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se habia detenido se acercara sin temor. En llegando preguntó el moro por el marqués, y mostrándosele, se fué à su escelencia, postrando en tierra la vara con la toca, y sin hacerle ninguna cortesía, mirandole al rostro, los ojos llenos de lágrimas, le habló desta suerte :

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Oye, marqués, si con justo título gozas de tal nombre, sabe que el noble tiene obligacion de obrar noblemente, y de acudir a las empresas nobles, si quiere ser tenido por tal. Cuando el rey Fernando hizo merced a tu abuelo de las llaves de la famosa Alhambra, no se las dió solamente por su nobleza, sino porque sirvió como noble à su rey en empresas nobles. Tu padre siguió el ejemplo de tu abuelo en algunas cosas, y procedia generalmente como noble caballero. Habiendo quedado entonces este cuitado reino de Granada privado de su nobleza, de su sabrosa y dulce libertad, de su célebre Alhambra, de su deleitosa vega, sin sus amadas frescuras y deleitosos placeres, privado en fin de todo su bien, muchos de sus moradores, como no acostumbrados á estar debajo de tan pesado yugo y dura servidumbre, ni sujetos á tan crecidas pagas, ni acostumbrados á que los atropellaran estranjeras naciones, movian algunas veces escandalos, motines y rebeliones repentinas contra las cristianas gentes, de que procedian grandes agravios, pesados ruidos, castigos frecuentes, muertes crueles; pero tu padre, como noble y magnanimo caballero cortaba los escandalos, apaciguaba a los rebeldes, recababa de su rey inmensa misericordia, alcanzaba perdones generales removiendo obstaculos y disipando discordias muy al contrario se observa en ti, que en lugar de buscar paz trajiste guerra, por la codicia de tres mil ducados que pediste para tu hijo don Luis, y que de buena gana se te hubieran dado, si no quisieras sacarlos por fuerza, asistido de una cédula de tu rey. Mas este señor, como católico y sabio, entendiendo bien la demasia de las cargas que pesaban sobre nuestros hombros, y el fin último de tu pretension, te dió, si, la cédula para que percebieses los tres mil ducados siendo voluntad de los moriscos dártelos, y si no, que no se te diesen. Tú, marqués, indignado desde entonces contra el bando morisco, no procediste como noble, y acudiste a la crueldad por causa de tu interés. Al punto mandaste renovar antiguas provisiones, dictadas en daño del reino granadino, por las que se privaba de armas à sus moradores, se les quitaban sus baños acostumbrados, los caballos, los esclavos, y aun su traje habitual y su lengua, no faltando mas sino que después se les mandara degollar. Estas provisiones tan irritantes se dieron en vida de tu padre y abuelo; pero en vez de manifestarlas ó publicarlas, las guardaron y ocultaron, usando de su antigua nobleza, por amparar y hacer merced a la gente morisca. Mas tú obraste de distinto modo; agenciaste que tu rey las confirmara, y como hombre poderoso y bien emparentado alcanzaste al cabo que se publicaran por pregon con acuerdo del real consejo. Malcontentos, y contra ti indignados los granadinos, se levantaron, y habiéndose ayuntado para buscar remedio a estas cosas en nuestro daño promovidas, principiaron la guerra. Tu tomaste la demanda como general, y vienes persiguiéndonos á banderas desplegadas; abres negocia ciones y prometes paz para encender mas la guerra; das cédulas firmadas de tu nombre y selladas con tu sello á Jos lugares por prenda de su seguridad, y cuando los tienes quietos y asegurados, envias à deshora á tus capitanes para que los saqueen, peguen fuego á las casas, maten á los hombres, y cautiven á las mujeres y niños. ¿Este proceder es propio de un caballero y hombre noble? ¿No ves que jamas los pueblos se fiarán de ti ni de tus cédulas, llenas de engaños, y que lejos de hacer las paces con tu soberano, procurarán acopio de armas, y no respiraran sino venganza de los daños recebidos? Has de saber, marqués, que me llaman el Purcheni, y así llamaban á mi pa. dre, que era muy sabio, y en el arte de la medicina estre

madamente aventajado ; también entendia mucho de las estrellas, la cual ciencia me comunicó, y por ella sé algunas de las cosas que te diré. Esta guerra se acabará costando mucha sangre à los cristianos y grandes espensas á tu rey; quedará perdido enteramente el reino de Granada, y sus moradores irán desterrados à tierras estrañas; los bienes reales desaparecerán, y tú tambien saldrás de España, aunque con titulo honroso, dejando otro poseedor de las amadas llaves de la famosa Alhambra: los hijos han de pagar los pecados de los padres, y no te digo cuáles. Mucho me he alargado con lengua atrevida, y sé muy bien que por haberme descompuesto delante de ti soy digno de castigo; pero porque no me le dés, triunfaré de mi mismo, y acabaré con esta guerra.»

Dicho esto, el morisco sacó de súbito de una bolsa una pelotilla del tamaño de una agalla ó bala de arcabuz, se la echó en la boca, y luego se tendió en el suelo boca abajo, sin mas volverse á mover. Maravillado el marqués de tal caso, mandó á un soldado que le levantase, y asiéndole de un brazo para hacerlo, no pudo, porque el moro estaba ya muerto. Esto puso en todos grande admiracion, y espantados de todo lo que habia dicho, y de aquella forma de muerte, mandaron quitar de allí al moro; entonces el marqués habló desta suerte à todos los que estaban presentes.

