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apóstoles, seria capaz de pintar la virtud con los vivos colores que él lo hace, copiándola del original que alberga en su pecho. Perdona, ¡ oh varon justo! perdona que yo ensalce el mérito que te distingue, no en gracia del autor que ni necesita, ni admite semejante homenage, sino en obsequio de algunos de nuestros mismos compatriotas, que no tienen la dicha de conocerte tanto como yo, para que la obra de tu alma y do tu corazon surta mejor el suspirado efecto; y esta idea hará reconciliar tu excesiva modestia con mi justificada osadia. Fuerza es publicarlo para nuestro bien para que cunda y prenda por do quiera la semilla de las sanas doctrinas, quedando ahogada la zizaña. De tí puede decirse con más verdad que de ningun otro mortal, “ que haces lo que dices, y dices lo que sientes." Continúa, pues, digno sacerdote de la verdad, en tu ministerio de bendicion. Continua en derramar sobre nosotros esos raudales de luz con que plugo al Padre de las luces iluminar tu grande entendimiento; y acaba de calmar cuanto ántes con el bálsamo de tus palabras aquel vehemente deseo que tan patéticamente nos has inspirado tú mismo, al terminar esta primera parte. Dígnate acceder á nuestros votos, aunque no fuera más que para enjugar las lágrimas que tan copiosamente hemos vertido, y para siempre vertirémos. He aquí las palabras:

"No ignoras que circunstancias inevitables me separan para siempre de mi patria: sabes tambien que la juventud á quien consagré en otro tiempo mis desvelos, me conserva en su memoria, y dícenme que la naciente no oye con indiferencia mi nombre. Te encargo pues que seas el órgano de mis sentimientos, y que procures de todos modos separarla del escollo do la irreligiosidad. Si mi experiencia puede dar algun peso á mis razones, díles que un pobre de cuya ingenuidad no creo que dudan, y que por desgracia, ó por fortuna, conoce á fondo á los impios, 6 puede asegurarles que son unos desgraciados, y les advierte y suplica que eviten tan funesto precipicio. Díles que ellos son la dulce esperanza de la patria, y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad.' "Ya, mi Elpidio, no nos verémos, á no ser que vengas á hacerme, una visita. Entretanto pienso mandarte otra série de cartas sobre la supersticion y el fanatismo, si el cielo me conserva la salud que disfruto, pues aun me hallo en los cuarenta y ocho años de mi edad, y más fuerte que á los veinte. Sin embargo, fórmase ya en el horizonte de mi vida la infausta nube de la ancianidad, y allá á los lejos se divisan los lúgubres confines del imperio de la muerte. La naturaleza en sus imprescriptibles leyes me anuncia decadencia, y el Dios de bondad me advierte que va llegando el término del préstamo que me hizo de la vida. Yo me arrojo en los brazos de su clemencia, sin otros méritos que

los de su Hijo; y guiado por la antorcha de la fé, camino al sepulcro, en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer con el último suspiro, una protestacion de mi firme creencia, y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria."

"Adios, Elpidio: adios!"

Habana, 23 de Diciembre de 1835.

La tradicion refiere que este Elpidio á quien se diri. jen las cartas era el mismo Señor Don José María Casal, á quien tan á menudo hemos nombrado en este libro. Otros dicen que era el Señor Don José de la Luz y Caballero. Pero puede ser tambien, y así será probablemente, que no fuese ninguno de los dos, sino que el nombre se inventase sin relacion á persona alguna. Este es asunto, sin embargo, sobre el que jamas hemos podido conseguir una noticia satisfactoria.

CAPÍTULO XXXI.

1836.

IGLESIA DE LA TRANSFIGURACION.

Incremento de la poblacion católica.-Compra por el Señor Delmonico, para el Padre Varela, del templo presbiteriano reformado de Chambers Street.— Se funda en él la nueva iglesia de la Transfiguracion.-El Padre Varela es nombrado Pastor de esta iglesia.--Sus tareas y penalidades en la nueva parroquia.

