Imágenes de páginas
PDF
EPUB

SEGUNDA PARTE

DE

LAZARILLO DE TORMES,

SACADA DE LAS CRÓNICAS ANTIGUAS DE TOLEDO,

POR H. DE LUNA,

INTERPRETE DE LA LENGUA ESPAÑOLA.

A LOS LECTORES.

LA ocasion, amigo lector, de haber hecho imprimir la segunda parte de Lazarillo de Tormes, ha sido por haberme venido á las manos un librillo que toca algo de su vida, sin rastro de verdad. La mayor parte dél se emplea en contar cómo Lazaro cayó en la mar, donde se convirtió en un pescado llamado atun, y vivió en ella muchos años, casándose con una atuna, de quien tuvo por hijos tres peces como el padre y la madre. Cuenta también las guerras que los atunes hacian, siendo Lázaro el capitán, y otros disparates tan ridículos como mentirosos, y tan mal fundados como necios. Sin duda que el que lo compuso quiso contar un sueño necio ó una necedad soñada. Este libro, digo, ha sido el primer motivo que me ha movido à sacar á luz esta segunda parte, al pié de la letra, sin quitar ni añadir, como la ví escrita en unos cartapacios, en el archivo de la jacarandina de Toledo, que se conformaba con lo que habia oido contar cien veces á mi abuela y tias al fuego las noches de invierno, y con lo que me destetó mi ama; por mas señas, que disputaban muchas veces ella, y otras vecinas, cómo habia podido ser que Lázaro hubiese estado tanto tiempo dentro del agua (como se cuenta en esta segunda parte) sin ahogarse. Las unas decian en pro, las otras en contra; aquellas acotaban el mesmo Lazaro, que dice no le podia entrar el agua, por estar lleno y colmado de vino hasta la boca. Un buen viejo esperimentado en nadar, para probar ser cosa hacedera, interpuso su autoridad, diciendo habia visto un hombre, que entrando á nadar en el Tajo, se zambulló y metió en unas cavernas, desde que el sol se puso hasta que salió, que con su resplandor pudo atinar el camino; y cuando todos sus parientes y amigos estaban hartos de llorarle, y buscar su cuerpo para darle sepultura, salió sano y salvo. La otra dificultad que en su vida hallaban era, el no haber ninguno conocido ser Lázaro hombre, y que todos los que le veian lo juzgasen por pez: á esto respondia un buen canónigo (que por ser muy viejo estaba todo el dia al sol con las hilanderas de rueca) haber sido mas posible; ateniéndose á la opinion de muchos autores antiguos y modernos, entre los cuales son Plinio, Eliano, Aristóteles, Alberto Magno, los cuales certifican haber en la mar unos pescados, que á los machos llaman tritones y a las hembras neréidas, y á todos hombres marinos, los cuales de la cintura arriba tienen figura de hombres perfectos, y de allí abajo de peces; y yo digo, que aunque esta opinion no fuera defendida de autores calificados, bastaba, para escusa de la ignorancia española, la licencia que los pescadores tenian de los señores inquisidores; pues fuera un caso de inquisicion, si dudaran de una cosa que sus señorias habian consentido se mostrase por tal. A este propósito (aunque sea fuera del que trato ahora), contaré una cosa que sucedió a un labrador de mi tierra, y fué, que enviándole á llamar un inquisidor para pedirle le enviase de unas peras que le habian dicho tenia estremadas, no sabiendo el pobre villano lo que su señoría le queria, le dió tal pena que cayó enfermo, hasta que por medio de un amigo suyo supo lo que le queria; levantóse de la cama, fuése á su jardin, arrancó el árbol de raiz, y lo envió con la fruta, diciendo no queria tener en su casa ocasion de que le enviasen á llamar otra vez; tanto es lo que los temen, no solo los labradores y gente baja, mas los señores y grandes: todos tiemblan cuando oyen estos nombres, inquisidor é inquisicion, mas que las hojas del árbol con el blando céfiro. Esto es lo que he querido advertir al lector, para que pueda responder cuando en su presencia se verificasen tales cuestiones; y asimismo le advierto me tenga por coronista, y no por autor desta obra, con que podrá pasar una hora de tiempo; si le agradare, aguarde la tercera parte con la muerte y testamento de Lazarillo, que es lo mejor de todo; y si no, reciba la buena voluntad. Vale.

LAZARILLO DE TORMES.

SEGUNDA PARTE.

