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De llanto, con que triste me consume

Al ver mi bien revuelto todo en humo.

Desta suerte se lastimaba el desventurado señor de Valor, derramando de sus ojos una vena abundantísima de lágrimas; y con razon se lamentaba al verse privado de su hacienda, de la dulce patria y sabrosa libertad, metido de un golpe en un piélago tempestuoso de trabajos, sin saber ballar algun remedio; sus lugares perdidos y su vida espuesta, pregonado por traidor contra su rey y señor. Mas como era mozo, y sin aquella discrecion que convenia en tal caso, no sabia navegar entre las peligrosas olas de un mar tan bravo, ni dar descansado puerto á sus males; que si él viéndose desamparado de los suyos, gente variable y sin fe ni ley, así como se fué à esconder del furor infernal dellos, movido en su daño, se fuera una noche à Granada, y de allí á Madrid, y se echara con lágrimas á los reales piés de don Felipe, nuestro señor, su Majestad le perdonara con su acostumbrada misericordia, y le diera con que vivir, ya que le quitara sus tierras, considerando la sobrada juventud del delincuente, que aun no habia llegado á los años de la entera discrecion; mas él no cayendo en este saludable remedio, se mantuvo tímido y escondido en aquella cueva, aguardando coyuntura para pasarse á Africa. Estando en esta situacion el señor de Valor vió venir marchando acia donde él estaba el escuadron formado de los turcos, y mudándose de todo punto su color, quedó como muerto, entendiendo que aquellos eran los moriscos que venian a matarle; y así poseido de miedo, esclamó : «ya, don Fernando, ha llegado tu último fin; ahora saldrás de los trabajos que te cercan.» Pero parando mientes en la escuadra que allí venia, cuando vió delante de todos á los cuatro compañeros suyos, únicos sabedores de su estancia, se tuvo entonces por mas perdido, creyendo que estos le vendieran, porque tenia aquella gente morisca por mudable, sin fe ni ley à la verdadera amistad, segun babia visto ya por las cosas pasadas. Observando sin embargo que todo aquel gallardo escuadron venia bien aderezado, y los soldados con zapatos y borceguies datilados y leonados, bonetes colorados, turbantes blancos, y alquiceles blancos y azules á los hombros, y armados de largas y lucidas escopetas, luego conoció que aquella gente no era granadina, sino que eran turcos; y algo consolado con esto, se estuvo quieto hasta ver en qué paraba la venida de tan lucido escuadron.

Luego que todos llegaron junto à la cueva se adelantaron un poco los cuatro moros granadinos, y uno dellos se entró por aquellos peñascos, entre los cuales estaba tan oculta la puerta de la cueva, que de ninguno podia ser vista ni ballada si no fuese por acaso. Este hizo Juego la señal acostumbrada, que era tocar un pito pequeño de plata, á cuyo sonido el reyecillo respondia luego; pero esta vez, aunque fué tocado, no pudo responder : repetida hasta cuatro veces la señal, el moro que la hacia se quedó maravillado y confuso viendo la falta de correspondencia; y así medio turbado se salió fuera de la cueva, y dijo que el rey no parecia, ni habia respondido. Luego los otros tres amigos entraron muy adentro hasta llegar á la misma cama en donde el rey solia dormir, y como no le hallaron, muy maravillados y confusos se salieron de la cueva, diciendo que el señor de Valor no parecia ; à lo cual el bravo capitán Caracacha dijo en tono sañudo: « mas bien entiendo que vosotros nos traeis engañados, metiendonos la tierra adentro para que nos perdamos; pero no lo espereis, que aunque pocos en número, somos tales, que lo asolaremos todo, quemaremos los montes, y si fuere necesario iremos á Granada, la pegaremos fuego à pesar de todo el mundo, y nos volveremos à la mar. Por

tanto, buscad al rey al instante con toda diligencia, que si no lo haceis al punto os haremos pedazos, y en testimonio llevaremos á Arjel vuestras cabezas para que el Ochalí vea si hemos entrado en las tierras de España, à pesar del mar y del viento.» Los cuatro moros granadinos, llenos de espanto, no sabian qué hacerse en semejante tribulacion; lo cual visto por el reyecilło, poniendo el caso en las manos de la fortuna, se levantó en pié, y llamó por su nombre à sus amigos, los cuales al verle sintieron no poca alegría. Bajó abajo entonces el reyecillo, y mirándole muy de propósito el capitan Caracacha, reconoció desde luego en el aspecto, que era hombre de valor y principal, y así le dijo: «¿ eres tú el rey nuevamente levantado en este reino?» Don Fernando mostrando gravedad en el rostro, exento de todo temor, respondió que sí, que él era el rey de Granada, y por qué se lo preguntaba. El bravo turco, mostrando luego alegría, le fué á abrazar y besar la mano diciendo: «bien parece que eres de sangre real; pues no puede negarse el valor de tu linaje en tu persona.» En seguida puso la mano en la bolsa de la escopeta que era grande, y sacó de allí un pliego de cartas, que después de haber besado entregó al reyecillo, y le dijo: «toma esas cartas que te envía el rey de Arjel, mi señor, y por ellas sabrás lo que te quiere decir.» El reyecillo tomó el pliego, y en seguida leyó una carta que decia así:

