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CAPÍTULO XXVI.

AGITACION ANTI-CATÓLICA EN LOS ESTADOS UNIDOS.

Maquinaciones de los enemigos de la Iglesia para detener el progreso de esta en los Estados Unidos.-Agitacion anticatólica.-Servicios del Padre Varela, durante la contienda.-Artículos de controversia en los periódicos que se pu blicaban en aquel tiempo.

La vida de un sacerdote católico en los Estados Unidos, especialmente en la época en que le tocó figurar en este terreno al Padre Varela, ni fué nunca regalada y fácil, ni ha dejado de estar en ocasiones expuesta á grandes riesgos. No es aquí, por cierto, donde los Obispos, convertidos en altos funcionarios del órden civil, respetados y considerados por el Gobierno en razon directa de los sacrificios que hacen en favor suyo, son ricos potentados, que no pueden vivir sino en palacios, ni presentarse en público, sino en fastuosos carruajes, y rodeados de lacayos galonados. Aquí los servidores de Jesu-Cristo, obispos y pastores, rivalizan en humildad, pobreza, abnegacion

y constante sacrificio de sí mismos, en favor de sus semejantes, y para la mayor gloria de Dios y de su Iglesia. Así es, que al paso que aquí florece ésta con tan maravillosa lozanía, y de una manera tan progresiva y tan constante, se entibia lastimosamente en otras partes, y se convierte en ocasion, ó por lo ménos en pretexto, de perturbaciones considerables.

Pero esta vitalidad de la Iglesia católica en los Estados Unidos no se asegura y consolida sin trabajo. Contemporáneamente con la época en que el Padre Varela desempeñaba su ministerio pastoral en la iglesia denominada de Cristo, se hacia sentir por donde quiera en los Estados Unidos una extraordinaria agitacion anticatólica que culminó en motines, incendios de iglesias y conventos, calumnias por los diarios, y en general por medio de la prensa, persecuciones y amenazas.

La ley, lo mismo entónces que en el dia, era respecto de este punto tan perfecta como es posible; pero los hombres no habian aún llegado á comprenderla y practicarla en tanto grado como ahora. Hablando de esto mismo, escribia el Padre Varela en 1838: "la tolerancia legal no puede negarse que es perfectísima en este país, pues á excepcion de algun caso muy extraordinario, que puede mirarse como un fenómeno, jamás se encuentra un juez, ni un jurado, que no proceda con imparcialidad y firmeza, cuando se trate de asegurar la libertad de conciencia, sancionada por la Constitucion, y en esta parte no podemos quejarnos los católicos. No creo que hay otro país en que esta se observe con tanto rigor, y de aquí depende su tranquilidad.” ÷ Pero ésto que era una verdad innegable, y lo es más aún en el dia, no excluia lo que á veces se convirtió en

† Cartas á Elpidio, tomo II pág. 150.

decidida persecucion de hecho, y lo que el mismo Padre Varela calificó de intolerancia social, en el interesante libro que acaba de citarse.

Cuenta en él, por ejemplo, * que una vez, miéntras estaba "dando la comunion á un enfermo en el Hospital de la ciudad, se propuso burlarse de ellos uno de los protestantes que allí habia, y para ello empezó á tocar con las tenazas contra la estufa (pues era en invierno) como se toca la campanilla en nuestras iglesias, al tiempo de administrar el sacramento. Una Señora católica que habia ido conmigo á visitar al enfermo, notó el insulto como yo, y ambos compadecimos á aquel grosero miserable."

