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á los animales ponzoñosos, que sacan veneno de lo que las abejas labran miel. Es el bien como el agua olorosa, que en la vasija limpia se sustenta, siendo siempre mejor, y en la mala luego se corrompe y pierde. Yo quedé dotor consumado en el oficio, y en breves dias me refiné de jugador y aun de manos, que fué lo peor. Terrible vicio es el juego, y como todas las corrientes de las aguas van á parar á la mar, así no hay vicio que en el jugador no se halle: nunca hace bien, y siempre piensa mal; nunca trata verdad, y siempre traza mentiras ; no tiene amigos ni guarda ley á deudos; no estima su honra, y pierde la de su casa; pasa triste vida, y á sus padres no se la desea; jura sin necesidad y blasfema por poco interés ; no teme á Dios ni estima su alma; si el dinero pierde, pierde la vergüenza para tenerlo, aunque sea con infamia; vive jugando y muere jugando, en lugar de cirio bendito la baraja de naipes en la mano, como el que todo lo acaba de perder, alma, vida y caudal en un punto. Mucho esperimenté de otros; no hablo lo que me dijeron, sino lo que mis ojos vieron. Cuando las raciones no bastaban (porque para jugar no faltase), traia por la casa los ojos como hachas encendidas, buscando de dónde mejor pudiera valerme.

A las cosas de la cocina con facilidad ponia cobro, aprovechandome siempre de la comodidad, como de mi no pudiese haber sospecha. Muchas cosas que hurtaba las escondia en la misma pieza donde las hallaba, con inten❘ cion, que si en mi sospechasen, sacarlas públicamenteganando crédito para adelante; y si la sospecha cargaba en otro, allí me lo tenia cierto, y luego lo trasponia. Una vez me aconteció un donoso lance, que como mi amo trajese á casa otros amigos cofrades de Baco, pilotos de Guadalcanal y Coca, y quisiese darles una merienda, todos tocaban bien la tecla; pero mi amo señaladamente era estremadamente músico de un jarro. Sacóles entre algunas fiambreras, que siempre tenia proveidas, unas hebritas de tocino como sangre de un cordero. Ya de los envites hechos estaban todos á los treinta con rey: alegres, ricos y contentos, y con la nueva ofrenda volvieron à brin- | darse, quedándose (y mi ama con ellos, que también lo menudeaba como el mejor danzante) que los pudieran desnudar en cueros; tales lo estaban ellos; la polvoreda habia sido mucha, levantáronse los humos a lo alto de la chimenea; los unos cayendo, los otros tropezando, dando cada uno traspiés, fuése como pudo, segun me lo contó un vecino y mis amos á la cama, dejándose abierta la casa, la mesa puesta y el vasillo de plata en que brindaron rodando por el suelo, y todo á beneficio de inventario. Yo acaso habia quedado en la cocina del amo aderezando sartenes y asadores, juntando leña y haciendo otras cosas del oficio. Luego como acabé la tarea, fuíme à la posada, balléla desaliñada, de par en par abierta, y el vasillo por estropiezo, casi pidiéndome que siquiera por cortesia lo alzase; bajéine por él, miré á todas partes si alguno me pudiera haber visto, y como no sintiese persona, volvime a salir pasico. No habia dado cuatro pasos, cuando me tocó el corazon una arma falsa; púseme á pensar si habia ruido hechizo, que era bien asegurarme mejor y no ponerme en ocasion, que por interese poco se aventurase mucho y algunos azotes á las vueltas. Volví á entrar, llamé dos ó tres veces, nadie me respondió; fuíme al aposento de n.is amos, hallélos tales, que parecia estar difuntos y era poco menos, pues estaban sepultados en vino. El resuello que daban me dejó de manera como si hubiera entrado en alguna famosa bodega.

Quisiera con algunos cordeles atarlos por los piés á los de la cama y hacerles alguna burla; pero parecióme mas á cuento y mejor la del vaso de plata: púselo á buen cobro. Habiendo asegurado el hurto, volvime á la cocina, donde no faltó en qué ocuparme hasta la noche que vino mi amo con un terrible dolor de costado en las sienes, y estando en el hogar solo un tizo, me quiso aporrear, que

para qué gastaba tanta leña, que se quemaria la casa. No estuvo aquella noche de provecho, como pude suplí, cubriendo su falta; puse à punto la cena, dímosla, y habiendo cumplido á todo, nos fuimos á dormir. Hallé á mi ama de mal semblante: muy triste, los ojos bajos y llorosos, ansiada y pesarosa, sin hablar palabra, hasta que mi amo fué acostado. Preguntéle qué tenia que tan mohina estaba. Respondióme: «¡ay Guzmanico, hijo de mi alma! gran mal, gran desventura, amarga fui yo, desdichada la bora en que nací, en triste signo me parió mi madre. » Ya yo sabia dónde le dolia; su botica fuera mi faltriquera, y mi voluntad su médico; pero no, que todas aquellas com pasiones no me la ponian, porque habia oido decir, que cuando mas la mujer llorare, se le ha de tener la lastima como á un ganso que anda en el agua descalzo por enero. No me movió un cabello; mas fingiendo pesarme de su pena, la consolaba, que no dijese tales palabras, rogándole me contase qué tenia, dándome parte dello, que en lo que pudiese haria por ella como por mi madre. «¡Ay hijo! me respondió, que trujo tu señor (en amarga hora) unos amigos á merendar, y entre todos me falta el vaso de plata¿qué hará tu amo cuando lo sepa? Mataráme por lo menos, bijo de mis entrañas.-¿Qué hará por lo mas?» le quise preguntar. Hiceme del pesante, abominando la bellaquería, y que no hallaba otro medio mas de que se levantase por la mañana y fuésemos á comprar á los plateros otro como él, y dijese á su marido que porque estaba viejo y abollado lo habia hecho limpiar y aderezar, que con esto escusaria el enojo; también le ofreci que si no tenia dineros y lo hallase fiado, tomase mis raciones para pagarlo con ellas ó las pidiese adelantadas.

