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delante della, y me dijo: Lázaro de Tormes, quien ha de mirar á dichos de, malas lenguas nunca medrará; digo esto, porque no me maravillaria que alguno murmurase, viendo entrar en mi casa á tu mujer y salir della; ella entra muy á tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires á lo que pueden decir, sino á lo que te toca, digo á tu provecho. Señor, le dije, yo determiné de arrimarme á los buenos; verdad es, que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun por mas de tres veces me han certificado, que antes que conmigo casase habia parido tres veces, hablando con reverencia de vuestra merced, porque está ella delante.

oficio peligroso; mayormente, que una noche nos corrieron á mí y á mi amo á pedradas y á palos unos retraidos, y á mi amo, que esperó, trataron mal; mas á mí no me alcanzaron. Con esto renegué del trato; y pensando en qué modo de vivir haria miasiento por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa, y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fué un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen. En el cual el dia de hoy yo vivo y resido al servicio de Dios y de vuestra merced; y es, que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia, y declarar á voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance. Hame sucedido tan bien, y yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano; tanto que, en toda la ciudad el que ha de echar vino á vender ó algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho.

En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivír, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de San Salvador, mi señor y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya; y visto por mí que de tal persona no podia venir sino bien y favor, acordé de lo hacer, y así me casé con ella, y hasta ahora no estoy arrepentido; porque allende de ser buena hija y diligente servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y ayuda, y siempre en el año le da en veces al pié de una carga de trigo; por las pascuas su carne, y cuándo el par de los bodigos, las calzas viejas que deja; y hizonos alquilar una casilla par de la suya; los domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa; mas malas lenguas, que nunca faltaron, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué, y sí sé qué, porque ven á mi mujer irle á hacer la cama, y guisalle de comer, y mejor les ayude Dios que ellos dicen la verdad; porque allende de no ser ella mujer que se pague destas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá, que él me habló un día muy largo

Entonces mi mujer echó juramentos sobre sí, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros; y después tomose a llorar y á echar mil maldiciones sobre quien conmigo la habia casado, en tal manera, que quisiera ser muerto antes que se me hubiera soltado aquella palabra de la boca; mas yo de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos, que cesó su llanto, con juramento que la hice de nunca mas en mi vida mentarla nada de aquello, y que yo holgaba y habia por bien de que ella entrase y saliese de noche y de dia, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes; hasta el dia de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso; antes cuando alguno siento que me quiere decir algo della, le atajo y le digo mirad, si sois mi amigo, no me digais cosa con que me pese; que no tengo por mi amigo al que me hace pesar, mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yo mas quiero, y la amo mas que a mí, y me hace Dios con ella mil, mercedes y mas bien que yo merezco, que yo juraré sobre la hostia consa grada que es tan buena mujer, como vive dentro de las puertas de Toledo; y quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él. Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa. Esto fué el mismo año que nuestro victo rioso emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella cortes, y se hicieron grandes regocijos y fiestas, como vuestra merced habrá oido. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad, y en la cumbre de toda buena fortuna.

FIN DE LA PRIMERA PARTE DE LAZARILLO DE TORMES, POR DON DIEGO HURTADO DE MENDOZA.

SEGUNDA PARTE

DE

LAZARILLO DE TORMES,

Y DE SUS FORTUNAS Y ADVERSIDADES,

POR INCIERTO AUTOR.

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CAPITULO PRIMERO.

En que da cuenta Lázaro de la amistad que tuvo en Toledo con unos tudescos, y lo que con ellos pasaba.