CAPITULO PRIMERO.

Donde Lázaro cuenta la partida de Toledo para ir á la guerra de Arjel. Quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje. Digolo á propósito, que no pude ni supe conservarme en la buena vida que la fortuna me habia ofrecido, siendo en mí la mudanza como accidente inseparable que me acompañaba, tanto en la buena y abundante, como en la mala y desastrada vida. Estando pues gozando el mejor tiempo que patriarca gozó, comiendo como fraile convidado, y bebiendo mas que un saludador, mejor vestido que un teatino, y con dos docenas de reales en la bolsa, mas ciertos que revendedora de Madrid, mi casa Ilena como colmena, con una hija injerta á canutillo, y con un oficio que me lo podia envidiar el echa-perros de la iglesia de Toledo, llegó la fama de la armada de Arjel, nueva que me inquietó é hizo que como buen hijo determinase seguir las pisadas y huellas de mi buen padre Tomé Gonzalez (que buen siglo haya), con deseo de dejar en los venideros siglos ejemplo y dechado, no de guiar á un astuto ciego, ratonar el pan del avariento clérigo, servir al pelon escudero, y finalmente gritar las faltas ajenas; mas el ejemplo y dechado fué de dar vista á los moros ciegos en sus errores, de abrir y romper los atrevidos y corsarios bajeles, de servir à mi valeroso capitán de la órden de San Juan, con quien asenté por repostero, capitulando que todo lo que ganase seria para mi (como lo fué); finalmente, quise dejar ejemplo de gritar y animar, Ilamando á Santiago y cierra España.

Despedime de mi amada consorte y cara hija; esta me rogó no me olvidase de traerla un morico, y la otra que me acordase de enviarle con el primer mensajero una esclava que la sirviese, y algunos cequies berberiscos con que se consolase de mi ausencia. Pedí licencia al arcipreste mi señor, á quien encargué el cuidado y regalo de mi mujer é hija, prometiéndome haria con ellas como si fueran propias suyas. Partí de Toledo alegre, ufano y contento, como suelen los que van á la guerra, colmado de buenas esperanzas, acompañado de grande cantidad de amigos y vecinos que iban al mesmo viaje llevados del deseo de mejorar su fortuna. Llegamos á Murcia con intencion de irnos á embarcar á Cartagena, donde me sucedió lo que no quisiera, por conocer que la fortuna, que me habia puesto en lo mas alto de su rueda voltária y subido á la cumbre de la bienaventuranza terrestre con su curso veloz, comenzaba á despeñarme á lo mas infimo,

Fué pues el caso, que llegando á la posada ví un semihombre, que mas parecia cabron segun las vedijas é hilachas de sus vestidos: tenia un sombrero encasquetado, de manera que no se le podia ver la cara; la mano puesta en la mejilla, y la pierna sobre la espada que en una media vaina de cimojes traia; el sombrero á lo picaresco, sin coronilla, para evaporar el humo de la cabeza; la ropilla era á la francesa, tan acuchillada de rota, que no habia en donde poder atar una blanca de cominos; la camisa eja de carne, la cual se veia por la celosía de sus vesti

dos, las calzas al equivalente; las medias, una colorada y la otra verde, que no le pasaban de los tobillos; los zapatos eran á lo descalzo, tan traidos como llevados: en una pluma que cosida en el sombrero llevaba, sospeché ser soldado. Con esta imaginacion le pregunté de dónde era, y adónde bueno caminaba; alzó los ojos para ver quién era el que se lo preguntaba, conocióme, y yo á él: era el escudero que en Toledo servi; quedé admirado de verle en tal traje.

