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cia, he buscado para este discurso materia análoga á la que él profesaba y yo profeso, y no ajena de la sección en que quisisteis colocarme, aunque honradamente debo confesar que en todas me parece ser intruso. Hablaré, pues, aunque con rapidez, de lo que fué la estética de la pintura y la crítica pictórica en los tratadistas del Renacimiento, fijándome especialmente en los españoles, y procurando abreviar ú omitir lo que ya he consignado en estudios anteriores.

A crítica artística, en cualquiera de sus manifestaciones, es tan antigua

como el arte. Aparece más ó menos obscura en la mente del contemplador, es una expansión del sentimiento estético que se interroga á sí mismo. Ya el antiquísimo pintor Apolodoro, de quien dice Plinio que abrió las puertas del arte, componía versos satíricos contra su émulo triunfante Zéuxis Heracleota. Las tradiciones algo pueriles que Plinio consigna sobre el certamen ó competencia entre el mismo Zéuxis y Parrasio arguyen un estado rudimentario de crítica, en que se concedía el principal valor á la fidelidad de la reproducción material. Pero los verdaderos orígenes de la enseñanza técnica parece que han de buscarse en aquella primera escuela pública del arte graphica, establecida en Sicione por autoridad y consejo de Pamphilo, maestro de Apeles, con el carácter de obligatoria para todos los hijos de familias inge

nuas (1). Sabemos, por testimonio de Aristóteles en su Politica (vIII, 3), que esta enseñanza no se limitaba á los elementos del dibujo, sino que tenía algún carácter estético, puesto que daba reglas para juzgar las obras de las bellas artes. Más eficaz debió de ser, sin embargo, la educación que se recibía en las plazas y en los pórticos, en el Pecile y en el Cerámico, poblados de obras maestras, habitados por un pueblo de estatuas; y en las oficinas de los artistas mismos, donde pasaban sin duda pláticas de filósofos, de sofistas y de conocedores, de las cuales logramos un trasunto en las que Xenofonte refiere como tenidas por Sócrates en el taller del escultor Cliton y en el del pintor Parrasio. Sabemos, por testimonio de Plinio, que existieron numerosas obras preceptivas, sobre la pintura, sobre la simetría, sobre los colores, debidas algunas á pintores muy célebres como Apeles, Protógenes y Euphranor. Y el mismo compilador latino, inapreciable en esta parte, á pesar de su sequedad y falta de inteligencia artística, nos ha conservado algunas de las ideas de estos antiquísimos

(1) Et hujus (Pamphili) auctoritate effectum est Sycione primum, deinde et in tota Graecia, ut pueri ingenui ante omnia graphicen, hoc est picturam in buxo docerentur, recipereturque ars ea in primum gradum liberalium. (Plin.: Nat. Hist., lib. xxv.)

preceptistas. Así, por ejemplo, nos deja entrever que Antígono y Xenócrates comprendieron profundamente el valor estético de la línea (1) que Euphranor y Apeles concedieron grande espacio á las observaciones sobre el color. Pero todo esto se ha perdido, y nada nos queda de la antigüedad, en lo tocante á doctrinas sobre las artes plásticas, que ni remotamente equivalga á los grandes monumentos de preceptiva literaria que perpetúan, á través de las generaciones y de las escuelas más diversas, el pensamiento inmortal de Aristóteles, la espléndida retórica de Cicerón, la viva y genial intuición poética de Horacio. Aun la arquitectura ha sido más feliz que sus hermanas, pues al fin conserva la vasta compilación de Vitruvio, que si ya no tiene, como en el Renacimiento tuvo, el valor de un código artístico, puesto que la confrontación con los monumentos antiguos ha menguado mucho la autoridad de sus decantados cánones, todavía merece respeto como fuente histórica, por ser el único ma

(1) Haec est in pictura summa sublimitas. Corpora, enim pingere et media rerum est quidem magni operis: sed in quo multi gloriam tulerunt. Extrema corporum facere et desinentis picturae modum includere, rarum in successu artis invenitur. Ambire enim debet se extremitas ipsa, et sic desinere ut promittat alia post se: ostendatque enim quae ocultat.

nual de su especie que nos resta de la antigüedad, y porque nos comunica, aunque sea de una manera obscura é imperfectísima, la tradición de los procedimientos de los arquitectos antiguos, tal como estaban consignados en una numerosa literatura que totalmente ha perecido.

Pero á falta de tratados técnicos de pintura y escultura, no puede desatenderse otro género de libros, en que la crítica artística se mostró de un modo más popular y menos sistemático, y que son fehaciente testimonio de la unión fecunda y estrechísima que ligó en la antigüedad las diversas manifestaciones de la belleza, unión que, por lo tocante á la literatura, se perdió de todo punto en los tiempos medios, y no volvió á lograrse hasta los días felices del Renacimiento. La descripción de objetos artísticos, comúnmente ficticios, pero no imposibles, es muy antigua en la poesía griega, y aun puede decirse que se remonta á su fuente épica, con el escudo de Aquiles en la Iliada, y el escudo de Heracles atribuído á Hesiodo. Pero lo que había sido, en esta poesía primitiva, símbolo admirable del trabajo humano estética y libremente realizado, se convirtió en alarde de artificiosa y elegante destreza en las pequeñas composiciones tan hábilmente cinceladas, de los poetas alejandrinos, de los bucólicos si

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