En este tiempo estaba en mi prosperidadad y en la cumbre de toda buena fortuna, y como yo siempre anduviese acompañado de una buena galleta de unos buenos frutos, que en esta tierra se crian, para muestra de lo que pregonaba, cobré tantos amigos y señores, así naturales como estranjeros, que do quiera que llegaba no habia para mí puerta cerrada; y en tanta manera me vi favorescido que me parece, si entonces matara un hombre ó me acaeciera algun caso recio, hallara á todo el mundo de mi bando, y tuviera en aquellos mis señores todo favor y socorro. Mas yo nunca los dejaba boquisecos, queriéndolos llevar conmigo á lo mejor que yo habia echado en la ciudad, á do hacíamos la buena y espléndida vida y gira: allí nos aconteció muchas veces entrar en nuestros piés y salir en ajenos. Y lo mejor desto es, que todo este tiempo, maldita la blanca Lázaro de Tormes gastó ni se la consentian gastar; antes si alguna vez yo de industria echaba mano a la bolsa fingiendo quererlo pagar, tomábanlo por afrenta, y mirábanme con alguna ira y decian: Nite, nite, Asticot, lanz, reprehendiéndome diciendo, que do ellos estaban nadie habia de pagar blanca.

Yo con aquello moríame de amores de tal gente, porque no solo esto; mas de perniles de tocino, pedazos de piernas de carnero cocidas en aquellos cordiales vinos, con mucha de la fina especia, y de sobras de cecinas y de pan me henchian la falda y los senos cada vez que nos juntábamos, que tenia en mi casa de comer yo y mi mujer basta hartar una semana entera. Acordábame en estas harturas de las mias hambres pasadas, y alababa al Señor, y dábale gracias, que así andan las cosas y tiempos. Mas como dice el refrán, quien bien te hará, ó se te irá, 6 se morirá. Así me acaeció, que se mudó la gran corte, como hacer suele; y al partir fuí muy requerido de aquellos mis grandes amigos me fuese con ellos, y que me harian y acontecerian: mas acordándome del proverbio que se dice: mas vale el mal conocido, que el bien por conocer, agradeciéndoles su buena voluntad, con muchos abrazos y tristeza me despedi dellos. Y cierto, si casado no

fuera no dejara su compañía, por ser gente muy hecha à mi gusto y condicion. Y es vida graciosa la que viven no fantastigos, ni presumptuosos, sin escrúpulo ni asco de entrarse en cualquier bodegon, la gorra quitada si el vino lo merece gente llana y honrada, y tal y tan bien proveida, que no me la depare Dios peor cuando buena sed tuviere.

Mas el amor de la mujer y de la patria que ya por mia tengo, pues como dicen: de do eres hombre, tiraron por mí; y así me quedé en esta ciudad, aunque muy conocido de los moradores della, con mucha soledad de los amigos y vida cortesana. Estuve muy á mi placer con acrecentamiento de alegría y linaje por el nacimiento de una muy hermosa niña, que en estos medios mi mujer parió, que aunque yo tenia alguna sospecha, ella me juró que era mia; hasta que á la fortuna le pareció haberme mucho olvidado, y ser justo tornarme á mostrar su airado y severo gesto cruel, y aguarme estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte. ¡Oh gran Dios! Y ¿quién podrá escribir un infortunio tan desastrado, y acaecimiento tan sin dicha, que no deje holgar el tintero poniendo la pluma á sus ojos?

CAPITULO II.

Cómo Lázaro, por importunacion de amigos, se fué à embarcar para la guerra de Arjel, y lo que allá le acaeció.

Sepa vuestra merced, que estando el triste Lázaro de Tormes en esta gustosa vida, usando su oficio y ganando él muy bien de comer y de beber, porque Dios no crió tal oficio, y vale mas para esto que la mejor veinte-y-cuatría de Toledo; estando asimismo muy contento y pagado con mi mujer, y alegre con la nueva hija, sobreponiendo cada dia en mi casa alhaja sobre alhaja, mi persona muy bien tratada, con dos pares de vestidos, unos para las fiestas y otros para de contino, y mi mujer lo mismo, mis dos docenas de reales en el arca, vino á esta ciudad, que venir no debiera, la nueva para mí y aun para otros muchos de la ida de Arjel. Y comenzáronse de alterar unos, no sé cuántos vecinos, diciendo: vamos allá, que de oro hemos de venir cargados. Y comenzáronme con esto a poner codicia; dijelo á mi mujer, y ella, con gana de volverse