Conocida mi admiracion, dijo: «no me espantaria, Lázaro amigo, te maravillase verme como me ves; pero presto no lo estarás si te cuento lo que por mí ha pasado desde el dia que yo te dejé en Toledo hasta hoy. Tornando á casa con el trueque del doblon para pagar á mis acreedores, encontré con una arrebozada que, tirándome del herreruelo, con lágrimas y suspiros mezclados con sollozos, me pidió con encarecimiento la favoreciese en una necesidad que se le ofrecia; roguéle me diese cuenta de su pena, que mas tardaria en dármela que yo en dalle remedio; ella sin dejar el llanto, con una vergüenza virginal dijo, que la merced que le habia de hacer, y ella me suplicaba le hiciese, era la acompañase basta Madrid, en donde le babian dicho estaba un caballero, que no se habia contentado con deshonrarla, sino que además le habia llevado todas sus joyas, sin tener respeto à la palabra de esposo que le habia dado, y que si yo queria hacer por ella esto, ella haria por mi lo que una mujer obligada debia. Consoléla lo mejor que pude dandole esperanzas, que si su enemigo estaba en el mundo se tuviese por desagraviada. En conclusion, sin tornar el pié atrás, partimos à la corte, hasta donde la hice la costa. La señora, que sabia bien adónde iba, me llevó á una bandera de soldados, donde la recibieron con alegría y la llevaron delante del capitán, para que la pusiese en la lista de las cicatriceras, y tornándose a mi con una cara de poca vergüenza dijo: «adios, seor peligordo, pues esta no es para mas.» Viéndome burlado, comencé à echar espumajos por la boca, diciéndole, que si como era mujer fuera hombre, la sacaria el alma de cuajo. Un soldadillo de los que allí estaban se llegó á mí y me hizo una mamona, no osando darme un bofeton, que si me lo hubiera dado, allí podian abrir la sepultura; como ví aquel negocio mal encaminado, sin decir chus ni mus, me fui mas que de paso, por ver si me seguiria algun soldado de talle para matarme con él; porque si me pusiera con aquel soldadejo, y le matara (como sin duda hiciera), ¿qué honra ó qué fama ganaria? Mas si bubiera salido el capitán ó algun valenton, les hubiera dado mas cuchilladas que arenas hay en el mar. Como vi que ninguno osaba seguirme, fuime muy contento. Busqué una comodidad, y por no haberla hallado tal cual merecia, estoy como ves verdad es que he podido ser repostero, ó escudero de cinco ó seis remendonas, oficios que aur que muriese de hambre no los tomaria.»>

Concluyó el bueno de mi amo con decir que por no baber hallado unos mercaderes de su tierra, que le prestasen dineros, estaba sin ellos, y no sabia adónde ir aquella

noche. Yo que le entendi la leva, le convidé con la mitad de mi cama y cena; admitió el convite; cuando nos quisimos acostar le dije, quitase los vestidos de encima del lecho, que era pequeño para tanta gente. A la mañana quise levantarme sin hacer ruido, eché mano á mis vestidos, y fué en vago, porque el traidor me los habia burtado é ídose con ellos; pensé quedarme muerto en la cama de pura pena, y me hubiera sido mejor por evitar tantas muertes como después recibí; di voces apellidando, al ladron, al ladron; subieron los de casa, y halláronme como el nadador, buscando con que cubrirme por los rincones del aposento: se reian todos como locos, y yo renegaba como carretero; daba al diablo al ladron fanfarron que me habia tenido la mitad de la noche contando grandezas de su persona y linaje.

El remedio que por entonces tomé (porque ninguno me lo daba) fué ver si los vestidos de aquel mata-siete me podian servir, hasta que Dios me deparase otros; pero era un laberinto; ni tenian principio, ni fin: entre las calzas y sayo no habia diferencia; puse las piernas en las mangas, y las calzas por ropilla, sin olvidar las medias que parecian mangas de escribano: las sandalias me podian servir de cormas, porque no tenian suelas; encasquetéme el sombrero poniendo lo de arriba abajo, por estar menos mugriento; de la gente de á pié y de á caballo que iban sobre mí no hablo. Con esta figurilla fuí á ver á mi amo, que me habia enviado á llamar, èl cual espantado de ver aquella madagaña, le dió tal risa, que las cinchas traseras se aflojaron, é hizo flux: por su honra es muy justo se pase en silencio. Después de haber hecho mil paradillas, me preguntó la causa de mi disfraz; contéselo, y lo que dello resultó fué, que en lugar de tener lástima de mí, me reprendió y echó de su casa, diciendo que como aquella vez habia acogido aquel hombre en mi cama, otro dia haria lo mismo con alguno que le robase.

CAPITULO II.

Cómo Lázaro se embarcó en Cartagena.