Como se dijo cuando hablamos sobre el incendio de la antigua iglesia de Cristo, en Ann Street, y su traslacion á la calle de Santiago, la poblacion católica de New York habia ido creciendo, en la misma proporcion asombrosa que lo sigue haciendo todavía no solo en aquella metropolí, sino en todo el resto del país. Era patente por lo mismo la necesidad de que se erigiese un nuevo templo; pero los recursos pecuniarios con que podia contarse para hacerlo, no se consideraban suficientes. El Obispo, el Padre Varela y los demás clérigos de la ciudad se hallaban todos preocupados

con esta idea, pero su realizacion se hacia aun más difícil, pues acababa de salirse de uno de esos momentos de fiebre, que suelen aparecer de cuando en cuando en la vida de los negocios económicos y mercantiles, y la propiedad raiz se hallaba entónces en gran alza, valiendo á precios fabulosos. Una circunstancia inesperada que no vaciliariamos en denominar providencial, vino á sacar las cosas de este estado, y propor cionar al santo y sabio sacerdote de la Habana un nuevo campo de trabajo.

Cuenta el Señor Valerino en los apuntes que hemos citado varias veces, que el Señor Don Juan Delmonico, padre de los que han acabado de hacer este nombre tan popular y respetado en Nueva York, era muy amigo del Padre Varela, y experimentaba por él aquella especie de sentimiento de devocion que sabia inspirar por regla general entre todos sus feligreses, y que todavía al cabo de tantos años hemos podido apreciar por nosotros mismos, en conversaciones con personas de aquella época, que han sobrevivido.* Añade que un dia, al retirarse este señor para su casa, acertó á pasar por la calle de Chambers, en las inmediaciones de la Casa consistorial, á la sazon que estaban rematando un templo presbiteriano que allí existia, y que impulsado por su fervor religioso, y por su amor y admiracion hácia el Padre Varela, le ocurrió el generoso pensamiento de comprar la iglesia y ponerla á la disposi

* Hemos conversado en Nueva York con personas de ambos sexos que conservan como reliquias venerandas una pequeña porcion de sus cabellos, 6 un retacito de su sotana. En la modesta sala de un sastre en el Bowery, un retrato del Padre Varela ocupa el lugar de preferencia. Y un caballero de Harlem, para quien nos fué proporcionada una carta de introduccion, ha acostumbrado, mientras pudo, hacer todos los años una peregrinacion á San Agustin de la Florida para ir á orar sobre su tumba.

cion de su santo amigo. Ejecutándolo sin tardanza, entró en el remate, hizo posturas y consiguió cerrar la compra por cantidad de cincuenta y seis mil pesos, pagando cierta suma de contado, y dejando el resto, asegurado con hipoteca sobre el mismo edificio y su terreno, para abonarse á plazos diferentes. Hecho esto, y otorgada la escritura que se extendió á nombre de Felix O'Neil y otras personas, con el carácter de trustees, 6 encargados, ó fideicomisarios, segun el sistetema en boga en aquel tiempo, pero expresándose en ella que el dinero habia sido suministrado por el Padre Varela, puso el Señor Delmonico á la disposicion de este el edificio adquirido, entregándole sus llaves.

No se ocultaron al esclarecido sacerdote las dificultades que este negocio habia de suscitarle necesariamente, por virtud de lo crecido del precio, y la importancia de la suma que debia pagar con intereses; pero la cosa estaba hecha, y además le era imposible dejar de agradecer profundamente, y de aplaudir tambien en alto grado, la generosa accion del Señor Delmonico. Otro tanto le sucedió al Obispo; y así fué que aprobado el negocio, se procedió sin pérdida de tiempo á la reparacion del edificio, verificando en él las modificaciones indispensables. Una vez concluidas estas se dedicó solemnemente el templo bajo el nombre de Iglesia de la Transfiguracion, * nombrándose pastor de ella al Padre Varela, y Teniente Cura, ó ayudante, como se dice en este país, al Rev. Padre Alejandro Mupietti.

* El pueblo designa todavía esta iglesia con el nombre de la iglesia del Padre Varela, (Father Varela's Church). Segun el Dr. Greenleaf (History of the Churches, etc. ya citada, los servicios se inauguraron el 31 de Marzo de 1836.

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