con mi señor el arcipreste, me dijo: haced lo que quisiéredes; mas si allá vais y buena dicha teneis, una esclava querria que me trujésedes que me sirviese, que estoy harta de servir toda mi vida. Y también para casar á esta niña no serian malas aquellas tripolinas y doblas zahenas, de que tan providos dicen que están aquellos perros moros. Con esto, y con la codicia que yo me tenia, determiné (que no deviera ) ir á este viaje. Y bien me lo desviaba mi señor el arcipreste, mas yo no lo queria creer; al fin habian de pasar por mi mas fortunas de las pasadas. Y así, con un caballero de aquí, de la órden de San Juan, con quien tenia conocimiento, me concerté de le acompañar y servir en esta jornada, y que él me hiciese la costa, con tal que lo que alla ganase fuese para mí. Y así fué que gané, y fué para mí mucha malaventura, de la cual, aunque se repartió por muchos, yo truje harta parte.

Partimos desta ciudad aquel caballero y yo, y otros, y mucha gente, muy alegres y muy ufanos como á la ida todos van; y por evitar prolijidad de todo lo acaecido en este camino no hago relacion, por no hacer nada á mi propósito, mas de que nos embarcamos en Cartagena, y entramos en una nao bien llena de gente y vituallas, y dimos con nosotros donde los otros; y levantóse en el mar la cruel y porfiada fortuna que habrán contado à vuestra merced, la cual fué causa de tantas muertes y pérdida, cual en el mar gran tiempo ha no se perdió, y no fué tanto el daño que la mar nos hizo, como el que unos a otros nos hecimos. Porque, como fué de noche, y aun de dia el tiempo recio de las bravas ondas y olas del tempestuoso mar tan furiosas, ningun saber habia que lo remediase, que las mismas naos se hacian pedazos unas con otras, y se anegaban con todos los que en ellas iban. Mas pues sé que de todo lo que en ella pasó y se vió yuestra merced estará, como he dicho, informado de muchos que lo vieron y pasaron y quiso Dios que escaparon, y de otros á quien aquellos lo han contado, no me quiero detener en ello, sino dar cuenta de lo que nadie sino yo la puede dar, por ser yo solo el que lo vió, y el que de todos los otros juntos que allí estuvieron, ninguno mejor que yo lo ví. En lo cual me hizo Dios grandes mercedes, segun vuestra merced oirá.

De moro ni de mora no doy cuenta, porque encomiendo al diablo el que yo vi. Mas ví la nuestra nao hecha pedazos por muchas partes, víla hacer por otras tantas, no viendo en ella mástil ni entena, todas las obras muertas derribadas, y el casco tan hecho cascos, y tal cual he dicho. Los capitanes y gente granada que en ella iban saltaron en el barco, y procuraron de se mejorar en otras naos, aunque en aquella sazon pocas habia que pudiesen dar favor. Quedamos los ruines en la ruin y triste nao, porque la justicia y cuaresma diz que es mas para estos que para otros. Encomendámosnos á Dios, y comenzámosnos á confesar unos á otros, porque dos clérigos que en nuestra compañía iban, como se decian ser caballeros de Jesucristo, fuéronse en compañía de los otros y dejȧ- | ronnos por ruines. Mas yo nunca ví ni oí tan admirable confesion que confesarse un cuerpo antes que se muera, acaecedera cosa es, mas aquella bora entre nosotros no hubo ninguno que no estuviese muerto. Y muchos que cada ola que la brava mar en la mansa nao embestia, gustaban la muerte, por manera que pueden decir que estaban cien veces muertos, y así á la verdad las confesiones eran de cuerpos sin almas. A muchos dellos confesé, pero maldita la palabra me decian sino sospirar y dar tragos en seco, que es comun á los turbados, y otro tanto hice yo á ellos, pues estándonos anegando en nuestra triste nao, sin esperanza de ningun remedio que para evadir la muerte se nos mostrase, después de llorada por mí mi muerte, y arrepentido de mis pecados, y mas de mi venida alli; después de haber rezado ciertas devotas oraciones que del ciego mi primero amo aprendí aprobadas para

