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traemos entre manos, si los turcos mueren, y los capita- | nes principales del campo andan fuera de la obediencia de su señor. ¿Qué será de todos nosotros? ¿Quién nos ha de defender? ¿Quién acaudillará las escuadras? ¿Quién vendrá á consejo en los casos de guerra? ¿Qué cuenta se dará al Ochalí, rey de Arjel?¿Qué concepto formará el Gran Señor del reino granadino y sus gentes? ¡Oh, Avenabó ilustre, á quien real sangre alimenta. Derriba al tirano, y sé rey en su lugar; no aguardes á que mañana te postre por tierra, sin consideracion á tus buenos y leales servicios; recoge á los capitanes ausentes, consuela á los soldados, muestra á todos tu real y agradecido pecho, mantén en paz y amor á los tuyos, estima el bando turquesco, y sígase la guerra, que yo te doy mi palabra de que el hado nos sea favorable, que el bando granadino salga con su pretension, y que á tí se atribuya la gloria de sus crecidas hazañas y victorias, como es costumbre atribuirlas á los valerosos reyes y esforzados capitanes.>>

Muy atento habia estado Avenabó Audalla á todo el ra zonamiento de Abenalguacil, encajándosele luego en el entendimiento dos cosas: la una el temor del tirano, y la otra el nombre de rey, sacándole la segunda de los apuros de la primera. Y como sea natural en los hombres el deseo de subir y valer mas, desde luego aceptó en su corazon el reinado. Maravillabale mucho la traicion de Abenhumeya contra los turcos sin haberle ofendido, y echaba de ver que era verdad lo que decia Benalguacil, de que por la tiranía de su primo muchos capitanes y otras gentes principales se habian retirado, causando en el campo grande detrimento, y poniendo á todos en peligro de perderse. Acudió pues à dos buenos medios: el uno provechoso al comun del reino, y el otro dirigido á la mayor honra y grandeza suya, animado ya del deseo de reinar. Con estos designios respondió así á Benalguacil: « por cierto habeis hablado como hombre valeroso y de buena consideracion en las cosas de alta importancia. Yo, aunque no quiero ser rey ni mi corazon abriga tal deseo, tengo interés en que se mire por el bien de todos, y se corte el mal que de semejantes tiranías puede resultar, y por donde nos viniéramos á perder; y así bueno es para evitar tales peligros quitar a un tirano el mando y gobierno que ahora tiene, pues no faltará rey à quien de derecho le venga, y que dirija las cosas saludablemente. Vos, que sois de tan buen seso y prudente, disimulad, y en vuestra presencia se comunicará el caso á los dos valerosos capitanes turcos; consultemos su ánimo, que si ellos nos son propicios, todo quedará pronto remediado, el ejército estará seguro, y la guerra pasará adelante, placiéndole á Mahoma.» Diciendo esto, mandó luego que los cien soldados de Abenalguacil fuesen alojados con los demas turcos, y tomando á este de la mano, le llevó á su posada, donde estando juntos envió á llamar á los dos capitanes turcos, previniendo que tenia que tratar con ellos cierto caso reservado y de grande importancia. Luego pues que todos estuvieron reunidos, cerrada la puerta del aposento y sentados en sus sillas, el capitán Audalla Avenabó les habló desta manera:

« Valerosos turcos, fuertes capitanes, acostumbrados á seguir con indomable esfuerzo las otomanas banderas, y que abora en España asistís á las granadinas, por cuyo favor y auxilio os habeis becho dignos de dobles pagas y de eterno reconocimiento, adquirido por vuestro afán y trabajo en la guerra que llevamos contra los cristianos: habeis de saber que por mi parte y la de todo el escuadron morisco sois queridos y estfinados, como inereceis por vuestras obras. Solo hay uno que haga punta á vuestro valor, no mirando que está obligado a seros agradecido; antes bien ciego á este conocimiento, en lugar de galardonaros y recompensaros como correspondia à vuestro mérito, manda tiránicamente que en pago de vuestro esfuerzo se os mate, y á mí que sea el ejecutor de ta

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maña maldad y de una sentencia tan injusta. Pero como yo procedo de sangre real, y no cabe en mi ánimo generoso acceder à tal propuesta, considerando por el contrario que habeis sido gran parte de nuestro remedio, y que por vuestro esfuerzo hemos llegado á la grandeza que no tendríamos sin vosotros, quiero aclararme mas, y baceros saber que Abenumeya Muley es el autor deste atentado. Pero también espero, con el favor de Mahoma, que el designio no pasará adelante, porque tengo pensado impedir que un tirano tan cruel gobierne mas el imperio granadino. Para esto, pues sois gente valerosa, quiero que al principio me favorezcais, para que yo pueda favoreceros luego. Sois en todo cuatrocientos, y Abenalguacil tiene á sus órdenes otros cien arcabuceros, la cual fuerza es bastante para la primera entrada; pues muerto el tirano todo el campo estará de nuestra parte, hallándose harto ya de tanta sinrazon, y mirando como justo castigo su desgracia. Los ausentes capitanes se reducirán al servicio de las banderas granadinas, quitado de enmedio el autor de los agravios y el monstruo que los ha ahuyentado. Para que veais la verdad de lo que digo, y de que en mi pecho no se abriga traicion ni deseo de gobernar, tomad esa carta y leedla, que ella será la prueba mas cabal. >>

