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sar el menor daño á los españoles, que no experimentaron en toda la acción ni una baja (1).

Nuevo triunfo obtuvieron los guipuzcoanos el 25 de Marzo de 1523, verificando una bien urdida emboscada, aunque costó la vida al alférez Juan de Alquiza, sepultado en la iglesia parroquial de Irún: otra emboscada bien cara á los gascones y navarros, efectuaron los guipuzcoanos en Setiembre de aquel mismo año; y de grande auxilio fueron cuando el Emperador trasladó parte de su ejército de Flandes á Guipúzcoa para llevar la guerra á Francia por este lado. Encomendó al condestable de Castilla D. Íñigo Fernández de Velasco y al príncipe de Orange el sitio de Fuenterrabía; establecieron riguroso bloqueo, esperando rendir por hambre á los bloqueados, que supieron resistir bravamente; pero el hambre y los padecimientos los diezmaban; pidieron socorros, los envió Francisco I, con Gaspar de Coligny, que murió en Dax; le reemplazó el mariscal de La Palice, que llegaba de Italia, reuniéronsele en San Juan de Luz las milicias vascas de los Pirineos; acamparon en Hendaya, frente á Fuenterrabía, á donde debía conducirlos el almirante de Bretaña Lartigue, con sus buques; mas no pareció, y dispuso el mismo La Palice el paso del Bidasoa, que lo efectuó hábilmente superando toda clase de obstáculos, y levantó el cerco, abasteciendo á la plaza, cuya guarnición relevó, aumentándola hasta cuatro mil hombres. Poco tiempo después ordenó Carlos V al condestable

(1) Tuvieron los franceses trescientos muertos y cuatrocientos prisioneros, que fueron llevados á Irún aquel mismo día.

Al siguiente murió Chausarón, siendo magníficamente sepultado en el cementerio de la Iglesia parroquial.

También lo fué á poco en el de Irún el valeroso jefe de la gente guipuzcoana, constante fatigador de la guarnición francesa de Fuenterrabía, cuyas centinelas mataba. Ocupado en esto, hallándose en el foso de la plaza, mandó al soldado Juan Pérez de Cigarroa que tirara á un centinela, y al hacerlo circulaba al mismo tiempo Azcué por delante del soldado, que no pudo verle por la oscuridad de la noche, y le atravesó la cabeza de un balazo, cayendo muerto al foso.

La insistencia en las cometidas, especialmente de los guipuzcoanos, fué tal, que no cesaron de día ni de noche; distinguiéndose veinticuatro compañeros de

la tierra.

y al de Orange, que continuaban en Guipúzcoa, pasar el Bidasoa con sus veinticuatro mil combatientes y arrojarse sobre el Bearn y el territorio de aquel lado de los Pirineos: al hacerlo incendiaron cuantas poblaciones osaron defenderse: trescientos vasco navarros contuvieron tres días á poderosos enemigos delante del castillo de Bidache, pereciendo en las llamas sus defensores, excepto algunos que prefirieron precipitarse de lo alto de las murallas para ser recibidos por las picas españolas: mientras por esta parte continuaban la campaña, se reunían fuerzas para recobrar á Fuenterrabía.

Atendida con especial cuidado por los franceses, cuya solicitud se extendía á Bayona, desnuda de tropas y mal fortificada en algunos puntos, pusieron en un estado de defensa imponente la confluencia de la Nive y del Adour: la presencia de Lautrec, gobernador de la Guiena, inspiró confianza á los bayoneses, que resistieron los sucesivos ataques de los españoles durante tres días y sus tres noches, al cabo de las cuales volvieron sobre Fuenterrabía, verdadera manzana de discordia entre Francia y España, empeñada ésta en recuperarla y en conservarla aquella. Estableciéronse las baterías de sitio del lado de Miranda y cañonearon el bastión de la reina; se abrió brecha, se causaron grandes destrozos en la plaza; un convoy que se la enviaba cayó en poder de los españoles entre Bayona y Biarritz, y Fuenterrabía se rindió al fin á últimos de Setiembre de 1524, desfilando la guarnición con armas y banderas desplegadas (1). Entonces, aunque tarde, comprendió el rey de Francia cuánto

(1) La pérdida de Fuenterrabía exasperó de tal modo á Francisco I, que sin tener en cuenta las razones que expuso su gobernador Franget, ni sus eminentes servicios, sus nobles cicatrices y sus gloriosas canas, se le acusó hasta de cobarde y traidor, y aquel caballero, honor del ejército francés, como le llaman historiadores de la misma nación, subió al cadalso en la plaza de Lyon, despojado de su armadura, de sus títulos y de sus blasones, que rompió el verdugo, y degradado de su nobleza, declarado traidor y plebeyo, infamado y sus descendientes inhabilitados para llevar jamás las armas. Después, el noble anciano fué empujado violentamente por los ejecutores y precipitado al banquillo de los criminales.

le hubiera valido seguir el consejo del duque de Guisa, al apoderarse los franceses de Fuenterrabía. Aconsejó arrasar la plaza, y con sus materiales reconstruirla en Hendaya.

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o era sólo en Fuenterrabía y en la frontera donde peleaban los guipuzcoanos; pues como si no bastase tanta lucha, inicióse civil discordia, siguiendo gran parte de la provincia la bandera de los comuneros, y San Sebastián la del Emperador, por lo cual fué situada y sufrió grandes talas y destrozos en sus alrededores, de cuyas pérdidas la indemnizó D. Carlos después.

Hase dicho que influyó en aquellos acontecimientos la suspensión de las garantías forales pedida á la junta por el monar

ca; pero mal podía ser ésta la causa cuando D. Carlos había confirmado los fueros el 23 de Mayo de aquel año, estando en Wuormacia, y hasta el 11 de Noviembre no ordenó al corregidor de Guipúzcoa, Acuña, que suspendiese las garantías forales durante las agitaciones y guerra de los comuneros; así que aun la confirmación de los fueros fué después del levantamiento de las comunidades, y aun para suspender las garantías no anduvo seguramente muy precipitado el Emperador, que no tenía fama de perezoso. Si á favor de reales privilegios se alzaban los pueblos contra el que acababa de confirmárselos, perdían ipso facto todo derecho á su protección. Pero no podemos ni debemos presentar como causa los fueros; á lo más servirían de pretexto á los mal avenidos con la armonía que debía reinar entre los guipuzcoanos, á los que acostumbrados al ejercicio de toda clase de abusos á la sombra de las luchas de bandos y linajes, se veían vencidos, sometidos y sus casas derribadas, considerando ocasión propicia el tumulto que produjeron las comunidades para alzarse en armas, arrastrar en pos de sí fuerzas inconscientes y recuperar lo perdido. Esto no podía consentirlo ningún poder sin abdicar de su autoridad.

No hay identidad alguna entre el grito de los comuneros de Castilla y el de los vascongados, como lo vimos en Álava y lo vemos en Guipúzcoa. Á la cabeza de la civilización de entonces iba San Sebastián por su comercio con casi toda Europa; y no sólo no siguió el partido de los comuneros, sino que los resistió, porque importaba más á la provincia agruparse á los pendones del rey que otorgaba mercedes, que pelear por los señores que tanto daño habían hecho á la provincia y al mismo San Sebastián. Los que en Guipúzcoa se declararon comuneros lo hicieron para tener motivo de satisfacer venganzas personales, despertando odios mal apagados; así que San Sebastián que sólo atendía á aumentar su comercio y riqueza, que nada le importaba el triunfo ó la derrota de los comuneros, porque en nada afectaba á su política y administración, tenía el mayor interés

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