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aquel menester, con el temor de la muerte vinome una mortal y grandísima sed, y considerando cómo se habia de satisfacer con aquella salada mal sabrosa agua del mar, parecióme inhumanidad usar de poca caridad conmigo mismo, y determiné que en lo que mala agua habia de ocupår, era bien engullirlo de vino escelentísimo que en la nao habia, el cual aquella hora estaba tan sin dueño como yo sin alma, y con mucha priesa comenzé á beber. Y allende de la gran sed que el temor de la muerte y la angustia della me puso, y también no ser yo de aquel oficio mal maestro, el desatino que yo tenia, sin casi saber lo que hacia, me ayudó de tal manera que yo bebí tanto, y de tal suerte me atesté descansando y tornando á beber, que sentí de la cabeza á los piés no quedar en mi triste cuerpo rincon ni cosa que de vino no quedase llena, y acabando de hacer esto y la nao hecha pedazos de sumirse con todos nosotros todo fué uno; esto seria dos horas después de amanecido; quiso Dios que con el gran desatino que hube de me sentir del todo en el mar sin saber lo que hacia, eché mano á mi espada, que en la cinta tenia, y comencé á bajar por mi mar abajo.

Aquella hora ví acudir allí gran número de pescados grandes y menores de diversas hechuras, los cuales lijeramente saliendo, con sus dientes de aquellos mis compañeros despedazaban y los talaban. Lo cual viendo, temi que lo mismo harian á mí que á ellos si me estuviese con ellos en palabras; y con esto dejé el bracear, que los que se anegan hacen, pensando con aquello escapar de la muerte, de mas y allende que yo no sabia nadar, aunque nadé por el agua para abajo, y caminaba cuanto podia mi pesado cuerpo, y comenzóme á apartar de aquella ruin conversacion, priesa y ruido y muchedumbre de pescados, que al traquido que la nao dió acudieron; pues yendo yo así bajando por aquel muy hondo piélago, sentí y ví venir tras mi grande furia de un crecido y grueso ejército de otros peces, y segun pienso venian ganosos de saber á qué yo sabia; y con muy grandes silbos y estruendo se llegaron á quererme asir con sus dientes; yo que tan cercano á la muerte me ví, con la rabia de la muerte sin saber lo que hacia, comienzo à esgremir mi espada, que en la diestra mano llevaba desnuda, que aun no la habia desamparado, y quiso Dios me sucediese de tal manera, que en un pequeño rato hice tal riza dellos, dando á diestro y á siniestro, que tomaron por partido apartarse de mi algun tanto; y dándome lugar, se comenzaron á ocupar en se cebar de aquellos de su misma nacion à quien yo defendiéndome habia dado la muerte, lo cual yo sin mucha pena hacia, porque como estos animales tengan poca defensa y sus cuberturas menos, en mi mano era matar cuantos queria, y á cabo de un gran rato que dellos me aparté yéndome siempre bajando, y tan derecho como si llevara mi cuerpo y piés fijados sobre alguna casa, llegué á una gran roca que en medio del hondo mar estaba, y como me ví en ella de piés, holguéme algun tanto y comencé à descansar del gran trabajo y fatiga pasada, la cual entonces sentí, que hasta allí con la alteracion y temor de la muerte no habia tenido lugar de sentir.

Y como sea comun cosa á los afligidos y cansados respirar, estando sentado sobre la peña di un gran suspiro, y caro me costó, porque me descuidé y abrí la boca que hasta entonces cerrada llevaba, y como habia ya el vino hecho alguna evacuacion por haber mas de tres horas que se habia envasado lo que dél faltaba, tragué de aquella salada y desaborida agua, la cual me dió infinita pena, rifando dentro de mi con su contrario. Entonces conocí como el vino me habia conservado la vida, pues por estar lleno del hasta la boca no tuvo tiempo el agua de me ofender; entonces ví verdaderamente la filosofia que cerca desto habia profetizado mi ciego, cuando en Escalona me dijo que si à hombre el vino habia de dar vida, habia de ser á mí. Entonces tuve gran lastima de mis compañeros

pasó fortunas en la mar cuajada. Y esto hecho, no dejé oracion dé cuantas sabia que del ciego habia deprendido que no recé con mucha devocion: la del conde, la de la emparedada, el justo juez, y otras muchas que tienen virtud contra los peligros del agua.