«En notable confusion me han puesto, gente valerosa, las descomedidas razones que ha pronunciado este moro tan desenfadadamente, y si en algunas cosas ha dicho verdad, en otras anduvo muy errado, como en decir que los tres mil ducados repartidos últimamente en las Alpujarras se pidieron á su Majestad para ayuda de los gastos de don Luis. Es verdad que se pidieron; pero habiendo reclamado sobre ello los moriscos, no pasó mas adelante el negocio ni el rigor de la cédula. Decir que por esto y por vengarme dellos, quedando muy enojado, bice pregonar las antiguas pragmáticas, es falso, y lo juro á ley de caballero; fué asunto acordado en el consejo real, à instancias del arzobispo de Granada don Pedro Guerrero, de otros obispos y prelados, y de varios ministros de aquel mismo real senado, movidos de su propio celo para alcanzar que estos moriscos dejaran sus costumbres y fuesen buenos cristianos. No niego que yo también dí mi parecer sobre el particular; pero si fué error hacer semejante diligencia, no fué mio solo el yerro. Sobre lo que dijo de que di cédulas firmadas de mi nombre y selladas con mi sello, notorio es que las he dado; mas que se entienda que los soldados por mi órden asaltasen á los luga. res que estaban debajo de mi seguro, es falso, y una mera presuncion de los moriscos, porque Dios me es testigo si dello no me ha pesado mucho en el alma; y por vida de su Majestad, que el soldado ó capitán que se desmande, si cayere en mis manos, que le he de mandar ahorcar, aunque sea el mas noble y aventajado del mundo; pues no es razon que los malos soldados hagan semejantes maldades, y que se quede el general con la infamia. »

Diciendo esto, el marqués mandó luego echar bando para que ningun soldado ni capitan, de cualquier estado que fuese, saliese sin órden del real, so pena de la vida; y después mandó fortificar el campo, porque entendia estar allí algunos dias, aguardando respuesta de ciertos recados que se habian enviado á su Majestad; y asi aqui le dejaremos para volver al marqués de Vélez, que estaba en Felix, diciendo primero el romance que sigue, alusivo à lo dicho en este capítulo pasado.

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En que se pone la batalla que el marqués de Vélez dió a los moros de Obanez, y que este mismo dia las galeras que estaban en Almería sa ̃ quearon el pueblo de Inox habiendo batalla.

Muy confuso y enojado andaba el buen marqués de Mondéjar al ver que por las demasías y el desórden de sus soldados estaba él reputado entre los moriscos de hombre de poca palabra, y que por esta causa todos ellos se haHlaban determinados a jamás hacer ningun concierto de paz. Era esto tanto mas grave para el marqués, cuanto que su intento habia sido siempre acabar por buena vía aquella rebelion, para evitar los grandes daños que della claramente se esperaban; y tenia razon para sentir mucho estas cosas, y las que agregaban de baber dado ocasion al levantamiento de los moriscos por el pregon de las pragmáticas hechas en daño dellos; de todo lo cual estaba el marqués exento de culpa, pues muchas veces juró por la vida de su señor el rey, y por el valor de su antigua nobleza, que era todo calumnia; y cuando jura deste modo un caballero tan principal se le debe dar crédito.

Entre tanto el valeroso marqués de los Vélez estuvo en Felix, después de haber dado la sangrienta batalla, basta los postreros dias del mes de enero que mandó levantar el campo de allí, y que marchara la vuelta de un lugar llamado Ohanez, sito al fin del rio de Almería, acia la parte de su nacimiento, muy pegado al principio de la nevada Sierra. El dia siguiente á la salida del campo acudieron de aquellas montañas muchos de los moros que habian escapado de aquel rigoroso trance de la batalla: unos buscando á sus mujeres, otros á sus hijos, otros á sus hermanos, parientes y amigos; mas no encontraron allí mas que los huesos mondos de todos, roidos por los lobos, y aun los perros aquejados del hambre que apura á todos los vivientes. Los moros, horrorizados del grande estrago hecho por los cristianos, y al ver todo el lugar saqueado y quemado, y que no habia quedado en él criatura viva, no pudieron dejar de prorumpir en triste y doloroso llanto, torciéndose las manos, y mesando las barbas y cabellos en fuerza del inmenso dolor. ; Ay, hijos mios! decian unos; ¡ay, esposa mia! esclamaban otros, y todos llamaban en vano á las personas mas allegadas que habian perdido. Hasta los perros andaban ahuyentados por aquellos campos, sintiendo la falta de sus dueños, y acompañando con sus aúIlos el lamento de los moros, sin atreverse á entrar en el Jugar para reconocer sus casas. Y por cierto me parece que fué demasiada crueldad la que los cristianos ejercieron en Felix, degollando á todos los vivientes, inclusas las cria turas de un año, bautizadas, y en quienes no podia recaer sospecha de culpa.

