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ria. Al efecto escribió el de Berwik á la Diputación mostrando su extrañeza de que no hubiera acudido á prestarle obediencia hacía un mes, lo disculpaba; mas no podía menos de manifestar, que ya no era tiempo de diferirla, no sólo por el honor de las armas francesas, sino también para no exponer á los pueblos á desdichas inexcusables, por lo que citaba á los diputados para la mañana siguiente á prestar obediencia en nombre de la provincia y convenir con él en lo que fuere del mayor servicio del rey y ventaja de los pueblos.

De acuerdo la Diputación con los generales Alarcón y Loza, y obedeciendo las órdenes del rey, accedieron á los deseos del mariscal francés (1), que asintió por su parte á las proposiciones que le presentaron, expositivas de la conservación de sus fueros, privilegios, usos y costumbres, del comercio franco y libre empleo de los pocos frutos del país, de la introducción y abasto de los extraños; y que la pesca del vacallao en los puertos de Plasencia y Terranova descubierta y enseñada por los naturales de este país, se les franquee absoluta y libremente por el Rey Británico como es justo y se capituló últimamente por las paces de Utreq. A esta proposición contestó: Haré mis oficios con el Sr. Stanop, Ministro y plenipotenciario de Inglaterra, en lo que toca al libre comercio y pesca de vacallao en Plasencia y en los demás puertos de Terranova (2).

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En unos tres meses perdió España dos provincias, Álava y Guipúzcoa, y experimentó daños que importaron más de tres millones de pesos: todo por la soberbia del cardenal y la incuria del rey que sostenía en el poder á tan funesto ministro.

Á virtud de la paz celebrada en 1721 se nos devolvieron San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes y cuánto habían ocupado los franceses. San Sebastián fué guarnecido por las tropas del mandadas por el brigadier D. Fermín de Veraiz.

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(1) Véase el Apéndice n.o 3.

(2) Durante el anterior sitio experimentó la ciudad la pérdida de uno 4 millones de reales de plata.

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I

ERCED á la paz prosperó Guipúzcoa, que llegó á constituir la Real compañía guipuzcoana de Caracas, de floreciente

vida, uniéndose después á la compañía de Filipinas.

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Más tarde (1735) por estar ocupado el ejército en las rras de Italia, hubieron de armarse los guipuzcoanos, á los que se encomendó la guarnicion de las plazas de San Sebastián y de Fuenterrabía.

No permanecía en tanto ociosa la gente de mar, y muy especialmente cuando por cuestiones mercantiles, ó más bien

por el afán de Inglaterra de ejercer en el comercio de América la influencia que su industria necesitaba, se declaró la guerra (1739), y con verdadero entusiasmo tanto en Londres como en Madrid y en toda España. Los ingleses porque soñaban con las minas de plata del Perú y Potosí, y los españoles que no podían soportar á aquellos isleños, consideraban como una lucha nacional, que á todos interesaba, y para sostenerla se impusieron todos los mayores sacrificios. Grandes daños nos causaron los ingleses; pero no los sufrieron menores; pues se ha afirmado <que á los tres meses de publicadas las represalias ya habían entrado en el puerto de San Sebastián diez y ocho presas inglesas, y que antes de un año, una lista que se remitió de Madrid y se publicó en Holanda, hacía ascender el valor de las presas hechas á 234,000 libras esterlinas (más de 23.000,000 de reales) (1)..

En junta general celebrada en Cestona (3 Mayo 1741) se leyó una carta del comandante general de los presidios de Guipúzcoa, fechada en San Sebastián el mes anterior, haciendo presente á dicha junta que estaba pronta á salir de Inglaterra la escuadra del almirante Norris, y á su virtud que se hallase prevenida para hacer el servicio con las más oportunas providen. cias. La provincia acordó que, respecto á tener formadas en los pueblos de tierra adentro 42 compañías y otras en los mismos puertos, se solicitase aprobación real, para que comunicándose Guipúzcoa con el comandante general ejecutase lo que conviniese, y que á este fin se diesen las órdenes directamente á la provincia, lo cual no dejaba de tener grandes y graves inconve nientes y ocasionar perjuicios á los mismos guipuzcoanos en la mayor parte de las circunstancias en que en apuros se vieran. La diputación, además, no carecía de atribuciones militares; así en las juntas de Azpeitia (2 Mayo 1743) se determinó que con siderando los riesgos que todavía ocasionaba la continuación de

(1) LAFUENTE.

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la guerra (en Italia), todas las repúblicas de la provincia tuviesen prontas sus compañías para acudir con ellas á la primera orden de la diputación á donde lo pidiese la necesidad.

Restablecida la paz cesó el servicio de las milicias guipuzcoanas, con el que contribuyó tanto tiempo, y se recogieron las armas; pero apenas se habían comenzado á recoger, cuando los temores de guerra y de invasión de los ingleses hicieron se apercibiesen las compañías para marchar al primer aviso.

En el reinado de Carlos III sirvió Guipúzcoa, formando parte del regimiento de Cantabria, con centenares de marineros para la real armada y considerables donativos en metálico.

En este reinado de Carlos III, cuyo ilustrado monarca no participaba de la ignorancia tan generalizada y del fanatismo tan arraigado, se inauguró en España una época de verdadera ilustración, contribuyendo á ella no poco uno de los más ilustres hijos de Guipúzcoa, de la villa de Azcoitia, Munive é Idiáquez, conde de Peñaflorida, fundador de la Sociedad vascongada de Amigos del Pais (1764), para el fomento de las ciencias, bellas letras y artes, aprobada y protegida por el rey: tomaron en ella parte Vizcaya y Álava; fué origen del Real y patriótico Seminario de Vergara; y aquella sociedad, que celebraba sus juntas ó reuniones ya en Vergara, Bilbao ó Vitoria, sirvió de base á las denominadas Económicas de Amigos del País, que llegaron á ser el centro de las mayores ilustraciones de España. Con razon y justicia fué el conde de Peñaflorida merecedor de los elogios que le tributaron naciones extranjeras, y de los panegíricos dedicados á su ilustre memoria por las sociedades matritense y vascongada; merecíalo todo su patriotismo, su ardiente celo por la prosperidad de las ciencias y las artes, su infatigable laboriosidad, su extraordinario talento, cuantas prendas adornaban al que fué gloria de Guipúzcoa y es hoy su recuerdo gloria de la patria. Le debe la provincia una estatua, y muy especialmente Vergara, que gloria suya es haberse en ella formado la Sociedad Vascongada, base, como hemos dicho, de

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