De cosecha tenia el no durar mucho con mís amos: así lo hice con este, aunque sin culpa mia; víme des esperado, solo y afligido, en traje que todos me daban de codo y se burlaban; unos me decian: no está malo el sombrerillo con puerta falsa, parece tocado de flamenca; otros: la ropilla es al uso, parece pocilga de puercos, pues demás que vuestra merced está dentro, le corren tan gordos que los podria matar y enviar salados à la señora su mujer. Díjome un mochiller: « seor Lázaro, por Dios, que las medias le hacen buena pantorrilla. - Las sandalias son á lo apostólico, replicó un. barrachel; es que el señor va á predicar á los moros». Tanto me decian y corrian, que estuve determinado à tornarine á mi casa; no lo hice por pensar que la guerra seria muy pobre și en ella no se ganaba mas de lo perdido: lo que mas sentia era que huian de mi como de un apestado.

servas, que nadie les decia ¿qué haceis ahí? Comencé á comer de todo y á henchir mi estómago por hacer provi sion hasta el dia del juicio. Llegóse á mí un soldado pidiéndome le confesase, y espantado de verme con tan buen aliento y apetito, preguntóme cómo podia comer viendo la muerte al ojo; dijele lo hacia por miedo de que el agua de la mar que habia de beber cuando me ahogase no me hiciese mal: mi simplicidad le hizo sacar la risa de los carcañales. A muchos confesé que no decian palabra con la agonía, ni yo la esuchaba con la prisa de tragar. Los capitanes y gente de consideracion con dos clé. rigos que habia se salvaron en el esquife; yo estaba mal vestido, y así no cupe dentro. Cuando estuve harto de comer fuíme à una pipa de buen vino y trasmudé en mi estómago todo lo que cupo: olvidéme de la tormenta y aun de mí mismo.

La nave dió al través, y el agua entraba por ella como por su casa; un cabo de escuadra me asió de las manos, y con la agonía de la muerte me dijo le escuchase un pecado que me queria confesar, y era que no habia cumplido una penitencia que le habian dado de ir en romería á Nuestra Señora de Loreto, habiendo tenido mucha comodidad para ello, y que entonces que queria no podia; y yo le dije, que con la autoridad que tenia se la conmutaba, y que en lugar de ir á Nuestra Señora de Loreto fuese á Santiago. «¡Ay, señor! dijo él, cuánto quisiera yo cumplir esa penitencia, mas el agua empieza á entrarme por la boca, y no puedo. Si así es, le repetí, os doy por penitencia que bebais toda la de la mar; » mas no la cumplió, que muchos hubo allí que bebieron tanta como él. Llegando á mi boca le dije, á otra puerta, que esta no se abre, y aunque la abriera no pudiera entrar, porque mi cuerpo estaba tan lleno de vino que parecia cuero atisbado.

Al estallido de la nave acudió gran cantidad de pescados parecia les habian dado socorro con los del navio; comian de las carnes de los miserables ahogados (y no en poca agua), como si pacieran en prado concejil. Quisieron hacer ejecucion en mi persona; puse mano á mi tizona, y sin detenerme en pláticas con tan ruin gente, daba en ellos como asno en centeno verde. Silbando me decian : no queremos hacerte, mal, salvo saber si tienes buen gusto. Tanto hice, que en menos de medio cuarto de hora maté mas de quinientos atunes, que eran los que querian hacer gaudeamus con estas carnes pecadoras. Los pescados vivos se cebaron en los muertos, y dejaron la compañía de Lázaro que no les era provechosa. Vime señor en la mar sin contradición ninguna. Discurri de unas á otras partes, donde vi cosas increibles: infinidad de osamenta y cuerpos de hombres; hallé cantidad de cofres llenos de joyas y dineros, muchedumbre de armas, sedas, lienzos y especería. Todo me daba envidia, y todo lástima por no tenerlo en mi casa; con que, como decia el vizcaino, comiera el pan empringado con sardinas. Hice todo lo que pude, y no hice nada. Abri una gran arca, é henchíla de doblones y joyas preciosísimas; tomé algunas sogas de muchas que alli babia, con que la até, y añudando unas á otras, hice una tan larga, que me pareció bastante para llegar á la superficie del agua. Si puedo sacar estas riquezas de aquí (decia entre mí), no habrá bodegonero en el mundo mas regalado que yo : haré casas, fundaré rentas y compraré un jardin en los cigarrales; ini mujer se pondrá don y yo señoría; casaré à mi