con

Agradeciómelo mucho, tanto por el consejo como por el remedio; mas hízosele inconveniente salir de casa y sola, temiendo que su marido no la viese, porque era muy celoso. Rogóme que por un solo Dios lo fuese yo á buscar, que dineros tenia con qué pagarlo; yo no deseaba otra cosa, porque me habia puesto cuidado a quién ó cómo pudiera venderlo que me lo comprara, pues por mi persona era fácil de creer que lo habia hurtado; mas con esta buena salida fuíme á los plateros, dije a uno que me lo limpiase y desabollase, que estaba mal tratado. Concertélo en dos reales; pusiéronlo cual si entonces acabara de hacerlo. Volví a mi casa diciendo uno he hallado en la puerta de Guadalajara, pero tiene cincuenta y siete reales de plata, y no quieren por la hechura menos de ocho. A ella le pareció una blanca, segun deseaba salir de aquel trabajo; contóme el dinero en tabla, y volvíselo á vender, como si no fuera el mismo ni se lo hubiera hurtado, que quedó contenta y yo pagado; mas como se vino se fué de dos encuentros me lo llevaron. Estos hurtillos de invencion de cosecha me los tenia, y la ocasion me los enseñaba; mas los de permision siempre andaba con cuidado para saberlos usar bien cuando los hubiera menester. Así tenia costumbre de llegarme al tajo, donde se repartian las porciones; atentamente via lo que pasaba, y como en cada una iban dos onzas de menos, aprendí jugar de dedillo, balanza y golpete. Algunos le decian que pesase bien; el despensero respondia, que enjugaba la carne, y que recibiéndola en un fiel, no podia dejar de hacer un poco de refacion para las mermas de muchos, y en esto iba á decir la sesta parte. Despensero, cocinero, botiller, veedor y los mas oficiales, todos hurtaban y decian venirles de derecho, con tanta publicidad y desvergüenza, como si lo tuvieran por ejecutoria. No habia mozo tan desventurado que no ahorrase los menudillos de las gallinas ó de los capones, el jamon de tocino, el contrapeso del carnero, las postas de ternera, salsas, especias, nieve, vino, azúcar, aceite, miel, velas, carbon y leña, sin perdonar las alcomenías ni otra cosa, desde lo mas necesario basta lo de menos importancia que en una casa de un señor se gasta.

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maba el almirez y molia misturas para salsas ó para gu sados. Traia el herraje como espadas acicaladas; las sartenes que se pudieran limpiar con la capa, los cazos como espejos; guardábalo en sus cajas, colgábalo en sus clavos, donde solia estar cada cosa, para darlo en mano cuando fuera menester, sin andarlo á buscar, acordándome donde lo puse: todo tenia su lugar diputado con mucha curiosidad y concierto.

Luego que allí entré, no se hacia de mí mucha confianza: fuí poco a poco ganando crédito, agradando á los unos, contentando á los otros y sirviendo á todos; porque tiene necesidad de complacer el que quiere que todos le hagan placer. Ganar amigos es dar dinero á logro y sembrar en regadío. La vida se puede aventurar para conservar un amigó, y la hacienda se ha de dar para no cobrar un enemigo; porque es una atalaya que con cien ojos vela, como el ladron sobre la torre de su malicia, para juzgar desde muy lejos nuestras obras. Mucho importa no tenerlo, y quien lo tuviere, trátelo de manera como si en breve hubiese de ser su amigo. ¿Quieres conocer quién es? Mira el nombre, que es el mismo del demonio, enemigo nuestro, y ambos son una misma cosa. Siembra buenas obras, cogerás fruto dellas, que el primero que hizo beneficios forjó cadenas con que aprisionar los corazones nobles. En lo que me pude adelantar no me detuvo la pereza: no di lugar que de mí se diesen quejas verdaderas ni me trajeran en revueltas; hui de los deste trato, y mas de chismosos, á quien con gran propiedad llaman esponjas; aquí chupan lo que allí esprimen; de los tales no se fien, apártense dellos, aborrezcan su compañía, aunque en ella se interese, porque al cabo ha de salir con pérdida y descalabrado. No puede una casa padecer mayor calamidad, ni la república mas contagiosa pestilencia, que tener hombres cizañeros y revoltosos, amigos de hablar en corrillos y hacerlos. Siempre procuré con todos tener paz, por ser hija de la humildad; y el humilde que ama la paz, ama y es amado del autor della, que es Dios. Si malas compañías no me dañaran, yo comencé bien y corria mejor; comia, bebia, holgaba, pasando alegremente mi carrera.

