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generales de España, ó de nuestro derecho ó de nuestra literatura: libros que, á pesar de su bulto, son como si no existiesen, y, por decirlo así, mera apariencia y simulacro de libros. Fuera de casos muy excepcionales, nuestra crítica, respecto de tales engendros, será negativa, pero silenciosa, porque á nada conduce dar malas noticias á quien no se halla en estado de aprovecharlas, y por otra parte hay males cuyo remedio no pende de la voluntad de ningún crítico, porque tienen raíces más hondas que la ignorancia y el mal gusto.

Tampoco me propongo empuñar la palmeta de dómine, ni usurpar sus funciones á la benemérita y mal pagada clase de maestros de escuela, dando á nadie lecciones de gramática y otras materias de instrucción primaria. Este género de crítica no me entretiene, y por otro lado florece en España con tal abundancia, que no vale la pena de multiplicar la semilla. Lo que principalmente llamará mi atención será la materia misma de que los libros traten, y sólo en muy secundario término su estilo y lenguaje. De desear sería que todos los eruditos y hombres de ciencia escribiesen bien y reuniesen todas las perfecciones literarias, como sería muy de desear para cualquiera persona reunir todas aquellas habilidades de que se preciaba

uno de los sofistas griegos (creo que era Hipías de Elea), el cual, no solamente sabía todas las artes y ciencias y tocaba todos los instrumentos músicos, sino que además poseía á fondo todos los oficios é industrias liberales y mecánicas necesarias para la vida humana, de suerte que él mismo se calzaba, vestía y preparaba su comida con toda pulcritud y aliño. Pero no todos podemos ser como Hipías, y lo cierto es que hay y ha habido siempre grandes hombres de ciencia y grandes eruditos que han escrito pésimamente, y que no pueden ser presentados como modelos de sintaxis á la tierna juventud que dirige sus pasos al templo de Minerva. Pero ¿no sería necedad insigne juzgar y condenar con este criterio ramplón un libro que puede estar lleno de investigaciones y descubrimientos, los cuales su autor, preocupado de las cosas y no de las palabras, ha expuesto lisa y llanamente en los términos en que ha podido? ¿Deja el P. Flórez de ser el príncipe de la crítica histórica en España por haber escrito con tanta pesadez y desaliño como escribió? ¿Pierden mucho las Disertaciones: de Muratori por no estar escritas en lengua digna de Maquiavelo, ni la Historia literaria de los benedictinos franceses porque su estilo. no sea comparable con el de Voltaire? Tratemos con formalidad las cosas graves, y

quédense en su propia y natural esfera la gramática y la retórica, cosas excelentes en sí y muy respetables, pero que distan mucho de ser ni las únicas ni las principales en el mundo.

Y ahora, sin más preámbulos, entremos en materia.

La Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, institución poco conocida de la mayor parte de los españoles, á pesar de los muy positivos servicios que ha prestado á la cultura nacional, ya en las Memorias que ha dado á luz, ya en la Revista que con alguna intermitencia publica, celebró sesión en los primeros días del presente año para dar posesión de su plaza de número al antiguo y benemérito catedrático de Matemáticas en uno de los Institutos de esta corte, D. Acisclo Fernández Vallín y Bustillo, muy conocido por obras elementales de su asignatura, que han sido de las más divulgadas en nuestras aulas, y por servicios científicos de más importancia, especialmente por la parte activa que tomó en el arreglo y publicación de la Teoria trascendental de las cantidades imaginarias, obra póstuma del malogrado pensador D. José María Rey y Heredia, y uno de los rarísimos ensayos de

filosofía matemática que entre nosotros han aparecido.

El Sr. Vallín, en vez de ceñirse á los habituales límites de un discurso académico, ha preferido, con gran ventaja de sus lectores y de la común enseñanza, componer un extenso libro, no menos que de 311 páginas en 4.° grande, cuajado de apéndices y notas en letra menudísima, y consagrado á dilucidar tema tan importante como el de La Cultura científica española en el siglo XVI.

Aunque nuestra Academia, como todas sus similares en Europa, dedica principalmente sus tareas al cultivo de la ciencia pura, no por eso ha descuidado la parte histórica, y á su iniciativa se debe, por ejemplo, la monumental publicación de los Libros del Saber de Astronomia del Rey D. Alfonso el Sabio. En las recepciones y juntas públicas, para las cuales los temas históricos parecen más adecuados por su índole popular y amena que los puramente técnicos é inaccesibles al profano, no son pocos los Académicos que han procurado ilustrar los fastos de tal ó cual rama de la ciencia nacional. Entre otros recuerdo el discurso del Sr. Márquez sobre los progresos de la astronomía náutica y de la cosmografía en España, el del Sr. Pérez Arcas sobre los zoólogos españoles anteriores á nuestro siglo, y el que con espíritu

harto pesimista, pero con su habitual y enérgica elocuencia, pronunció el Sr. Echegaray sobre las vicisitudes de la ciencia Matemática en nuestra Patria, mitigando en alguna parte el rigor de sus conclusiones el famoso ingeniero D. Lucio del Valle, encargado de contestarle.

El Sr. Vallín no se ha limitado á hacer la historia de una rama particular de aquellas ciencias que pertenecen al instituto de la Academia, sino que en conjunto las abarca todas; y aun por incidencia, especialmente en los copiosos apéndices, reúne noticias sobre otras ramas del saber y aun sobre la amena literatura, aspirando con todo ello á formar un cuadro general del gran siglo en que el espíritu español demostró mayor brío y pujanza.

Por nuestra parte hubiéramos preferido que el trabajo del nuevo Académico abarcase menor número de cosas y las tratase con mayor detenimiento. Una monografía, por ́ejemplo, sobre el estudio de las Matemáticas puras, ó de sus aplicaciones, ó de las ciencias físicas en el siglo xvi, nos hubiera enseñado más que un discurso tan vasto, que forzosamente tiene que ser en gran parte compilación y resumen de trabajos antecedentes. De ese modo hubiera logrado el Sr. VaIlín mayor unidad y armonía en su obra, y muchos datos preciosos que hoy aparecen en

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