que en el mar padecieron, porque no me acompañaron en el beber; que si lo hicieran estuvieran allí conmigo, | con los cuales yo recibiera alguna alegría. Entonces entre mi lloré todos cuantos en el mar se habian anegado, y tornaba a pensar, quizá au.que bebieran, no tuvieran el teson conveniente, porque no son todos Lázaro de Tormes, que deprendió el arte en aquella insigne escuela y bodegones toledanos con aquellos señores de otra tierra. Pues estando así pasando por la memoria esta y otras cosas, ví que venian do yo estaba un gran golpe de pes-reado y medio ahogado de mucha agua que, como he di

cados, los unos que subian de lo bajo, y los otros que bajaban de lo alto, y todos se juntaron y me cercaron la peña; conocí que venian con mala intencion, y con mas temor que gana me levanté con mucha pena, y me puse en pié para ponerme en defensa; mas en vano trabajaba, porque á esta sazon yo estaba perdido y encallado de aquella mala agua que en el cuerpo se me entró ; estaba tan mareado que en piés no me podia tener ni alzar la espada para defenderme. Y como me vi tan cercano à la muerte, miré si veria algun remedio; pues buscallo er. la defensa de mi espada no habia lugar por lo que dicho tengo, y andando por la peña como pude, quiso Dios ballé en ella una abertura pequeña, y por ella me metí; y de que dentro me ví, vi que era una cueva que en la mesma roca estaba, y aunque la entrada tenia angosta, dentro habia harta anchura, y en ella no había otra puerta. Parecióme que el Señor me habia traido allí para que cobrase alguna fuerza de la que en mí estaba perdida; y cobrando algun ánimo vuelvo el rostro á los enemigos, y puse á la entrada de la cueva la punta de mi espada. Y asimismo comienzo con muy fieras estocadas á defender mi homenaje. En este tiempo toda la muchedumbre de los pescados me cercaron, y daban muy grandes vueltas y arremetidas en el agua, y llegábanse junto à la boca de la cueva; mas algunos que de mas atrevidos presumian, procurando de me entrar, no les iba dello bien; y como yo tuviese puesta la espada lo mas recio que podia con ambas manos á la puerta, se metian por ella y perdian las vidas, y otros que con furia llegaban heríanse malamente; mas no por esto levantaban el cerco. En esto sobrevino la noche, y fué causa que el combate algo mas se aflojó, aunque no dejaron de acometerme muchas veces por ver si me dormia, ó si hallaban en mi flaqueza.

Pues estando el pobre Lázaro en esta angustia, viéndome cercado de tantos males en lugar tan estraño y sin remedio; considerando como mi buen conservador el vino poco a poco me iba faltando, por cuya falta la salada agua se atrevia y cada vez se iba conmigo desvergonzando, y que no era posible poderme sustentar, siendo mi ser tan contrario de los que allí lo tienen, y que asimismo cada hora las fuerzas se me iban mas faltando, así por haber gran rato que à mi atribulado cuerpo no se habia dado refecion sino trabajo, como porque el agua digiere y gasta mucho. Ya no esperaba mas de cuando el espada se me cayese de mis flacas y tremulentas manos, lo cual luego que mis contrarios viesen, ejecutarian en mi muy amarga muerte, haciendo sus cuerpos sepultura; pues todas estas cosas considerando, y ningun remedio habiendo, acudí á quien todo buen cristiano debe acudir, encomendándome al que da remedio á los que no le tienen, que es el misericordioso Dios nuestro Señor.