Diciendo esto Avenabó sacó la carta, y se la dió á los capitanes turcos Caracacha y Mami, que dieron crédito á su contenido, no pudiendo apurar la falsedad. ¡ Oh traicion bien entablada contra aquel mismo que la habia becho á Dios y á su rey! ¡Oh mezquino Fernando de Valor! cuán justamente viene el cielo a descargar sobre ti por tus maldades! Leida la carta por los valerosos turcos, que quedaron atónitos de semejante traicion, se resolvio al punto tomar venganza de aquel que nada sabia della; mas Dios lo queria así por los pecados del desventurado reyecillo. Caracacha le dijo à Avenabó: « tú has procedido como corresponde á la sangre real de donde vienes, y por eso serás rey, á pesar de todo el mundo que lo estorbara desde este punto te juramos por tal, y te prometemos no desamparar tus reales banderas hasta morir, ó dar fiu y cabo á la guerra comenzada. Si fuere menester, yo escribiré á mi rey el Ochalí para que envie luego de socorro mil turcos, que pienso lo hará à mi ruego. Con esto, partamos luego esta noche, y vamos á Andarax, donde tomarás la corona, y nosotros tomaremos venganza de tamaño agravio, guardandose entre tanto mucho secreto.» Habiéndose acabado este trato y concierto contra el desventurado reyecillo, se salieron todos disimuladamente del aposento aguardando la venidera noche, y teniendo pronta la gente para marchar cuando la fuese mandado. Los dejaremos pues aderezando su partida, para tratar de otras cosas tocantes á nuestra historia, y volver al de Vélez, habiendo puesto primero un romance de lo pasado.

Abenhumeya contento
En Andarax residia:
Tratando en conversacion
Con Benalguacil un dia

De las damas mas heimosas
De toda la serrania,
Yel babiendo referido
Aquellas que conocía;

Le hablo Benalguacil
De una amiga que tenia;

Me has hablado de tus damas, Señor, yo hablo de la mia,

Que no la hay mas bermosa
En tod la Andalucia:
Blanca es y colorada,
Como la rosa mas tina;

Tañe, danza, canta a estremo,
Que es un encanto el oirla;
Es moza bella y graciosa,
Nadie vió tal en su vida..
Abenhumeya de oirlo
Siente de amor la herida.
Si te pluguese, Alguacil,
E a dama ver querria,
Solo por verla danzar
Y cantar con melodia..
Alguacil se lo promete
Por hacerle cortesia,

Y aquella noche la lleva
Adonde Muley vivia.

Cantó la hermosa mora,
Y danzó como sabia;
Hase enamorado della
Abenhumeya; y decia
A Alguacil que se la diese
Que à el no le faltarian.
Alguacil dice que no.
Pra que la dama es su prima,
Y que se quiere casar
Coù ella, que era su vida.
Abenhumeya se enoja,

Ya Benalguacil decia,
Que le haria prender
Si en algo contradecia,
Con esto llama a la guardia,
Abenalguacil buta,
Defendiéndose de todos,
Ya la sierra se subia,
En donde hallo otros muchos
A quien Muley perseguia.
Celoso y desesperado
Muy grande traicion unlia,
Haciendo un despacho falso
A Avenabó y su cuadrilla,
Que parecia del rey
Malvado puesta su firma,

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Que trata del levantamiento de Galera, y cómo el de Vélez fué sobre ella y la cercó. Pónese también la muerte del reyecillo por los turcos. Corriendo la voz de la gran potencia del reyecillo por todos los lugares de los moriscos, y que además de estar su campo muy bien armado aguardaba todavía socorros de Berbería, los de la villa de Galera acordaron de levantarse. Esta villa era muy fuerte y populosa; y aunque estaba en tierra de cristianos, tenia al lado à la ciudad de Huescar, que podria dar mucha gente de moros andaluces muy valerosos, y también otro lugar, llamado Orce, que levantándose pondria bastantes militares bien armados bajo de las moras banderas. Los de Galera comunicaron su designio á los moros de Huéscar y de Orce, y los hallaron propicios; en vista de lo cual escribieron al Maleh de Purchena dándole cuenta de su intento, y rogándole que les enviara alguna gente de secreto para alzarse. El Maleh les envió luego doscientos soldados bien armados, y entre ellos algunos turcos, diciéndoles que saltaran sin miedo, porque él iria á socorrerlos con mas gente, y esto mismo escribió á los de Huescar y Orce. Los de Galera no aguardaron mas para poner banderas moras en su castillo y por todas las murallas, haciendo zambra y zalá públicamente. Como los moros de Huéscar estaban incorporados con cristianos viejos, no osaron levantarse al mismo tiempo que sus vecinos, y aguardaron à que antes viniese el Maleh: lo mismo concertaron los de Orce.