«A tí, Fernando Muley Abenhumeya, nuevo rey de Gra>> nada y su reino, elegido por justa razon de derecho, pa> rando mientes los electores en la real sangre de donde » vienes, salud, para que con ella goces largos años la » nueva corona por tu valor merecida. Sabrás que ha pocos > dias que recebimos unas cartas enviadas del buen caba» llero Abenchoar, al parecer deudo tuyo muy cercano, >> como después bemos entendido, y de otros moros prin»cipales de Granada y su reino, en las cuales nos pedian » armas y socorro para seguir la guerra que estaba pro> movida contra el rey de España, prometiéndonos dar se»guros puertos y entradas, favor y ayuda para que España » fuese conquistada, así como lo fué en los pasados tiem>>pos del rey don Rodrigo, entramos en el real consejo de >> guerra para determinar lo que sobre el caso debíamos >> hacer; y fué acordado que era justa causa dar armas y » socorro á quien lo pide contra cristianos, porque así nos > lo manda nuestro Mahoma; y para ello fué luego deter>> minado que se juntase gran cantidad de todas armas, y » os fuesen remitidas. Mas después por segundo acuerdo » se envió un despacho al Gran Señor, haciéndole saber » lo que por los granadinos era pedido, y lo que acerca » dello estaba tratado y acordado. A esto mandó el Gran » Señor que se enviasen doscientos turcos de nacion, sol» dados valientes, aventajados en pagas de diez y de veinte >> escudos de luna á luna nueva, para que diesen tiento en >> el estado de la guerra; y si por suerte se fuese mejorando contra las cristianas banderas, puesto el caso en » que se pudiese salir con lo pretendido y prometido, dice > el Gran Señor que él dará bastante socorro de gente y » armas, y que él mismo con todo su poder entrará por las » partes de Italia, pasando el mar hasta los límites de España con gran pujanza. Y habiendo nosotros tenido esta >> respuesta y órden del Gran Señor, uu hermano tuyo lla» mado don Luis de Valor llegó en una fragata de once » bancos, de un moro granadino, y nos dió unas letras tu» yas, pidiendo por ella segunda vez socorro y armas, y » confirmando lo antes prometido. En su vista fué deter>> minado luego en nuestro real acuerdo, que te se enviase > el socorro pedido y las armas contra los cristianos, jun>> tamente con doscientos turcos, buenos soldados, los cua>> les encargamos que sean bien pagados, con aquelias >> ventajas que suelen ganar en estas plazas nuestras. Tu >> buen hermano don Luis queda en Arjel en mi poder, tan >> mirado y atendido como es razon que lo sea. El santo

» Alá te dé victoria, y Mahoma en todo sea propicio. De › Arjel, y para lo que te cumpliere. — El Ochali.»

Leida la carta, el reyecillo, como resucitado de muerte á vida, mostró muy alegre semblante, y tornó á abrazar de nuevo a los dos capitanes turcos, ofreciéndoles grandes pagas. Todo aquel escuadron turquesco dió luego una carga de escopeteria tan brava, que hizo resonar los valles y sierras de tal forma, que se oyó el ruido en muchas partes donde habia una multitud de moros ahuyentados de la braveza de los cristianos, no fiándose de las paces prometidas. Mandó el reyecillo que se fuesen á Valor, pueblo suyo, el cual no estaba tan cerca de allí como hemos dicho, porque la cueva en que se escondió estaba encima de la sierra de Dalias, segun hemos sabido después por verdaderas relaciones. Llegando alli fueron recebidos con mucha alegría, porque todos tenian ya por muerto al reyecillo, el cual les dijo que se mantuviesen firmes en lo comenzado, pues tenian a la vista aquel socorro, y mas que les vendria. Con esto se fué de Valor á un lugar llamado Yubiles, de allí á Andarax, y de allí á Adra, en donde halló grandes compañías de monfis y de otros moriscos malhechores, los cuales se juntaron con él muy alegres, y admirados de verle vivo habiéndole tenido por muerto. Luego se volvió el reyecillo á Andarax con su compañía, dando la órden que en la guerra se habia de tener contra los cristianos.

El marqués de Mondéjar, al instante que supo por la parte de Vera y Mojacar que habian entrado gentes de Africa, mandó que se apercebiese toda la gente de guerra que estaba alistada, y era mucha, compuesta de gente muy principal de la Andalucía y de valerosos capitanes; hallóse por cuenta que el marqués de Mondéjar sacaba veinte mil hombres entre los de á pié y á caballo, todos andaluces y valerosos, la flor del mundo; dejando aparte los del reino de Murcia, con quienes no se halla igual. Saliendo pues el marqués de Mondéjar de Granada, acompañado de tanta y tan lucida gente, y llevando sus banderas tendidas con el estandarte real de la Alhambra, y delante su guioncillo de general, siguiéndole muchos y muy principales caballeros, llegó á los lugares llamados Alhendin y el Padul, en donde halló á los moros sosegados, y mandó por bando que ningun soldado hiciese daño á los moriscos ni á sus bienes. Hacialo así el marqués, pensando allanar á los pueblos levantados por bien, y no por mal; pero no le sucedió como pensaba, segun diremos adelante, y después de haber puesto el romance que babla de lo contenido en este capítulo.

El buer conde de Tendilla,
Que es marqués intitulado
Del estado de Mondéjar,
Señor de muy gran ditado,
Uno de los del consejo
Por su valor estimado,
Fiel alcaide del Alhambra,
Y gran general nombrado

De ese reino de Granada
Por el rey y su mandado;
Como viese que los moros
Del reino se han levantado,

Mandó juntar mucha gente
De guerra, con aparato
Para poderlos vencer

traerá su mandado;
Y subir al Alpujarra,
Llevando campo formado;
Aunque el marqués bien quisiera
Por buena vía llevarlo.

