Imágenes de páginas
PDF
EPUB

de un olivo teniéndola puesta al cuello, y que se dejaba caer, queriéndose ahorcar. Luzmán corrió para él, y sacando un pequeño terciado que debajo de la esclavina traia, cortó la cuerda, y el hombre cayó en el suelo, y al caer se le cayó un papel que en la mano tenia. Luzmán lo tomó y se lo metió en el seno; luego se fué para el hombre, el cual se habia ya levantado, y abrazóse con él diciendo: «¿qué es esto, hermano mio? ¿En qué razon cabe que tú mismo te quites la vida, siendo la cosa mas amada y deseada, por la cual se alcanzan las honras y los bienes de la tierra, y con ella se sirve á Dios. Pues & cómo quieres quitarte aquello que el ánima te condena á perpetuo fuego, y te quieres❘ apartar de la vision divina?» El hombre, que temblando estaba como si de la muerte resucitara á la vida, y lleno de vergüenza, no respondia cosa ninguna. Luzmán le quitó un pedazo de cordel que al cuello tenia, y sacando un paño le comenzó á limpiar el rostro, y á esforzarle con dulces y cristianas palabras, hasta tanto que vuelto el hombre bien en sí le comenzó á decir: « yo no sé por qué causa, pelegrino, me estorbaste que no acabase mi pobre vida, que no sé para qué la quiero y bien aborrecida la tengo. ¿Por qué? dijo Luzmán. Yo te ruego que la causa de tu desesperacion me digas. Si diré, dijo el hombre, porque conozcas con cuánta razon tomaba la muerte. Has de saber que yo ha veinte años que de dia en dia he ido siempre en menoscabo de mi honra, porque he perdido mucha hacienda, y después la que mas me quedaba hela gastado con mujeres y en juegos, y anoche perdi casi todo cuanto me quedaba, porque lo vendí para jugarlo, pensando de desquitarme. Yo tengo una hija muy hermosa; pues viendo que no la podia casar, y como en todo me era el mundo contrario, acordé de acabar de una vez, y no morir tantas veces; y así esta mañana me vine á este lugar, donde hacia lo que tú me estorbaste, y traia escrito en un papel la causa de mi muerte, porque hallandomelo en la mano se supiese; no sé qué se ha hecho ; debióseme de caer, y con la turbacion que traia no lo senti. Amigo, dijo Luzmán, en tu persona das muestras de hombre honrado, y tu edad ya parece que es crecida, y en tal tiempo no te debiera faltar la prudencia, armándote de la consideracion del cielo, pues los haberes y honras tienen fin, mas la vida eterna no lo tiene; pues, queriendo tú quitarte lo que Dios te dió para servirle falta es de conocimiento, pues escogias para perpetuamente el infernal fuego. Vuelve por Dios en tí, y arrepiéntete de lo que querias hacer, y pide à Dios perdon dello, pues eres cristiano redemido con su preciosa sangre, que yo aunque soy pobre te ayudaré con lo que traigo para que puedas remediar á tí y á esa hija que tienes, y el papel que buscabas yo lo tengo. >>

El hombre, volviendo en sí y conociendo su yerro, se echó á los piés de Luzmán, diciendo: «yo conozco, señor, que de la mano de Dios aquí veniste porque yo no me perdiese; y así te ruego, si vas á la ciudad, me lleves contigo. Soy contento, dijo Luzmán, que allá voy; mas primero quiero ver lo que dejabas escrito acerca de tu muerte; y luego, sacando el papel, le leyó, el cual decia desta manera:

[ocr errors]

Cualquiera que aquí viniere
En abriendo este papel,
Hallará la causa en él
Al tiempo que lo leyere
De mi muerte tan cruel.
Y porque sea entendida

La claridad deste hecho,
Sepan todos que mi vida
Fué gastada sin provecho
Como loca y no entendida.
Yo fuí un hombre muy honrado,
Y por tal era tenido;
Mas el maldito pecado
Enflaqueció mi sentido
Por meterme en mas cuidado.
Luego comencé à comprar,
Y con el comprar vender,
Con esto vino el perder;
Porque no puede ganar
De contino el mercader.