Alli de nuevo comencé à gimir y llorar mis pecados, y a pedir dellos perdon y á encomendarme à él de todo mi corazon y voluntad, suplicándole me quisiese librar de aquella rabiosa muerte, prometiéndole grande enmienda en mi vivir, si de dármela fuese servido. Después torné mis plegarias á la gloriosa santa María madre suya, y señora nuestra, prometiéndola visitalla en sus casas de Montserrat y Guadalupe, y la Peña de Francia; después vuelvo mis ruegos á todos los santos y santas, especialmente à Santelmo y al señor Sant Amador, que también

Finalmente, el Señor por virtud de su pasion, y por los ruegos de los dichos y por lo demás que ante mis ojos tenia, quiso obrar en mi un maravilloso milagro, aunque á su poder pequeño; y fué que estando yo asi sin alma, ma

cho, se me habia entrado á mi pesar, y asímismo encallado y muerto de frio de la frialdad, que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca habia sentido, trabajado y hecho pedazos mi triste cuerpo de la congoja y continua persecucion, y desfallecido del no comer, á deshora senti mudarse mi ser de hombre, quiera no me caté, cuando me vi hecho pez ni mas ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cerrado me habian tenido y tenian. A los cuales luego que en su figura fuí tornado, conocí que eran atunes, entendí cómo entendian en buscar mi muerte, y decian: este es el traidor de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Este es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados, que tan ejecutivamente se ha habido con nosotros desde ayer acá hiriendo y matando tantos de los nuestros; no es posible que de aquí vaya; mas venido el dia tomaremos dél venganza. Así oia yo la sentencia que los señores estaban dando contra el que ya hecho atun como ellos estaba. Después que un poco estuve descansado y refrescando en el agua, tomando aliento y hallándome tan sin pena y pasion como cuando mas sin ella estuve, lavando mi cuerpo de dentro y de fuera en aquella agua que al presente y dende en adelante muy dulce y sabrosa hallé, mirándome á una parte y á otra por ver si veria en mí alguna cosa que no estuviese convertido en atun, estándome en la cueva muy á mi placer, pensé si seria bien estarme alli hasta que el dia viniese; mas hube miedo me comiesen, y tes fuese manifiesta mi conversion; por otro cabo temia la salida por no tener confianza de mí si me entenderia con ellos, y les sabria responder á lo que me interrogasen, y fuese esto causa de descubrirse mi secreto, que aunque los entendia y me veia de su hechura, tenia gran miedo de verme entre ellos. Finalmente, acordé que lo mas seguro era no me haHlasen allí, porque ya que no me tuviesen por dellos, como no fuese hallado Lázaro de Tormes, pensarian yo haber sido en salvalle, y me pedirian cuenta dél: por lo cual me pareció que saliendo antes del dia y mezclándome con ellos, con ser tantos, por ventura no me echarian de ver, ni me hallarian estraño: y como lo pensé, así lo puse por obra.

CAPITULO III.

Cómo Lázaro de Tormes hecho atun salió de la cueva, y cómo le tomaron las centinelas de los atunes, y lo llevaron ante el general. En saliendo, señor, que salí de la roca, quise luego probar la lengua, y comencé à grandes voces à decir: muera, muera, aunque apenas habia acabado estas palabras, cuando acudieron las centinelas que sobre el pecador de Lázaro estaban, y llegados á mí me preguntan quién viva. Señor, dije yo, viva el pece y los ilustrísimos atunes: pues ¿por qué das las voces? me dijeron: ¿qué has visto ó sentido en nuestro adversario, que así nos alteras? ¿de qué capitanía eres? Señor, yo les dije me pusiesen ante el señor de los capitanes, y que allí sabrian lo que preguntaban. Luego el uno destos atunes mandó á diez dellos me llevasen al general, y él se quedó haciendo la guardia con mas de diez mil atunes. Holgaba infinito de verme entender con ellos, y dije entre mi: «El que me hizo esta gran merced ninguna hizo coja.» Así caminamos y llegamos ya que amanecia al grau ejército, do habia juntos

tan gran número de atunes, que me pusieron espanto: como conocieron á los que me llevaban, dejáronnos pasar, y llegados al aposento del general, uno de mis guias, haciendo su acatamiento, contó en qué manera y en el lugar do me habian hallado, y que siéndome preguntado por su capitán Licio quién yo era, habia respondido que me pusiesen ante el general, y por esta causa me traian ante su grandeza.