"Otra ocasion, añade, fuí al Hospital de Marina á visitar un enfermo que me habia mandado llamar, y apénas entré en el cuarto, cuando vino tras de mí un caballero que al principio no pude conocer que tuviese cargo alguno eclesiástico. Suplicándole yo que saliese del cuarto para poder hablar al enfermo, me dijo una porcion de pesadeces, á las que contesté que no era tiempo de discutir los puntos de mi religion, y que el enfermo que pertenecia á mi iglesia me habia mandado llamar. Entónces para insultarme de todos modos me dió á conocer que no creia en mi palabra, y dirigiéndose al enfermo le preguntó si era cierto que me habia mandado llamar. El pobre moribundo le contestó que sí, con cuya respuesta ya no tenia derecho alguno por los reglamentos del Hospital para permanecer allí, pues era claro que el enfermo queria hablarme en privado, y él no tenia que saber lo que me hablaba. Yo conocí su embarazo, y aunque pude haberle dicho mucho, me contenté con suplicarle nuevamente que salie

* Cartas á Elpidio, tomo II, pág. 145.

se del cuarto. Entónces con un aire de arrogancia me dijo que no sabia porque habia de salir, y que no saldria. Yo veré, le dije, si en este establecimiento mi religion es protegida, ó si debe sujetarse al capricho de usted. La religion de usted, me contestó será respetada; pero no su romanismo. Lo verémos, le dije saliendo del cuarto, donde nada podia hacer con aquel majadero, y dirigiéndome á la habitacion del Director del Hospital. Pero advirtiendo que él tambien habia salido del cuarto, pues verdaderamente solo entró en él para mortificarme, volví para atrás, confesé y oleé á mi enfermo (pues ya sabrás que aquí llevamos siempre en el bolsillo una cajita de plata con los óleos), y fuí prontamente para mi iglesia, á traer el sacramento; mas aunque me tardé muy poco, cuando volví ya estaba muerto el enfermo. Reflexioné entónces sobre el daño que me hubiera hecho aquel majadero, si no hubiera salido del cuarto, ó si yo me hubiera empeñado en ir á disputar el punto ante el Superior del Hospital. Sin embargo, consultándome con el Señor Doctor Powell, eclesiástico esclarecido, convinimos en que no debiamos dejar el asunto de la mano, y fuimos al Hospital á tiempo que tenian su junta los trustees. Anunciándoles que queriamos hablarles, diéronnos entrada y debo confesar que nos trataron con mucha política y consideracion. Oida nuestra queja, expusieron lo sensible que les era, y prontamente averiguaron quién era la persona que habia tenido el altercado conmigo, y resultó ser uno de los funcionarios de la iglesia baptista. Dieron órden para que se le hiciera entender que ningun ministro de ninguna religion debia ser molestado en el Hospital, y que si volvia á infringir la regla se le prohibiria la entrada. Cuando se trata de leyes y de reglas todo va bien; pero en los sentimientos no hay tolerancia."

"Un caso semejante le habia sucedido en el mismo Hospital á un eclesiástico benemérito, el Señor Malon, quien dejó un crucifijo en mano de un enfermo, y luego que este murió, empezó una criada á burlarse de la imágen, haciendo mil juegos con ella. Dieron aviso al Señor Malon de lo que pasaba en el Hospital, y fué para allá prontamente, increpó á la impía profanadora y á los que con ella se habian burlado de la imágen de su Redentor: dió la queja á los superiores, y obtuvo una completa satisfaccion. Ya otro eclesiástico habia sido tratado de impostor en el mismo hospital por una Señora que creo es esposa de uno de los principales de aquel establecimiento. En fin, los casos no son tan raros como algunos creen."

"Habrá poco más de un mes que una pobre me pidió un certificado de su conducta, para que en vista de él (segun creia) pudiesen entregarla sus hijos, que sin anuencia suya habian puesto en la Casa de Pobres. Presentó el documento, y el Señor Regidor Palmer, que parece era el principal de la comision encargada de aquel establecimiento, luego que vió mi firma, dijo en alta voz con gran risa y desprecio: ¿ cree usted que voy & á hacer caso de la firma de un clérigo católico? con más consideracion miraria la de un cargador de basura. El hombre que ha puesto esta firma le perdonará á usted todos sus pecados por un medio real, y ¿quiere usted que le crea cosa alguna que diga ?”

Los insultos y la injuria culminaron en muchos casos con deplorables atentados en las vias de hecho, y hasta con crímenes espantosos. El fanatismo intole rante de las masas en Boston llegó al extremo de incendiar en una noche el convento de monjas Ursulinas estabelecido en Charlestown. "El convento, segun la naturaleza del instituto, era una casa de educacion,

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