Tras desto procedió luego

El amor con otros vicios, Tornême carnal y ciego; Y así fueron mis oficios Lujuria, mentira y juego. Tan buena priesa me di,

Sin mirar lo que bacia, Que gasté lo que tenía Antes que volviese en mi A ver cómo me perdia, Cuando me hallé perdido, A mis amigos me fué; Mas amigos no halle; Antes muy escarnecido De sus palabras quedé. Llamáronme jugador,

Hombre vano y lujurioso,
Muy profano gastador,
En los pecados vicioso,
De los malos el mayor.

[blocks in formation]

Leido que hubo Luzmán estas coplas, vuelto al autor dellas, le dijo : « maravillosas cosas son las obras de Dios; yo te digo, mi buen hermano, que si miraras lo poco que duran los bienes de la tierra, y cómo los mas ricos son mas pobres, que no te tuvieras tú por el mas despreciado de todos, ni te vinieras á desesperar; mas pues Dios por aquí me ha traido, y tú ya me parece que conoces tu pecado, vámonos à la ciudad, que yo quiero ir contigo á tu casa, y allí cumpliré lo que te he prometido. » Amador, que à Luzmán mas por ángel que por hombre tenia, le dijo fuesen luego, que él muy contento no saldria de lo que le mandase, y así se fueron á Sevilla. Iba pensando Luzman en la diferencia que babia deste hombre à la pobreza de Oristes, y así llegaron à su casa, y luego Luzman, metiéndose en un aposento, sacó todo el haber que traia, porque Calimán, contra la voluntad suya, le habia dado alguna cantidad de moneda de oro, y llamando á Amador se la dió toda, diciendo : « ves aquí lo que tengo, tómatelo todo, y ruégote mucho lo sepas despender mejor que has despendido tu hacienda. » Amador se echó á sus piés por se los besar, y se escusaba de tomar aquello que le daba; mas al fin bizo el mandado de Luzmán, y se le dió á conocer, de que muy grande alegría recebió, porque muy bien conocia á él y á sus padres, mas no habia caido en él en verle tan desemejado y de aquella sue te vestido.

Luzmán le preguntó por nueva de sus padres: « señor, dijo Amador, ellos son vivos, y tienen un hijo de edad de ocho años, al cual pusieron vuestro nombre, teniéndoos á vos por muerto. —¿Es vivo Calides, dijo Luzman, y su hija Arbolea?- Calides es muerto, dijo Amador, y su hija Arbolea habrá un año que se metió monja. » Cuando Luzmán esto entendió, vivas lágrimas le salieron de los ojos, y dijo: « yo te ruego, amigo, que á nadie digas de mi venida, hasta que yo me descubra á mis padres. Así lo haré, como vos me lo mandais, dijo An.ador; y luego esa tarde se fué Luzmán al monasterio donde estaba su señora, y preguntó por ella; à Arbolea le fué dicho como un pelegrino la buscaba; ella, no sabiendo quién fuese, se paró á una reja, y aunque vió á Luzmán, no le conoció; mas él, cuando vido á ella, conocióla muy bien; y sin poder detener las lágrimas, comenzó á llorar con gran angustia. Arbolea, muy maravillada, no pudiendo pensar qué fuese la causa por que aquel pobre así llorase ante ella, le preguntó, diciendo: «¿qué sientes, hermano mio, ó que has menester desta casa? ¿Adónde me conoces, que has llamado a mí mas que á otras destas religiosas? » Luzmán, esforzando su corazon, y volviendo mas sobre sí, respondió á Arbolea, diciendo: « no me maravillo yo, señora Arbolea, que al presente tú no me conozcas, viéndome tan mudado del que solia ser con los grandes trabajos que por tu causa he pasado: ves aqui, señora, el tu Luzman, a quien despreciaste y tuviste en poco sus servicios, no conociendo ni queriendo conocer el verdadero amor que te tuvo, á cuya causa ha llegado al punto de la muerte, la cual de mas cortés que piadosa ha usado con él de piedad, y esto ha sido porque volviese á tu presencia; pues agora venga la muerte, que contenta partirá esta afligida ánima, quedando el cuerpo en su propia naturaleza; » y diciendo esto, calló vertiendo muchas lágrimas.