Muchas veces (acabada la hacienda) me echaba á dormir á la suavidad de la lunibre que sobraba de mediodía ó de parte de noche, quedándome allí hasta por la mañana. Cuando en casa no habia que hacer, dábanme los bellacos de los mozos y pajes mucho del sartenazo, culebras y pesadillas; echábanme libramientos, ahogándome à humazos. Tal vez hubo que con uno me desatinaron por mucho rato, que ni sabia si estaba en pié ó si sentado; y si no me tuvieran, me hiciera la cabeza pedazos contra una esquina, y á todo esto paciencia, sin desplegar la boca corrigiéndome para conservarme; que el que todo lo quiere vengar, presto quiere acabar : larga se debe dar á mucho, si no se quiere vivir poco; despreciando las injurias, queda corrido y se cansa el que te las hace, que si te corrieses, quedarias cargado: en mí hacian anatomía. Otras veces para probarme hicieron cebaderos, poniéndome moneda donde forzosamente hubiese de dar con ella: querian ver si era levantisco de los que quitan y no ponen; mas como se las entendia y les entrevaba la flor, decia: no á mí que las vendo, á otro perro con ese hueso; salto en vago habeis dado, no os alegrareis con mis desdichas, ni hareis almoneda de mis infamias. Allí me lo dejaba estar, hasta que quien lo puso lo alzase, teniendo cuenta que otro no lo traspusiese y dijesen que yo. Otras veces lo alzaba y daba con ello en manos de mis amos, andando con gran recato en hacer mis heridas limpias à lo salvo, como buen esgrimidor; que dar una cuchillada y recebir una estocada es dislate. Hurtaba lo que podia; pero de modo que no se pudiera causar sospecha contra mí. Para las haciendas de mi cargo yo me lo tenia, y á mi amo descuidado de mandarlo en habiendo que trabajar no aguardaba que me lo mandasen; era de todos mis compañeros el primero á pelar de las aves, fregar, limpiar, barrer, hacer y soplar la lumbre, sin decir al otro, hacedlo vos; porque consideraba que no habiendo de holgar ni estar mano sobre mano, tanto me daba trabajar en esto que en esotro, y era engañar de maña con lo que era fuerza; siempre hacia lo que mas podia y mejor sabia, guardando el decoro al oficio. Aun el ave no estaba bien acabada de pelar, cuando to

Las horas que me sobraban, cuando no habia que hacer, en especial por las tardes, que siempre tenia mas lugar, los oficiales de casa me daban sus percances que los llevase á vender: íbame con ellos á las puertas de la carnicería, donde era nuestro puesto, y lo acudian à comprar los que lo habian menester. Algunas veces lo que llevaba era bueno, otras no tal, y otras hediondo y malo; mas todo resultaba de lo que llamaban ellos provechos y derechos, que es de diez dos, harto mejor pagado que el almojarifazgo de Sevilla. Lo ordinario y siempre, nunca faltaban menudillos de aves y despojos de terneras, perdices, gallinas que se perdian andando en el asador, ó perdigadas en el hervor de la olla, conejos desollados.y mechados con sus garrochitas de tocino ribeteados, como gabán de Sayago, sin dejarles blanco del tamaño de una uña donde no llevasen clavada su saeta; presas habia que, habiéndose tardado en sacarse á vender, oliscaban; disfrazaban estas tales de manera que parecian como nuevas: cada uno el que mas podia mejor afeitaba su hacienda. Vendia también lenguas de vaca, cecina de jabali, lomo en adobo, empanadas inglesas de venado, piezas de tocino con tres dedos de tabla en grueso: mirad, ¡ qué derechos tan tuertos, y qué provechos tan dañosos para no sacarse cada dia facultades, empeñarse los estados, y vender los vasallos!