Los cristianos de Huéscar, que eran muchos y valerosos, se pusieron luego en arma, y tanto á los mancebos moriscos de la ciudad, como à todos aquellos de que podian recelarse, los encerraron en una casa grande que llamaban la Tercia, donde se recogian los diezmos propios del duque de Alba, y otros frutos de la tierra, como trigo, cebada, vino, lino, cañamo etc. A otros que no eran de tanta confianza los pusieron en la cárcel y en mazmorras. Con esta seguridad los cristianos de Huescar tomaron á toda priesa la vuelta de Galera, muy dispuestos à saquearla y quemarla, degollando à sus moradores levantados; pero no les avino como lo pensaban, porque llegando á Galera, y creyendo entrar allí fácilmente, dieron con mucha furia la voz de Santiago y á ellos, y al mismo tiempo recebieron de los de adentro una descarga tan fatal de arcabucería, que muchos dellos quedaron muertos en el campo. Otros, queriendo entrar en el pueblo, trabaron una batalla cruda y sangrienta con los que defendian la entrada, que eran muchos y valerosos, y los cristianos llevaban lo peor. Visto esto y que todos sus esfuerzos, desde la mañana hasta mas de mediodía, no alcanzaron á vencer el impedimento de la entrada, y que se destruian sus banderas, acordaron los cristianos la retirada y volverse a Huéscar, llevando los muertos y heridos que tuvieron.

Llenos de coraje, y ansiosos por vengar la injuria y daño que habian recebido en Galera, así como llegaron a Huescar se agolparon en tropel à la Tercia donde estaban encerrados los moriscos, y con el grito espantoso de mueran los enemigos de la fe católica, agujerearon con barrenas de cubos de carros las puertas del edificio, y por allí disparaban los arcabuces sobre aquella canalla reunida, matando á muchos dellos. Parecia hundirse la ciudad con la gritería que andaba; era tanta y tan espesa la humareda de la pólvora, que no se veian los unos á los otros; y desesperados los moros de verse matar en

aquel encierro, sin poder vengarse, tomaban piedras y palos gruesos para tapar los agujeros por donde les venia el daño, y que por ellos no pudiesen meter los de afuera los cañones de sus arcabuces. Muchos de los moriscos, trepando por las paredes y ayudándose unos á otros, subian á los tejados, desde donde hacian á los cristianos el mal que podian, disparándoles piedras y tejas, andando así el negocio tan revuelto y encarnizado,que à no ponerse pronto remedio, toda la ciudad corriera grande peligro. La dicha casa del duque de Alba, llamada la Tercia, ardia por todas partes, y juntamente todas las provisiones y frutos que habia en ella de leña, cáñamo, lino, trigo, cebada, aceite y demás artículos semejantes, de modo que ponia temor y espanto aquel espectáculo entre el alboroto, confusion y estrago de los dos bandos.

Quiso Dios por su infinita bondad que amainase aquella borrasca, llegando el corregidor en compañía de muchos caballeros principales, de bastantes soldados y gente armada, que hicieron retirar de la Tercia á la parte cristiana amotinada, cortándose aquel escándalo antes que la noche cubriese el suelo de sus oscuras tinieblas. Retirados los cristianos pudo el corregidor socorrer á los moros de la Tercia que no quedaron muertos ó heridos; pero muchos dellos habian huido por los tejados, y otros salieron entonces de la ciudad y se refugiaron en Galera, donde fueron bien recebidos de los que estaban dentro. Por ellos supieron estos lo que habia pasado en Huéscar, y los de la ciudad, recelosos de algun peligro, se pusieron al punto sobre las armas haciendo cuerpo de guardia.

El capitán Maleh, después de haber enviado á Galera los doscientos soldados que tenia prometidos, habia también empeñado su palabra sobre ir personalmente á la defensa deste pueblo; y sabiendo que los de Huescar no solo habian salido de allí descalabrados, sino que después babian alevosamente asaltado á los moros inermes que tenian encerrados en la ciudad, salió de Purchena con diez mil hombres, todos buenos tiradores, y tomando la vuelta de Cantoria, se metió por la rambla del Box, llegó a la boca de Oria, y atravesando la sierra del Chiribel, tierras del marqués de Vélez, llegó á Orce, donde le estaban aguardando; allí dejó doscientos hombres para custodia y presidio de aquella fortaleza, y pasando á Galera durante el silencio de la noche, metió dentro otros doscientos, y algunos turcos entre ellos. En seguida pasó con su escuadron á la huerta y viñas de Huéscar, donde todos se emboscaron sin ser sentidos, ni que tuviese nadie noticia dellos. Venida el alba, los de la ciudad estando sobre las armas acordaron de ir á dar una vuelta sobre Galera; y para que la gente estuviese apercebida, se tocaban cajas y las trompetas de la caballeria. Luego vino noticia de que Orce se habia levantado entrándole gente de socorro, y que en sus torres tenia banderas moras. Quisieron los cristianos ir á Orce inmediatamente, y estando para salir tocaron á misa de nuestra Señora las campanas de la iglesia mayor. Los de Maleh, que estaban emboscados esperando à que se abriesen las puertas de la ciudad para entrar en ella de tropel, luego que oyeron las campanas, las cajas y trompetas, creyeron haber sido sentidos en la ciudad, y para que no los cogieran desapercebidos se salieron à lo raso de las viñas, que era parte muy segura para que los caballos no les pudieran dañar.

