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LA FORTALEZA.

La fortaleza sostiene al hombre en los peligros: le enseña á sufrir los males; á no vacilar en la abundancia de los bienes; y á emprender grandes obras. Pero es preciso que no degenere en temeridad, 6 mejor dicho, en barbarie; pues hay muchos que creen que son fuertes, porque se exponen á todos los peligros sin necesidad, y buscan, por decirlo así, los males, para ostentar que pueden sufrirlos. Otros destierran de su alma la compasion: otros aspiran al bárbaro ejercicio de sus fuerzas contra sus semejantes, como lo harian entre sí los animales mas feroces; y esto creen que es la virtud de la fortaleza. ¡Qué engañados viven! Toda virtud es racional, y no puede inspirarnos operaciones tan brutales.

LA IRA.

La ira convierte al hombre en una fiera, privándole de todo el uso de su razon. Basta decir esto para entender que debe ser reprimida. Sin embargo, hay una ira santa, que es la que excita en un espíritu arreglado la vista del crímen y la obstinacion del criminal. En tal caso, debe arreglarse por la ley divina y humana, para no perder el amor natural que debemos á todo hombre, por el odio que merece el vicio. Amémos el malo, y aborrezcamos su maldad: pero mientras no se corrija, manifestémos el rigor que merece.

LA DESESPERACION.

La desesperacion siempre es irracional, y jamas tiene fundamento. El hombre débil, el hombre de un espíritu bajo es el que no puede sufrir los males y se desespera. Siempre la desesperacion proviene de ignorancia, pues no se advierten los medios de evitarla, ó proporcionarla, y en consecuencia el espíritu se embrutece.

LA VENGANZA.

Prueba la venganza un alma débil y rastrera, porque verdaderamente los males recibidos no se destruyen con hacer otros iguales al que los causó y es una necia complacencia la de no sentir los males porque otro tambien los siente. Pero no se debe inferir de aquí que el que hace un daño se quede impune; pues hay el recurso de aplicarle la pena que merece, no por venganza, sino por correccion, para evitar que haga mayores daños.

LA ALEGRIA.

La alegría exalta el alma, y es como el gran resorte de sus operaciones; mas cuando es excesiva llega á trastornar el espíritu, y da cierta ligereza opuesta á la madurez y buen juicio. Conviene reflexionar

sobre la inconstancia de la alegría en el mismo acto en que la experimentamos: esto servirá para moderarla, y hacernos ménos sensible su pérdida.

LA TRISTEZA.

La tristeza debe moderarse con todo empeño, porque un alma triste es un alma decaida ó abatida; y en el abatimiento no pueden ejercerse acciones grandes. Debemos considerar un espíritu triste como un cuerpo desfallecido, que apénas puede ejercer las acciones más sencillas.

LA INQUIETUD.

Mira el origen de la inquietud que traes, y las desgracias de que te quejas, y veras que provienen de tu propia locura, de tu amor propio, y de tu desarreglada imaginacion. Corrige tu interior, y no te digas : "Si tuviera hacienda, poder, y reposo, yo seria feliz.” Advierte que estas cosas tienen sus inconvenientes y dañan á los que las poseen. No tengas envidia al que goza una felicidad aparente; porque no conoces sus penas secretas. La mayor sabiduría es contentarse con poco; porque el que aumenta sus riquezas, aumenta sus cuidados.

LA INGENUIDAD.

El hombre ingenuo desprecia los artificios de la hipocresía, se pone de acuerdo consigo mismo, y jamas se embaraza en sus operaciones: tiene bastante valor para decir la verdad, y le falta para mentir. El hipócrita opera de un modo contrario á sus sentimientos: está profundamente escondido: da á sus discursos las apariencias de verdad ; mientras que la única ocupacion de su vida es el engaño. Es incomprensible para los necios; pero está muy descubierto á la vista del prudente. ¡O insensato hipócrita! las fatigas que pasas para ocultar lo que eres son más grandes que las que costaria conseguir lo que quieres parecer.

LA MODESTIA.

Pon freno á tu lengua, para que las palabras que salgan de tu boca no alteren tu sosiego y te proporcionen discordias. Cualquiera que habla con gusto de las faltas ajenas, oirá con dolor hablar de las suyas. No te alabes á tí mismo, porque no grangeas sino el menosprecio. No procures hacer ridículos á los otros, porque es peligroso empeño. Una burla picante es la ponzoña de la amistad; y el que no puede contener su lengua, no vivirá con quietud. Un grande hablador es el azote de las concurrencias; se aflige el oido con su locuacidad ; y generalmente enfada y molesta, porque es su lengua como torrente en que se aniega la conversacion.