El capitán general era un atun aventajado de los otros en cuerpo y grandeza, el cual me preguntó quién era, y cómo me llamaba, y en qué capitanía estaba, y qué era lo que pedia, pues pedí ser ante él traido. A esta sazon yo me hallaba confuso, y ni sabia decir mi nombre, aunque habia sido bien baptizado, escepto si dijera ser Lázaro de Tormes. Pues decir de dónde, ni de qué capitania, tampoco lo sabia, por ser tan nuevamente trasformado, y no tener noticia de las mares, ni conocimiento de aquellas grandes compañas, ni de sus particulares nombres, por manera que disimulandó alguna de las preguntas que el general me hizo, respondi yo, y dije: «señor, siendo tu grandeza tan valerosa como por todo el mar se sabe, gran poquedad me parece que un miserable hombre se defienda de tan gran valor y poderoso ejército, y seria menoscabar mucho su estado, y el gran poder de los atunes. Y digo, pues yo soy tu súbdito, y estoy ya tu mandado y de tu bandera, profiero á ponerte en poder de sus armas y despojo, y si no lo hiciere que mandes hacer justicia cruel de mí, aunque, por sí ó por no, no me ofrecia darle á Lázaro por no ser tomado en mal latin. Y este punto no fué de latin, sino de letrado mozo de ciego; hubo desto el general gran placer, por ofrecerme á lo que me ofrecí, y no quiso saber de mí mas particularidades; mas luego respondió, y dijo: «Verdad es que por escusar muertes de los mios está determinado tener cercado aquel traidor, y tomalle por hambre; mas si tú te atreves á entralle como dices, serte ha muy bien pagado, aunque me pesaria si por hacer tú por nuestro señor el rey y mí, tomases muerte en la entrada como otros han hecho; porque yo precio mucho á los mis esforzados atunes, y á los que con mayor ánimo veo querria guardar mas, como buen capitán debe hacer.-Señor, respondi yo, no tema tu ilustrísima escelencia mi peligro, que yo pienso lo efectuar sin perder gota de sangre.-Pues si así es, el servicio es grande, y te lo pienso bien gratificar; y pues el dia se viene, yo quiero ver cómo cumples lo que has prometido.»>

Mandó luego á los que tenian cargo, que moviesen contra el lugar donde el enemigo estaba; y esto fué admirable cosa de ver mover un campo pujante y caudaloso, que cierto nadie lo viera à quien no pusiese espanto. El capitán me puso à su lado, preguntándome la manera que pensaba tener para entralle; yo se la decia, fingiendo grandes maneras y ardides, y hablando llegamos á las centinelas que algo cerca de la cueva ó roca estaban. Y Licio, el capitán, el cual me habia enviado al general, estaba con toda su compañía bien á punto, teniendo de todas partes cercada la cueva; mas no por eso que ninguno se osase llegar a la boca della, porque el general lo habia enviado á mandar por evitar el daño que Lázaro hacia, y porque al tiempo que yo fuí convertido en atun, quedóse la espada puesta á la puerta de la cueva de aquella manera que la tenia cuando era hombre, la cual los atunes veian temiendo que el rebelado la tenia, y estaba tras la puerta. Y como llegamos, yo dije al general mandase retraer los que el sitio tenian, y que así él como todos se apartasen de la cueva, lo cual fue hecho luego. Y esto hice yo porque no viesen lo poco que habia que hacer en la entrada; yo me fuí solo, y dando muy grandes y prestas vueltas en el agua, y lanzando por la boca grandes espadañadas de ella: en tanto que yo esto hacia, andaba entre ellos de hocico en hocico la nueva como yo me babia ofrecido de entrar al negocio, y cia decir: él morirá, como