Luego que los cristianos de Huéscar principiaron á salir por las puertas, descubrieron las banderas del Maleh, teniendo por milagro aquel suceso ya era el dia claro, y gritando todos arma, arma, moros, moros, salieron caballeros y peones valerosamente para lanzar de allí á los moros; pero estos eran todos tiradores, y por las viñas, no pudiéndoles entrar los caballos, peleaban á su salvo

y con ventaja. Los mas esforzados y que mayor daño hacian eran los turcos; con todo eso fué tan grande el valor de los cristianos, que mataron mas de mil moros; y á los otros apretaron tanto que los empujaron basta el pueblo de Galera, donde haciéndose fuertes se trabó de nuevo una grande y sangrienta batalla. Mientras pasaba esto, los cristianos que quedaron de guarnicion en la ciudad, teniendo, aviso de que algunos del bando del Maleh habian entrado en los arrabales, y pensando que algunos estarian escondidos en la Morería, dieron contra ella furiosamente, diciendo : « este es el dia en que no ha de quedar vivo ningun moro,» y principiaron á matar, herir, robar, y pegar fuego á las casas por todas partes, de modo que causaba suma compasion ver aquella crueldad que ejercian los cristianos encolerizados contra los moros: Huéscar parecia otra Roma ardiendo.

Por caso dos soldados entraron en la casa de un moro rico, como es costumbre buscar las casas mas apuestas en tales ocasiones, y después de haber saqueado lo mejor della, y destruido lo demás, hallaron una jóven mora que era la mas hermosa de todo el contorno: los dos, codiciosos de tal presa, la echaron la mano, diciendo cada cual que era suya; y disputando sobre quién se la habia de llevar, sacaron las espadas, tomadas ya de la sangre de los moros que habian muerto, para ofenderse. A esta sazon llegó allí otro ruin soldado y de malísimas costumbres, que viendo á los dos repuntados y próximos á matarse por la bella mora, discurrió que para ponerlos en paz no habia otro remedio mejor que quitar de delante la ocasion de la pelea; y así se acercó á la hermosa doncella, y con una crueldad horrible la dió dos puñaladas en el pecho, de que al punto cayó muerta, moviendo piedad al mismo cielo. El villano, después de haber ejecutado esta atrocidad, dijo friamente: no es justo que dos soldados tan honrados y valientes se pongan á punto de quitarse la vida por una mujer que vale tan poco. » Viendo muerta la doncella tan sin culpa y con tanta crueldad los dos soldados, impelidos de saña contra el matador, le acabaron á estocadas, diciendo: «no quedarás sin la pena de la maldad cometida, villano atroz, que has privado á la tierra de la mayor merced que la hizo el cielo, criando esta hermosura; y en seguida se salieron de la casa desconsolados, dejando muerto al ruin asesino, que era natural de la Puebla de Don Fadrique, y junto dél á la hermosa doncella, que parecia un ángel después de muerta. A este tiempo el corregidor con mucha gente armada iba sacando a los cristianos de la Morería, llevándose à unos presos, é imponiendo á los demás que no saliesen de allí prontamente pena de la vida, con lo cual se cortó el daño, aunque el remedio llegó tarde, porque ya toda la Morería estaba ardiendo, y no alcanzó ninguna diligencia para apagar el fuego. Apaciguada esta guerra civil, se halló el cuerpo de la hermosa mora, y se espuso en la plaza, donde á todos causó su muerte profundo dolor, admirándose de su belleza y maldiciendo la villana mano del matador. Movido à piedad de la doncella el corregidor, y maravillado de su hermosura, la mandó enterrar honradamente, y que encima de su sepulcro se pusiera una losa blanca con el siguiente epitafio:

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andar por allí sino a espensas de su vida, El Maleh, como discreto y bien avisado, considerando que aquel lugar estaba muy dentro de la tierra de los cristianos, y que por lo mismo seria con frecuencia cercado y combatido, dejó en él para su presidio cuatrocientos hombres, bravos soldados, y con el resto de su gente partió una noche para Purchena por los mismos pasos que habia traido, y dejando en Huescar una buena parte de su escuadron, pues pasaron de quinientos moros los muertos á manos de los cristianos.

