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mino, al paso que deja extraviar los espíritus superficiales! El Señor Jovellanos, este sabio á todas luces, este talento destinado á cosas grandes, forma planes que atraen la admiracion de todos los políticos, y estas ideas sublimes se encuentran del todo conformes á la memoria que el Señor Valiente habia puesto en manos del secretario. Desde entónces tuvieron una estrecha alianza estos dos genios superiores y trabajaron unánimes en favor de la patria.

Fué llamado el Señor Valiente por el gobierno que necesitaba sus luces cuando él se hallaba enfermo y extenuado. Pero él no tiene otros males que los de la patria á quien se ha consagrado. Emprende el penoso camino de doscientas leguas haciendo gastos cuantiosos en una época en que alcanzaba al erario en sumas considerables. Sería interminable mi discurso, Señores, si quisiera observar al Excmo. Valiente en las innumerables circunstancias en que manifestó su patriotismo, prudencia y literatura. El mereció siempre la confianza del pueblo, y entrando en las Córtes se portó con la energía y la elocuencia de Esquines, diputado de los atenienses. El sostuvo los derechos de su patria y los de su Rey, sin temor á las amenazas de muerte que repetidas veces se le hicieron. Verdaderamente un sabio no se gana por la fuerza el entendimiento del hombre es tan poderoso que si no se le convence son perdidos todos los recursos. Yo admiro la firmeza del Illmo. Valiente; Yo admiro su constancia..... Mas¡ oh sombra augusta, yo respeto tus mandatos, yo imito tu prudencia, yo sigo tus consejos luminosos! Me prescribes que estos momentos de tu gloria queden reservados y no recuerden á las naciones el ultraje que en el acaloramiento recibió la virtud. Sí, tu amas á tu patria, y no quieres que tus cenizas exciten memorias poco favorables! El Soberano premió tu heroismo, y ántes lo habian premiado todos los buenos.

Puesto en el trono de sus mayores el Señor Don Fernando Séptimo, tuvo en consideracion repetidas veces las luces del Señor Valiente, y de su real órden se le consultó para dar instrucciones al Señor Don Pedro Labrador, ministro plenipotenciario español en el Congreso de Viena. Yo quisiera tener ahora el acierto necesario para manifestar los méritos del Señor Valiente con relacion á las Américas. Este hombre célebre contesta con la mayor firmeza en favor del comercio libro de estos dominios, él hace reflexiones profundas acerca de las leyes de Indias, combina las relaciones políticas y mercantiles con un tino propio de un espíritu ejercitado, y su papel, su apreciable papel es el fruto más sublime del talento. No fueron ménos interesantes sus dictámenes en otros muchos puntos los más delicados de nuestra situacion política. El Soberano atendiendo á los extensos conocimientos que tenia en todos

ramos, le destina á la junta militar, y este Milciades se hace célebre, no ménos cimentando la paz que proyectando la guerra.

Pero los hombres grandes, decia un sabio orador, son como unos préstamos que la naturaleza se digna hacer al género humano por cierto tiempo, y el término de la carrera del Señor Valiente ha llegado. Yo me lo figuro dirigiendo sus miradas hácia todas partes, y llenándose de complacencia de encontrar siempre objetos que le recuerden sus fatigas por la patria. Su imaginacion le presenta á la América, y él se despide protestándola que hasta los últimos momentos defendió sus derechos y procuró su prosperidad. Entre tanto implora las misericordias del altísimo, pide el perdon de sus pecados, y duerme en paz.

Genios protectores de las almas grandes: recoged los adornos para el sepulcro de un sabio. No es Artemisa la que va á levantar el portentoso mausoleo, que expresa más la habilidad de los artistas, y la opulencia de quien lo erige, que las virtudes del Rey que contiene; es la patria quien va á rendir un homenaje al mérito, y un tributo á la virtud. Recoged de los mismos escritos del Señor Valiente los epitafios que deben honrarle. Poned por una parte : * los buenos me oyeron con extraordinario gozo, y los degenerados me respetaban y procuraban aquietar al verse tan descubiertos. Escribid por otra cuando hablé, lo hice siempre sin mengua de afecciones ó de personalidades. Fijad en otro puesto: el supremo Consejo de Indias llevado de mi fortaleza, tuvo resoluciones que lo honran y le pusieron en inminente peligro· Colocad en otro pasaje: al ministro del Rey José pudo pesarle su indecente tentativa, porque en confianza silla a silla oyó lo que era propio de un digno español.

Vos, Dios eterno, en cuya mano está la suerte de los hombres fcente inagotable de la felicidad, dignaos comunicarla á vuestro siervo, por las preces que en este dia os dirige vuestra Iglesia; y vosotros católicos, reunid vuestros votos para alcanzar la misericordia divina en favor del consejero, varon prudente y letrado que hemos perdido del Excmo. é Illmo. Señor Dr. Don José Pablo Valiente y Bravo, que en paz descanse. Así sea.

• Todas estas palabras son sacadas de la représentacion del Señor Valiente, excusándose de volver á las Cortes.

CAPÍTULO XI.

1819.

LA ORACION FÚNEBRE DE CÁRLOS IV.

Muere en Roma el Rey Don Cárlos, padre de Fernando VII.-Se ordena la celebracion de exequias fúnebres en todas las diócesis del reino.-Exequias celebradas en la Habana.-El Padre Varela es el encargado de pronunciar el sermon.- Extractos de esta notable composicion oratoria.

