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soldado é ingeniero, y mas adelante fué carmelita descalzo.

En la Costanilla de Valladolid, sin saberse cómo, prendió un incendio espantoso que consumió cuatro cientas casas, el dia 21 de setembre.

A Lima llegó el dia 17 de abril el nuevo virey don Diego Lopez de Zuñiga y Velasco, conde de Nieva, que no debia durar en el mando.

Es fama, y se encuentra en libros, que este año fuéron inventadas las pistolas; y que cierto Nicot llevó de Portutugal á España y á Francia una planta que de él se llamó nicociana, y mas generalmente tabaco.

En la Florida continuaba Tristan de Luna en disensiones con su maese de campo Juan Ceron, creyendo aquel que debia mandar á los soldados con el mismo teson que lo hiciera en la Habana, y respondiendo éste y los suyos que el hambre desataba los vínculos de la superioridad, y que no era razon aferrarse en querer aplicar todo el rigor de la disciplina en aquellos á quienes era imposible dar el debido alimento y el vestido. Tristan declaraba rebeldes y traidores á los de la parcialidad opuesta, y los amenazaba con grandes castigos en cuanto llegase á la Habana. Por último uno de los religiosos puso en paz á los expedicionarios con una caridad digna de tener imitadores. Fué un domingo de Ramos, en el acto de concurrir todos al oficio solemne. Ántes de consumir la hostia, vuélvese el religioso á Tristan, y le pregunta si cree que esté en ella el Dios vivo. Sí creo, responde el gefe. Insiste el padre preguntando si cree ser aquel Juez supremo que á todos ha de juzgar, y que lleno de misericordias bajó de lo alto para la salvacion de todos. Sí creo, responde Tristan ya enternecido. Pues si esto creeis, díjole

el padre, mirad si en vuestro corazon hay oculta una parte aunque pequeña de espíritu de venganza ó de vanidad ofendida que os induzca á sacrificar á tantos centenares de hombres, y ved si no fuera mejor que les abrierais los brazos. Levántase, oyendo esto, Tristan, y con sollozos pide perdon á todos los presentes si en algo por sobras de severidad pudo ofenderlos; todos ellos se arrojan á sus piés; los levanta, y los abraza. Padre Anunciacion se llamaba el religioso que supo mostrarse tan bellamente inspirado. A los dos dias llególes á los expedicionarios, con refuerzo de gente y vituallas, don Ángel de Villafañe, quien viendo hambrientos á los soldados, y despoblada la tierra, embarcó cuanta pudo para la Habana; y con la noticia de la pobreza del país dispuso el virey de Nueva España que se reembarcase tambien Tristan de Luna.

CAPITULO VIL-Alteraciones en Flandes. Pérdida de una escuadra. Enfermedad del

príncipe. Año 1562.

No se habia reunido el año anterior el ecuménico concilio, y lo hizo en este á 18 de enero. En él se vió cuán pronto se desvanecen las honras y las preeminencias prestadas. Ya el embajador de España no se sentó en lugar preferente, pues tocaba de derecho al emperador de Alemania; ni en el segundo, porque le ocupó la Francia; y para no dar la antelación á esta potencia, se ideó que el representante del rey católico ocupase un sitio separado, junto al secretario del concilio. Entre los muchos prelados españoles que á él concurrieron, veíanse tres de los nuevos obispos flamencos, acompañados de sus teólogos. No se crea por esto que se hubiese disipado en los Países Bajos el público descontento, y que reinase tanta tranquilidad, que pudie

sen sin riesgo los nuevos pastores alejarse de sus rediles; ántes los flamencos todos llevaban muy á mal las trazas y las astucias de Granvella; crecia por horas el número de los luteranos, y vagaban por la provincia partidas numerosas, que solo esperaban oir la voz de un gefe para formar ejército. No queria Felipe que los flamencos tuviesen comunicacion íntima con los franceses, en donde desde el edicto de Nantes, que sancionaba la tolerancia religiosa, iba en rápido aumento la division de los ánimos en punto á creencias. Mandó por tanto, previa confirmacion pontificia, abrir en Douay una nueva universidad, á fin de evitar que los jóvenes comarcanos fuésen á Paris para hacer sus estudios. Habíales ya ántes querido vedar todo trato con los alemanes protestantes, y no lo habia conseguido. La gobernadora y Granvella, dotados de brios para dictar órdenes, no tenian fuerzas ni energía para castigar á los infractores. Los enemigos de la adminastracion de Granvella llevaban en señal de hermandad una medalla con haces de saetas, y esto á la luz del dia, y con arrogancia manifiesta. Granvella, la gobernadora y el mismo emperador Fernando escribieron á Felipe manifestándole ser conveniente que se trasladase con prontitud á Flandes, para poner remedio á una situacion sobremanera espinosa. Ya por octubre del año anterior habian en Tournay hecho alarde de su fuerza los luteranos; acudió Margarita á poner remedio, pero en Valenciennes demostraron ya mas osadía, y dieron á entender claramente, que si Felipe no cejaba en sus proyectos de medir á los flamencos con la misma sevicia que á los españoles, preciso les seria ventilar la cuestion en el terreno de la fuerza. El príncipe de Orange y sus partidarios pedian el congreso de los estados, y propusieron á Felipe, por