A esta sazon estaba en Fiñana el marqués de Vélez con su campo, y como supo el levantamiento de Galera y el aprieto en que habia estado Huéscar, marchó luego á Baza, donde halló á don Antonio de Luna, el cual, así como vió que el marqués habia llegado allá, partió al punto para Granada y dió cuenta al señor don Juan de todo lo que habia pasado en Galera. Su Alteza mandó ir á las Alpujarras al duque de Sesa con seis mil hombres para que pusiese fin à aquella guerra. Como vió el de Vélez que don Antonio de Luna se habia ido à Granada, y que habia en Baza bastante gente para su defensa, marchó luego con su gente á Galera, y poniéndola sitio principiaron entre moros y cristianos algunas escaramuzas, en las cuales estos últimos sacaron la parte peor. Viéndolo el marqués mandó hacer grandes y fuertes trincheras para que los cristianos pudieran tirar á su salvo; pero así que alguno descubria su cuerpo fuera de la trinchera, era muerto al punto por los moros, famosos tiradores que habia dentro del pueblo. Al marqués se le habia ido gran parte de su campo en Calahorra y en Fiñana, y para rehacerle tuvo necesidad de enviar por gente á Lorca. Desta ciudad salieron al punto cuatro capitanes, tres de infantería y uno de caballeria, á saber: Martin de Lorita, nobilísimo y bizarro soldado, con doscientos hombres; Gomez García de Guevara, gentil hombre y gallardo militar, con otros doscientos; Adrian Leonés, el de la Albarca, con otros doscientos; Alonso del Castillo, el mozo, fué de capitán de la caballería, Ilevando ochenta caballos con gente muy bizarra y lucida. Estos seiscientos hombres de á pié, y los ochenta de á caballo salieron de Lorca á toda priesa para el campo del marqués, quien con ellos quiso un dia dar un asalto á Galera, tomando la vanguardia cierta gente de Huescar; pero en la arremetida fueron muertos y heridos muchos cristianos los de Lorca, que iban entonces de batalla, se pasaron á la vanguardia, y dieron un ataque vigoroso, de modo que hicieron gran daño á los moros, mas no recebieron menos, y les convino retirarse hasta las trincheras. El capitán Lorita que iba al frente de los de Lorca, mostrando aquel dia su gran valor, fué muerto de un balazo que le entró por debajo del peto; en el mismo asalto murió de otro balazo el capitán Adrian Leonés, dando estas dos muertes grave pesar al marqués, que mandó llevar sus cuerpos á Lorca, donde fueron enterrados con mucha pompa y doloroso llanto, por ser nobles varones y de gran valor. Además destos murieron otros muchos capitanes, alféreces y sarjentos de otras partes que concurrieron á aquel ataque; y reconociendo el marqués que Galera no se podia tomar sin artillería, no consintió que se la arremetiera de nuevo, sino que luego dió aviso á su Alteza de lo que pasaba para que remitiese lo necesario al objeto de tomar y arruinar aquel lugar, que era muy fuerte, y tenia dentro gran defensa. Estando un dia el marqués en un alto reconociendo la situacion de Galera, y el lugar mas à propósito para colocar la artillería, el capitán Fernando de Leon, que le acompañaba con el mismo objeto, vió que ciertos moros salieron del pueblo á un llano, que eran las eras, y al punto pidió licencia al marqués para ir á pelear con ellos. Este quiso disuadirselo, aconsejándole que los dejara y que esperara mejor tiempo y ocasion para mostrar su valor. Sin embargo, Fernando de Leon prosiguió importunando al marqués basta que le dijo, que pues

fanta gana tenia de batirse con aquellos moros, hiciese lo que gustara. Fernando de Leon, tomando cien soldados de doscientos que allí habia, se despidió del marqués y descendió por un ramblizo que iba á dar en las eras donde estaban los moros; y cuando llegó allí los acometió de improviso, gritando: Santiago y á ellos. Los moros, viendolos venir, casi no dieron lugar á que los acometieran, porque estaban bien armados, y parecia haber salido por industria para aquel caso; de modo que entre ambos cuerpos se movió al instante una grande y terrible escaramuza, donde el valeroso capitán Fernando de Leon pudo mos trar todo su esfuerzo; pero de poco le sirvió su valentía, porque en un punto se la quitó una bala, dejándole allí muerto, casi á presencia del marqués, que los estaba mirando. Al verse faltos de su jefe los cristianos, inciertos y atemorizados, pero sin dejar de pelear, se fueron retirando hasta el ramblon, y allí los abandonaron los moros, que no osaron pasar mas adelante, recelosos de alguna emboscada en esta escaramuza murieron muchos de las dos partes. Los moros que quedaron se metieron en Galera con los despojos cristianos, llevándose entre ellos la cabeza de Fernando de Leon, que pusieron luego en una pica y la colocaron en la punta de una torre. El marqués, pesaroso desta desgracia, se fué de alli con los demás soldados que habian salido del real, donde estuvo aguardando la artillería y municiones que necesitaba para asaltar en regla aquella plaza.