¡Pobres de los señores que no pueden ó no saben, 6 por mejor decir, no quieren consumir esta langosta, destruyendo tan dañosa polilla! Y desventurados de los que (por ostentacion) quieren tirar la barra con los mas poderosos el ganapán como el oficial, el oficial como el mercader, el mercader como el caballero, el caballero como el titulado, el titulado como el grande, el grande como el rey, todos para entronizarse. Pues, à fe que no es oficio holgado, y que el rey no duerme ni descansa con el reposo del ganapan, ni come con el descuido del oficial; y le aflige mas lo que la corona le carga que cuanto el mercader carga; mas le inquieta cómo tiene de proveer sus armadas, que al caballero el aprestar sus armas; y no hay titulado muy empeñado, que el rey no lo esté mas, ni grande tan grande que los trabajos y pesadumbres del rey no sean mas grandes y graves; él vela cuando todos duermen. Por eso los egipcios para pintarlo ponian un cetro con un ojo encima: trabaja cuando todos huelgan, porque es carro y carretero; sospira y gime cuando todos rien, y son pocos los que se duelen dél, que no sea por su interese, debiendo por sí solo ser amado, temido y respetado. Pocos le tratan verdad por no ser odiados; pocos le desengañan: ellos saben el por qué, y para qué, y sabemos todos que lo hacen por adelantarse y volar arriba, sea como fuere, aunque sean las alas de cera, y hayan de caer en el mar de Icaro. La locura y desvanecimiento de los hombres (como te decia) los trae perdidos en vanidades, y los que mas lastiman son señores y caballeros, que gastando sin necesidad, vienen á la necesidad; porque aun pocas espensas, muchas veces hechas, consumen la sustancia, vaseles cayendo la pluma pelo á pelo, de donde (quedando sin cañones) los llamaron pelones ó peludos; luego se recogen á las aldeas ó caserías, donde dan en criar cebones, gallinas y pollos, contando los huevos de cada dia, haciendo dellos caudal principal. Sáquese de aquí en limpio, que si el rico se quisiere gobernar, le aseguro que nunca será pobre; y si el pobre se comidiere, que presto será rico, acomodándose todos en todo con el tiempo; que no siem

pre le está bien al señor guardar, ni al pobre gastar. Entretenimientos han de tener; mas ténganse tales que sean para entretenerse y no para perderse. En las ocasiones ha de mostrarse cada uno conforme á quien es, que para eso lo tiene; pero no emparejándose todos lado a lado, pié con pié, cabeza con cabeza. Si se alargare el poderoso, deténgase el escudero, no quiera con sus tres hacer lo que el otro con treinta. No considera que son abortos y cosas fuera de su natural, de que todos murmuran, riéndose dél, y gastada la sustancia se queda pobre arrinconado? ¿No entiende el que no puede, que hace mal en querer gallear y estirar el pescuezo? Si es cuervo, y no sabe ni puede mas de graznar, ¿para qué quiere cantar y preciarse de voz, aunque el adulador le diga que la tiene buena? ¿No ve que lo hace por quitarle el queso y burlarlo? Lo mismo digo á todos que cada uno se conozca á sí mesmo, tiente el temple de sus aceros, no quiera gastar el hierro con la lima de palo, y lo que él murmura del otro, cierre la puerta para que el otro no lo murmure dél. A todos conviene dormir en un pié (como la grulla) en las cosas de la bacienda, procurando, ya que se gasta, que no se robe; que el dejar perder no es franqueza, y con lo que hurtan veedor, cocinero y despensero (que son los tres del mohino) se pueden gratificar seis criados. No digo mas del robo destos que del desperdicio de esotros, pues todos hurtan y todos llevan lo que se pueden cercenar de lo que tienen á su cargo, uno un poco, y otro otro poco: de muchos pocos se hace un algo, y de muchos algos un algo tan mucho, que lo embebe todo. ¶

¶ Gran culpa desto suelen tener los amos, donde corto salario y mal pagado; porque se sirven de necesitados, y dellos hay pocos que sean fieles. Póneste á jugar en un resto lo que tienes de renta en un año; paga y haz merced à tus criados, y serás bien y fielmente servido; que el galardon y premio de las cosas hace al señor ser tenido y respetado como tal, y pone ánimo al pobre criado para mejor servir. Hay señor que no dará un real al sirviente mas importante, pareciéndole que le basta el sueldo seco, y que en dárselo y su racion está pagado. No, señor, no es buena razon; que aqueso ya se lo debes, no tiene que agradecerte: con lo que no le debes le has de obligar á mas de lo que te debe, y que con mas amor te sirva; que si no te alargas de lo que prometiste, siendo señor, no será mucho que el criado se acorte, y no se adelante de aquello á que se obligó: como sucedió à un hidalgo coà barde, que habiendo sido demasiado, en confianza de su dinero, con otro hidalgo de valor, viendo que sus fuerzas y ánimo eran flacos, quiso valerse de un mozo valiente que lo acompañaba. Aconteció que como una vez echase su enemigo mano para él, su criado lo defendió con pérdida del contrario, que lo retiró en cuanto su señor se puso en salvo, y en esta quistion perdió el mozo el sombrero y la vaina de la espada. Esto se pasó: fuése á su posada; mas nunca el amo le satisfizo la pérdida ni lo adelantó en alguna cosa; y como viniese otra vez con un palo y le diese de palos el de la quistion pasada, el criado se estuvo quedo mirando cómo lo aporreaba. El amo daba voces pidiendo socorro, à quien el mozo respondió: « vuesa mereed cumple con pagarme cada mes mi salario, y yo con acompañarle como lo prometí, y el uno ni el otro no estamos à mas obligados. » Así que, si quieres que salgan de su paso, aventajándose en tu servicio, de lo que pierdes tan desbaratadamente, gánales las voluntades, que será ganar no te roben la hacienda, defiendan tu persona, ilustren tu fama y deseen tu vida. ¶

¡Oh, cuantas veces vi llevar y llevé tortas de manjar blanco, lechones, pichones, palominos, quesos de cien diferencias y provincias, y otras infinitas cosas á vender, que es prolijidad referirlas, y faltan tiempo y memoria para contarlas! Solo quiero decir, que estos desórdenes en todos, me hizo á mí como á uno dellos: andaba entre