Prosigo pues diciendo, que el marqués de Vélez anduvo con su campo hasta llegar al Barranco-hondo, donde hizo alto una noche, y á otro dia mandó ahorcar á ciertos soldados, porque sin órden habian salido fuera. De allí fué al losado que dicen de Canjayar, y se detuvo otro día. En la noche que el campo llegó al losado, los moros de Ohanez degollaron cruelmente á mas de treinta cristianos que tenían en su poder; lo cual se hiciera por consejo de una vieja mora, encantadora ó hechicera, que les dijo que si no degollaban aquellos cristianos, al punto serian vencidos y muertos, y que convenia hacerlo así por su remedio dellos, puesto que los del marqués habian degollado á tantos moros en Felix. Entre los cristianos que asesinaron

los de Ohanez habia dos ó tres doncellas, las mas hermosas de todo el rio de Almería; y á estas las degolló la misma vieja hechicera, que era natural de un lugar llamado Urraca en el rio de Almanzora, donde moraban los moriscos nias infames y perversos que tenia el mundo, segun declararemos mas adelante. A visado deste triste caso el marqués se dolió profundamente, y mandó al sarjento mayor Andrés de Mora, que ordenase al campo pasar el rio que venia de Andarax, y se llama el rio de la Taha de plata ; hízolo así el sarjento mayor, y después llegó al lugar de Canjayar, donde no habia nadie; cerca de allí se encontraba otro lugar llamado Nicles, y mas adelante otro llamado Almanzora todos estos pueblos ricos de ganados, de cera y miel, pero à la sazon sin moradores, por haberse juntado medianamente armados en Ohanez, donde aguar · daban al marqués para darle la batalla, fiados en el pronóstico de la vieja hechicera de Urraca.

Llegó el ejército á las cercanías de Ohanez, y tomó posicion en una ladera muy agria; los moros en gran copia se habian situado sobre unos tajos de peñas muy ásperos, adonde los cristianos no podian llegar sino con grandisimo trabajo. Visto esto por el marqués, mandó armar cuatro piezas de campaña que llevaba para tales ocasiones, y estando ya á punto de disparar, quiso que antes de todo el campo se hincase de rodillas é hiciese oracion. Concluida esta, mandó dar á todos el Santiago, disparando primero las cuatro piezas sobredichas, que hicieron tanto ruido que dejaron atronados aquellos valles y sierras, causando tanto terror en los moros, que de toda la muchedumbre situada sobre el tajo de peñas no quedó ninguno, comenzando á huir por aquellos caminos à cual mas podia, después de haber dado una carga de arcabucería. Los crisLianos comenzaron á subir à toda priesa en seguimiento de Jos moros aquella fragosa cuesta, en medio de la cual habia un charco grande de agua clara, y algunos, agitados del calor, cansancio y peso de las armas, principiaron á beber; pero luego se movió gran voceria diciendo, que nadie bebiese de aquella agua, porque tenia tósigo. Sufrie ron por esto la sed los soldados, y pasaron adelante hasta llegar al lugar, el cual comenzaron á saquear. Los moros que estaban dentro se salieron huyendo por aquellas huertas arriba; pero yendo en su alcance los cristianos mataron á muchos dellos, sin dejar á vida ninguna vieja, por acertar con la hechicera, à la cual encontraron al fin y la hicieron pedazos. Duró el alcance mas de cuatro horas, y siendo ya tarde, muchos cristianos se presentaron cargados de despojos y trayéndose muchas moras hermosas, pues pasaron de trescientas las que se tomaron alli; y habiéndo las tenido los soldados á su voluntad mas de quince dias, al cabo dellos mandó el marqués que las llevasen a la iglesia, El dia siguiente á la entrada del lugar fueron enterrados dolorosamente los cristianos degollados por los moros, y este dia era el de Nuestra Señora de la Candelaria santisima. También en el mismo ocurrió que las galeras de Napoles llegaron à la ciudad de Almería con muchos soldados, y don García, gobernador de la plaza, trató con el general de las galeras, que se llamaba don Pedro de Leiva, que con ellas hiciera alto y muestra en aquella playa, que está à la vista de Inox y Guebro y de otros lugares cercanos, poniendo a la turquesca las entenas y teudaletes; en Almería se tocaria a rebato de la mar, dando luego fama de ser el socorro que venia de Arjel con armas y gente a los moros del reino de Granada. Hecho este concierto, las galeras se pusieron al instante a la turquesca, lo cual se reduce á llevar las entenas muy bajas, y en las puntas dellas unas banderillas blancas y azules, con medias lunas pintadas: ardides propios de soldados cosarios. Las galeras parecieron dos dias por aquellas playas, se tocó con gran priesa á rebato en Almeria, y se echó la voz de que era de turcos aquella armada, y que venía á traer socorro à los moros granadinos, con cuyo motivo todos los que se

moros y moras que llevaban; lo mismo hicieron en Mallorca, y por los demás puertos adonde arribaban, hasta Nápoles, donde despacharon el resto de la presa. Hé aquí la suerte desventurada de los moriscos de Inox y de aquellos lugares comarcanos.

hallaban avecindados en aquellos lugares de la costa, especialmente los de Guebro, Torrillas y Dalias, se juntaron en Inox, porque estaba mas á la mano, para que las galeras llegasen alli; y cuando en muestra de su regocijo comenzaron a hacer gran fiesta de zambra y bailes á su usanza, el escuadron cristiano, que no fué perezoso para asir la ocasion por el copete, dió de improviso en la descuidada gente morisca apellidando Santiago, y comenzó á descargar en ella su arcabucería con tanto estrépito que parecia hundirse el mundo. Dándose este asalto de noche y cogiendo á los moros dormidos, cuando se levantaron y vieron encima dellos tanta gente y tan bien armada, llenos de pánico terror comenzaron à huir para la sierra; en pos dellos iban las moras, habiendo cada una tomado lo que mas estimaba como oro, plata, aljófar, ropas de seda y otras cosas ricas.