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otros tan buenos y osados han hecho. Dejadle, que presto veremos su orgullo perdido; yo fingia que dentro habia defensa, y me echaban estocadas como aquel que las habia echado, y fuia el cuerpo á una y otra parte. Y como el ejército estaba desmayado, no tenian lugar de ver que no habia que ver; tornaba otras veces à llegarme à la cueva y acometella con gran impetu, y á desviarme como antes. Yasi anduve un rato fingiendo pelea, todo para encarecer la cura. Después que esto hice algunas veces algo desviado de la cueva, comienzo á dar grandes voces porque el general y ejército me oyesen, y á decir: ¡Oh mezquino hombre ! ¿ Piens as que te puedes defender del gran poder de nuestro gran rey y señor, y de su gran capitán, y de los de su pujante ejército? ¿Piensas pasar sin castigo de tu gran osadía, y de las muchas muertes que por tu causa se han hecho en nuestros amigos y deudos? Date, date á prision al insigne y gran caudillo; por ventura habrá de tí merced. Rinde, rinde las armas que te han valido; sal del lugar fuerte do estas, que poco te ha de aprovechar, y métete en poder del que ningun poder en el gran mar le iguala.

Yo que estaba, como digo, dando estas voces, todo para almohazar los oidos al mandon, como hacer se suele, por ser cosa de que ellos toman gusto, llega á mi un atun, el cual me venia á llamar de parte del general: yo me vine para él, al cual y á todos los mas del ejército hallé finados de risa; y era tanto el estruendo y ronquidos que en el reir hacian, que no se oian unos á otros como yo llegué, espantado de tan gran novedad, mandó el capitán general que todos callasen, y así hubo algun silencio, aunque á los mas les tornaba á arreventar la risa, y al fin con mucha pena oí al general, que me dijo: «compañero, si ótra forma no teneis de entrar la fuerza á nuestro enemigo que la de hasta de aquí, ni tú cumplirás tu promesa, ni yo soy cuerdo en estarte esperando, y mas que solamente te he visto acometer la entrada y no has osado entrar, mas de ver te poner con eficacia en persuadir á nuestro adversario, lo que debe de hacer cualquiera. Y esto, al parecer mio, y de todos estos, tenias bien escusado de hacer, y nos parece tiempo muy mal gastado y palabras muy dichas à la llana, porque ni lo que pides ni lo que has dicho en mil años lo podrás cumplir, y desto nos reimos, y es muy justa nuestra risa, ver que parece que estás con él platicando como si fuese otro tú, y en esto tornaron á gran reir. Y yo caí en mi gran necedad, y dije entre mí: «si Dios no me tuviese guardado para mas bien, de ver estos necios lo poco y malo que yo sé usar de atun, caerian en que si tengo el ser, no el natural.» Con todo, quise remediar mi yerro, y dije: «cuando hombre, señor, tiene gana de efectuar lo que piensa, acaécele lo que a mí.» Alza el capitán y todos otra mayor risa, y dijome: «luego hombre eres tú.» Estuve por responder: tú dijiste. Y cabia bien, mas hube miedo que en lugar de rasgar su vestidura se rasgara mi cuerpo. Y con esto dejé las gracias para otro tiempo mas conveniente.

Yo, viendo que á cada paso decia mi necedad, y pareciéndome que á pocos de aquellos jaques podria ser mate, comenceme à reir con ellos, y sabe Dios que regañaba con muy fino miedo que à aquella sazon tenia. Y dijele: «gran capitán, no es tan grande mi miedo como algunos lo hacen, que como yo tenga contienda con hombres, vase la lengua à lo que piensa el corazon. Mas ya me parece que tardo en cumplir mi promesa, y en darte venganza de nuestro contrario; con tanto, con tu licencia, quiero volver á dar fin á mi hecho. «Tú la tienes, » me dijo. Y luego, muy corrido y temeroso de tales acaecimientos, me volví á la pena, pensando cómo me convenia estar mas sobre el aviso en mis hablas. Y llegando a la cueva acaecióme un acaecimiento, y tornándome á retraer muy de presto, me junté del todo à la puerta, y tomé en la boca lo que otras veces en la mano tomaba, y estuve pensando qué haria,

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