שון

Los servicios del Padre Varela no podian dejar de merecer de parte de la Sociedad alguna demostracion del aprecio y gratitud con que los aceptaba. Y así fué que en una junta general, que tuvo efecto el 14 de Diciembre de 1818, bajo la Presidencia del Gobernador Capitan General de la isla, Excmo. Señor Don José de Cienfuegos y Jovellanos, y siendo Director del cuerpo el mismo Señor Ramirez, de quien ántes hemos hablado, se le confirió por unanimidad y aclamacion el nombramiento de socio de mérito. Léese en el acta de la sesion de aquel dia que el Señor Director hizo presente á la Junta que el Presbítero Don Félix Varela “habia "contraido muy buenos méritos en la Seccion de edu"cacion, desempeñando todas las comisiones que se le "habian conferido con el mayor celo, actividad y " acierto...... y que por estos motivos y las demas "recomendables circunstancias que concurren en este "jóven, era de parecer que la Sociedad le concediese "la patente de socio de mérito, como un premio muy "digno de su aplicacion, y un estímulo el más apropó"sito para que este cuerpo tenga en su seno mayor ❝ número de individuos que aspiren á esta distincion."

"La Junta, añade el acta, de acuerdo con los senti"mientos del Señor Director, quiso que ni se procediera "á la formalidad de votar, sino que por aclamacion que"dara nombrado, como lo quedó en efecto el amigo Don "Félix Varela, SOCIO DE MÉRITO de esta Sociedad; y así "acordado, se encargó al Secretario lo participase al "interesado para su satisfaccion, dirigiéndole la pa"tente, y copia del acuerdo en lo pertinente á este "particular."

CAPÍTULO IX.

1818.

EL ELOGIO DE FERNANDO VII.

Pasmosa actividad del Padre Varela en este período de su vida. - Nuevos trabajos filosóficos y de otro género.-Elogio de Fernando VII, en la Real Sociedad Patriótica.— Consideraciones sobre el estado político de la isla de Cuba en diversas épocas de su historia.

Como se verá dentro de poco, no se detuvo en este punto la grande obra de enseñanza científica y filosófica, que habia sido encomendada al Padre Varela. La actividad incansable del maestro y su celo siempre ardiente en favor de la juventud, lo empujaban constantemente hácia adelante. Su vida en el espacio á que se dedica este capítulo fue ciertamente tan pasmosa, que casi no se puede ni comprenderla, ni seguirla.*

* Don Justo Zaragoza, en su obra ántes citada, dice: "En aquella época liberal, conocida por la de 1812, el sabio cubano Varela, de quien decian sus adeptos que nunca dejó de conceder su proteccion á los desvalidos, puesto al frente de la filosofía en Cuba, educaba hasta con vertiginosa actividad, y como si el tiempo hubiera de faltarle, á cuantos neófitos podia atraer á sus doctrinas.

Dentro de este corto espacio de tres años, hay que agrupar unos con otros los trabajos más importantes del sabio habanero en el ramo de Filosofía, y los que dieron ciertamente á sus doctrinas filosóficas una expresion definitiva. Pero ademas de estas tareas, y del trabajo requerido en la preparacion de los nuevos y sazonados frutos de su meditacion y sus vigilias, de que dentro de poco tendrémos que ocuparnos, otros asuntos vinieron á llenar su tiempo en beneficio de sus compatriotas y en el servicio de su país.

Un hombre tan popular y tan amado como el Padre Varela, ya lo dijimos ántes, no podia quedar tranquilo en el humilde rincon de su colegio, cuando alguna cosa grande acontecia en la Habana, ó cuando se queria conmemorar en ella, de una manera realmente satisfactoria cualquier suceso de importancia. Para todo se apelaba al Padre Varela, y nada se creia completo sin su cooperacion y auxilio.

Una de estas diversas ocasiones en que el ilustre catedrático, teniendo que ceder á los deseos de sus compatriotas, se vió en la necesidad de ocuparse de cosas diferentes de su enseñanza y de sus deberes de sacerdote, fué con motivo de celebrarse en la Habana las juntas generales de fin de año de la Real Sociedad Patriótica, y de haberse acordado por sus socios que en la que debia tener lugar el 12 de Diciembre de 1818, se pronunciase en público y en sesion solemne, un elogio de S. M. Don Fernando VII, que reinaba entónces en España.

Es un fenómeno curioso en la historia de la isla de Cuba, digno por cierto de meditacion y estudio, que en aquella tierra privilegiada, se haya debido siempre más, en cuanto á justicia para sus habitantes, y á interes sincero respecto de su adelanto material y su cultura, al

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