Y así envió dos moriscos
De Granada à negociarlo :
Moros son de calidad,

Y de cantidad nombrados.
Manda que paces concierten
Con los moros levantados,
Y que perdon general
Prometan en aquel trato.
Enviados por el rey
Para mas asegurarlos,
Esto tratan los dos noros
Con los pueblos rebelados.
Los cuales arrepentidos
Dicen que ellos son cristianos,
1 que no quieren la guerra,
Porque tueron engañados
Por el falso Abenchoar,

Que estaba mal indignado
Contra el marques de Mondéjar,
Porque babia maltratado
A los moros granadinos
Como se ha declarado;

Mas á ellos que les pesa
De haber las armas tomado,
Y que quieren reducirse
En el hábito cristiano.

También dicen los dos moros
Que daran diez mil ducados
Al que diere la cabeza
De aquel reyecillo falso.

Por codicia desta empresa,
Muchos moros van buse ando
Al cuitado reyecillo
Para prenderlo ó matarlo;
El cual tuvo que esconderse
Donde no fuese hallado.

Y el que mas le sigue y busca
Es el Derri, su privado;
Y como no le hallase,
Por ganar diez mil ducados,
Mató á un mancebo morisco
Que parecia à don Fernando,
Y cortada la cabeza

A Granada la han llevado.
El marqués lo prometido,
Paga quedando engañado;
De paz está todo el reino,
Como se habia tratado.

Solos quedaban los monfis,
Que no se han acomodado.
Estos son mas de tres mil.
Y todos muy bien armados.
Faar se quieren a Fez
En hallando buen recaudo,

Porque entienden que ya es muerto
Aquel reyecillo falso.

Estando en aqueste punto,
Muchos turcos han entrado
Dentro de las Alpujarras,
Y todos muy bien armados;
Que los envió el Ochali,
Rey de Arjel tan nombrado,
Para socorro y defensa
Deste granadíno estado.

Hallaron al revecillo
En una cueva encerrado,
El cual muy bien los recibe,
Y con ellos pasa á Valor,
Y dende allí à Andarax
Con su campo concertado.
Los montis con él se juntan
Con placer demasiado
En tener à su rey vivo,

Que por muerto le han juzgado.

El reyecillo da órden
De lo que se hará en el caso:
La guerra quiere seguir
Como había comenzado.

El buen marqués de Mondéjar,
Siendo de aquesto avisado,
Luego salió de Granada
Llevando el campo formado.

Lleva mas de veinte mil Que le van acompañando. Muchos capitanes fuertes, Muchos lucidos soldados, Ricas banderas tendidas, Y su estandarte dorado.

Con el marqués un guion, Como caso acostumbrado, Que le lleva un general Cuando va un campo marchando: Lo que desto sucedió

Os será después contado.

CAPITULO IV.

En que se pone la salida del marqués de los Velez contra los moros de los rios de Almanzora y Almería, sierra de Filabrés y Tahall, y otras cosas que sucedieron.

Ya hemos contado cómo el marqués de Mondéjar llegó al Padul, y habia pasado por Alhendin, dejando a los moriscos de aquellos lugares pacíficos. De allí se fué à las Albuñuelas, doude hizo alto su campo, para dar órden á la reduccion de los moriscos de aquellos lugares, sin daño dellos: lo que ciertamente consiguiera, y allanara todas las Alpujarras, llevando las cosas por buenos medios y por vía de paz, conforme tenia prometido con el perdon general de aquel arrebato y acelerada rebelion, si malos cristianos quisieran cooperar á este su buen propósito. Pero de los veinte mil hombres que llevaba en su campo, iban mas de diez mil los mayores ladrones del mundo, animados de la idea única de robar, sa quear y destruir los pueblos de los moriscos que se mantenian sosegados; y así, apenas el marqués de Mondéjar habia pasado de Albendin y el Padul, asentando el campo en las Albuñuelas, cuando mil destos ladrones salieron de su real y tornaron á los lugares susodichos, los saquearon de noche, mataron á muchos moriscos, y se llevaron muchas mujeres jóvenes y muchachas á sus tierras, en donde las vendian por esclavas. Hecho el daño por la noche, luego se volvian al real; y aunque los moros habian escapado huyendo y se querellaban al marqués diciéndole todo cuanto habian padecido, y los robos y muertes que por la noche ejecutaban los suyos, eran de ningun provecho las quejas, porque el marqués nada remediaba, no sabiendo á quién castigar, por ser tanta la multitud de gente depravada que en su real habia.