medio de un enviado, que alejase para bien de todos á Granvella de los consejos de la gobernadora doña Margarita. Pero Felipe habia conocido delante de San Quintin, que no habia heredado de su padre la marcialidad propia de los acampamentos, y, abandonando este cuidado á sus generales, habia pensado reservarse desde España la direccion política de los negocios públicos; por lo que no se avino á pasar á Flandes; ni tampoco quiso aflojar en su intento de hacer andar su poder apoyado en el báculo del santo oficio; pareciéndole tal vez que lo de los Países Bajos sonaba mas de lo que era.

No dejaban de detenerle en la península graves atenciones. Habíase propuesto desarmar á los moriscos de Granada, porque mantenian relaciones con los africanos, é hizo llevar á efecto la providencia con sigilo tan grande, que en un misma dia, situadas en distintos pueblos varias compañías, pudo efectuarse el desarme. Creyó entonces Felipe que podia hacer apurar á aquellos moradores todas las amarguras que les tenia destinadas, y no atinó en aquella sentencia de que las armas, que ni un átomo de valor añaden al que no le tiene, jamás les faltan á los hombres esforzados. Libre de este cuidado, entróle otro que reclamaba mucha actividad y entereza. El gran turco, que habia resistido á la España, cuando á las fuerzas de esta potencia estaban agregadas las del imperio, queria probar ahora contra ella sola sus brios, y, firmada paz con el emperador Fernando, con condicion de poner en libertad á los principales cautivos de la jornada de los Gerbes, dispuso que el rey de Argel aprontase contra Oran y Mazalquivir una expedicion numerosa. Súpolo Felipe, y mandó que en Málaga se embarcasen para Oran en veinte y cuatro galeras tres

mil y quinientos soldados á las órdenes de don Juan de Mendoza. Levántase de repente un temporal bravo y obliga á las galeras á buscar en el puerto de la Herradura un refugio; pero les fué fatal, pues encrespadas las olas y bramando furioso el viento, unas contra otras chocaron las naves, y se hicieron pedazos. Veinte y dos buques fueron sumergidos cuatro mil hombres, Mendoza en su número, entre soldados y chusma, perecieron.

Otro pesar profundo tuvo este año el monarca católico. Habia puesto en los estudios de la universidad de Alcalá al príncipe don Cárlos, á don Juan de Austria y á Alejandro Farnesio. Era el príncipe ménos juicioso que sus dos compañeros, y algo atolondrado en sus juegos, holgándose en saltar y en correr, mientras aquellos guardaban grande compostura; y tuvo la desgracia de caer rodando por una escalera, y dar de cabeza en el suelo. Levantáronle sin sentido, y, no viéndole fractura, parecióles que seria una contusion lijera, cuando al reir el alba del dia 11 de octubre, le entró al príncipe entre estremecimientos una gran calentura, con asomos de delirio. A visaron al rey, que acudió presuroso, y halló á su hijo sin esperanza de vida. Habia muerto en Alcalá un religioso, por nombre Diego, en olor de grandes virtudes; por lo cual el obispo de Cuenca, fray Bernardo de Fresneda, confesor del monarca, insinuéle, que toda vez que los médicos daban por muerto al príncipe, se probase la virtud que tuviese el cuerpo de aquel religioso. Vino en ello Felipe, pues era accion que halagaba sus creencias; trajeron el cadáver, le pusieron sobre la cama del príncipe, dijeron á este que se encomendase á Diego, y él, extendidas las manos hácia él, profirió algugunas palabras que no pudieron ser bien entendidas; en

TOMO IX.

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