Arbolea, que entendió las palabras de Luzmán y le conoció, que hasta entonces no habia podido conocerlo,

(

á la casa de su padre; y como dentro entrase, viólo que estaba en un corredor, mas no que conociese à Luzmán, aunque le vido, ni ninguno de sus criados. El le dijo: « señor, darme heis alguna parte, por pobre que sea, desta vuestra casa, donde me pueda esta noche recoger, que soy estranjero, y no sé adónde vaya.» Laumenio, que muy piadoso era y de nobles condiciones, le respondió: «no te faltará, amigo, donde estés; sube acá, dirásme algunas nuevas de las que por el mundo has visto. » Luzmán subió y estuvo hablando con su padre, diciéndole cómo venia de Roma y de otras partes, sin que él le conociese; y á esta hora llamaron á Laumenio para que fuese á cenar; y tomando consigo á Luzmán, se entró donde su mujer estaba, y sentándose á la mesa, le sentó consigo; y estando cenando, su madre le miraba, dándole el corazon grandes saltos, pareciéndole que aquel que allí estaba le habia visto, y no pudo estar que no sospirase acordándose de su hijo Luzmán; el cual, á este tiempo, como la cena se acabase y viese á su madre tan triste, no se pudo mas sufrir, y levantándose se puso de rodillas delante de su padre, diciendo: « veis aquí, señor, á vuestro hijo Luzmán, el cual tal viene que no le conoceis..

porque vió sus barbas muy largas, sus cabellos muy cumplidos y ropas muy pobres, aquel que era la gentileza y hermosura que en su tiempo habia en aquella ciudad, lleno de gracias, vistiéndose tan costosamente, que ningun caballero le igualaba; pues vuelta en sí, aunque con gran turbacion, alegróse en ver aquel á quien tanto habia amado, que por muerto tenia, y respondióle diciendo así: «no puedo negar ni encubrir, mi verdadero hermano y señor, la gran tristeza que siento en verte de la manera que te veo; mas por otra parte, muy alegre doy gracias á Dios que con mis ojos te tornase á ver, porque cierto muchas veces he llorado tu muerte, creyendo que ya muerto eras; y pues eres discreto y de tan principal sangre, yo te ruego me perdones, si de mí alguna saña tienes, y te conformes con la voluntad de aquel por quien todas las cosas son ordenadas; que yo te juro, por la fe que à Dios debo, que no fué mas en mi mano, ni pude dejar el camino que tomé, que ya sabes que no se menea la hoja en el árbol sin Dios, cuanto mas el hombre con quien él tanta cuenta tiene. Yo te ruego, desechada tu tristeza, alegres á tus padres, y tomes mujer, pues por tu valor la hallarás como la quisieres, y de mí haz cuenta que fui tu hermana, como lo soy y seré mientras viviere.» Decia estas palabras la hermosa Arbolea con piadosas lágrimas, á las cuales respondió Luzmán : « al tiempo que tú, señora, me des pediste cuando mas confiado estaba, entonces desterré todo el contentamiento, y propuse en mí de no parecer mas ante tus ojos, y nunca ante ellos volviera, sino que entendí que estabas casada, lo cual jamás pude creer; mas por certificarme, quise venir ante tu presencia; y pues ya no tienen remedio mis lágrimas ni mis sospiros, ni mis vanos deseos, quiérome conformar con tu voluntad, pues nunca della me aparté ; y en lo que me mandas que yo me case, no me tengas por tal, que aquel verdadero amor que te tuve y tengo pueda yo ponerlo en otra parte: tuyo he sido y tuyo soy, y así quiero seguir lo que tú escogiste, casándome con la contemplacion de mi cuidado, que no plega á Dios que otra ninguna sea señora de mi corazon sino tú, que lo fuiste desde mi joventud.»>