Viendo esto los moriscos, y que su mal no tenia remedio, indignados de que sus haciendas, sus mujeres y sus hijos fuesen robados impunemente, no aguantaron mas, y así recogiendo y escondiendo todo aquello que se podia, se iban à la sierra en donde estaba el reyecillo, diciendo que el marqués con achaque de paz les enviaba tropas para destruirlos. El reyecillo los amparaba, y recebia de buen grado, diciéndoles : « pobres de vosotros, ¿ no veis que debajo del engaño desas públicas y prometidas paces, os van destruyendo y acabando, y así os llevarán hasta que no quede ninguno? Tomad todos las armas, y morid defendiendo vuestras vidas y haciendas, que presto sereis señores absolutos de toda la tierra.» Con esto cobraron animo, y dejando sus lugares iban á alistarse en la milicia; por manera que á causa de los malos cristianos, sedientos de robar y de apoderarse de las haciendas ajenas, fueron sucesivamente levantándose muchos pueblos de los moriscos. Bramaba, ardia en saña el marqués viendo que lo que él prometia se lo desconcertaban las gentes de su real. A menudo mandaba echar bandos con pena de la vida al que saliera á saquear; pero valian muy poco estas diligencias contra los ladrones que se escapaban á desbora, y de suerte que nadie sabia su salida, aunque estaban puestas centinelas por los caminos. Estendiéndose tan fatales nuevas por todos los demás lugares de las Alpujarras, volvió de nuevo à alborotarse y tomar las armas todo el reino,

no fiándose ya de las paces prometidas, y queriendo mas morir ofendiendo, que vivir padeciendo.

el dia de los Reyes, año de 1569. Llevaba el valeroso Fajardo de los lugares ya referidos tres mil hombres fuertes y bien armados, sin los que aguardaba de Murcia; y marchando con buen órden tendidas sus banderas, iba Lorca á la vanguardia, Caravaca de batalla, Totana, Alhama y Cehegin á la retaguardia. Toda la gente del campo era escogida, bien dispuesta de armas, y bastante para acometer á veinte mil hombres que fueran de otras naciones.

Así el buen adelantado, muy gallardo y contento de ver un campo tan lucido, decia que en el tiempo que siguió las inclitas banderas del emperador su señor, no habia visto mejor gente, ni mas lucida que la que él á la sazon llevaba; y que en muchas ocasiones se holgara de haber tenido la gente de aquel reino de Murcia, porque se señalaba ventajosamente entre todas las demás de España. El marqués era uno de los caballeros mas valerosos del mundo, pudiéndose contar entre los mas célebres de España, inclusos aquellos que tuvieron mas nombradía, como el Cid, el conde Fernán-Gonzalez, Bernardo del Carpio, y otros capitanes españoles muy esclarecidos. Esto lo confirmó el emperador don Carlos V, nuestro señor, estando en Cartagena de vuelta de Arjel, yéndole à besar las manos el marqués don Pedro, padre del don Luis, de quien ahora tratamos; y que habiéndole abrazado y levantado del suelo donde estaba de rodillas, le dijo lo primero: « marqués, buen bijo teneis, y bien podeis decir que es uno de los buenos de España: así lo ha mostrado en todas las ocasiones que se ha hallado conmigo. » A lo cual res

servicio de vuestra real y cesárea Majestad hasta la muerte. » Tornôle á abrazar el emperador, diciéndole: «tal se tiene entendido dél y de vos. >

Los capitanes que habian sido señalados y repartidos por orden del reyecillo, volvieron á juntar su gente, á apercebirse de armas, y seguir las banderas del señor de Valor contra los cristianos. Los turcos que vieron tantos hombres ayuntados y no mal armados, los animaban diciendo que ellos les ayudarian á ganar toda España. Con esto los moros granadinos tomaron tanto brío, que de nuevo tornaron á hacer crecidos males. El marqués de los Velez, don Luis Fajardo, teniendo noticia de que los moros habian vuelto a levantarse, aunque à la verdad ya no tenian ellos la culpa sino los malos cristianos, determinó salir con campo formado contra los de los rios de Almanzora y Almería, á fin de que, yendo él por una parte y el marqués de Mondéjar por otra, se pusiese pronto término á aquellas guerras civiles. Como general del reino de Murcia, escribió luego á los pueblos mas vecinos para que le acompañasen en esta jornada, y así se juntaron de Caravaca muchos y muy buenos soldados con un valeroso capitán, llamado Juan de Leon, y un sarjento mayor ilamado Andrés de Mora, hombre muy esforzado y práctico en la milicia de allí sacó también un alférez para que llevase su estandarte, llamado Benavides, sujeto hidalgo de gran calidad por su persona; en todos saldrian unos cuatrocientos soldados muy buenos, bien apuestos y armados. De la villa de Cehegin salieron doscientos hombres, gente muy lucida y bien armada, llevando por su capitan á un soldado viejo y valiente, que se llamaba Car-pondió el marqués don Pedro : « señor, yo y él estamos al reño. De la villa de Mula salieron trescientos hombres bien armados y valerosos, con su capitán, nombrado Melgarejo, que era varon de grande esfuerzo. De la villa de Totana salieron cien hombres robustos, criados en la costa, y acostumbrados á verse cada dia con los moros, cuyo capitán se llamaba Juan de Mora, escelente soldado. De la villa de Albama salieron otros cien hombres, tan buenos soldados como los de Totana, y muy acostumbrados también á verse en la marina con los moros; llevaban un buen capitán, llamado Falcayuela. El marqués envió á su hermano don Juan Fajardo, maese de campo, á Lorca para que pidiese á la ciudad gente que fuera en esta jornada; y así salieron de Lorca en esta vez mas de mil hombres de guerra, toda gente valerosa y bien armada, llevando por capitanes à Juan Felices Quiñonero, hidalgo principal de la casa de los Quiñones, à Juan Felices Duque, Juan Mateos de Guevara, Alfonso del Castillo, el mozo; Adrian Leonés del Alberca y Hernan Perez de Tudela. Además destos seis valerosos capitanes salieron después en ocasiones por orden de la ciudad otros cinco, hidalgos también y de mucho valor, que fueron los siguientes: Alonso de Leiva Marin, Martin de Lorita, alférez mayor; Gomez García de Guevara; Juan Mateos Rendon, y Luis de Guevara entiendo que este último salió de los primeros y dél hablaremos después, así como de los demás. También salió en otra ocasion por capitán Juan Leonés de Guevara, y Luis Ponce su hermano, capitán de caballos, y Juan Manchiron, regidor de Lorca. Y pues hemos hablado destos lugares, llamados por el marqués, y de los capitanes que dellos salieron, es justa razon que digamos algo de la noble Murcia; la cual siendo avisada por su noble adelantado, al punto escribió al rey lo que pasaba, y su majestad la mandó que siguiese la guerra, y socorriese con gente à su adelantado. Así luego la noble ciudad creó tres capitanes valerosos, dos de infantería, llamado el uno Alonso Galtero, caballero de mucho valor, y el otro Nofre Ruiz, hombre principal é hidalgo; el capitán de caballos se llamaba don Juan Pacheco, caballero del hábito de Santiago, y su alférez fué otro caballero ilustre, llamado Salvador Navarro. Hicieron estos mucha y muy gallarda gente, y toda bien armada; mas no salieron tan pronto de Murcia, que no los precediera el marqués de los Velez, saliendo