Al romper el dia, las galeras parecieron por ardid en la mar muy cerca de tierra; y para que el golpe se diera á medida de su deseo, comenzaron á tocar añafiles á la usanza mora, habiéndolo mandado así los capitanes. Los moros de Inox, viendo las galeras tan cercanas y oyendo el sonido de los añafiles, pensaron que se acercaban para ofrecerles su amparo y recogerlos; por lo cual todos los que huian se alargaron á la playa del mar. Los de las galeras, al ver cumplido su intento y que el dado les pintaba tan bien, echaron al punto los esquifes y pusieron en ellos soldados y remeros vestidos á lo moro. Los moros y las moras que acudian dando gritos y buyendo de los cristianos que los perseguian, en llegando à la orilla del mar se melian á toda priesa en los esquifes, los cuales luego que se llenaban pasaban á dejar la carga en las galeras y volvian por mas; desta suerte se cogieron gran cantidad de moros y moras, sin que advirtieran el engaño. Las galedisp a rab an muchos tiros, al parecer contra los cristianos, y estos desde la tierra correspondian con las mismas apariencias de furor; pero como en los cañones y arcabuces no ponian mas municion que la pólvora, todo aquel estrépito se redujo à un simulacro, que sirvió de armadijo para mantener el mayor tiempo posible en su engaño á los moros; de manera, que cuando llegaron á reconocerle ya habían caido en el lazo muchos, y de las moras especialmente quedaban muy pocas por embarcar.

Un turco desde las mismas galeras se lo dijo en arábigo, y al instante muchos de los que estaban ya en ellas se arrojaron á la mar, y como la tierra estaba cerca salian á la playa dando grandes voces y advirtiendo á los demás en la misma algarabia: «¿adónde vais, esclamaban, desdichados de vosotros, que os engañan? volved, volved pronto á la sierra, y no os acerqueis à la mar.» Los que estaban todavía en tierra, oyendo el grito y viendo á los compañeros que salian mojados y tomaban la fuga, los siguieron sin detenense, y deste modo se salvaron muchos por la sierra. Los soldados, luego que conocieron que su ardid se habia descubierto y estaban ya desengañados los moriscos, dieron el alcance á los que huian, y cogieron a cuantos pudieron, cautivando a las moras que quedaban en tierra, y de las cuales no escaparon seis. Las galeras, habiendo observado que no podrian ya embarcar mas gente, recogieron los esquifes, y se hicieron á lo largo de la mar con su ópima carga. Luego los cristianos tornaron a Inox y le saquearon, sacando de allí grandes despojos de ropas y sedas; hecho lo cual se volvieron á Almería. ¿Quién pudiera esplicar el llanto miserable que resonaba por todas las galeras de aquellas engañadas moras? Daba gran compasion oir sus alaridos despidiéndose de sus tierras, y no pudiendo apartar los ojos de las altas sierras de luox, su clamor y el de los niños era tanto, que no se podia oir el pito del cómitre; y así llegaron á Almería, donde se repartió toda la presa, y las galeras, cogida la parte que les tocó, tomaron la vuelta de levante. Cuando estas llegaron á Cartagena vendieron gran número de los

Ahora conviene volver al marqués, que dejamos en Ohanez, y que repartió también entre sus soldados la presa que por su parte hicieron, quedando todos muy contentos. La noche que se entró en Ohanez el campo estuvo bebiendo sangre y agua, porque á la parte arriba del lugar fueron muertos muchos moros y moras junto al mismo arroyo que bajaba á él; y así se cumplió lo que dijo aquel moro viejo, célebre sabio de Granada, llamado Abenhanim, el mismo que por el ruego del rey don Pedro de Castilla declaró los pronósticos de Merlin. Dos dias después desta rota de Ohanez le entró al marqués una compañía de cuatrocientos tiradores de Lorca muy lucidos, cuyo capitán fué el regidor de la misma Alonso de Leiva Marin; y estando mirando su escelencia con mucho gusto desde una ventana cómo pasaba el escuadron, salió dél desmandada una bala, y fué à dar en el borde de la ventana, y si acertara á llegar un poco mas arriba, allí matara al marqués, que se retiró disimulando el susto. Quiso el capitán hacer pesquisa sobre este hecho, pero jamás se pudo sacar en claro de dónde salió aquella bala, porque habia otras compañías que al tránsito hicieron salva á la de Leiva. Aquí estuvo el marqués muchos dias, durante los cuales tuvo nueva de que el de Mondéjar habia saqueado à Andarax y todos aquellos pueblos de las Alpujarras; de lo cual le pesó mucho y à todo su ejército también, porque todos llevaban puesta la mira en pasar á Andarax, á Ojíjar y demás lugares cercanos, donde ya no les quedaba que hacer ni que sacar. Por esto los soldados del marqués de Vélez comenzaron á salirse del real secretamente, y en tanto número, que cuando él dió en la cuenta ya le faltaba gran parte de su gente; y muy pesaroso de la desercion, recelando que el reyecillo le acometiese con ventaja en aquella sierra, mandó que el campo bajase al losado de Canjayar por estar en llano, y para que la caballería pudiera pelear à su salvo con el enemigo, si acaso se presentase. De aquí también se le fué mucha gente, y de tal forma quedó reducido el ejército del marqués, que si entonces los moros le acometieran, sin ninguna dificultad le desbarataran. Conoció el peligro notorio en que se hallaba, y escribió á Lorca para que le socorriera con gente, y castigasen á los que habian desertado de su real.