Como él dijese estas palabras, fué de su padre conocido y de su madre, los cuales sintieron aquello que se puede pensar, viendo delante de sí un hijo que tanto amaban, vivo, teniéndolo por muerto. Allí supieron dél el discurso de su vida, y la causa por que se habia ido, y todos los trabajos que habia pasado, y dijo á sus padres cómo él queria hacer una ermita y allí acabar sus dias, y pues que Dios les habia dado otro hijo, lo tuviesen por bien. No bastaron los ruegos de sus padres, ni los consejos de parientes ni amigos para moverle esta voluntad. Y así hizo una ermita fuera de Sevilla, muy cerca della, donde vivió veinte años, haciendo muy santa vida visitaba muchas veces á su señora Arbolea, y en su compañía estuvo el hombre que halló colgado del olivo, haciéndose asimismo ermitaño; y en aquel lugar, después de los dias de Luzmán, se hizo un muy hermoso monasterio por un sobrino suyo. Y desta manera dió fin este noble caballero à sus grandes trabajos, guiándolos con prudencia, y así acabó

Estas razones y otras pasó Luzmán con su señora Arbolea, y le contó los trabajos que habia pasado y su cap-como cristiano, donde se puede creer que gozó del cielo, tiverio, de que ella sentia gran dolor, y prometióle de ir el cual nuestro Señor nos dé por su clemencia y bondad. luego á ver á sus padres; y así, despedido della, se fué Amén.

FIN DE LA SELVA DE AVENTURAS, DE JERÓNIMO DE CONTRERAS.

HISTORIA

DEL ABENCERRAJE

Y LA HERMOSA JARIFA,

POR ANTONIO DE VILLEGAS.

DICE el cuento, que en tiempo del infante don Fernando, que ganó á Antequera, fué un caballero que se llamó Rodrigo de Narvaez, notable en virtud y hechos de armas. Este, peleando contra moros, hizo cosas de mucho esfuerzo, y particularmente en aquella empresa y guerra de Antequera hizo hechos dignos de perpetua memoria: sino que esta nuestra España tiene en tan poco el esfuerzo (por serle tan natural y ordinario) que le parece, que cuanto se puede hacer es poco: no como aquellos romanos y griegos, que al hombre que se aventuraba á morir una vez en toda la vida, le hacian en sus escritos inmortal, y le trasladaban á las estrellas. Hizo pues este cabailero tanto en servicio de su ley y de su rey, que después de ganada la villa, le hizo alcaide della, para que, pues babía sido tanta parte en ganalla, lo fuese en defendella. Hizole también alcaide de Alora; de suerte que tenia á cargo ambas fuerzas, repartiendo el tiempo en ambas partes, y acudiendo siempre á la mayor necesidad. Lo mas ordinario residia en Alora, y allí tenia cincuenta escuderos hijos-dalgo, á los gajes del rey, para la defensa y seguridad de la fuerza; y este número nunca faltaba como los inmortales del rey Darío, que en muriendo uno ponia otro en su lugar. Tenian todos ellos tanta fe y fuerza en la virtud de su capitán, que ninguna empresa se les hacia dificil; y así no dejaban de ofender à sus enemigos y defenderse dellos, y en todas las escaramuzas que entraban salian vencedores, en lo cual ganaban honra y provecho, de que andaban siempre ricos. Pues una noche acabando de cenar, que bacia el tiempo muy sosegado, el alcaide dijo á todos ellos estas palabras:

Paréceme, hijos-dalgo, señores y hermanos mios, que ninguna cosa despierta tanto los corazones de los hombres, como el continuo ejercicio de las armas, porque con él se cobra esperiencia en las propias, y se pierde miedo á las ajenas. Y desto no hay para qué yo traiga testigos de fuera; porque vosotros sois verdaderos testimonios. Digo esto, porque han pasado muchos dias que no hemos hecho cosa que nuestros nombres acreciente, y seria yo de dar mala cuenta de mí y de mi oficio, si teniendo á cargo tan virtuosa gente y valiente compañía dejase pasar el tiempo en balde. Paréceme (si os parece), pues la claridad y seguridad de la noche nos convida, que será bien dar á entender á nuestros enemigos, que los valedores de Alora no duermen. Yo os he dicho mi voluntad, hágase lo que os pareciere. » Ellos respondieron que ordenase, que todos le seguirian. Y nombrando nueve dellos los hizo armar: y siendo armados, salieron por una puerta falsa que la fortaleza tenia, por no ser sentidos, y porque la fortaleza quedase á buen recaudo. Y yendo por su camino adelante, hallaron otro que se dividia en dos. El alcaide les dijo: «ya podria ser

[ocr errors]

que yendo todos por este camino se nos fucse la caza por este otro. Vosotros cinco os id por el uno, yo con estos cuatro me iré por el otro; y si acaso los unos toparen enemigos que no basten à vencer, toque uno su cuerno, y á la señal acudiran los otros en su ayuda.» Yendo los cinco escuderos por su camino adelante, hablando en diversas cosas, el uno dellos dijo: «teneos, compañeros, que o yo me engaño, ó viene gente.» Y metiéndose entre una arboleda que junto al camino se hacia, oyeron ruido; y mirando con mas atencion vieron venir por donde ellos iban un gentil moro en un caballo ruano: él era grande de cuerpo, y hermoso de rostro, y parecia muy bien à caballo. Traia vestida una marlota de carmesi, y un albornoz de damasco del mismo color, todo bordado de oro y plata. Traia el brazo derecho regazado, y labrado en él una hermosa dama, y en la mano una gruesa lanza de dos hierros. Traia una adarga y cimitarra, y en la cabeza una toca tuneci, que dándole muchas vueltas por ella, le servia de hermosura y defensa de su persona. En este hábito venia el moro, mostrando gentil continente, y cantando un cantar que él compuso en la dulce membranza de sus amores, que decia:

Nascido en Granada, Criado en Cartama, Enamorado en Coin, Frontero de Alora.

Aunque á la música faltaba el arte, no faltaba al moro contentamiento; y como traia el corazon enamorado, à todo lo que decia daba buena gracia. Los escuderos, transportados en verle, erraron poco de dejarle pasar, basta que dieron sobre él. Él viéndose salteado, con ánimo gentil volvió por sí, y estuvo por ver lo que harian. Luego, de los cinco escuderos los cuatro se apartaron, y el uno le acometió; mas, como el moro sabia mas de aquel menester, de una lanzada dió con él y con su caballo en el suelo. Visto esto de los cuatro que quedaban, los tres le acometieron, pareciéndoles muy fuerte: de manera que ya contra el moro eran tres cristianos que cada uno bastaba para diez moros, y todos juntos no podian con este solo. Allí se vió en gran peligro, porque se le quebró la lanza, y los escuderos le daban mucha priesa; mas fingiendo que huia, puso las piernas á su caballo, y arremetió al escudero que derribara; y como una ave se colgó de la silla, y le tomó su lanza, con la cual volvió á hacer rostro á sus enemigos, que le iban siguiendo pensando que huia, y dióse tan buena maña que à poco rato tenia de los tres los dos en el suelo. El otro que quedaba, viendo la necesidad de sus compañeros, tocó el cuerno, y fué á ayudarlos. Aquí se trabó fuertemente la escaramuza, porque ellos estaban afrontados de ver que un caballero les duraba tanto, y á él le iba mas que la vida en defenderse dellos. A esta hora le dió uno de los dos escuderos

y aunque me bastaba la lástima presente, sin acordar las pasadas, todavía te quiero contar esto:

una lanzada en un muslo, que á no ser el golpe en soslayo se le pasara todo. El, con rabia de verse herido, volvio por sí, y dióle una lanzada que dió con él y con su caballo muy mal herido en tierra.

