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hacian daño, y luego conocieron que todas las disposiciones iban dirigidas á cortarles todo camino de comunicacion con la tierra. Asestóse la primera batería contra aquel fuerte desde la orilla del mar, á unos doscientos cincuenta pasos de distancia. A la intimision de rendirse, contestó Ferret, gobernador del castillo, que tenia por inexpugnable la plaza, y que era inútil todo proyecto de embestirla. La batería hizo buen efecto, pues no solo desmontó tres cañones del Peñon, sino que derribó dos torres y desmoronó el lienzo de muralla que á ellas estaba pegado. Levantaban reparos los de dentro, mas luego eran destrozados y deshechos. Aun no contento el sitiador, hizo subir la batería á la cima de una peña, á mucha ménos distancia del contrario. Desde este momento entró el terror en el ánimo de los sitiados. Ni Ferret era capaz de animarlos, ni ellos se mostraron dignos de defender semejante fortaleza. Unos tras de otros fuéron descolgándose hasta la orilla del mar, y unos en un esquife que tenian oculto, y otros á nado, pasaron los mas á tierra, seguidos del comandante que no vaciló en dejar abandonados en el fuerte á los pocos que por no saber nadar se quedaron en él para hacer su entrega. Cuando Doria y los españoles supieron el caso, les pareció maravilloso, pues parecia imposible que pudiese sobrecoger el miedo á unos hombres que ni murallas necesitaban para la defensa, pues en la misma peña las tenian, ni por asalto podian ver tomada su guarida. Los pocos miserables que dentro quedaban, abrieron las puertas con la sola condicion de dejarles salvas las vidas. Ocuparon los españoles en la fortaleza diez y ocho cañones, una culebrina, muchas escopetas y otras armas, mucha pólvora y balas, y vituallas para algunos meses. Celebróse la conquista con salvas,

TOMO IX.

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con fiestas navales, en que las galeras ostentaron su lijereza, y con músicas y danzas. Puesto el Peñon en formidable estado de defensa, y dejado en éi de gobernador á Diego Perez Arnalte con presidio de trescientos soldados, pareció á algunos que seria bueno coronar el éxito cegando el rio de Tetuan para impedir que sirviese de asilo á los buques corsarios, como el Peñon servia á sus tripulantes de madriguera; pero, no conviniendo en ello los portugueses y los marinos por parecer que la estacion estaba ya harto adelantada, dejóse para mejor coyuntura; por lo que, desmantelada Velez, y hecho con prudencia el reembarque, volvió la armada á Málaga, á donde fueron trasladados los restos de don Luis Osorio, uno de los pocos hombres de cuenta que á manos de los moros habian perecido.

Grande fué la alegría con que recibió Felipe la nueva de aquel buen éxito. A don Francisco de Eraso, que se la dió el primero, indultóle de una pena en que habia incurrido, y le dió envuelta en el hábito de Calatrava buena cantidad de dinero. A don García de Toledo, gefe de los expedicionarios, nombróle virey de Sicilia, y le hizo conducir á Italia los alemanes que á la jornada habian asistido, y dejar en Córcega, para auxiliar á los genoveses que en aquella isla sostenian guerras sangrientas, un buen número de soldados españoles.

No concurrieron á esta empresa las galeras pontificias, porque Felipe habia mandado salir de Roma á su embajador Requesens con motivo de haber el papa dado el dia de Pentecostés la preferencia ó antelacion sobre el español al embajador de Francia. Pero Pio IV no por esto deseaba tener descontento al monarca católico; y se lo demostró en breve disponiendo que unos legados pontificios pasasen á

España, para juzgar la famosa causa intentada contra el arzobispo de Toledo; aunque no pudo tener efecto el juicio, porque los legados vieron que la atmósfera de la península estaba cargada de parcialidades que anublaban los sentidos de los mejores jueces. Nó porque el monarca se mostrase remiso en los asuntos religiosos, pues al contrario se creia en Italia que pecaba por esceso de celo y de sevicia.