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lobos, enseñéme á dar aullidos. Yo también era razonable principiante, aunque por diferente camino, mas entonces perdi el miedo; soltéme al agua sin calabaza; sali de vuelo todos jugaban y juraban, todos robaban y sisaban, hice lo que los otros. De pequeños principios resultan grandes fines. Comencé (como dije) de poco á jugar, v sisar y hurtar, fuíme alargando el paso como los niños que se sueltan en andar, hasta que ya lo hacia de lo fino, de á ciento la onza; y no lo tenia por malo (que aun á esto llegaba mi inocencia), antes por lícito y permitido. Compraba algunas cosillas que me hacian falta, ó lo echaba en un topa, que siempre de los juegos buscaba los mas virtuosos, vueltos ó carteta para acabar presto y acudir á mi oficio. Acuérdome una vez, que estando porfiando una suerte con otros mancebitos de mi talle en un corral de casa, se levantó gran grita: pareció con la vocería hundirse la casa; mandó nuestro amo al maestre-sala mirase qué era aquello; hallónos en la brega fregando el delito; y escediendo de su comision, diónos una rociada de leña seca, sacudiéndonos el polvo del hatillo, de manera que nos levantó ronchas por todo el cuerpo debajo de la camisa; con que también perdi mi crédito ganado, trayéndome de allí adelante sobre ojos (como dicen), de donde comenzó mi total perdicion, de la manera que sabrás adelante.

CAPITULO VI.

En que Guzmán de Alfarache prosigue lo que le pasó con su amo el cocinero hasta salir despedido dél.

Mucho se debe agradecer al que por su trabajo sabe ganar; pero mucho mas debe estimarse aquel que sabe con su virtud conservar lo ganado. Mucho me forzaba la voluntad en agradar, aunque mas me tiraba la mala costumbre de la vida pasada ; y así lo que hacia (como cosa contrahecha) eran las obras de la mona; que la gloria falsamente alcanzada, poco permanece y presto pasa. Fuí como la mancha de aceite, que si fresca no parece, brevemente se descubre y crece ya no se fiaban de mí, llamábanme, uno cedacillo nuevo, otro la gata de Venus; y se engañaban, que mi natural bueno era, y en el mio ni lo aprendí ni lo supe: yo lo hice malo y lo dispuse mal; enseñáronmelo la necesidad y el vicio; allí me afiné con los otros ministros y sirvientes de casa. Ladrones hay dichosos que mueren de viejos; otros desdichados que por el primer hurto los ahorcan. Lo de los otros era pecado venial, y en mi mortal: fué muy bien, pues degeneré de quién era, haciendo lo que no debia; perdime con las malas compañías, que son verdugos de la virtud, escalera de los vicios, vino que emborracha, humo que aboga, hechizo que hechiza, sol de marzo, áspid sordo y voz de sirena. Cuando comencé à servir, procuraba trabajar y dar gusto, después los malos amigos me perdieron dulcemente; la ociosidad ayudó gran parte, y aun fué la causa de todos mis daños.

Como al bien ocupado no hay virtud que le falte, al ocioso no hay vicio que no le acompañe. Es la ociosidad campo franco de perdicion, arado con que se siembran malos pensamientos, semilla de cizaña, escardadera que entresaca las buenas costumbres, hoz que siega las buenas obras, trillo que trilla las honras, carro que acarrea maldades, y silo en que se recogen todos los vicios. No puse los ojos en mí, sino en los otros parecióme lícito lo que ellos bacian, sin considerar que por estar acreditados y envejecidos en hurtar, les estaba bien hacerlo, pu es así habian de medrar, y para eso sirven á buenos. Quise meterme en docena, haciéndome como ellos, no siendo su igual, sino un pícaro desandrajado; pero si dis-. culpas valen, y la que diere se me admite, como tan libremente via que todos llevaban este paso, parecióne la tierra de Jauja, y que también habia de caminar por alli, creyendo (como dije) ser obra de virtud, aunque des

pués me desengañaron, que pensé bien y entendí mal; porque la gracia desta bula solo la concedió el uso á los hermanos mayores de la cofradía de ricos y poderosos, á los privados, à los hinchados, á los arrogantes, á los aduladores, á los que tienen lágrimas de cocodrilo, á los alacranes que no muerden con la boca y hieren con la cola, á los lisonjeros que con dulces palabras acarician el cuerpo, y con amargas obras destruyen el alma. Estos tales eran á quien todo les estaba bien, y en los como yo era maldad y bellaquería; engañéme con mi engaño, me desenvolví de manera que desde muy lejos me conocieran la enfermedad, aunque todo era niñería de poca estimacion; suelen decir que el postrero que sabe las desgracias es el marido.¶