Ocurrió entonces en aquella ciudad un caso notable, porque el alcalde mayor della, llamado Arriaga de Alarcon, haciendo diligencias para juntar el socorro que le pedia e marqués, se escedió con un anciano hidalgo, dándole un golpe con la vara de una pica y descalabrandole. Los hijos del agraviado, sintiendo como hombres honrados la afrenta de su padre, echaron mano á las arnias, gritando: muera el traidor, y no estando el alcalde bien quisto con la gente de Lorca, fué al punto acometido por mas de mil muchachos, que le tiraron tantas piedras, que parecia lloviesen del cielo. Al ruido se movieron también muchos hombres gritando muera, muera; de tal forma, que el pobre Arriaga tuvo que meterse y encerrarse bien en una casa para salvarse de la muerte. Este ruido tan endiablado costó después la vida á algunos, y á muchos el sacrificio de sus haciendas, habiendo quien pagara lo que no debia; y si su Majestad no concediera un perdon general, la mitad, cuando no toda la ciudad de Lorca, fuera destruida por la demasía de aquel imprudente y necio alcalde, que pudiera hacer su oficio, servir al rey y favorecer al marqués con gente, sin propasarse y causar alborotos. En fin, el marqués recebió socorro de Lorca, y además le entraron cuatro compañías de gente escogida y bien armada de Albacete y Chinchilla, con lo cual se holgó grandemente; y viéndose ya bastante reforzado, determinó atravesar las

Alpujarras, mandando levantar su campo, y yendo por la Taha de la Plata á Verja, lugar bueno y maritimo, donde mandó sentar su real, después de haberle fortificado para que el enemigo no le dañase. Quédese aqui por volver al marqués de Mondéjar, á quien dejamos en Orjiva, diciendo primero sobre el capitulo pasado el romance que se sigue:

Las tremolantes banderas
Del grande Fajardo parten
Para las Nevadas Sierras,
Y van camino de Ohanez.
¡Ay de Obanez!

Ocho mil guerreros lleva,
Cada uno es como un Marte;
Llegan al Barranco-hondo,
Y alli al campo se hizo tarde,
Tarde, tarde!

Marcha el marqués á otro dia
Cuando el sol al mundo sale,
Ya Canjayar llega el campo,
Y su losado, que es grande.
¡Grande, grande!

El bando moro, entendiendo
Que el marqués viene á buscalle
Esta noche, echado ha suertes,
Por ver si podrà aguardarle.
¡Aguardarle!

Una mora echa las suertes,
Vieja mala mas que landre,
La cual dice que bien pueden
Dar batalla y esperalle.
¡Y esperalle!

Mas que primero den muerte
A los cristianos de Ohanez
Que tienen alli cautivos,

que su sangre derramen. ¡Ay, derramen!

Los cristianos fueron muertos
Por aquella gente infame:
Tres doncellas degollaron
Delante sus mismas madres.
¡Madres, tuadres!

En el real se supieron
Estas atroces crueldades,
Y juran de bien vengarlas
En dando el sangriento Marte.
¡Marte, Marte!

Ot:o dia en la mañana

El campo marcba, y se parte;
Pasando primero el rio
Para subir a Ohanez.
¡Ay, Ohanez!

Por una ladera arriba

Todo el campo se reparte,

Y todo el bando morisco
Hace de si un baluarte.
¡Baluarte!

En un gran tajo de peñas
Hacese un escuadron grande;
Mas el campo le dispara
Cuatro pelotas volantes.
¡Ay, volantes!

Desampara el bando moro
El peñasco, y de alli sale
Huyendo para la sierra,
Mas le siguen el alcance.
¡Alcance!

Los valerosos cristianos
Que los siguen y dan mate,
Muchos matan de los moros;
Las moras no hay escaparse.
¡Escaparse!

Que todas fueron cautivas,
Sin mas poder remediarse,
Y también murieron muchas
Que no pudieron guardarse.
¡Ay, guardarse!

Tantos matan de los moros,
Que el río va tinto en sangre,

Y los cristianos la beben,
Que no pueden escusarse.
¡Escusarse!

