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que haciendo el Rey su jornada ordinata á Aranjuez, se manifestó en aquel sitio con alborozo de sus parciales y áun de sus émulos, por lo que pronosticaban que su vuelta habia de ser su ruina.

Habia muerto poco ántes el marqués de Castel Rodrigo, Caballerizo mayor de la Reina, y vacando la presidencia de Flandes que tenía, se dió al Condestable, y la de Ordenes que tenía éste, al duque de Osuna; fué de la de Flandes presidente Monterey, que excluido y quejoso, con ménos templanza que lo que debia, fué ocasion de su destierro á Avilafuente, y que haciendo dejacion de la artillería se diese á D. Pedro de Aragon.

Murieron tambien los duques del Infantado y Alburquerque, aquél Mayordomo de la Reina y éste del Rey, cuyos puestos vacos hicieron pretendientes á los mayores señores, y asimismo dependientes de D. Fernando, que dilatando la provision conservaba la dependencia con la esperanza.

Hízole el Rey merced de la llave con ejercicio, empleo tan elevado que el duque de Medinaceli, Sumiller de Corps á quien tocaba darle la jura, resistiendo cuantos mandatos hubo, no quiso jamás dársela, y hubo de recurrir al príncipe de Astillano, que como gentilhombre de Cámara se la dió. Vuelto á Madrid con el Rey á primeros de Junio de 76, que se adelantó la jornada por la noticia de la muerte de la Emperatriz, para hacer las exequias; introducido en la gracia del Rey con conocidas demostraciones y tratándose de llenar los puestos vacos de Palacio, se dió al Condestable la Mayordomía mayor del Rey, y la presidencia de Flandes al príncipe de Astillano, tomando para sí Valenzuela el puesto de Caballerizo mayor de la Reina que tuvo Castel Rodrigo: sobre la pretension de un vireinato, hecha sin que precediese la regular consulta de los Consejos de Estado y de Italia, hizo D. Pedro Fernandez una representacion á S. M., que pasando á noticia y altercacion con D. Fernando, fué motivo de que se le quitase el despacho y se diese en interin á Don Jerónimo de Eguía.

En Sicilia se atrasaron mucho los progresos por no haber pasado D. Juan á la recuperacion de Mesina y haber detenido las grandes cantidades que se aplicaron á su jornada, y tambien porque la armada hubo de ir al socorro de Orán, estrechado de los africanos, D. Iñigo de Toledo, Gobernador de aquella plaza, que con su esfuerzo y este socorro pudo librarla felizmente de este asedio, siendo harto nociva esta diversion sobre la pérdida de navíos que habia hecho el príncipe de Monte Sarcho, de que se le estaba haciendo

causa.

Pero despues, haciendo esfuerzo más que posible para enviar la armada, pasó en ella por general D. Diego de Ibarra, y corriendo aquellos mares, precisado á abrigarse en el puerto de Palermo, la armada francesa, de superiores fuerzas, la atacó dentro de él, arrimándole unos burlotes de fuego con efecto tan lastimoso, que abrasó mucha parte de la nuestra, quedando muertos D. Diego de Ibarra, General; D. Francisco Freyle, Almirante; D. Gaspar y D. José de Zúñiga, hermanos de Miranda, y otros muchos hombres de cuenta, escapando milagrosamente D. Agustin de Guzman, hermano del Marqués de la Algava; suceso tan fatal y sensible, que llegando la noticia, mostró el Rey su dolor en unas públicas y ostentosas -exequias, que por direccion de D. Pedro de Aragon se hicieron en San Felipe.

En Flandes, esta campaña, catorce mil franceses con el mariscal de Humiers, pusieron en contribucion el país de Bas, inmune hasta ahora de ella, sin que el príncipe de Orange se moviese á embarazarlo, ni el duque de Montealto, General de nuestra caballería en la puente del rio Durmen, pudiese impedirle el paso á unirse con su Rey, que con 60.000 hombres se echó sobre Condé, plaza del condado de Henao, que ocupada por asalto en 25 de Abril, dividió su ejército en dos partes; con la una sitió el duque de Orleans á Brugen, y con la otra se puso á el opósito del socorro, que intentado por los nuestros por la parte de San Guillen, lo hizo vano la artificiosa dilacion del de Orange, invencible siempre á las instan

cias del duque de Villahermosa, como tambien à la buena disposicion que halló para el combate general.

Rindióse Brugen, y el Cristianísimo se retiró con la conquista de tres plazas: dejando las armas al duque de Luxemburg, encaminóse Orange á sitiar á Mastric, con desentimiento de Villahermosa y demas Generales, pues siendo plaza inconquistable, sólo sirvió de que el frances sitiase á tres, y aunque el Duque intentó el socorro, desesperando de él, los naturales volviendo las armas contra la guarnicion se entregaron; vuelto el Duque al sitio de Mastric, cuando su presencia y gente pudiera alentarle á proseguirlo, levantó Orange el cerco con pérdida de alguna artillería, sin que el Duque ni su mismo crédito bastasen á detenerle, con pretexto de ir á coger de la gran calzada tránsito preciso para el enemigo, donde asimismo dejó que lo lograse y se fuese libre á acuartelarse.