Otro trabajo extraordinario, pero tambien en armonía con el carácter sacerdotal del Padre Varela, fué la oracion que pronunció el 12 de Mayo de 1819, en la Santa Iglesia Catedral de la Habana, en la ceremonia de las exequias funerales del Rey padre Don Cárlos IV de Borbon.

Este monarca, que desde 1808 habia abdicado la corona en favor de su hijo Don Fernando, y se habia retirado á Roma, donde llevó una existencia relativamente oscura, acababa de fallecer en aquella ciudad: y Don Fernando, aunque de jóven habia conspirado contra él, y aunque nunca habia olvidado que, revocando su abdicacion, firmó otra en favor de Napoleon I, Emperador de los franceses, intentando así despo

seerlo del trono, consideró oportuno sin embargo, hacer demostraciones ostentosas de extraordinario sentimiento, y ordenó se celebrasen honras fúnebres solemnes, lo más grandiosas que pudiesen ser, en las diversas diócesis del Reino. No es nuevo, ni se observa sin frecuencia, que los honores póstumos reemplazan el respeto que se dejó de tributar durante la vida. Pero hijas del sentimiento, ó de la política, las exequias que se celebraron en la Habana fueron realmente muy notables. La descripcion de ellas se conserva en un cuaderno en folio, titulado "Exposicion de las exequias funerales que, por el alma del Rey padre Don Cárlos IV de Borbon, celebró la siempre fiel ciudad de la Habana, en 12 de Mayo de 1819, en la Santa Iglesia Catedral, con la oracion que se dijo en ella. Imprenta de Arazoza y Soler, impresores de cámara de S. M. 1819."

El Padre Varela fué el escogido para pronunciar este sermon. La tarea era difícil; pero la desempeñó con maestría, y con no poca felicidad. Su discurso se imprimió, como queda indicado, formando cuerpo con lo demas del cuaderno descriptivo, cuyo título acabamos de mencionar; y despues lo publicó de nuevo en Matanzas el Señor Don José María Casal, en union de otros trabajos, en el libro suyo ya citado en el capítulo precedente.

"Yo no elogio á un hombre, decia el Padre Varela, yo pido por un Rey. Sí: yo pido al Rey de los Reyes, que puso el cetro en manos de Cárlos, derrame sobre su siervo el raudal de sus misericordias, y perdone las fragilidades humanas, al paso que dirija mi entendimiento para presentar con acierto algunas de las muchas obras que un reinado de veinte años hizo en favor de un pueblo.

Fué un hombre, y como tal, sujeto á las miserias: fué un Rey, y bajo este aspecto, si los resultados no correspondieron siempre á sus rectas intenciones, por lo ménos es innegable que poseyó un corazon habitualmente bueno....Dios, autor de la verdad, no permita que yo

la ultrage profanando el sagrado ministerio. Léjos de mí la vana lisonja que sin honrar al elogiado cubre de oprobio al panegirista. Las piedades de Augusto se alabaron en la misma tribuna en que se habia presentado la cabeza ensangrentada de Marco Tulio; y el cruel Maximiano encontró orador que lo describiese como el encanto de la naturaleza; pero un Rey católico, el bondadoso Cárlos, que nunca quiso hacer correr la sangre, sino enjugar las lágrimas, no necesita estos vanos elogios. Yo no lo presentaré como el dechado de las perfecciones, sino como un Rey amante de su pueblo, dotado de un alma franca y sencilla, digna de gratitud por lo que hizo, y de una justa consideracion por lo que dejó de hacer."...

"El soberano cuya memoria nos ocupa, subió al trono que acababan de dejar las virtudes del gran Cárlos III. La viva imágen de un modelo tan digno le acompañaba en todos los momentos, y aspirando cuanto era posible á su imitacion dirigía sus miras al fomento de aquellos ramos que influyen más en la prosperidad del Reino, y que hubieran producido los frutos más abundantes, si la perfidia, este mónstruo que se alarma con todo lo bueno, este principio de ruina de los Estados, este orígen de la desgracia de los hombres, siempre fértil en funestos recursos, no hubiera destruido con mano asoladora lo que edificaba en favor de su pueblo un Rey piadoso. Yo me atreveré á decir del cuarto Cárlos lo que un sabio orador dijo del buen Germánico: "él tuvo un defecto, y fué el de ser muy bueno para una corte tan corrompida."

Desde el principio mismo de esta oracion notable, el Padre Varela se elevó á considerable altura:

"Sombras plañideras, que habeis fijado vuestra mansion en este santo templo, (así comenzó diciendo) para lamentar los trofeos de la muerte y las desgracias de la ilustre España: sombras melancólicas, que en la lúgubre noche, interrumpiendo el más profundo y religioso silencio, habeis hecho que en estas sagradas bóvedas se repitan con desmayado acento los augustos nombres de Isabel, Maria Luisa y Cárlos: aciagas sombras, que agitando con vuestros ayes una atmósfera henchida ya de los cantos tristes de la hija de Sion, pronunciabais nuevos males, cuando el amor nacional apénas habia extinguido con trémula mano la tea fúnebre en la pérdida de la digna esposa del gran Fernando separaos por un instante: alejaos de este cenotafio erigido á la memoria del amable Cárlos permitid que los rayos consoladores de la esperanza atraviesen el frio mármol, y que las yertas cenizas puedan reanimarse por el calor benéfico de la piedad cristiana: permi

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