Convinole aquí al marqués
Muchos dias aguardarse,
Hasta que órden le venga
Dónde ha de ir, ó á que parte.
¡Parte, parte!

Tantos días aquí estuvo,
Que su campo se deshace,
Y por esto le convino
Volver atrás al gran Marte.
¡Marte, Marte!

Al losado de Canjayar
Se desciende, por ser grande,
Y que la cabalieria

Por todo el llano se ensanche.
¡Ensanche!

A Inox en aqueste tiempo
Se saquea, y le deshacen,
Que soldados de Almeria
Le siguen con crudo alcance
Ay, alcance!

Soldados de las galeras
Se hallan en este lance,
Y por un taimado engaño
Van los moros à embarcarse.
¡A embarcarse!

Entienden que las galeras
Que parecen, son de paces;
Yasi embarcan muchas moras
Que alli van a remediarse.
¡Remediarse!

Mas el engaño entendido
Quisieran desembarcarse,
Y no pueden los cuitados
Del lazo desenlazarse.
¡Desenlazarse!

Las galeras á Almería
Se vuelven a solazarse,
Y alli reparten la presa,

Que es muy opima y muy grande
¡Y muy grande!

Las galeras hacen vela,
Y parten para Levante,
Llevando moros y moras
Que vender en cualquier parte.
¡Parte!

En este tiempo el marqués
A las Alpujarras sale
Dellosado de Canjayar
Un domingo, ya bien tarde.
¡Tarde, tarde!

Porque le vino gran gente
De Albacete y otras partes,
Y de Lorca y de Chinchilla,
Que no pudo mejorarse.
¡Mejorarse!

Son todas cinco banderas,
Do vinieron à juntarse
Mil soldados bien armados
Para entrar en cualquier parte.
¡Parte!

Con esto sale el marqués,
Dando órden de que marchen
Por todas las Alpujarras
Con banderas y estandartes.
¡Estandartes!

Pasalas luego el marqués
Y en Verja quiso alojarse,
Fn donde le dejaremos,
Por escribir de otra parte.

CAPITULO XI.

En que se pone la cruda muerte del capitán Alvaro de Flores y la rota de toda su gente en Valor; asimismo la rota del capitan Farax y la muerte de los suyos en Pulpí.

Triste, confuso, muy enojado y aburrido estaba el buen marqués de Mondéjar, viendo que no podia apaciguar la rebelion, ni atajar la licencia de la gente de sus militares banderas, al paso que cada dia los moros se rebacian de armas, y al reyecillo de instante en instante le entraban socorros de toda la raya de Málaga, de la sierra de Ronda y aun de Berbería, con tanta abundancia de armas, que ya estaban bien apercebidos casi todos los moros granadinos, y prontos para acometer cualquier caso de guerra. Estaba aguardando la órden que le enviaria su Majestad para el fin de aquella lucha; y como no le faltaban émulos, se decia en la corte que por su descuido ó por falta de voluntad se dilataba la guerra, y se habia dado tiempo á los moros para proveerse de armas, y mejorar su partido; así es, que por último mandó su Majestad al marqués, que dejase el ejérci

to, y se volviese á Granada, como diremos luego mas largamente en su lugar. El reyecillo, viéndose tan bien acompañado de tropas belicosas y en gran número, procuró hacer prontamente todo el daño posible á los cristianos, y para ello quiso al principio usar de una sagaz treta, la cual fué enviar al real del marqués de Mondéjar un morisco discreto y bien industriado, que le dijese cómo Abenhumeya estaba en Valor con mucho descuido y poca gente, presentándose allí la ocasion mas favorable de prenderle. El morisco que se escogió para este caso era tan astuto como aquel Sinon que fué enviado de parte de los griegos al bando troyano; y así, vistiéndose pobremente y mostrando el ánimo abatido, se llegó al real del marqués, trayendo en la mano una vara alta, y puesto en la punta un paño blanco como símbolo de paz. Luego que se dejó ver dieron aviso à su escelencia, que mandó le dejasen entrar; y en llegando se hincó de rodillas delante del marqués, y principió á hablarle desta manera:

¡Oye, inclito varon, valiente Marte,
De godos descendiente, sangre ilustre,
Que eres la flor de España, y la mas alta
Después de aquel escelso don Felipe
Que el cetro tiene della, y la gobierna!
Ahora es tiempo, buen marqués escelso,
Que acabes con la guerra en solo un punto,
Yallanes las banderas levantadas
De la morisca gente perniciosa,
Y quites las sangrientas crueldades
Que pasan en la guerra trabajosa,

Y escuses tantas muertes de cristianos

En todas estas sierras y Alpujarras,
Do van sin órden tuya, y donde mueren
A manos de enemigos levantados
Contra la fe católica de Cristo.