Embarcamonos en Cartagena: la nave era grande y bien abastecida; izaron las velas y diéronlas al viento, que la llevaba é impelia con grande velocidad. La tierra se nos escondió, y el mar se embraveció con un viento contrario, que levantaba las velas hasta las nubes; la borrasca crecia, y la esperanza faltaba; los marineros y pi-. fotos nos desahuciaron; los gemidos y llantos eran tan grandes, que me pareció estábamos en sermon de pasion; con la grande bataola no se entendia nada de lo que se mandaba; unos corrian á una parte, otros á otra: pare-hija con el mas rico pastelero de mi tierra; todos vendrán ciamos caldereros; todos se confesaban con quien podian, y tal hubo que se confesó con una piltrafa, y ella le dió la absolucion tan bien como si hubiera cien años que ejercitara el oficio. A rio revuelto ganancia de pescadores; como ví que todos estaban ocupados, dije entre mí: muera Marta y muera harta. Bajé á lo hondo de la nave donde hallé abundancia de pan, víno, empanadas, con

T. III.

á darme el parabién, y yo les diré que lo he bien trabajado, sacándolo, no de las entrañas de la tierra, pero del corazon de la mar; no mojado de sudor, mas remojado como curadillo seco. En mi vida he estado tan contento como entonces, sin considerar que si abria la boca quedaria allí con mi tesoro sepultado hasta ciento y un año.

9

CAPITULO III.

Cómo Lázaro salió de la mar.

Viéndome tan cerca de morir, temia; y tan cercano de ser rico, me alegraba; la muerte me espantaba, y el tesoro me deleitaba para huir de aquella y gozar deste. Desnudéme los andrajos que mi amo primero me habia dejado por el servicio que le habia hecho; atéme la soga al pié, y comencé à nadar (que aunque sabia poco, la necesidad me ponia alas en los piés y remos en las manos). Los pescados que alrededor estaban acudieron á picarme, haciéndome caminar con sus rempujones que me servian como de estribo: ellos picando y yo coceando llegamos hasta la superficie del agua, donde me sucedió una cosa que fué causa de toda mi desdicha. Los pescados y yo encontramos con unas redes que unos pescadores habian tendido, los que sintiendo la pesca enredada tiraron con tanta furia, y el agua me comenzó á entrar, no con menor, que sin poder resistir me comencé à ahogar, y lo hubiera hecho si los marineros con su prisa acostumbrada no sacaran la presa á los barcos. Doy al diablo el mal sabor; en todos los dias de mi vida he bebido cosa peor; súpome á los meados del señor arcipreste, que un dia mi mujer me hizo beber diciendo ser vino de Ocaña.

Puestos en el barco los peces y yo á revuelta dellos, comenzaron á tirar de la cuerda, por la cual (como dicen) sacaron el ovillo. Halláronme atado á ella, y admirados decian ¿qué pescado es este que tiene las facciones de hombre? si es diablo ó fantasma? Giremos desta soga, veremos qué trae asido al pié; tiraron con tanta fuerza que el barco se iba á lo hondo; conociendo el peligro la cortaron, y con ella las esperanzas á Lázaro de hacerse de los godos. Pusiéronme boca abajo para que echara el agua que habia bebido; vieron que no estaba muerto (que no hubiera sido para mí lo peor); diéronme un poco de vino, con que como lámpara con aceite torné en mí. Hiciéronme mil preguntas, á ninguna respondi, hasta que me dieron de comer, y cobrando aliento, lo primero que les pregunté fué por la corma que traia atada al pié; dijéronme cómo la habian cortado por librarse del peligro en que se habian visto. Allí se perdió Troya, y Lázaro sus bien colocados deseos; allí comenzaron sus dolores, angustias y tormentos. No hay mayor dolor en el mundo que haberse visto rico y en los cuernos de la luna, y verse pobre y sujeto á necios. Todas mis quimeras se fundaban en el agua, y ella me las anegó todas. Conté à los pescadores lo que ellos y yo habíamos perdido en haberme cortado las pihuelas. Fué tan grande el enojo que recibieron, que uno dellos se quiso desesperar.

El mas cuerdo de todos dijo seria bueno me tornasen á la mar, y que me aguardasen allí hasta que saliese : siguieron todos el voto deste; y no obstante los inconvenientes que yo les representé estaban en sus trece, diciendo, que pues sabia el camino, me era fácil (como si fuera ir à la pastelería ó al bodegon); cególes tanto la codicia que me querian ya echar, si mi dicha ó desdicha no ordenase llegase donde estábamos un barco que venia á ayudarles á llevar la pesca; callaron, porque los otros no supiesen el tesoro que habian descubierto; fuéles forzoso por entonces dejar su mala intencion; llegaron los barcos á la lengua del agua, echáronme estre los pescados para disimular, con intencion de tornarme à buscar cuando pudiesen. Tomáronme entre dos, y llevaron á una cabañuela que cerca tenian. Uno que no sabia el misterio les preguntó qué era aquello; respondiéronle ser un monstruo que habian cogido con los atunes. Puesto en aquella pobre zahurda, les rogué me diesen algunos andrajos con que cubrir mi desnudez y con que poder salir delante de los hombres: «eso será, dijeron ellos,