En Cataluña salió á campaña el marqués de Cerralbo, quejoso de las pobres asistencias que le hacian de Madrid, y quejosos naturales y soldados de lo poco que obraba su flojedad, procedida de su natural ó falta de salud; y fuese por esta razon, ó por política de quitar las armadas de manos de un criado antiguo y afecto de D. Juan, llamaron al príncipe de Parma, que dejando el vireinato de Navarra en que estaba empleado, pasó muy á la ligera y con toda liberalidad á mandar las armas de Cataluña, á poco tiempo que habian salido en campaña, y ocupado el puesto de Cerralbo, empezaron á mostrar el diferente rigor que los regia, pues habiendo el frances mucho antes abierto carreteras para conducir artillería y sitiar á Puigcerdá, y dando pasos hácia este intento, el Príncipe, pasando nuestras armas al Rosellon, corrió todo el país y saqueó la villa de Illa, diversion eficaz para que no tuviese efecto el amenazado sitio de Puigcerdà, pues el enemigo hubo de abandonar empresas en el país ajeno por guardar el propio. Conseguido con felicidad este intento, se retiró el Príncipe á Barcelona, adonde hallando la órden de Madrid para que enviase 500 caballos á acuartelarse en Toledo, dió cumplimiento á él, enviándolos conducidos de los capitanes más veteranos.

En este tiempo, en Zaragoza, centro de donde salian las lineas de la novedad á la circunferencia, no eran pocas las que se preparaban; D. Juan, que entre las decorosas diligencias para ganar el cielo no olvidaba las que podian conducirle á gobernar la tierra, viendo que las cosas de Madrid, con la vuelta y elevacion de Valenzuela, hacian más robusto su séquito y partido, ofrecian aventura para introducirse, intentaba asegurar las negociaciones con la fuerza, y habiendo procurado ganar antecedentemente algunos Cabos del ejército de Cataluña, que al principio de esta campaña habian transitado por Zaragoza, y entre ellos al nuevo marqués de CastelRodrigo, General de la caballería, que entrando á la comunicacion y ofreciendo su concurrencia, vendió despues fraudulento la confianza y obtuvo en precio el vireinato de Sicilia, envió asimismo criados y hechuras á Cataluña y Valencia á comunicar designios y ajustar partidos; pero no olvidando cuánto importaba que el reino llevase adelante su pretension de que el Rey viniese á jurar sus fueros, procuraba con inteligencias indignar los ánimos de los nuevos diputados, y éstos, como la instancia se arrimaba á la observancia de las leyes, comprendieron tener obligacion de hacerlo como los antecedentes; bien que juzgando que el camino jurídico que tomaron aquéllos habia sido sobre infructuoso irreverente, resolvieron por medio de una ostentosa Embajada hacer una rendida representacion de sus fueros y del deseo de verse favorecidos de la presencia de su señor, diligencia que entre el celo y el obsequio hiciera resplandecer la prudencia de la Diputacion, si con imparcial destemplanza no las hubieran oscurecido los que la ejecutaron en la corte, que debiendo abstenerse de juntas é inteligencias peligrosas y extrañas al decoroso asunto que llevaban, no sólo se mezclaron en ellas sino que las ayudaron dando memoriales y temblándolos (sic) por el pueblo con cláusulas escandalosas en nombre de la Diputacion, que no sabía más que haber enviado aquella Embajada con pública justificacion y reverente obsequio; los ministros en Madrid (especialmente el Vicecanciller), con sumo dolor de tales

expresiones de los embajadores, no distinguiendo ó separando el diferente dictámen con que estaban algunos de los diputados, comprendió á todos en carta escrita del Rey con harta severidad al consistorio.

Ascendiendo D. Fernando Valenzuela tan aceleradamente á las más elevadas gradas de la gracia de los reyes, que ya daba evidencias públicas á los pretendientes, y explicacion á los negocios más arduos, haciendo promulgar varias Pragmáticas y reformas de consejeros y ministros, y disponiendo prevenciones para formar armadas, á que aplicaba los intereses que resultaron de beneficiar los puertos por su negociacion é inteligencia, con tal actividad que no dejaba fuera la esperanza de la restauracion de la monarquía, llegó el mes de Octubre, tiempo en que los reyes por ordinario estilo van al Escorial, adonde fué tambien D. Fernando, porque al lado de la octava maravilla de su edificio se viese la primera y no ménos admirada de su exaltacion.

Salió un dia con el Rey á caza de jabalíes, y tomando las paradas le cupó una, enfrente de donde el Rey tenía la suya, y como atravesase un jabalí, y le tirase Gonzalo Mateo, ballestero mayor que estaba detras del Rey, fué con tal casualidad que las postas llegaron á herir en una pierna á D. Fernando, accidente que, trayéndole la molestia de breves dias de cama, le trajo el singular favor de visitarle los reyes, y la demostracion de hacer prender á el ballestero.

Estos mismos dias, volviéndose á Madrid D. Francisco de Ayala, caballerizo del Rey, al llegar ya á la Casa de Campo y á las puertas de la corte, saliéronle al encuentro cuatro mascarados, dispararon en su coche sus carabinas, y escapando milagrosamente de este riesgo, se volvió al Escorial, asegurando que al llegar le dijeron: - Allá vá, Sr. D. Fernando, no ve la que le valió el castillo de Pamplona, que no pudo lograr, pues el enemigo que le buscaba consiguió poco despues su intento matándole en un balcon de su casa (1).

(1) Así en el original.

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