Rodrigo de Narvaez, barruntando la necesidad en que sus compañeros estaban, atravesó el camino, y como traia mejor caballo se adelantó; y viendo la valentía del moro quedó espantado, porque de los cinco escuderos tenia á los cuatro en el suelo, y el otro casi al mismo punto. El le dijo: « moro, vente à mí, y si tú me vences, yo te aseguro de lo demás.» Y comenzaron á trabar brava escaramuza; mas como el alcaide venia de refresco, y el moro y su caballo estaban heridos, dábale tanta priesa, que no podia mantenerse; mas, viendo que en sola esta batalla le iba la vida y contentamiento, dió una lanzada á Rodrigo de Narvaez, que à no tomar el golpe en su adarga le hubiera muerto. Él en recebiendo el golpe arremetió à él, y dióle una herida en el brazo derecho, y cerrando luego con él le trabó á brazos, y sacándole de la silla, dió con él en el suelo. Y yendo sobre él, le dijo: «caballero, date por vencido, si no, matarte he. - Matarme bien podrás, dijo el moro, que en tu poder me tienes; mas no podrá vencerme sino quien una vez me venció.» El alcaide no paró en el misterio con que se decian estas palabras, y usando en aquel punto de su acostumbrada virtud, le ayudó á levantar, porque de la herida que le dio el escudero en el muslo, y de la del brazo, aunque no eran grandes, y del gran cansancio y caída quedó quebrantado; y tomando de los escuderos aparejo, le ligó las heridas; y hecho esto, le hizo subir en un caballo de un escudero, porque el suyo estaba herido, y volvieron el camino de Alora.

<< Hubo en Granada un linaje de caballeros, que llamaban los Abencerrajes, que eran la flor de todo aquel reino; porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposicion y gran esfuerzo, hacian ventaja á todos los demás; eran muy estimados del rey y de todos los caballeros, y muy amados y quistos de la gente comun. En todas las escaramuzas que entraban salian vencedores, y en todos los regocijos de caballería se señalaban. Ellos inventaban las galas y los trajes ; de manera que se podia bien decir, que en ejercicio de paz y de guerra eran ley de todo el reino Dicese que nunca bhubo Abencerraje escaso ni cobarde, ni de mala disposicion: no se tenia por Abencerraje el que no servia dama, ni se tenia por dama la que no tenia Abencerraje por servidor. Quiso la fortuna enemiga de su bien, que desta escelencia cayesen de la manera que oirás. El rey de Granada hizo à dos destos caballeros, los que mas valian, un notable é injusto agra vio, movido de falsa informacion que contra ellos tuvo, y quisose decir, aunque yo no lo creo, que estos dos su instancia otros diez, se conjuraron de matar al rey, y dividir el reino entre sí, vengando su injuria. Esta conjuracion, siendo verdadera ó falsa, fué descubierta; y por no escandalizar el rey al reino, que tanto los amaba, los hizo á todos una noche degollar; porque à dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hacella. Ofreciéronse al rey grandes rescates por sus vidas; mas él aun escuchallo no quiso. Cuando la gente se vió sin esperanza de sus vidas, comenzó de nuevo a llorarlos: Ilorábanlos los padres que los engendraron y las madres que los parieron; llorabanlos las damas à quien servian y los caballeros con quienes se acompañaban; y toda la gente comun alzaba un tan grande y continuo alarido, como si la ciudad se entrara de enemigos; de manera que si àá precio de lágrimas se hubieran de comprar sus vidas, no murieran los Abencerrajes tan miserablemente. ¡ Ves aquí en lo que acabó tan esclarecido linaje, tan principales caballeros como en él habia! ¡Considera cuánto tarda la fortuna en subir un

y a

cer un árbol, y cuán presto va al fuego! con cuánta dificultad se edifica una casa, y con cuánta brevedad se quema! cuántos podrian escarmentar en las cabezas destos desdichados, pues tan sin culpa padecieron con público pregon, siendo tantos y tales, y estando en el favor del mismo rey! Sus casas fueron derribadas, sus heredades enajenadas, y su nombre dado en el reino por traidor. Resultó deste infelice caso que ningun Abencerraje pudiese vivir en Granada, salvo mi padre y un tio mio, que bailaron inocentes deste delito, à condicion que los hijos que les naciesen enviasen á criar fuera de la ciudad, para que no volviesen á ella, y las hijas casasen fuera del reino.