De todas estas travesuras por maravilla llegaban de mil una en los oidos de mi amo; ya porque los agradaba, no querian ponerme mal y me echara de casa, ó ya porque aunque me lo reñian, viendo que todo el mundo era uno, de nada se admiraban; mas por algunos descuidos mios y cosas que se traslucian algo, andaba ya escaldado mi amo andábame à las espuelas para cogerme. Aconteció que lo llamaron para un banquete de príncipe estranjero nuevamente venido á la corte; mandóme ir con él para trasponer el cebollino, resultas de la cocina, segun el uso y costumbre. Luego que fuimos á la posada se nos hizo el entrego; mi amo comenzó á destrozar, dividir y romper con grandísima destreza, poniendo géneros aparte, y de cada cosa lo que le pertenecia, conforme à su arancel; porque con otros cuidados no hubiese algun descuido y se mezclasen las acciones, siendo justo dar lo de César á César, y aposesionarse cada cual en su hacienda. Después, al cerrar de la noche, habíame mandado traer costales; comenzólos á estivar de maestro, y poniéndomelos al hombro, á tiempo y de manera que no pudiera ser visto, me hizo dar cuatro caminos, que ninguno me vagaba el resuello segun iba de cargado. Cada uno y todos parecian el arca de Noé, y no sé si en ella hubo de tantos individuos, ó Dios después los crió. Ya que tuve acabada mi faena, mandóme aderezar la lumbre, calentar agua, pelar y perdigar, en que ocupé gran parte de la noche. Al bueno de mi amo no se le cocia el pan, andaba con sobresalto, sin sosiego, cuidadoso que su mujer estaba sola, y no podria poner en órden tanta hacienda, ó que no sucediese algun torbellino; y con este alboroto me dijo: Guzmanillo, vete á casa, pon cobro en lo que llevaste, abre los ojos y mira por todo; di á tu señora que acá me quedo; ten cuenta con la casa, y en amaneciendo ven aqui volando. Hicelo así: doy á mi ama el recaudo, pido garabatos y sogas, puselas por unos corredores colgando al patio, allí ensarté los trofeos de la victoria. Era gloria de ver la varia plumajería del capon, de la perdiz, de la tórtola, de la gallina, del pavo, zorzales, pichones, codornices, pollos, palomas y gansos, que sacando por entre todo las cabezas de los conejos, parecian salir de entre Tos viveros. Colgué á otra parte perniles de tocino, piezas de ternera, venado, jabalí, carnero, lenguas, lechones y cabritos; entapizóse nuestro patio á la redonda en muy buenos clavos que puse, de manera que (mi fe te prometo), segun lo que allí campeaba, me pareció haber traido de cinco partes las dos, y faltaban por venir los siete infantes de Lara, que no estaba con esto acabado; ello quedó muy bien acomodado, y yo muy de veras cansado, que lo trabajé muy bien, aunque se me lució muy mal, pagándomelo peor.

Mi ama vivia en un aposento bajo; dejóme como el escarabajo, el peso á las cuestas, y fuése á dormir; debió de cenar salado, que cargó delantero, conforme à su costumbre antigua. Yo (acabada la tarea) hice lo mismo; subime à la cama; hacia tanto calor que, por buen rato, me entretuve rascando y dando vuelcos, hasta que con algumas malas ganas me dejé ir á media rienda por el sueño ade

lante; anduve galopeando con él y con la manta, que sábanas no se usan dar, ni mas que un jergon viejo á los mozos de mi tamaño en aquella tierra, cuidadoso de madrugar, como mi amo me lo habia mandado. Veis aquí, Dios enhorabuena (serian como las tres de la madrugada, entre dos luces), oigo andar abajo en el patio una escaramuza de gatos que hacian banquete con un pedazo de abadejo seco, traido acaso por los tejados de casa de algun vecino; y como de suyo son de mala condicion, que no sabreis cuándo están contentos como los viejos, ni quieren aun comer callando, que de todo gruñen, ó bien sea que quieran decir que sabe bien, ó que no está bueno de sal, con el ruido de su pendencia me despertaron : púseme á escuchar, y dije: « seria el diablo, si la pesadum-, bre desta buena gente fuese sobre la capa del justo, y estuviesen á estas horas riñendo por la partija de mis bienes, de modo que pagasen mis huesos la carne que comiese, metiéndome con mi amo en deuda y en pendencia. >> Yo estaba en la cama como uaci del vientre de mi madre; no creí que alguien me viese: salto en un pensamiento y, como si á mi linaje todo llevaran moros, y aquella diligencia valiera su rescate doy á correr y trompicar por las escaleras abajo por llegar á tiempo, y no fuese como en algunos socorros importantes acontece.

