Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Como tal curiosidad, y sin ningún intento apologético, se publica esta nueva edición, que es copia fiel de la primitiva de Tarragona, cuya ortografía conserva, aunque la puntuación va acomodada al uso moderno, según se practica en ediciones de esta clase.

Han querido los editores que al frente de ella figure la carta què en 15 de Febrero de 1897 dirigí al benemérito y malogrado cervantista D. Leopoldo Rius, proponiendo una nueva conjetura sobre el autor del Quijote de Avellaneda, después de hacerme cargo de las opiniones que hasta entonces se habían formulado sobre el asunto.

Publicado este artículo en la hoja literaria de un periódico (El Imparcial), estaba tan expuesto á perecer como todos los papeles de su índole, y aunque acaso la pérdida no hubiera sido grande (á juzgar por las desaforadas críticas, ó más bien censuras, de que ha sido blanco aquel modestísimo ensayo mío), todavía releyéndole hoy después de tanto tiempo, y como si se tratara de cosa ajena, encuentro en él algo que puede ser útil, y por eso consiento en la reimpresión, añadiéndole algunas notas y rectificaciones. La parte crítica y negativa, que es la principal en mi estudio, ha quedado intacta. No será tan mala cuando tanto se valen de ella los mismos que afectan despreciarla. La parte

no afirmativa, sino conjetural, conserva el mismo carácter de hipótesis con que la presenté siempre. Doy poca importancia al nombre de Alfonso Lamberto, que por ser tan desconocido, apenas sacaría al libro de su categoría de anónimo. Alguna de las presunciones que alegué en su favor me parece ahora débil, pero todavía creo que es la hipótesis menos temeraria de cuantas conozco, la única que no tropieza con alguna imposibilidad física ó moral. Sin duda por su propia modestia y sencillez ha hecho pocal fortuna, pero sea Alfonso Lamberto ú otro el autor del falso Quijote, lo que para mí es incuestionable, y creo que ha de serlo para todo lector de buena fe, es que aquella mediana novela fué parto de la fantasía de un autor oscurísimo, de quien acaso no conocemos ninguna otra obra. El misterio que envuelve su nombre no tiene más misterio que la propia insignificancia del sujeto. Sus contemporáneos le miraron con tal desdén, que ni siquiera hubo quien se cuidase de arrancarle la máscara.

A continuación de mi carta me haré cargo, aunque brevemente, de la nueva solución propuesta con gran estrépito por Mr. Paul Groussac en su curioso libro Une énigme littéraire, y gracias al inesperado concurso de buenos amigos, mostraré sin

trabajo ni mérito propio, que el Sr. Groussac, á pesar de la intemperancia y descortesía con que trata á todos sus predecesores, nada prueba ni resuelve nada, y deja la cuestión tan oscura como estaba.

II

UNA NUEVA CONJETURA

SOBRE EL AUTOR DEL «QUIJOTE» DE AVELLANEDA

Al Sr. D. Leopoldo Rius y Lloséllas.

En Barcelona.

I antiguo y querido amigo: Hace tiempo indiqué á Vd. los fundamentos de mi opinión acerca del encubierto autor del falso Quijote, y usted benévolamente me convidó á que los pusiese por escrito, ofreciéndome hospitalidad para ello en el tomo segundo de su monumental Bibliografia crítica de las obras de Miguel de Cervantes, cuya terminación esperan con ansia todos los amigos del mayor ingenio literario que España cuenta en sus anales. Hoy cumplo mi palabra, aun á riesgo de defraudar las esperanzas de Vd. y de los que tengan la paciencia de leer hasta el fin esta carta, que de seguro ha de resultar prolija, y lo que es peor, poco concluyente.

Al llamar nueva á la conjetura que voy á exponer, sólo quiero decir que no la he visto

CXXXVI

6

en ningún libro ni se la he oído á nadie; aunque por lo demás, me parece tan obvia, que de lo que únicamente me admiro es de que no haya sido la primera en que se fijasen todos los críticos que han tratado de esta materia (1). El descubrimiento, si descubrimiento hay, viene á ser tan baladí como la solución de aquel famoso acertijo que años atrás solía leerse en las cajas de fósforos: «¿dónde está la pastora?»

Perdone Vd. lo trivial de esta comparación, pero no encuentro otra que más adecuadamente traduzca mi pensamiento. A mi entender, casi todos los que se han afanado en descubrir el nombre del incógnito Avellaneda, han pecado por exceso de ingeniosidad, prescindiendo de lo que tenían más á mano y dejándose llevar por la creencia anticipada de que el encubierto rival de Cervantes hubo de ser forzosamente persona conspicua en la sociedad ó en las letras. Las conclusiones inciertas y contradictorias á que por este método se ha llegado, demuestran su ineficacia, y convidan á ensayar otro nuevo, que quizá conduzca á un resultado

(1) Principalmente ha de decirse esto de D. Cayetano Alberto de la Barrera, que estuvo á punto de dar la misma solución que yo, aunque se apartó de ella cegado por la falsa luz de la atribución á Aliaga, que era la dominante en su tiempo.

« AnteriorContinuar »