Ahora nos conviene dejar al marqués sobre Galera, y volver á las Alpujarras para declarar el fin que tuvo la traicion de Abepalguacil y Avenabó. Dice pues la historia, que así como estos acordaron de ir â Andarax y matar al reyecillo, tomaron el camino una noche, y llegaron allá antes de amanecer. Al momento se fueron al alojamiento del rey, y abiertas las puertas, á pesar de la guardia, llegaron hasta el mismo cuarto y hasta la misma cama en donde estaba durmiendo con dos mujeres al lado. En medio del aposento babia una hacha de cera encendida, á la luz de la cual Abenhumeya que despertó asustado, reconoció á los dos capitanes turcos, á su enemigo Abenalguacil, y á su primo Avenabó, y con real semblante les dijo: «¿qué osadía es esta de entrar en mi palacio con tanta violencia?» El capitán Caracacha le respondió: «traidor. abora lo verás >> ; y llegándose á él, sin respeto al carácter de rey, le echó la mano el primero, y en seguida Abenalguacil, Avenabó y los demás turcos. Luego se dió por perdido Abenhumeya, y con la turbacion no acertaba á hablar; pero al fin, esforzándose, les preguntó por qué causa le trataban de aquella suerte: « mirala, dijo Caracacha; y sacando las cartas se las dió para que las leyese.» Luego que las hubo leido, el reyecillo se enteró del fin de la traicion, y así dijo: « por cierto, amigos, y por el santo Alá, que esta es una calumnia, y quien la ha urdido es Benalguacil, porque le tomé por fuerza á su prima, que ahí está presente; la firma es de Moxajar, que solia ser mi secretario, y ahora anda por ahí decaido de mi gracia; por manera, que si lo mirais sin pasion, guardándome el derecho que me corresponde de justicia, me hallareis sin culpa.» Los turcos, ciegos de enojo contra el desventurado, no le admitieron descargo alguno, y se cerraron en que habia de morir; y viendo Abenhumeya que no podia ser menos, pues nadie habia que hablara en su defensa, mirando á Benalguacil, le dijo: « à Alá plegue, infame traidor, que por la misma causa que muero, mueras. Y tú, Avenabó, que tal has consentido, pares en lo que yo paro, y en mis desdichas procedas. Una cosa os sé decir á todos, y es, que muero cristiano, no en la secta de Mahoma, que desconozco.>>

Los turcos, por darle mayor pesadumbre, alzaron por rey a Avenabó delante dél, y todos le besaron la mano; al cual espectáculo dijo el reyecillo: «no te tengo envidia, porque al fin pararás en lo que yo he parado. Desdichada

ha sido mi suerte, é infausto fué aquel dia en que don Pedro Maza me quitó la daga de la cinta, pues por eso vine à dar inconsideradamente en tal despeñadero. » Los turcos le echaron luego una soga al cuello, y le ahorcaren 'eon crueldad. Este es el pago que suele dar el mundo á los que se fian de promesas vanas; y así mire cada uno cómo acabó este desventurado, que fué tenido por rey, y muerto á manos de aquellos mismos que le habian prestado obediencia. Al momento fué su casa saqueada, sacándose de allí muchas cosas ricas y cuarenta mujeres que tenia á su servicio; se dió cuenta del suceso á la milicia, que se holgó mucho de su muerte, porque era cruel, y en seguida fué enterrado, no con pompa real sino como suele hacerse al mas infeliz. Todas las alhajas que se encontraron en la casa de Abenhumeya se repartieron entre Avenabó y los dos capitanes turcos.

Benalguacil no pensó en otra cosa que recoger á su amada prima Zahara; mas no le avino como pensaba, porque Huzen, capitán de los turcos, luego que vió la hermosura de la mora, quedó prendado della, y tuvo ánimo para pretender su mano. Benalguacil le dijo, que no formara semejante propósito, porque Zahara era prima suya, y habia de casarse con él, como entre los dos estaba concertado. Huzen insistió en que no, porque él la queria para sí, y llevarla á Arjel cuando feneciese la guerra. Sobre esto los dos amantes echaron mano á las armas, y se mataran uno a otro si el nuevo rey Avenabó no los apaciguara poniéndose de por medio y tomando en depósito á la mora para dársela después al que tuviere mas derecho ó á quien ella prefiriera. Toda la gente se quedó maravillada de ver postrado en tierra tan pronto á aquel que ha bian servido como á rey; pero como el vulgo es novelero se echo pronto al olvido, y si acaso alguno tuvo pesar de la muerte de Abenhumeya, le disimuló y no lo dió á entender. Desta suerte quedó reconocido Avenabó por rey de los granadinos, y fué coronado con grandes fiestas. De alli á poco tiempo, en un dia claro y sereno, mandó que se juntasen todos los capitanes y personas mas principales del ejército, á los cuales, mostrando gravedad en el rostro y autoridad grande, habló desta manera:

