los cuales hicieron á poco un amago sobre Veletri, pero hallándola prevenida se alejaron. Los pontificios hicieron una diversion sobre el Abruzo, con la mira de sublevar los pueblos, pero tuvieron que retirarse y aun perdieron la plaza de Malignano. Algunos creen que el duque de Alba debió haber caido sobre Roma; pero, como buen militar, conoció que ni tenia treinta mil hombres como el duque de Borbon en 1527,

ni sus soldados eran bien probados como los de aquel gefe, ni el tímido Clemente podia ser comparado con el animoso Paulo. Contentóse pues con hacer embestir y ocupar las plazas de Tívoli, Frascati, Ripa del Papa, Albano y otras menores, y luego acometió la plaza de Ostia, y le fué forzoso dar repetidos asaltos para ocuparla. Entonces se interpuso el embajador de Venecia, y obtuvo un armisticio de cuarenta dias que empleó Alba en prepararse en Nápoles para el año siguiente, y Paulo en prevenirse para recibir un refuerzo de diez y seis mil hombres, los dos mil de caballería, que le enviaba el rey de Francia, cruzando los Alpes en mitad del invierno, y que se echaron sobre Valencia del Pó, mandados por el célebre duque de Guisa, la tomaron, y se encaminaron á la Mirándola para darse la mano con los pontificios. Durante los preludios de esta lucha desastrosa, murió en Roma, á dia 31 de julio, el famoso español Ignacio de Loyola, cuando ya casi habia llenado de su nombre y del de su Compañía la redondez de la tierra.

En África, perdida Bugía, y no aviniéndose Felipe á los medios que para recobrarla le fuéron propuestos, se echaron nuevamente los moros sobre la plaza de Oran, ansiosos de su reconquista. El argelino fué allá con armada, y desembarcó diez y siete mil hombres, cuyo número aumentaron luego veinte mil alabares. Puestas baterías empezaron á batir la plaza, aunque el conde de Alcaudete, que la defendia, no les daba vagar con continuas salidas; pero en lo mas recio del sitio se presenta un ministro del gran turco, y hace dar la vela á cuarenta galeras para oponerlas á Doria que andaba en corso por el Archipiélago; con lo que los sitiadores levantan las tiendas y se alejan, seguidos y

TOMO IX.

vivamente hostigados del conde de Alcaudete que les toma algunos cañones y diezma sus filas.

Extendióse este año de tal manera en Méjico la fama de las riquezas descubiertas en la Florida, que el virey, y casi al mismo tiempo el obispo de Cuba don Fernando de Orango, escribieron á España pregonando á una la conveniencia de llevar á aquella vasta comarca las armas españolas para ocuparla y reducirla.

De este año data asimismo el primer proyecto de formar una colonia en las islas Filipinas, descubiertas en los principios del reinado de Cárlos, y casi olvidadas por haber dado los portugueses en 1529 trescientos cincuenta mil ducados, garantidos sobre aquel grupo. Fué elegida Manila en la isla de Luzon, para capital del establecimiento, y al grupo entero se dió el nombre de Filipinas, en memoria del rey Felipe. Concediéronse privilegios á los españoles que fuésen allá á avecindarse y permitióseles enviar á América géneros de las Indias orientales, y recibir en cambio metales preciosos de las occidentales: cosa que contribuyó poderosamente á abrir relaciones comerciales con los chinos, algo numerosos en aquellas islas. Desde esta época los envios de flotas que salian de Callao, puerto de Lima en el Perú, comenzaron á partir de Acapulco.

A 10 de enero de este año fuéron refrendadas las ordenanzas de la audiencia de Sevilla, cuyo principio es el siguiente: «Ordenamos que de aquí adelante, por el tiempo que fuére nuestra voluntad, en la dicha audiencia haya un regente y seis jueces, los cuales conozcan, en grado de apeacion, de causas civiles que se interpusieren, de los jueces de la dicha ciudad y su tierra, é las puedan determinar en vista y revista en las cosas que hubiere lugar su apela

cion, segun y en la manera que se ha acostumbrado ántes de la nueva órden. » Al pié de este notable decreto se ve aun la firma de Cárlos.

CAPITULO II. ———— Nueva guerra con el francés. Batalla de San Quintin. Paz con el papa Año 1557.

A los preparativos del papa y del francés respondió Felipe disponiendo en todos sus estados grandes levas de gente y de dinero. Habia entrado el año en la península con grande esterilidad y hambre, por lo que fué fácil reunir gente, y embarcarla, para Flandes una parte, para Italia otra. El dinero se allegó, no obstante la pública miseria, y se sabe que en Valladolid solamente se juntó millon y medio de ducados. Ni una ni otro se recobraron; y tras del hambre se extendió la peste, su ordinaria compañera. Por la parte de Flandes arremetió el francés ántes de dar por levantadas las treguas. Pensó sorprender de noche la plaza de Douay, cuando los flamencos estaban entregados al sueño y al vino; pero una vieja no dormia, y viendo centellear aceros al otro lado de la muralla, dió voces de alarma, y fué causa de que el francés se alejase: aunque se habia adelantado muy á la lijera. Amostazado el francés entró en el Artois á sangre y fuego, entregando la villa de Lens á las llamas. Enfurécese Felipe al recibir la nueva de esta invasion alevosa, trasládase á Inglaterra, y parte con ruegos, parte con amenazas de abandonar á la reina María, que estaba muy deseosa de tener hijos, recaba de ella que declare guerra á la Francia. Cincuenta mil infantes, los ocho mil ingleses, y los demás, parte tomados á sueldo de Alemania, parte italianos, flamencos y españoles, seguidos de trece mil caballos, y mucha artillería, reunió Felipe en las fron

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