Viniendo á propósito decir algo del valor y la nobleza de don Luis Fajardo, aunque nos salgamos un poco del hilo de nuestra historia, lo haremos de paso y en breves razones, porque nos aguarda en las Albuñuelas el marqués de Mondéjar, de quien debemos tratar en otro capítulo. Es pues de saber que el señor don Luis era hombre muy gentil, de recios y doblados miembros, tenia doce palmos de alto, tres de espalda, y otros tres de pecho, fornido de brazos y piernas, la pantorrilla gruesa y bien hecha al modo de su talle, el vacío de la pierna delgado, de tal manera, que jamás pudo gastar bota de cordobán justa, si no fuese de gamito de Flandes; calzaba trece y mas puutos de pié, y era tan bien trabado, rehecho y doble, que no se echaba de ver su altura; el color moreno cetrino, los ojos grandes rasgados, lo blanco dellos con algunas fibras de sangre, de espantable aspecto; usaba la barba crecida y peinada, y alcanzaba grandísimas fuerzas; cuando miraba enojado, parece que le salia fuego de los ojos; era súpito, valiente, determinado, enemigo de mentiras; trataba bien à sus criados, especialmente à aquellos que lo merecian; por poca ocasion tenia á un hombre preso veinte años, dándole alli de comer; cuando se enojaba, denostaba á los suyos, tratándolos mal de palabra; pero después de quitado el enojo le pesaba de lo que les habia dicho, y les pedia perdon, diciendo : « que no era mas en su mano, y que la cólera le hacia perder los limites de la razon. » Era grande hombre á caballo; usaba siempre la brida, y parecia en la silla un peñasco firme; cada vez que montaba hacia al caballo temblar y orinar; entendia bien cualquiera suerte de freno; su vestido de monte era pardo y verde y morado; las botas que calzaba habian de ser blancas y abiertas, abrochadas con cordones; era larguísimo gastador, y tenia cuatro despensas de gran espendio, una en Vélez el Blanco, otra en Vélez el Rubio, otra en las Cuevas, y otra en Alhama; era muy sabio y discreto, estremado en burlas y veras; tenía de costumbre oir misa à la una del dia y á las doce, de suerte que los capellanes no le podian sufrir; comia una sola vez al dia, y aquella comida era tal, que bastaria para satisfa

cer á cuatro hombres, por hambre que tuviesen; en la comida no bebia mas de una vez, mas aquella buena, de agua y de vino muy templado, y esto al acabar. Negociaba de noche, y así se iba á dormir cuando los otros se levantaban; andaba siempre con su capa cobijada á las espaldas, espada y daga ceñidas, y esto era también de noche. Por el dia se ocupaba principalmente en tirar al blanco, ora con escopeta, ora con ballesta, y en cuerpo gentil; si era verano, siempre sin gorra, y si invierno con un sombrero de monte muy pespunteado. Era gran justador y tornaute; desembarazaba con gran fuerza una caña, de manera que si daba en la adarga la aportillaba; muy amigo de llevar una pluma pequeña al lado, y parecia muy bien á caballo, de tal suerte, que se conociera entre cien hombres; tenia de espaldas mas hermoso ver que por delante, y cuando salia á pié en compañía de otros sobresalia entre todos; teniendo armados el cuello y cabeza parecia estremadamente bien. Entre mil hombres que se hallara, semejaba ser señor de todos ellos por la gravedad de su persona y ahidalgado talle. Estando una vez en la marina acompañado de mucha gente de á caballo y de á pié, saltó en tierra el capitán de una galeota, y llegando adonde estaba el marqués, miró á todas partes, tanto á los de á pié como á los de á caballo; y aunque entre unos y otros habia hombres de mucha gravedad y buen aspecto, se fué al marqués, y le dijo: «tú eres el señor de toda esta gente,» de lo cual se maravillaban todos. Se halló muchas veces en escaramuzas y peleas con los turcos, y en la batalla de Porman alanceó por su mano á mas de cincuenta dellos; siempre tiraba el golpe de revés, y llevaba la lanza atada á la muñeca del brazo con un grueso cordon de seda verde; sus armas eran finísimas. Peleando una vez en Cartagena con los turcos, que vinieron sobre ella mas de dos mil, fué herido de un balazo en una espalda, quedando abollada el armadura y no pasada, por ser muy firme. La lanza que llevaba era tal, que un criado suyo haria harto en llevarla al hombro, y el marqués la meneaba como si fuera un junco delgado. En la accion que decimos de Cartagena, un renegado le conoció en la batalla, y dijo en voz clara, que todos oyeron: aquí está el marqués, no podemos saquear á Cartagena.>> Era tanta la fama del marqués, que en el real palacio de Arjel le tenian pintado, armado con una lanza en la mano, y en la punta de la lanza clavada la cabeza de un turco; del mismo modo le tienen retratado en Constantinopla, y así lo está también en Cartagena en una sala de la casa de Nicolás Garri; finalmente, el marqués era gran señor y valeroso. Fué muy amigo de toda caza, y tenia muchos perros y aves de volatería; muy aficionado también á tener buenos caballos. Cuando habia de ir á monte aguardaba á que hiciese mal tiempo, como que nevase, lloviese, ó hiciese grandes aires; y esto por hacer á sus gentes robustas, como él lo era.