« Invictos capitanes y valerosos soldados, sabed, que por ruegos de Mahoma ha querido el santo Alá que mi primo Abenhumeya tenga el castigo merecido por su tiranía, permitiendo que con su muerte cesen los escesos, y que yo le suceda en la posesion de su silla, bien contra mi voluntad, porque no quisiera poner sobre mis hombros un cargo tan pesado. Sin embargo, vosotros habeis querido obedecerme, y yo también como rey quiero recebiros debajo de mi amparo, dirigir vuestras banderas, trataros con amor, y conservaros en una eterna amistad, sin haceros agravios ni demasías. Si el santo Alá fuere servido de que salgamos con nuestra pretension, y me veo en Granada restaurado en el trono que mis pasados poseyeron, prometo que ninguno de los que siguen mi estandarte real se quedará sin el premio debido á sus afanes y leales servicios. Mas lo que ahora conviene hacer, ante todas cosas, es dar cuenta de lo ocurrido al rey de Arjel, con quien tengo amistad, y sé también que se bolgará mucho de que haya venido á mis manos el cetro del estado granadino, sabiendo muy bien que le merece mi real persona. Por lo que toca á la persecucion de las cristianas banderas, no habrá ninguno que la haga con la voluntad que yo, tanto por odio natural como por el aprovechamiento que con el favor del santo Ala pueda resultaros, y que no será poco. Así pues, leales amigos, escríbase luego á los valerosos capitanes ausentes para hacerles saber que está ya fuera del mundo el autor de sus agravios, y que pueden con plena seguridad volver á mi presencia; pues restituyéndose á sus banderas pienso hacerles mercedes, y aun por lo que ya han servido en la guerra doblarles el sueldo. >> dejando

Con esto Avenabó concluyó su razonamiento,

muy gustoso al congreso de su buen decir, especialmente truirle, y estando ya resuelta esta espedicion, Benalguaaquellos que ya le conocian por hombre de mucho valor, probado en el discurso de la prolija guerra. Por todo el campo se movió un confuso susurro, cual le suele hacer un enjambre revuelto de abejas yendo desmandado. Unos esclamaban: sea para bien tu eleccion; otros decian: largos años la goces con fin próspero y adelantamiento en tus estados; últimamente otros gritaban : viva el rey Avenabó, nuestro defensor y el vengador de nuestros agravios. En seguida le vistieron de una hermosa marlota de color de púrpura, le pusieron una bandera en la mano izquierda y una flecha de arco en la derecha, á la usanza turca, y tomándole en los hombros los caballeros mas principales del ejército, fué coronado segunda vez y proclamado con placer de todo el campo, que gritaba: viva Avenabó, rey de Granada y de la Andalucía. Concluida esta ceremonia, y guardando todos silencio, el capitán Caracacha habló á Avenabó desta suerte:

cil le pidió por merced, que le diera á su prima Zahara para casarse con ella. Tuvo noticia desta demanda el capitán de los turcos Huzén, y también se la pidió al rey para el mismo fin, diciendo que él la merecia mejor que Benalguacil. Avenabó se halló confuso en este caso, no sabiendo determinadamente á quién darla; y así acordó ponerlo en manos de la bella mora, la cual fué traida á su presencia, y preguntada sobre á quién de los dos pretendientes que estaban delante queria por marido, respondió que á ninguno dellos, y que no tenia voluntad de casarse por entonces. Dada por la mora esta sentencia absoluta, los dos amantes se cobraron mas aversion que la que hasta allí se habian tenido, y cuantas veces se encontraban se miraban desdeñosamente, entendiendo que el uno era causa de que el otro no fuese favorecido por su dama. Con estas imaginaciones llegó á tanto el odio entre ellos, que se desafiaron, señalando por única defensa alfanjes y albornoces. Con este designio un dia al ponerse el sol salieron del real sin que nadie lo echara de ver, y habiéndose alejado poco mas de una milla, al pasar un ar

«Para bien seas coronado, nuevo rey de Granada, y reconocido de todos los que te obedecemos y besamos las manos. Yo te doy mi palabra de jamás volver à Arjel hasta que estés sosegado en tu palacio, y gobernando pacífica-royo que bañaba un prado hermoso, muy cómodo para el mente tus estados como lo estuvieron tus mayores. Si fuere tu voluntad que por tu servicio pase yo á Africa personalmente y te traiga toda la gente de socorro que quisieres, sé que el Ochali me la dará de la mas robusta y armigera que se halle en toda la Libia. Si no, tu Alteza escoja á quien guste que vaya allá, y parta sin dilacion : dése luego aviso á los capitanes ausentes y á los pueblos rebelados contra Abenhumeya para que vengan á reconocerte por rey y obedecerte; mas si hubiere alguno que lo rehusare, me ofrezco á postrarle de tal modo, que por su rebelion pierda muy pronto la hacienda y la vida. »

Con mucho gozo oyó Avenabó el discurso de Carbagio Caracacha, y dándole gracias por la nueva oferta, al punto se apercebió para el viaje de Africa un turco, llamado Daux, sagaz y discreto, llevando de regalo al Ochalí, rey de Arjel, muchas alhajas de oro y esclavos cristianos. Los capitanes ausentes y los pueblos que se habian rebelado á Abenhumeya no tardaron mucho en venir á prestar su obediencia y besar la mano al rey nuevo, quien viéndose tan pronto sublimado en la rueda de la fortuna, formó larga esperanza de que la guerra habria buen fin á su favor. Con esto principió a poner órden en lo que se habia de hacer, como veremos en el capítulo que viene, y sobre lo pasado se dirá el romance siguiente:

Los de Castilleja moros,
Los de Orce y de Galera,
Puestos están de concierto
Con otros moros de Huescar,

Que tomen todos las armas,
Que se alcen con la tierra,
Yal Maleb pidan socorro
Que estaba dentro en Purchena.
Galera hizo primero

De aquesta maldad la muestra
Vino el Naleh de socorro
A la gente que le espera.