des

pués de haber hecho euenta con la huéspeda; » no entendi entonces esta jerigonza. Estendióse la fama del monstruo por la comarca; venía mucha gente à la choza para verme; los pescadores no me querian mostrar diciendo aguardaban licencia del señor obispo é inquisidores para mostrarme, y que hasta entonces era escusado. Yo estaba atónito, sin saber qué decir ni hacer, no adivi-nando su intencion; sucedióme lo que al cornudo que es el postrero que lo sabe. Inventaron pues estos diablos una invencion que el mismo Satanás no hubiera urdido otra semejante, que pide un nuevo capítulo y una nueva atencion.

CAPITULO IV.

Cómo llevaron á Lázaro por España.

La ocasion hace al ladron: los pescadores, echando de ver se les ofrecia tan buena, asiéronla de la melena, y aun de todo el cuerpo. Viendo que acudia tanta gente al nuevo pescado, determinaron desquitarse de la pérdida que habian hecho, cortándome la soga del pié, y así enviaron à pedir licencia á los señores inquisidores para mostrar por toda España un pez que tenia cara de hombre; alcanzaronla con facilidad por medio de un presente que del mejor pescado que habian cogido hicieron á sus señorías. Cuando el buen Lázaro estaba dando gracias a Dios por haberle sacado del vientre de la ballena (que fué un milagro tanto mayor cuanto mi industria y saber era menor, nadando como una barra de plomo); tomáronme entre cuatro de aquellos, que parecian mas verdugos de los que crucificaron á Jesucristo, que hombres; atáronme las manos y pusiéronme una barba y casquete de musgo, sin olvidar los mostachos, que parecia salvaje de jardin. Envolviéronme los piés en espadañas; víme como trucha montañesa. Lloraba mi desdicha ; gemia quejándome de mi hado ó fortuna; decia : «¿qué es esto, que tanto me persigues? En mi vida te ví, ni te conozco; pero si por los efectos se rastrea la causa, por lo que de tí he esperimentado creo no hay sirena, basilisco, víbora, ni leona parida mas cruel que tú : subes á los hombres con halagos y caricias. à la cumbre de tus deleites y riquezas, dejándoles de allí despeñar en el abismo de todas las miserias y calamidades, tanto mayores cuanto tus favores lo habian sido.»>

Oyo mi soliloquio uno de aquellos borreros, y con voz carretil me dijo : « si el señor atun habla mas palabra, le pondrán en sal con sus compañeros, ó lo quemaremos como á monstruo: los señores inquisidores han mandado, prosiguó, lo llevemos por las villas y lugares de España, á enseñarlo á todos como portento y monstruo de natura. » Yo les juraba que no era atun, monstruo, ni otra cosicosa, mas que hombre, tanto como cualquiera hijo de vecino, y si habia salido de la mar, era por haber caido en ella con los que se ahogaron en la armada de Arjel. Eran sordos, y tanto peores cuanto menos querian entender. Viendo que mis ruegos eran tan perdidos como la lejía con que lavan la cabeza al asno, tuve paciencia, aguardando á que el tiempo, que todo lo cura, curase mi mal, que procedia de aquellos malditos metamorfosios. Pusiéronme en una media cuba becha al modo de un bergantin, que llena de agua, y yo sentado en ella, me llegaba hasta los labios; no me podia levantar en pié por tenerlos atados con una soga, de la cual salia un cabo por entre los cellos de aquel pelambre, de suerte que si por malos de mis pecados pipeaba, me hacian dar un camarujo como rana, y beber mas agua que hidrópico; cerraba la boca hasta que sentia que el que tiraba aflojaba; entonces sacaba la cabeza fuera como tortuga, y escarmentaba en la mia propia.

Puesto desta suerte me mostraban à todos, y eran tantos los que acudian á verme (pagando cada uno un cuartillo), que en un dia ganaban doscientos reales. Crecia la codicia á medida de la ganancia, la cual les hizo dudar

« AnteriorContinuar »