Volviendo ya pues á lo que hace mas al caso, que es seguir la historia de la guerra, recordaremos cómo el campo del valeroso Fajardo iba marchando con sus banderas tendidas la vuelta del rio de Almanzora, y que llevaba Lorca la vanguardia; Totana, Alhama y otros lugares llevaban la batalla, Caravaca, Cehegin y Mula con el marqués la retaguardia; y que al salir con gran concierto de los Vélez, un caballero, hijo bastardo del marqués, llevaba el estandarte, hasta que después le tomó Benavides, caballero principal. Llegó el marqués con su campo á la boca de Oria, que es un paso muy peligroso y estrecho; de allí pasó á Uleila de Purchena, y atravesando la sierra de Filabrés vino á parar á Tabernas, que es un lugar grande, á cuatro leguas de Almería; á los moros deste lugar los montis les habian hecho levantar por fuerza, y cuando el marqués llegó allí no pareció ninguno, antes todo el lugar estaba saqueado y medio quemado, y la iglesia destrozada y abrasada, que era cosa de grande compasion ver

tan brava ruina. Aquí tuvo el marqués noticia de que los moros habian hecho grande daño en Guecija, y quemado un rico convento de frailes agustinos, matando á todos los que estaban en él; de lo cual muy enojado partió al punto de Tabernas con ánimo de castigar á los que habian hecho aquella gran maldad; y llegando á Terque, que es un lugar cercano de Guecija, halló gran multitud de moros, los cuales así que supieron la venida del marqués se retiraron á Guecija, por estar cerca de la sierra, y determinaron aguardarle allí y hacerle resistencia. Luego que supo que los moros le esperaban, partió a Guecija para darles batalla, y puesto en órden su campo, fué marchando hasta llegar junto dellos; estos estaban formados en escuadron, como mejor habian sabido ordenarse, y preparados á resistir. Ahora conviene dejarlos al tiempo de romper, para decir algo del marqués de Mondéjar, á quien dejamos próximo á dar batalla á los moros de las Albuñuelas; y antes, por no perder el estilo, diremos un romance de la salida del marqués de los Vélez á los rios de Almanzora y Almería.

Apriesa estaba leyendo
Una carta de rebato
El famoso don Luis,

Que ha por renombre Fajardo,

El que es marqués de los Vélez,
Y de Murcia adelantado;
De la ciudad de Almería
Le ha venido aquel recado,
Que el obispo se le envía:
Luego salie se aprestado
Con sus armas y sus gentes,
Y lleve campo formado,

Atento que ya los moros
De todo aquel obispado
Se han levantado de guerra,
Y que hacen muy grande daño;
Y que abrasan las iglesias
Y despedazan los santos;
Y pues es fuerte caudillo
Y frontero del estado,
Reino granadino moro,
Que salga como esforzado
Y valiente capitán

A remediar tanto daño..

La carta aun no habia leido
Cuando un correo le ha entrado
Que el gran Felipe le envia
Con otro nuevo mandato

Que salga contra los moros
Que se habian rebelado.
Luego el valiente marqués,
Con valor acostumbrado,

Convoca todas las gentes
De todo el reino murciano,
Que apriesa y con todas armas
Vengan donde está aguardando,
En la su villa de Vélez,
El que decian el Blanco.

Todo el reino se ha movido
A cumplir este mandato,
Y con deseo de guerra
Cada pueblo se ha alistado.

De Caravaca han salido
Bien cuatrocientos soldados,
Con ellos Juan de Leon
Por capitán señalado.

Y por sarjento mayor
Fué Andrés de Mora nombrado,
Por ser soldado y valiente,
En lo de Flandes hallado.

De Cehegin han salido
Otros ducientos soldados;
Su capitán es Carreño,
Hombre en guerras avisado.
Francisco de Melgarejo
De Mula salió alistado,
Fuerte villa del marqués,
Y la mejor del reinado.
Trescientos soldados lleva,
Todos ellos hijos-dalgo,
De su noble fundacion
Conocidos y nombrados.
Y de Totana salieron
Por un padron alistados
Ducientos hombres de guerra,
Y todos muy bien armados.
Juan de Mora es capitán
De este escuadron tan preciado.
De Alhama salieron ciento
No menos aderezados;

Soldado es su capitán,
Pedro Cayuela nombrado.