α

Mi ania, como se acostó primero, llevóme muchas ventajas, y mas el estar holgada, corria sobre cuatro dormidas, como gusanos de seda, y frezaba para levantarse, oyó el mismo rebato; debiósele de antojar que yo soñaria, y en buena razon así debiera ello ser parecióle que no lo oyera. Ella, aunque se acostaba vestida, siempre andaba en cueros, y esta vez lo estaba, sin tener sobre los hered ados de Eva camisa ni otra cobija; y así desnuda, sin acord ar de cubrirse, salió corriendo, desvalida, con un candil en la mano á reparar su hacienda. Su pensamiento y el mio fueron uno, el alboroto igual, y la diligencia en causa propia, el ruido de ambos poco por venir descalzos. Véisnos aquí en el patio juntos, ella espantada en verme, y yo asombrado de verla. Ella sospechó que yo era duende, soltó el candil, y dió un gran grito : yo, atemorizado de la figura y con el encandilado, di otro mayor, creyendo seria el alma del despensero de casa, que habia fallecido dos dias antes, y venia por ajustarse de cuentas con mi amo. Ella daba voces que la oyeran en todo el barrio ; yo con las mias fué poco no me oyese toda la villa; fuese huyendo á su aposento, yo quise hacer lo mismo al mio, dieron los gatos à huir, tropecé con un mansejon de casa en el primero escalon, asióseme á las piernas con las uñas, pensé que ya me llevaba el que á redro vaya, pareció que me arrancaba el alma, doy de hocicos en la escalera, desgarréme las espinillas y deshiceme las narices. No podia ninguno de los dos entender o sospechar al cierto lo que el otro fuese, como todo sucedió presto y acudimos al sonido de una misma campana; hasta que yo, caido en el suelo, y escondida ella dentro de su pieza, nos conocimos por las quejas y llantos. Con esta alteracion (si el fresco de la mañana no lo hizo) á la señora mi ama le faltó la virtud retentiva, y aflojándosele los cerrraderos del vientre, antes de entrar en su cámara, me la dejó en portales y patio, todo lleno de huesezuelos de guindas, que debia de comérselas enteras. Tuve que trabajar por un buen rato en barrerlo y lavarlo, por estar á mi cargo la limpieza. Allí supe que las inmundicias de tales acaecimientos huelen mas y peor que las natural mente ordinarias: quede á cargo del filósofo inquirir y dar la causa dello, baste que à costa de mi trabajo, en detrimento de mi olfato, le testificó la esperiencia.

Quedó mi ama del caso corrida, y yo mas; que aunque varon era muchacho, y en casos tales no me habia desenvuelto: tenia tanto empacho como una doncella, y cuando fuera muy hombre, me avergonzara de su vergüenza. Pesóme muy de veras haberla visto; no quisiera

tal acaecimiento por la vida; mas nunca la pude persuadir dejase de creer malicia en mí, ni bastaron juramentos para ponerla en razon ni encaminarla á mi inocencia. Desde aquel momento me perdió toda buena voluntad; y supe después por medio de una vecina nuestra, á quien ella contó el caso, que sola su pena era no haberse hallado desnuda, sino haberse desañudado, que por lo demás no se le diera un pito, que eso quieren las que algo están de sí confiadas. Cuando ví que nada bastaba, luego vi mala señal, y que me habia de levantar algun falso testimonio para echarme de casa, poniéndome mal con su marido, como si (pobre de mi) hubiera sido la culpa; nunca mas le conocí el rostro á derechas ni atravesó palabra conmigo. Venido el dia claro, volví á mi tahona como me fué mandado; fuí á tener con mi amo, no desplegué mi boca de lo pasado. Preguntóme si dejaba recaudo en lo de casa: dijele que sí; ocupóme en algunas cosas, y puedo certificar que mi amo y sus compañeros, yo y los mios, ayudantes y trabajadores, teníamos mas que hacer en poner cobro á lo hurtado, que sazon á los manjares. ¡Cuál andaba todo! qué sin órden, cuenta ni concierto! qué sin duelo se pedia! qué sin dolor se daba! con qué gloria se recebia! qué poco se gastaba! cuánto se rehundia! Pedian azúcar para tortas, y para tortas azúcar, dos y tres veces para cada cosa. Estos banquetes tales llamábamos nosotros jubileos, porque iba el rio vuelto y sobre aguados los peces. Con esto creí, que pues era (como dicen) el pan de mi compadre y el duelo ajeno, que no tenia yo menos colmillos para ganar esta indulgencia, que también estaba mi alma en mi cuerpo, sin faltarme tilde ni hebilleta de hombre, y siquiera de las migajas caidas debajo de la mesa, aun sin querer igualarme á mis iguales, fuera lícito valerme algo de la franqueza gozando del barato.

Yo estaba cansado de pelar aves, limpiar almendras y piñones, calentar aguas y otras cosas; andaba con una camisilla vieja y un juboncillo; de lo que cupo al cuartel de mi amo, habia una canasta de huevos ; lleguéme por par, y echéme entre camisa y carnes unos pocos, y otros en las faltriqueras de los calzones. Ved, ya que metí la mano, en lo que vine á empacharme; mas diciendo verdad, no lo hice tanto por el interese, que fué una desventura, cuanto por decir siquiera que le di un beso á la novia, y no se dijera que sali virgen, ó que yendo à la corte no ví al rey. El traidor de mi amo sintiólo, y para santificarse con mi culpa, asegurando su fidelidad con mi hurto, estando el veedor presente y otros criados graves de casa, cuando quise salir á poner en cobro la pobreza, porque no se me viera, llegóse á mí como un leon, y asiéndome por los cabezones, me trujo á la melena, hollado entre los piés: bien podrás pensar cuál se puso la mercadería de bien acondicionada, pues me los deshizo todos á puntillones, corriendo las claras y yemas por las piernas abajo. Sin duda (dije entre mi) algun planeta gallinero me persigue. Quisiera decirle con la cólera: ¿ pues cómo, ladron, tienes la casa entapizada con lo que hurtaste y yo lo llevé, y haces alharacas por seis tristes huevos que me hallaste? No ves que te ofendes con lo que me ofendes? Parecióme mas acertado el callar; que el mejor remedio en las injurias es despreciarlas. Mucho la senti por hacérmela mi amo; que si fuera de un estraño no la estimara en tanto, mas hube de sufrir; no hice mas mudamiento ni dí otra respuesta que alzar los ojos al cielo con algunas lágrimas que á ellos vinieron.