Y yendo por él adelante hablando en la buena disposicion y valentia del moro, el dió un grande y profundo suspiro, y habló algunas palabras en algarabía que ninguno entendió. Rodrigo de Narvaez iba mirando su buen talle y disposicion: acordábase de lo que le vió hacer; y pareciale que tan gran tristeza en ánimo tan fuerte no podia proceder de sola la causa que allí parecia. Y por informarse dél, le dijo: «caballero, mirad que el prisio-hombre, y cuán presto le derriba! cuánto tarda en crenero que en la prision pierde el ánimo, aventura el derecho de la libertad. Mirad que en la guerra los caballeros han de ganar y perder; porque los mas de sus trances están sujetos à la fortuna; y parece flaqueza que quien hasta aquí ha dado tan buena muestra de su esfuerzo, la dé agora tan mala. Si sospirais del dolor de las llagas, á lugar vais do sereis bien curado; si os duele la prision, jornadas son de guerra á que están sujetos cuantos la siguen. Y si teneis otro dolor secreto, fiadle de mí, que yo os prometo como hijo-dalgo de hacer, por remediarle, lo que en mi fuere.» El moro, levantando el rostro, que en el suelo tenía, le dijo: «¿cómo os llamais, caballero, que tanto sentimiento mostrais de mi mal?» El le dijo: á mí llaman Rodrigo de Narvaez, soy alcaide de Antequera y Alora.» El moro, tornando el semblante algo ale-ballero, vuestro cuento es estraño, y la sinrazon que á gre, le dijo: « por cierto agora pierdo parte de mi queja; pues ya que mi fortuna me fué adversa, me puso en vuestras manos, que aunque nunca os ví sino agora, gran noticia tengo de vuestra virtud, y esperiencia de vuestro esfuerzo; y porque no os parezca que el dolor de las heridas me hace sospirar, y también porque me parece que en vos cabe cualquier secreto, mandad apartar vuestros escuderos, y hablaros he dos palabras.» El alcaide los hizo apartar, y quedando solos, el moro, arrancando un gran sospiro, le dijo: «Rodrigo de Narvaez, alcaide tan nombrado de Alora, está atento à lo que te dijere, y verás si bastan los casos de mi fortuna a derribar un corazon de un hombre cautivo: á mí llamán Abindarraez el mozo, á diferencia de un tio mio, hermano de mi padre, que tiene el mismo nombre. Soy de los Abencerrajes de Granada, de los cuales muchas veces habrás oido decir;

Rodrigo de Narvaez, que estaba mirando con cuánta pasion le contaba su desdicha, le dijo: « por cierto, ca

los Abencerrajes se hizo fué grande; porque no es de creer que siendo ellos tales cometiesen traicion. - Es como yo lo digo, dijo él; y aguardad mas, y vereis cómo desde allí todos los Abencerrajes deprendimos á ser desdichados. Yo sali al mundo del vientre de mi madre, y por cumplir mi padre el mandamiento del rey, envióme á Cartama, al alcaide que en ella estaba, con quien tenia estrecha amistad. Este tenia una hija, casi de mi edad, á quien amaba mas que à sí; porque, allende de ser sola y hermosísima, le costó la mujer, que murió de su parto. Esta y yo en nuestra niñez siempre nos tuvimos por hermanos, porque así nos oíamos llamar : nunca me acuerdo haber pasado hora que no estuviésemos juntos juntos nos criaron, juntos andábamos, juntos comíamos y bebiamos. Naciónos desta conformidad un natural amor, que fue siempre creciendo con nuestras edades. Acuérdome que,

« AnteriorContinuar »