De Murcia la noble y franca
Casi salió un grueso campo
De valerosos guerreros,
Lucidos y bien armados,

Con mas braveza que el sol
Cuando mas hieren sus rayos;
Tres capitanes salieron
Caballeros esforzados.

Uno es Alonso Galtero,
De valor aventajado;
El otro es Nofre Ruiz,
Buen soldado y buen hidalgo.
El otro don Juan Pacheco,
Y aqueste era de á caballo,
Hombre de suerte y valor,
Que lleva de Santiago
La roja señal al pecho
De aquel famoso lagarto.

De Lorca salió una tropa
De un escuadron esmerado
De mil hombres valerosos,
Y todos muy bien arinados.
Seis valientes capitanes
Salieron en este campo;
Juan Quiñonero es el uno,
Del marqués muy allegado;
Es el otro Juan Mateo,
De Guevara intitulado.

Es Alonso del Castillo
El tercero en este grado.
Juan Felices Duque es otro,
Bien conocido y nombrado,
Hernan Perez de Tudela
Es el quinto, buen bidalgo,
Es Adrian Leonés

El sesto que se ha contado.

Llamábase el del Alberca,
Porque la tenia al lado :
Todos estos con la gente
Salieron de muy buen grado.
Para servir al marqués,
Que los estaba aguardando,
De Murcia y demás lugares
Tres mil hombres se han juntado
Con estos el buen marques
Sale de Vélez el Blanco;
Mas al tiempo de salir
Murcia y Lorca se han trabado
Sobre llevar la vanguardia
En el campo concertado.

Y don Juan los apacigua,
Por ser maestre de campo,
Que este día vayan juntas
Las banderas que he contado
De Murcia y Lorca famosas;
Y esto siendo averiguado,

Sale el campo, y nunca para
Hasta aquel rio nombrado
Que le dicen de Almería,
Y que aqui hizo alto,
Porque en Guecija se hallan
Muchos moros aguardando,
Para darles la batalla
Al marqués y sus soldados.

El marqués pone sus tropas
Con gran concierto y cuidado,
Para romper con los moros,
Como oireis en otro cabo.

CAPITULO V.

En que se pone un reencuentro que el marquès de Mondéjar tuvo con los moros de las Albuñuelas, y otras cosas que sucedieron ; y cómo el Maleh dió un terrible asalto á los moriscos de Cantoria, y cómo los me riscos se defendieron.

Llevamos dicho en el capítulo tercero, que el marques de Mondéjar salió con un crecido y lucido campo, adornado de valerosos capitanes, soldados andaluces, y espe

qués, y tomaron cautivas á muchas moriscas, mozas y niñas. Retirándose los moros, y pasando la puente de Tablate, muy antigua y nombrada, la rompieron y hundieron para que los cristianos no pudiesen pasar adelante. El marqués permaneció en las Albuñuelas dos dias, aguardando que los moros vinieran con algun mensaje de paz; lo cual no hicieron, antes por el contrario redoblaron sus escuadrones en las Guajaras, y se fortalecieron bravamente. Luego que lo supo movió su campo, y llegando al puente de Tablate, como ya le halló rompido, le pesó mucho, y mandando hacer alto, dió órden de repararle para facilitar el paso, porque no habia otro mas que aquel, entre las alturas y fragosidad de las sierras, que de una y otra parte levantadas dejaban una profunda rambla, por la que forzosamente se habia de pasar.

cialmente de una gallarda compañía de gente cordobesa, | queándolas. Hiciéronlo sin embargo á despeclio del marla cual llevaba por capitán á don Diego de Argote, caballero muy principal y de esclarecido linaje, descendiente de los antiguos romanos. Además deste llevaba el marqués otro capitán de singular valor, llamado don Luis Ponce de Leon, de la antigua casa de los duques de Arcos, cuya clara estirpe procede de Leon de Francia. Esta ciudad tiene por armas un leon, en memoria de su fundador Faramundo, duque de Franconia, é hijo de Marco Miro, principe de Alemania. Los antepasados de los caballeros Ponces fueron reyes de Jérica, y señores de la casa de Villagarcia; las barras sangrientas de su escudo en campo de oro fueron ganadas por la punta de la lanza, y dadas por grandeza de la misma mano del rey de Aragon, bañadas en sangre del mismo Ponce, arrastrando la mano por el escudo dorado, y diciendo : « estas serán tus armas, ganadas con tanta gloria»; y dejó allí sobre el escudo dorado las señales de los cuatro dedos sangrientos. Así estos caballeros llevan su escudo hecho dos cuarteles; en el uno su antiguo blason del leon rapante, y en el otro las barras de Aragon rojas en campo de oro : blason por cierto de mucha nobleza.

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Ahora dejaremos aquí al marqués y á su campo dando órdenes para allanar este paso, y hablaremos del reyecillo, que estaba muy acompañado de gente de guerra, toda valerosa. Sabiendo este que el marqués de Mondéjar habia llegado á las Albuñuelas, y que habia tenido aquel reencuentro con su gente, la cual se habia retirado á las Guajaras, punto fortificado por la naturaleza, mandó al capitán Zarrea que se mantuviese allí firme, y para mayor seguridad de aquel presidio envió cien turcos y mas de mil monfis, todos bien aderezados de armas. Hecho esto asi, é informado de que el marqués de los Vélez habia salido de sus tierras y estaba en Terque próximo á dar batalla à los del rio de Almería, al punto despachó al capitán Maleh, quien con mil soldados de los suyos diese en Cantoria y la tomase, forzando á los moriscos de allí á levantarse, así como también á los de Oria, el Box, Pataloba y todos los demás lugares del marqués.