La behetría del banquete se pasó, y nos fuimos á casa. Dijome mi amo por el camino: « qué te digo, Guzmanillo, advierte, que lo que yo te di me importó mas de lo que piensas; ya sé que no tuve razon: niañana te compraré unos zapatos por ello, y valdrán mas que los huevos. >> Alegréme con la manda, porque los que traia estaban

rotos y viejos: mi ama le debió de contar algunos males de mí, que desde que entramos en casa siempre mi amo me hizo un gesto de probar vinagre, sin que la ocasion llegase de comprar zapatos, que sin ellos me quedé. Como lo via torcido, procuraba de quitarle los tropezones | de delante, sirviéndole con mas cuidado que nunca, sin hacerle falta ni á cosa de la cocina en un cabello.

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Un dia de fiesta, como era de costumbre, se hicieron unas empanadas y pasteles, de que sobró un poco de masa, y otro dia lunes habian de correrse toros en la plaza; estaba en la basura una canilla de vaca casi entera; yo tenia necesidad para holgarme de unas blanquillas, y en un pensamiento empané mi zancarron, que como lo puse no diferenciaba por de fuera de un hermoso conejo; fuíme con él á mi puesto, con animo de dar alguna gatada; mas como estaba deprisa no pude aguardar mercante; llegó á comprármela un cano y honrado escudero; hícele buena comodidad, concertéla en tres reales y medio, ví el cielo abierto por volverme presto; mas cuanta mi priesa era mucha, su flema era grande. Púsose debajo del brazo un reportorio pequeñuelo que llevaba en la mano, colgó del cinto los guantes y lienzo de narices, luego sacó una caja de antojos, y en limpiarlos y ponérselos tardó largas dos horas; fué destilando del bolsico de un garniel cuarto á cuarto, y poniéndomelos en la mano, cada medio cuarto le parecia cuartillo y le daba seis vueltas, mirándolo acia el sol. Apenas me vi con mi dinero, cuando mi amo estaba conmigo, que con la falta que hice salió á buscarme; asióme del brazo, diciendo: ¿qué prendas rematais, mancebo?» El escudero estaba presente á todo esto, que no se lo quiso llevar la maldicion para descubrir mi secreto; halléme atajado, que no, supe ni pude darle autor, y por no tenerlo quedó como libro prohibido ó mercaderías vedadas, castigándome por ello, pues me pescó las monedas, diciendo: soltad, beflaco, ¿sois vos el que me alababan? ¿La mosca muerta, el que hacia del fiel, de quien yo fiaba mi hacienda? ¿Esto tenia en mi casa? ¿A vos daba mi pan y regalaba? No mas de un picaro. No me entreis mas en casa ni paseis por mi puerta ; quien se abate à poco no perdonará lo mucho, si ocasion se le ofrece; y dándome un pescozon y un puntillon á un tiempo, y en presencia de mi mercante (que nunca mi mala suerte lo despegó de allí con su flema), casi me hiciera dar en tierra. Quedé tan corrido, que no supe responderle, aunque pudiera, y tuve harto paño; mas no siéndome licito por haber sido mi amo, bajé la cabeza, y sin decir palabra me fuí avergonzado: que es mas gloria huir de los agravios callando, que vencerlos respondiendo.

CAPITULO VIL.

Cómo despedido Guzmán de Alfarache de su amo volvió a ser pícaro, y de un hurto que hizo á un especiero.

En cualquier acaecimiento mas vale saber que haber; porque si la fortuna se rebelare, nunca la ciencia desampara al hombre; la hacienda se gasta, la ciencia crece, y es de mayor estimacion lo poco que el sabio sabe, que lo mucho que el rico tiene.

No hay quien dude los escesos que á la fortuna hace la ciencia, no obstante que ambas aguijan á un fin de adornar y levantar á los hombres. Pintaron varios filósofos á la fortuna en varios modos, por ser en todo tan varia: cada uno la dibujó segun la halló para sí, ó la consideró en el otro. Si es buena, es madrastra de toda virtud; si mala, madre de todo vicio, y al que mas favorece para mayor trabajo le guarda. Es de vidro, instable, sin sosiego, como figura esférica en cuerpo plano; lo que hoy da quita mañana; es la resaca de la mar; tráenos rodando y volteando hasta dejarnos una vez en seco en los márgenes de la muerte, de donde jamás vuelve á cobrarnos, y en cuanto vivimos, obligándonos como à representantes á

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