Habia prescrito Felipe la observancia del concilio de Trento en todos sus estados, inclusos los de Flandes. Muchas instancias le habian sido dirigidas para que tocante á los Paises Bajos procediese con cautela, no adelantando un pié sin afirmar el otro, pero respondia con lo de que preferia no tener estados á verlos plagados de herejes. Pudo recabarse de él que cediese en punto á apartar de aquei gobierno al cardenal Granvella, pero no en punto á que aflojase en las órdenes terminantes que tenia dadas de hacer en los luteranos grandes escarmientos. Escribió al conde de Egmont que pasase á Madrid á conferenciar con él acerca de aquellas provincias. Hízolo Egmont, y le manifestó la conveniencia de que él mismo se trasladase á Flandes, y allí tomase consejo de los conocedores del pais, pues si queria tratar á sus moradores como á los de la península, era necesario que antes destruyese y despoblase aquellas comarcas; representóle asimismo cuán conveniente seria que el consejo de Flandes tuviera superioridad sobre el de los demás estados contiguos, tomándose en él las resoluciones por la mayoría absoluta de los votos; y le indicó que eran muchos los que iban á optar por la sublevacion si no se les permitia entera libertad de concieneia. Oyóle Felipe sin inmutarse, aunque en su interior sentiria inflamársele el pecho, y le dió cartas para su hermana natural doña Marga

rita. Decíale en ellas resueltamente que pusiese en ejecucion los decretos del tridentino. Leida la órden en el consejo de estado, pareció á la mayoría que era prudente por el pronto obedecerla y no cumplirla; pero muchos fueron los que, obtenida copia de ella, sacaron otras varias, y de ellas otras, de manera que circuló por la comarca con la celeridad del rayo. Oíanse do quier clamores de que se iba á plantear el santo oficio, de que se queria hacer entrar en los ánimos las creencias por los filos de las espadas, y los mismos católicos clamaron que se les queria poner un yugo al cual, aunque á él los iberos hubiesen doblado la cerviz, no era justicia que se quisiese hacer lo mismo con los que le rechazaban. En Breda, pueblo del príncipe de Orange, y en otras partes, formáronse juntas, con concurrencia de nobles, de caballeros, de abades, y de plebeyos, y en ellas se determinó arrostrar por todo antes que presentar el cuello á la coyunda. Por primer paso presentaron un memorial para hacer suspender las órdenes del monarca. Presentáronse á doña Margarita varios señores, en hábito miserable, para demostrar que si les concedia lo que pedian, defenderian á Felipe hasta verse reducidos al último extremo, pero de nó, harian lo propio en defensa de sus franquicias. Respondió Margarita que no podia suspender las órdenes, solo sí ejecutarlas con blandura. Pero ni esto pudo. En Amberes alborotóse la plebe, y arrancó de las manos de la justicia á un zapalero preso por hereje. Los nobles de Saintron, en Lieja, se juntan en número de trescientos, y escriben á los príncipes alemanes que les presten su ayuda. A la sazon acababa de morir el emperador Fernando, y le sucedia en el imperio su hijo Maximiliano. El príncipe de Orange y el conde de Egmont manifestaron deseos de que se proce

diese en la sublevacion con una suma prudencia: pero el impulso estaba ya dado; no eran unos pocos los que estaban descontentos, era un pueblo en masa que se levantaba contra el que no queria dar acatamiento á otras leyes, á otros usos y costumbres, que lo que á su voluntad pluguiese: que así el humano orgullo, por querer parodiar al Omnipotente, siembra la confusion y el quebranto sobre la tierra.

Estuvo gravemente enferma este año la tercera esposa de don Felipe, y es fama que sanó encomendándose al religioso Diego de Alcalá.

En Sevilla, cuya opulencia iba de cada dia en aumento con las flotas procedentes de Indias, se acabó de perfeccionar la casa del ayuntamiento, cuya arquitectura, ostentando follajes y fantasías de excelente dibujo por el estilo plateresco, inclina al género llamado compósito. Con el ejemplo dado por Felipe encontraban los artistas en las grandes ciudades ocupacion y buena acogida.

Á dia 23 de setiembre entró en Lima el nuevo virey, licenciado don Pedro de la Gasca, encargado de abrir informacion sobre la muerte de don Diego Lopez de Zuñiga y Velasco; pero, dados los primeros pasos en el procedimiento, creyó prudente sobreseer en ellos, por temor de ver comprometidos á muchos nobles que le rodeaban, torciendo así la vara de la justicia receloso de males mayores.

A la Florida dirigieron los franceses una nueva expedicion compuesta de hugonotes, y esta vez descubrieron entre los salvajes á dos españoles y á cuatro españolas que hacia quince años moraban entre ellos, recogidos con humanidad despues de un mísero naufragio. El pelo les llegaba á los hombres hasta la rodilla; las mujeres se habian casado en el pais y tenian hijos. En esta misma coyuntura, por no

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