Mas dejando aparte todo esto, que no corresponde á nuestra bistoria, diremos que el marqués, luego que llegó á las Albuñuelas, mandó echar un bando para que nin guno hiciese daño en los lugares ni á los moriscos, so graves penas; y hacia esto con el fin de llevar el caso adelante por bien, y no por mal. Pero los moros de todos aquellos contornos, escarmentados del mal notable que los cristianos les habian hecho, bajo el titulo de paces, no curaron sino de ponerse en defensa, y dieron con mucha braveza en los cristianos, haciendo mucho estrago. Viendo estos la resistencia de los moros, que era la cosa que ellos mas deseaban, sin aguardar órden del marqués, dieron en ellos valerosamente. El moro Gironcillo, valeroso capitán, mató á mas de treinta soldados del marqués; de lo cual muy indignados los cristianos apellidaban Santiago con mayor ahinco, y hacian mucho daño en los moros. Pero Gironcillo no disparaba tiro de que no matase hombre, porque era grandísimo tirador de escopeta, habiéndola usado mucho tiempo siendo montero del marqués ; y si toda la gente morisca fuera como él, y tuviera las armas que él tenia, no quedara un hombre vivo de la parte contraria. El bravo Zarrea, viéndose empleado en esta ocasion que tanto deseaba, hacia maravillas contra los cristianos; y viendo los moros andar tan bravos á estos dos capitanes suyos, peleaban desesperadamente, unos con arcabuces, otros con ballestas fuertisimas de palo, y otros con otras hechas de hierro ; otros á pedradas con crueles y crujidoras hondas, soltándolas con tanta violencia, que do quiera que alcanzasen hacian mucho daño; otros arrojaban agudos y amolados gorguces, otros desgalgaban grandísimos peñascos; y no eran solo los moros los que hacian esta cruel defensa, sino que las muje-cumentos, estad atentos bien á lo que digo, pues dello res tiraban también gran cantidad de piedras, y hacian gran daño en las banderas cristianas.

De otra parte los cristianos iban arcabuceando y matando a muchos moros: los unos decian Santiago, los otros Mahoma, Mahoma, libertad, libertad; y así anduvo la batalla por grande espacio de tiempo reñida, de tal forma que, si los moros se hallaran armados, el marqués y su gente corrian gran peligro. Mas como en esta parte los cristianos les llevaban gran ventaja, y estaban deseosos de acometer aquella empresa, entraron bravamente sin aguardar órden de sus capitanes; y viendo los moros tanta gente tan bien armada dar contra ellos gritando Santiago y cierra España, no osaron aguardar aquella sangrienta furia, y desamparando la batalla, se fueron á todo huir la vuelta de las Guajaras, que eran lugares fuertes, dejándose las Albuñuelas desamparadas, y dando ocasion a que los cristianos se detuvieran alli el tiempo que quisieran sa

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El valeroso Maleh se puso luego en camino à la vuelta de Cantoria, y tomando en Purchena mucha gente armada, llegó á dicha villa, y no quiso darla combate, sino procurar antes por buenas palabras que se levantase. Los de Cantoria, teniendo aviso de la venida del Maleh, cerraron las puertas, y estaban bien apercebidos, con designio de mantenerse firmes y leales al rey y al marqués, su señor. Llegó el Maleh con todo su campo, y alojado muy cerca de la villa, él con otros quince soldados se arrimaron á la muralla, llevando en la punta de la lanza una bandera blanca en señal de paz. Dos hombres principales de Cantoria que babian sido nombrados capitanes por su valor, puestos de pechos encima de la muralla con otra bandera blanca, preguntaron al Maleh, qué buscaba, ó qué queria de Cantoria. Este, conociendo muy bien à los dos capitanes, llamado el uno Avenaix y el otro Almozaban, varo nes de mucho valor y cuerdos, les habló desta manera:

« Avenaix valiente, fuerte y grave, de esclarecida sangre producido; y tú, Almozaban, deudo de Mahoma, de Fatima su hija descendiente, como demuestran claros do

alcanzareis inmensa gloria y dulce libertad para vuestra patria. Muy bien sabeis, varones esforzados, las causas principales de la guerra del reino granadino y de sus gentes contra los cristianos, por los agravios, demasías y males que nos causaban, haciéndonos pagar mil tributos injustamente, y no contentos con esto quitándonos las armas, imponiéndonos gravísimas penas en caso que las hallasen dentro de nuestras casas y pueblos, vedándonos tener caballos y esclavos de que nos podamos servir, y asimismo privándonos de nuestro traje y propia lengua, cosa por cierto dura é insufrible. Y así queriendo Alá sacarnos de tanto ahogo, provocó a todo el reino granadino la indignacion que muestra contra el injusto y bárbaro bando cristiano, para que defienda con las armas lo que es tan justa razon que se defienda. Ya tenemos de Arjel buen socorro, y esperanzas de otro mayor, que el Gran Señor nos enviará pronto; de modo que con esto, y poniéndose

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