Podrás quitar, señor, los grandes llantos
De las mujeres tristes y los niños,
Las hambres y las sedes, y las muertes
Que pasan con la guerra luctuosa,
Durmiendo por la nieve frigidisima,
Pues no hay otros albergues mas seguros.
Los niños en naciendo alli se hielan,
Las madres no se escapan de aquel parto
En las nevadas camas las mezquinas;
Y atento aquestas cosas sin ventura
La paz desean todas, y con llanto,
Al cielo santo piden que las oiga.
Los tristes moradores de las sierras
Dicen al de Valor que haya paces,
Y cese ya la guerra sanguinosa,
Que no es para pasar tan triste vida.
El rey malvado à todo contradice,
Y dice que no traten mas en ello;
Si acaso alguno à esto le replica,
Al campo manda luego que le ahorquen;
Y destos tiene ya muchos finados,
Sin que haya quien le rete lo mal becho.
Querianle matar, mas andan timidos,
Porque el turquesco bando le engrandece,
Y guarda que à la ropa no le toquen;
Y así el morisco bando está afligido,

Y no sabe qué haga en este caso.
Desea paz, la guerra mas se enciende,
Dejar ninguno osa las banderas
Por el temor que tienen de la muerte.
Marqués escelso, ilustre y poderoso,
Ahora está en tu mano dar remedio
A la morisca gente arrepentida,
Matando al reyecillo allí en Valor,
Seguro y descuidado de la guerra,
Durmiendo à sueño suelto entre sus colchas,
Que son de seda fina muy labradas.
Envia, buen señor, gente de guerra,

Y a un bravo capitan que alli le mate;
Que muerto este traidor, la guerra luego
Habrá un glorioso fin, y habrá mil paces.
Al punto todo el reino estarà llano,
Los daños cesarán por todas partes,
Volverse han los moros á sus casas,
Daránle al rey Felipe grandes rentas,
Y tú, señor, en gloria deste caso
Seras eternizado por el mundo:
Serán los niños y mujeres tristes
En su descanso ya restituidos,
Y te darán inmensas bendiciones
Si propicio te prestas á su ruego.
Y si tú, ó marqués, no los remedias
Verás las Alpujarras destruidas,
Dentro de ella banderas africanas,

Y á España puesta en punto de perderse.
No des lugar, por Dios, à tantos males;
Favor y auxilio presta á quien le pide;
Ve tú en persona al caso, dale muerte
A aquel que es descendiente de Mahoma.
Tuya será lo gloria deste hecho,
Tú solo la mereces, no otro alguno;
No envies capitán que la pretenda.
¿Qué aguardas? Parte luego, marqués claro,
No tardes, que en tardarte está el peligro;

A Valor ve, y triunfa de tal gloria,
Pues Dios quiere que tú solo la goces;
Alegra todo el reino con tu ida,

Y en el Alhambra ilustre la cabeza
Pondrás del reyecillo mal mirado,
Con una letra eserita, que así diga:

Esta es la cabeza del Reyecillo sin ventura,

Y el marqués de la ventura Se la cortó, y triunfó dél.

Esto dijo el cauteloso moro, y prorumpió luego en un copioso y fingido llanto, dejando maravillados á los que estaban allí presentes y tanto deseaban ver el término de aquella guerra sangrienta. Mirandolos á todos el marqués, dijo que tal ocasiou no era de perder; y puesto que el reyecillo estaba tan descuidado, queria él tomar à su cargo la empresa de matarle ó prenderle, pues tanta bonra y lustre le daria el suceso; para lo cual mandó al sarjento mayor que al instante le apercebiese mil hombres bien armados. Todos los caballeros que allí se hallaban le fueron á la mano diciendo, que no convenia hiciese él solo aqueIla jornada, porque se ponia en notable peligro de perderse con la gente que llevara, y que para tales casos seria mejor que se valiera de alguno de los capitanes de distinguido valor que tenia en su ejército. Otros pensaban que seria mas acertado pasar allá con todo el ejército y buscar al enemigo, que tal vez se hallaria bien apercebido, y si iba poca gente podria desbaratarla y vencerla con facilidad. Estas y otras cosas se dijeron en el consejo de guerra que tuvo el marqués con los jefes y capitanes de su campo; pero uno dellos muy valeroso, llamado Alvaro de Flores, le suplicó que oyese su parecer, tal vez acertado en aquel caso. Todos callaron, y viendo Flores que estaban prontos a oirle, con muy buenas palabras habló desta suerte:

«Valeroso marqués, ínclito capitán de Granada y su reino por su Majestad: las cosas tocantes á la guerra es menesver mirarlas y disponer con maduro acuerdo y el buen parecer de hombres esperimentados, para alcanzar el acierto que se desea en las cosas arduas y graves como la que ahora se nos presenta. Si el señor de Valor está tan descuidado como este moro dice, no es posible que lo esté el escuadron turquesco, porque al fin es gente belicosa; y no fuera justo que el mismo general de un campo como este se pusiese en notorio peligro de ser roto ó muerto por irle á buscar sin bastante prevencion. Yo considero que si marcha todo el campo, tendrá luego noticia el enemigo, y pudiéndose retirar á otra parte, será en vano buscarle, como nos ha sucedido hasta aquí; por lo cual la guerra no podrá dejar de ser prolija y de pasar adelante; así pues es mi parecer, salvo otro mejor, que se trate de buscar y matar al reyecillo, y esto hecho, todo el reino se allanará y pondrá bajo la proteccion de la real corona, como ha dicho este moro. Para el logro del caso es menester buscar de noche al de Valor con poca gente, y no con mucha, que alborota el mundo, y con el ruido que mete basta para dar noticia de si misma. Yo me ofrezco á buscarle, prenderle ó matarle, porque sé todos los pasos de la Alpujarra en donde está, y entraré por parte tan oculta, que no pueda ser sentido ni visto de moro alguno. Para esta empresa no necesito que me acompañen mas de cien soldados, y aun menos, porque dado el caso que en el lugar de Valor se nos sienta y nos quieran ofender, me obligo con los cien soldados à quemar el pueblo y pasar á cuchillo á todos sus moradores; y si el señor de Valor estuviese dentro no se nos podrá ir de las manos, porque conozco muy bien su alojamiento, y lo primero que ha de hacerse es cercarle de modo que no se pueda escapar; hecho esto, nosotros con el favor de Dios todopoderoso volveremos por sendas ocultas à nuestro real, contentos de haber alcanzado una victoria tan aventajada. A esto se reduce lo que ofrezco hacer; pero si acaso hay algun otro capitán que ofrezca mas, y espere alcanzar mejor suerte, salga, y Dios le dé tan buena fortuna como noso tros deseamos, y nuestro campo la ha menester.>>