A Huescar puso emboscada
Muy oculta por la huerta;
Mas teniendo sentimiento
Los cristianes salen tuera.
Con ellos traban batalla
Muy cruel y muy sangrienta:
Muchos mueren de ambas partes,
Mas de los moros sin cuenta.
El Maleb visto su daño,
Retiradose ha à Geiera;
El bando de los cristianos
También se retira á Huescar.
Dado ban en los moriscos
Encerrados en la Tercia
el Maleh oquella noche
También se acoge à Purchena.

El marqués está en Fiñana,
Con su campo va á Galera,
Donde la da dos asaltos;
Mas valdria no los diera.

Mucha gente le mataron
De unas y otras banderas:
All mueren capitanes
Y oficiales de la guerra,
Con otros muchos soldados
Que mató la gente fiera.
A Fernando de Leon
Le cortaron la cabeza,
Y la pusieron los moros
En su castillo por seña.
Al de Austria escribe el marqués
Diciéndole que Galera
No podia ser ganada
Sin piezas que la batieran.

En este tiempo fué muerto
El Muley Abenhumeya,

Y los turcos le mataron
Por uua traicion que urdiera
NJ moro Benalguacil
De celos que dėl tuviera.

A Audalla toman por ley,
Que Avenabó se dijera:
Presto se sabrá la causa
De lo que mas sucediera.

CAPITULO XVIII.

Batalla que pasó entre Benalguacil y Huzén, capitán de los turcos. Avenabó va con su gente sobre el presidio de Orjiva, donde hubo una recia accion. Cómo el de Sesa salió de Granada, y los moros dieron so bre su ejército.

Lo primero que acordó Avenabó después de coronado, fué ir con su gente sobre el presidio de Orjiva para des

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caso, mostrándose la luna clara porque le faltaba poco para ser llena, y dando de sí luz bastante para poner por obra cualquiera cosa, el granadino le dijo al gaditano: «¿para qué nos cansamos buscando lugar mas oportuno ó mas cómodo para nuestro intento que lo es este? No pasemos adelante, y ahora, bárbaro, pon mano á tu alfanje, y haz todo cuanto puedas contra mí, pues ya lo has probado con quitarme à Zabara. »

Diciendo esto, Benalguacil echó mano al suyo, y ambos al punto se acometieron como si fueran dos bravos toros, dándose el uno al otro enormes golpes, y tan precipitados que causaba espanto ver la fortaleza con que chocaban los dos alfanjes, saltando dellos chispas por el aire, como si se batieran en un fino pedernal. Así anduvieron bregando mas de media hora, de manera que estaban ya los alfanjes tan mellados que parecian sierras, y los albornoces hechos pedazos, y arpados por mil partes, sin que todavía se reconociese ventaja del uno al otro. Pero Dios, que paga y premia á cada uno conforme à las obras que tiene bechas, permitió aquí que Benalguacil pagase la traicion que hizo á su señor; y así parecia que le habia caido la maldicion que Abenhumeya le echó al tiempo de su muerte, porque estando peleando con toda furia, y mirando por donde podria mejor dañar á su contrario, se le representó la imagen del desdichado reyecillo, teniendo al cuello la soga con que le habian ahorcado los turcos; y al verle así, acordándose de la traicion cometida, corrió por todos sus miembros un hielo penetrante que le causó gran desmayo y turbacion, y ya no pudo mas menear las armas contra el turco. Advirtiendo este su flojedad, no quiso perder la coyuntura favorable que la ocasion le ofrecia, y con mayor ánimo le tiró un golpe desaforado á la cabeza, el cual no reparó por la causa ya dicha. Benalguacil quedó dél mal herido y tendido en el suelo, pero aun mas atemorizado de la vision y del recuerdo de su delito que de la Ilaga recebida. Viéndole así el turco, y conociendo que aquella herida era mortal, no quiso hacerle otras mas, sino quitarle el alfanje de la mano; lo cual sintió Benalguacil, y esforzando la temerosa voz, le dijo al turco: « Huzén, estame atento à lo que ahora te dijere antes de espirar. Sabe que tú no me has muerto, y así no te glories deso en tiempo alguno; quien me ha muerto ha sido Abenhumeya, pues, cuando ahora estaba combatiendo contigo, se me puso delante de los ojos con aquel crudo lazo al cuello que sirvió de instrumento de su muerte; y ten enten dido que mi traicion fué la causa della, por celos de mi prima Zabara, la que por fuerza me habia quitado; yo fui también el que hizo los despachos falsos para Avenabó y los turcos. Una cosa te suplico, y es, que antes que de

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