Con esto puso fin á su razonamiento cl capitán Flores, y sobre ello hubo varios pareceres; porque muchos capitanes quisieran tomar á su cargo aquella demanda, por

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vivo deseo de la honra que della se derivaba; mas al fin el acuerdo último fué que hiciese aquella jornada el capitán Alvaro de Flores, llevando no los cien hombres que habia pedido, sino hasta ochocientos buenos soldados, todos diestros tiradores, los cuales se alistaron al punto para salir aquella misma noche, llevándose al moro con ellos. Partió Flores con aquel secreto que el caso requeria, y anduvo sin parar hasta el rompimiento del alba el dia siguiente, en que emboscado todo el escuadron dentro de unas espesuras, se mantuvo en ellas hasta la noche venidera, que tornó á marchar la vuelta de Valor. Dos dias estuvieron emboscados, y otras dos noches caminaron, de manera que á la tercera estaba el escuadron muy cerca del pueblo, procurando llegarse á él con todo silencio para no alarmar á los enemigos. Mas no fueron sus pasos tan encubiertos que dejaran de observarlos mas de dos mil moros que los estaban aguardando en los pasos estrechos para dar contra ellos á su tiempo; y así los dejaron llegar al lugar, en donde Alvaro de Flores mandó cercar inmediatamente la casa del reyecillo, como quien muy bien la conocia. Todo era en vano, porque él no estaba dentro, ni en todo el pueblo habia mas que mujeres, dejadas allí por industria para que los soldados se cebasen en el saqueo y cautivarlas á ellas. Allí se desapareció el moro que guiaba á los cristianos, sin que advirtieran cuándo ni por dónde, causando su descuido la mucha codicia que llevaban de robar.

Puesto ya el cerco en la casa del reyecillo, y siendo la hora de romper el alba, prorumpieron los cristianos en su acostumbrado grito de Santiago, Santiago; y disparando al mismo tiempo la arcabucería con grande estrépito, acometieron al lugar por todas partes sin aguardar órden. Flores estuvo muy atento y aguardando que el reyecillo saliese por alguna puerta ó ventana; pero se cansaba en balde, porque estaba en otra parte. Entrando los Cristianos en el lugar sin resistencia, hallaron las puertas muy bien cerradas por dentro, mas las sacaban con furia de sus quicios y entraban en ellas ansiosos del robo. Muy maravillados de no encontrar ningun moro, pillaban á su salvo cuanto hallaban, y prendian á las moriscas, puestas alli por industria para su mayor daño; finalmente, à la salida del sol ya estaba todo el lugar de Valor saqueado y quedaban presas todas las moras. Alvaro de Flores, viendo que su intento no salia como habia pensado, malcontento del suceso, y advirtiendo por otra parte que sus soldados andaban descarriados y tan cebados en el robo, temió algun daño que le podria sobrevenir, y mandó tocar á retirada. Entendida la señal por los codiciosos soldados, salieron de las casas y se juntaron al punto cargados todos y ricos de moras muy hermosas y de grandes despojos puestos en lios, los cuales les daban á estas para que se los llevasen, habiendo algunos que por ir mas sueltos las daban también los arcabuces y demás armas. Las moras como instruidas del trato concertado, no mostraban pena ninguna de su prision; y deste modo comenzó á marchar la bisoña compañía la vuelta de su real, pensando que nadie impediria su jornada, y llegarian á su salvo con tan rica presa.

Pero le sucedió muy al contrario, porque aun no llevaban andado un cuarto de legua, cuando por entre unas angosturas grandes del camino que llevaban, y por donde habian de pasar forzosamente, se les presentó un escuadron numeroso de turcos, cuyo capitán era el bravo Caracacha, y asomaron también por los lados de las dos sierras mas de dos mil moros. Alvaro de Flores, viendo que aquel paso tan estrecho estaba cogido por tanta cautidad de enemigos, y que era imposible seguir por alli su camino sin recebir muy notable daño, arrepentido ya de haber venido en aquella demanda, quiso volverse atras, y tomar á Valor para su defensa. Queriéndolo poner en eje cucion, hizo de la vanguardia retaguardia, y marchando

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